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A Simón Camacho Bolívar

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
VI A Simón Camacho Bolívar

Señor don Simón Camacho Bolivar.

Estás en tu derecho, y lo que es más, llenas un deber.

Desgraciadamente, en esta polémica, tus sentimientos de familia y tu clara inteligencia se estrellan ante la lógica inflexible de los hechos. Tu hábil y lujosa pluma hace lo que llamamos un tour de force para refutar documento de suyo irrefutable.

No te quedaba otro camino que llamar chismes de comadres al relato del general Mosquera. En ese terreno esperaba á los bolivaristas, es su postrer atrincheramiento. Sé también que no faltará quien acuse de mentiroso al difunto prócer colombiano, reputación que de antiguo se tuvo conquistada.

Después de las revelaciones de Mosquera, me toca á mí callar, dejando el fallo al cuidado de la Historia imparcial y para cuando ésta se escriba, lo que sucederá el día que desaparezca la generación actora en la lucha de Independencia. Pero Dios me libre de sentar plaza de descartés contigo, á quien mucho estimo, dejándote sin respuesta. Además, tú no insultas y contigo se puede discutir sin desdoro.

Razonemos ahora:

Monteagudo fué arrojado del Perú por un indignation meeting, como es de moda decir. Sus adversarios, temiéndolo todo de aquel gran hombre de Estado, no quedaron satisfechos con el destierro, sino que, meses más tarde, lo colocaron fuera de la ley, dejando su vida á merced de quien quisiera quitársela si tenía la imprudencia de volver á pisar tierra peruana.

Tal severidad estaba en el orden de las cosas y de la época. Todos, en América, teníamos mucho de los revolucionarios terroristas de la Francia.

Bolívar, que ambicionaba la monarquía sin la palabra monarca, esto es, la vitalicia; Bolívar, que, según una feliz expresión del doctor Mariátegui, hablaba como Washington y procedía como Atila, vió un útil auxiliar en Monteagudo y lo trajo del destierro, sin cuidarse de hacer derogar antes la ley que perpetuamente lo alejaba del país. ¿Ni para qué necesitaba el omnipotente Libertador de esa derogatoria? El solo hecho de exhibirse en público, al lado del ex ministro, equivalía á decir: peruanos, la ley de vuestro Congreso es papel mojado: quien ofenda á Monteagudo me ofende a mí. Respetadlo, porque yo lo amparo.

Monteagudo era hombre de gran carácter, entusiasta por sus ideas y de una energía á toda prueba. El solo hecho de regresar á Lima lo demuestra. Más que en San Martín, vió su hombre en Bolívar. ¿Con qué propósito podía venir? Con el de vencer ó sacrificarse. Los demócratas, la chusma, una poblada, lo lanzaron del ministerio y del país. El volvía, pues, á la brecha y decidido á vengarse.

La lucha se inició, y la tumba abrióse para Monteagudo.

Bolívar despliega entonces gran actividad y energía para descubrir al delincuente. Hace el Libertador llevar á Palacio al asesino, lo interroga, influye sobre su debilitada imaginación, y el reo revela el nombre de aquel que armara su brazo.

Bolívar se sorprende al ver acusado á uno de sus ministros; se convence de que el reo no le miente, vislumbra todo un plan político, hostil para sus miras y persona, y escogita una resolución. ¿Dará el escándalo de proceder públicamente contra su ministro?—No; más llano es hacer la confidencia al general Heres.

¡Qué oficiosidad tan portentosa! El único hombre á quien Bolívar hace la confidencia, toma ésta tan á pechos, que va y envenena á Sánchez Carrión!

Anudemos hilos sueltos.

Monteagudo fué asesinado el 28 de Enero: la entrevista de Bolívar con el asesino se efectuó entre el 3 de Enero y 10 de Febrero: hasta el 8 ó 10 concurrió el ministro á sus labores y estuvo despachando con Bolívar, sin que éste se diera por entendido con él de lo que ya sabía; el 25 de Febrero estaba ya Sánchez-Carrión imposibilitado por el veneno y elevaba su renuncia, el 26, el envenenador, en su carácter de secretario de Bolívar, suscribía un lacónico oficio en nombre de S. E. avisando al dimisionario que su renuncia estaba aceptada: un mes después, teniendo el Libertador que emprender su paseo triunfal hasta Potosí, organiza un Consejo de Gobierno, y entre los tres ministros que lo componen, nombra para una de las carteras precisamente al envenenador de Sánchez-Carrión.

Yo no acuso, mi querido Simón: son los documentos oficiales los que acusan. Registra la Gaceta oficial del año 25, y encontrarás comprobadas las fechas que designo.

El general Mosquera, exculpando á Bolívar, dice que llegó á saber el envenenamiento por denuncia que le hizo una señora. Quiero creerlo. Resuelva todo criterio imparcial si esto salva al Libertador. ¿Y por qué encubrió al delincuente? ¿Por qué no lo castigó?

Me acusas de ligereza porque designo á Heres como el propinador del veneno. Perdóname.— Mosquera calla el nombre; pero pone los puntos sobre las íes, dando señas tales, que á obscuras, un ciego acertaría. Por poco entendido que yo sea en historia americana, creo haber descifrado la facilísima charada. Refresca tu memoria y excusa la petulancia. Allá por los años de 1840 á 1841, era autoridad superior en Santo Tomás de Angostura el general Heres, quien parece que, en un ruidoso pleito sobre una herencia, influía á favor de uno de los litigantes. El perjudicado armó dos asesinos que penetraron en el cuarto de Heres y le dieron muerte.

Pueril quisquilla me buscas sobre la exactitud de tal detalle, como si de una nimia inexactitud pudiera resultar destruído el hecho culminante.

Pude decir que Carrión fué envenenado en la Magdalena y en un almuerzo, y resultar que por el testimonio de Mosquera aparezca que lo fué en Lima y en una tisana. Así sean todas las calumnias que yo invente. En soconuzco ó en horchata, en Lima ó en la Magdalena, día antes ó día después, son detalles en los que nunca hice hincapié. Algo más, en mi folleto nada afirmaba. Dije sencillamente cuál fué la creencia popular por entonces, creencia que debió ser muy generalizada cuando el Gobierno se vió obligado, para combatirla, á disponer la autopsia del cadáver. Basta que el general Mosquera diga hoy que fué real el envenenamiento.

A lo más, juzgando caritativamente, y en obsequio á ti, pensaré que el Libertador encontró en el general Heres un amigo tan oficioso que, para salvar á su excelencia de atrenzos, se encargó, por sí y ante sí, de administrar un tósigo al hombre que, sin disputa, habría servido de serio obstáculo para el desarrollo de los planes de vitalicia.

¡Las oficiosidades de los amigos suelen ser fatales! Vé lo que pasa con el general Mosquera. De puro oficioso, ha descorrido el telón y removido el avispero.

Ahora te revelaré el motivo que tuve para escribir mi folleto. Por amor á la verdad histórica no podía yo consentir en que el análisis que el señor Paz-Soldán hizo del proceso de Monteagudo, pasase á la posteridad sin que pluma alguna se ocupase en probar que no fué tal crimen, fruto exclusivo de la casualidad, como él tan obstinadamente ha sostenido. El estudio de ese proceso tenía que llevarse un poco lejos forzándome á poner en transparencia muchos nombres.

Pongo punto, mi buen Simón. Después de las revelaciones del Gran General, tócame guardar la pluma. En la prensa de Caracas, un descendiente de Piar y otros me están ahorrando el trabajo de defender mi folleto.

Siempre tu amigo,

Lima, 7 de Noviembre de 1878.

FIN