¿Crímen?

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Novelas y fantasías de Roberto Payró
¿Crímen?



(FRAGMENTOS DE UNAS MEMORIAS)

I.


Febrero 10 de 18....


....Todo está en calma; el mundo parece dormir un sueño de muerte; la atmósfera pesada me sofoca; ni un suspiro del viento llega á estremecer las hojas de los árboles, todavia marchitas bajo los besos de fuego del sol; acaba de salir la luna, rodeada por un círculo de vapores luminosos, y su luz amarillenta hace palidecer el fulgor de las estrellas, perdidas en el manto indeciso de las nubes...

Todo está en calma; todo, menos mi corazón, que late violentamente, y mi cerebro que bulle como un volcán ...

El doctor Ávila me ha dicho que no puedo casarme; me ha amenazado con terribles desgracias para el porvenir; me ha hecho ver mi hogar, el hogar tantas veces soñado, presa de la desvastación terrible de la muerte, y haciéndose eco de los gritos sin piedad de la conciencia.

¡Y, sin embargo, yo no he dudado, y en el salón contiguo me esperan los que van á acompañarme al templo, los que van á ser testigos de mi crímen!...

¡Eh! ¡qué importa! ¡El dado está tirado, y no soy, más que otro, merecedor de las desdichas que me amenazan; la suerte se apiadará de mi, la suerte que hasta hoy me ha perseguido!..

Vamos á Elisa, á mi amada, á mi esposa en breve.

Sacudamos estos negros pensamientos, y miremos impávidos el futuro, lleno de sombras ó de luces, de fulgores ó de tinieblas. ¡Qué importa!...

¡Bebamos nuestra copa, amarga ó dulce, hasta las heces, sin que tiemblen el corazón ni la mano!...



II.


Abril 12 de 18....


....¡Bien hacía yo en no dudar! La dicha más inmensa me sonrie; la felicidad más completa llena mi espíritu!

¡Soy el poseedor de la belleza tantas veces deseada, y la voz de Elisa llega hasta mí como música sublime que me extasía!...

Dos meses ha que la estreché por primera vez entre mis brazos ¡Dos meses que he vivido en el Paraiso!...

Y, como si faltara aún algo á mi dicha, he escuchado hoy de sus labios temblorosos de alegría, la fausta nueva de mi próxima paternidad, lazo que unirá aun más estrechamente -si esto es posible- nuestros corazones llenos del amor más grande.

Desde ahora mi cariño hácia Elisa parece aumentar: siento algo mío, una parte de mi ser, que palpita en sus entrañas, que vive de su vida, que está en eterno diálogo con ella, relatándole lo que pasa en mi espíritu, señalándola el lugar que en él ocupan ambos.

¡Dia de felicidad! ¡Después de haber hecho llegar un rayo de sol, esplendoroso y puro, hasta el fondo de mi alma, dejas en ella un recuerdo imborrable que nunca cesará de acompañarme en las rudas batallas de la vida!..



III.


Octubre 6 de 18...


...Pocos dias más, y estrecharé en mis brazos al fruto de nuestro amor.

¡Con qué ánsia le espero!

Soy rico, y me esforzaré para que la felicidad, la más completa felicidad, le acompañe.

Nada dejaré de hacer, por difícil que sea, para que mi hijo, —mejor que mi hija— no tenga que quejarse de la suerte...




IV.


Octubre 14 de 18...


....A mi llamado acudió el doctor Ávila, que ha examinado atentamente á Elisa, cuyo rostro pálido casi llega á confundir su color con el de las blancas sábanas.

La ha encontrado bien, y señala el alumbramiento para esta noche ó mañana.

Cuando iba á salir el acompañé hasta el corredor.

Allí me miró, con aire severo, durante un segundo, y luego me dijo con acento de reproche:

-¡Se ha casado Vd! ¡Quiera el cielo que sus faltas no caigan sobre la cabeza de un inocente! ¡Quiera el cielo que no derrame Vd. muchas lágrimas, por no haber cumplido mis órdenes!...¡Que nunca se sepa Vd. criminal!...

—¿ Qué quiere Vd. decir, doctor? pregunté, presa de la agitación más grande.

— El tiempo contestará por mí, dijo clavándome la mirada, en que se veía algo de encono, quizás ....(me cuesta decirlo)... algo de desprecio!...

Y salió en seguida, sin estrecharme la mano siquiera.

Esas palabras, llenas de misteriosas amenazas, me han causado honda impresión, trayendo á mi memoria las terribles dudas que me asaltaron antes de mi casamiento.

Es verdad que no he cumplido las órdenes del doctor Ávila, que me he casado; pero, también es cierto que ni una nube ha venido á turbar nuestra dicha, lo que me demuestra que no se trataba más que de ráncias preocupaciones de médico viejo.

Mis antiguos males han desaparecido por completo; no tengo ya ninguna de sus manifestaciones externas ó internas, que antes me desesperaban.

¿Qué temo, pues?...

Sin embargo, las palabras del doctor han hecho nacer en mí, nuevas y terribles zozobras.

No me explicó sus frases, no puedo explicármelas; pero pesan en mi cerebro como plomo derretido y llevan á mi corazón torrentes de sangre, que amenazan hacerlo saltar.

"Quiera el cielo que sus faltas no caigan sobre la cabeza de un inocente!" ¡Frase espantosa que me hace adivinar toda la horrible verdad!...

¿Si mi hijo fuese á ser castigado por mi borrascosa juventud!...

Pero no; es mentira que la naturaleza conserve hasta la tercera generación el rencor por las faltas cometidas. ¿No he sido yo bastante castigado?...

Y ¿por qué sufriría mi hijo -ser inocente que aún no ha visto la luz del sol; que aún no ha pisado este mundo de dolores; que todavía se mantiene impecable- por los errores, por los deslices de su padre, que ya sufrió la pena de sus culpas?

¿Por qué el hijo del asesino jamás lleva en la frente sangrienta y afrentosa señal, y el hijo mio, el hijo de mi corazón ha de llevarla?

¡Ley de la naturaleza, tan cruel como la ley cristiana que nos hace nacer en el pecado!...

¡Pero no, eso no puede ser verdad! ¡El doctor Ávila padece una equivocación, una dolorosa equivocación!

¡Si tal sucediese, Dios, el Dios que me mira, no sería justo!...




V.
Octubre 15 de 18....


...¡Sonó la hora fatal, que debiera ser para mí la hora de la felicidad completa, infinita!...

He podido, por fin, estrechar entre mis brazos á mi hijo, á mi Rodolfo. Pero ¡ay! he colocado sobre mi corazón la cruz pesada de mis faltas; han escuchado mis oidos el grito poderoso de mi conciencia, hasta ahora dormida; he sentido en mi cerebro el gusano roedor del remordimiento!...

¡Cuán cruel confirmación han tenido las palabras del doctor Ávila, y de qué modo me arrepiento de no haber ejecutado sus órdenes!...

¡Porque ahora ya me sé criminal, ya comprendo reo de qué espantoso crímen se hace el hombre que se enlaza á una mujer confiada en su buena fé, para envenenar su existencia!

Ahora sé que es más que asesino, el que dá la vida á un ser herido por sus mismas terribles enfermedades...

Y en mis oidos resuenan todavía las órdenes del doctor Ávila:

-No se case Vd; no puede casarse... Uniéndose á esa joven hará Vd. su infelicidad, así como la de sus hijos, si llega Vd. á tenerlos.

-¡Locuras! exclamaba yo entónces. ¡Imposible es que eso suceda! Por otra parte, yo amo demasiado á Elisa para que llegue á hacer su infelicidad. Y en cuanto á mis bijos ¿no me vé Vd. sano y robusto, lleno de vida y de salud?...

-Muchas veces, en el campo, bajo el verde y menudo cesped, agradable á la vista, que parece invitarnos á correr por él, bulle el lodo infecto y mefítico del pantano. ¡Si Vd. se casa, alguno de sus hijos recibirá un castigo aún más grande que el que Vd. sufrió!...

Y ese hijo ahí está... ¿No le véis?

Elisa, postrada en el lecho, lo abraza estrechamente, y yo, desde esta habitación, en donde escribo, veo esa escena para mí espantosa...

No sé cómo acierto á sostener la pluma en mi mano crispada, al sentir cuál se clavan en mi pecho los dientes tercamente obstinados del dolor...

Mañana, cuando mi esposa abandone el lecho; cuando pueda ver á su hijo, con tanto afán esperado; á su hijo, ciego, contrahecho, lleno de pústulas; á su hijo, masa informe de carne, sin proporción alguna, en el que apenas hay un soplo de vida, que á cada instante amenaza extinguirse; cuando escuche, como yo, la frase fria, breve y acusadora del doctor Ávila: "Su hijo de Vd. morirá, si nació bajo buena estrella; si vive, no abandonará la niñez por más años que pasen"... cuando sepa que yo, solo yo, soy el culpable, el criminal; cuando llegue á su conocimiento que obré á sabiendas de ese modo ¿quedará algún nuevo castigo para mí? ¿perderé también el amor de ese ser tierno y abnegado, que hasta hoy era mio, completamente mio?...

¡Si pudiera ocultar á Elisa el resultado de mi crímen! ¡Si pudiera hacer que nunca viese á su Rodolfo!...

Pero aun así, mirando en él la encarnación de mi castigo, no puedo menos que amarle, y no podría separarme de él!...

Y aún me parece que, si yo efectuara un cambio, mi pobre mujer había de conocerlo ¡Las madres no se engañan jamás!...

Por otra parte, no quiero hacer mayores mis delitos; no quiero ser dos veces criminal!




VI.
Octubre 16 de 18...


...Imposible es describir la escena que ha pasado entre mi mujer y yo.

Cierto es que la esperaba, pero ha sido tan terrible, tan espantosa, que aún ahora tiemblo al recordarla.

Todos sus gritos de desesperación, todos sus insultos dirijidos á mí, todas sus blasfemias, repercuten aún en mis oidos que zumban, porque toda mi sangre se ha agolpado á mi cerebro.

La madre, herida en sus esperanzas más caras, es como la leona que el cazador irrita.

¿Qué es lo que me ha dicho?

No sé; no lo recuerdo con claridad.

Todas sus frases están grabadas profundamente en mi memoria; rugen en mi oido, en desorden espantoso; hacen hervir mi cerebro en confusión caótica, pero no llegan á mi, distintas y terribles, con sonoridades de rayo asolador, como hace muy pocas horas...

Lo único que sé es que mi felicidad ha sido turbada para siempre, y que de hoy en adelante no espero sinó dias tenebrosos, en que la dicha no me ha de sonreir como en otros tiempos.

Y en vano, en vano, trato de acallar mis remordimientos implacables; en vano trato de apartar de mí la idea de la muerte, que me acaricia como único término de mis dolores...

Tengo el rewólver á mi lado, sobre la mesa...

Pero un pensamiento me detiene:

-Si yo muero ¿qué será de Rodolfo, de mi pobre Rodolfo, de ese ser inocente, sobre cuya tierna cabeza ha caido sin piedad alguna el rayo del cielo, el castigo de mis delitos, la mancha que debía afrentar mis sienes y no las suyas?...

Y esa eterna niñez á que mi hijo ha sido condenado, si llega á escapar á la muerte, me cierra el paso hácia el descanso eterno...

¡Oh! qué vida, qué vida la mia!...

-¡Eres maldito! ha exclamado Elisa en su dolorosa desesperación, en su extravío de madre infeliz. ¡Eres maldito, porque has robado el alma á una inocente criatura, porque has envenenado mi vida, porque eres mal esposo y mal padre, porque eres más infame y criminal que el asesino que mata al niño indefenso!..

¡Porque ella sabía, sabía hasta el cansancio, que yo era culpable... culpable, siendo víctima mi hijo!...

¡Y sus palabras asordan mis oidos á cada instante, y me vuelven loco, y hacen que acarície de nuevo la idea del suicídio, único término, único fin!..

Si, soy maldito; he cometido el crímen más nefando. Si, soy maldito porque he atentado contra Dios, contra la sociedad, contra mí mismo. ¡Soy maldito porque, por mi causa, ha sido creado un ser sin espíritu, un cerebro en que no fulgura la luz divina del pensamiento.. un idiota!..

Y ella, su pobre madre, con el corazón lacerado por mi culpa, ha obrado con justícia al cruzar mi rostro con la azulada señal de su látigo, y hubiera obrado con justícia tambien, si me hubiese pisoteado, si me hubiese destrozado bajo sus plantas!..



VII.


Noviembre 1º de 18..


...La existencia de Rodolfo se arrastra entre los padecimientos más horribles.

Elisa no se aparta un instante de su cuna.

Cuando me acerco, clava en mí sus ojos con expresión de ira inmensa.

Hoy, habiéndola preguntado cómo se encontraba, me contestó:

-Mal, muy mal, lo que á Vd. no debe importarle.

-¿Porqué nó, Elisa?

-¡Porque, después de lo que ha sucedido, todo queda terminado entre nosotros!

Dijo esto con un acento tal, que no pude menos que exclamar dolorosamente:

-¡Parece que me odiaras!

-¡Mire Vd., gritó señalando á mi hijo, mire Vd. y luego crea que no le odio, que no tengo el derecho de odiarle!

Me retiré á mi habitación sin decir una palabra, como enmudecido, presa de la mayor angustia..

¡Sin el amor de Elisa! ¡Con el ódio de la mujer idolatrada!..

¡Oh! mi vida, mi horrible vida!..



VIII.


Noviembre 6 de 18..

...Hoy ha venido nuevamente el doctor Ávila.

Examinó á Rodolfo con atención, lo auscultó, cuidadoso, y luego me miró con fijeza; en su mirada había un no sé qué, extrañamente acusador que me dió miedo.

-Poca vida le queda, dijo con frialdad en seguida. Aquí está su obra, su grande obra. Debe Vd. ser muy feliz... y ella también, añadió después de una corta pausa, señalando á Elisa.

Verdaderamente... ¡Muy feliz!...




IX.


Noviembre 10 de 18...


...Espesas nubes se ciernen en el espacio, haciendo más grandes las tinieblas de la noche; con lamento continuo y doloroso, la lluvia azota los cristales, que se estremecen pavorosamente; el trueno rueda, ya á lo lejos, con fragores de batalla, ya sobre mi cabeza con estampidos furiosos; el relámpago surca las tinieblas espantosas, como culebra de fuego que se lanza sobre su presa; el viento, el sarcástico espectador de las tempestades, silba el drama inmenso y grandioso de los elementos desencadenados...

Así, como esta noche, está mi espíritu que ha roto ya el único lazo que le ataba á esta tierra de dolor y de ruina....

Mi hijo acaba de morir. Elisa, fija en el espacio la ·mirada sin luz, busca sin duda las estrellas que las nubes tenebrosas le ocultan, por ver si adivina en ellas la presencia del hijo amado que la abandonó para siempre!... No habla, no suspira, no llora; cuando me acerqué á ella, hizo un gesto de horror, de ódio, de desprecio. ¡Digno castigo de mi culpa!

Ya nada me reclama en este mundo, en el que he hecho la desesperación de la persona á quien más amaba. La muerte me tiende los brazos, y me promete el descanso eterno; á ella voy, á ella corro, como al solo término de mis pesares, como al único y triste consuelo que me resta.

Nada puedo hacer por Elisa que me aborrece, y á quien hiero con mi presencia;es rica y quizá pueda ser feliz aún sobre la tierra...

¡Yo... ni siquiera me atrevo á pedirle perdón!




X.


Cinco minutos más tarde.


Me he juzgado, ratificando mi condenación á la última pena.

Ningun Código se ocupa de mi crimen, -ningun Código escrito.

El Código de los corazones honrados, condena al que le comete al mismo castigo que yo!...

Quiero ser útil, siquiera en mis últimos instantes, y concluir mi vida haciendo una buena obra.

Esa buena obra es legar al público estas páginas, en que condenso la causa criminal seguida por mi contra mí mismo, para infundir valor á los que, en iguales circunstancias, estén á punto de cometer -como yo- el crímen· más espantoso y más impune!...

¡Que la execración de la humanidad recaiga sobre los que tal hicieran, ya que las leyes de los hombres no tienen un castigo para ellos!....

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Córdoba, Mayo de 1887