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A fuerza de arrastrarse: 11

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Escena IV

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MARQUÉS, DON ROMUALDO Y PLÁCIDO, que trae un libro en la mano, con un dedo entre las hojas, como para no perder el sitio en que leía.


PLÁCIDO.-Señor marqués... (Se inclina respetuosamente ante DON ROMUALDO.)

MARQUÉS.-¿Qué ocurre, Plácido?

PLÁCIDO.-(Siempre muy humilde.) Dos señores que esperan en el despacho; desean hablar con usted.

MARQUÉS.-¿Los conoce usted?

PLÁCIDO.-No, señor.

MARQUÉS.-¿Ni sabe usted a qué vienen?

PLÁCIDO.-Yo creo..., digo, me figuro..., que son los padrinos de ese miserable, ¡de ese villano!..., ¡de ese Claudio!... Perdone usted, pero a pesar mío me exalto.

MARQUÉS.-Exáltese usted, Plácido; es una prueba de su cariño.

PLÁCIDO.-Sí, señor; de mi cariño, de mi gratitud, de mi adhesión, señor marqués.

MARQUÉS.-¡Gracias, gracias! Sé lo que usted vale. (Aparte, a DON ROMUALDO.) Es un escribiente que he tomado hace dos meses; es de Retamosa..., es hombre leal. (Alto.) Oiga usted, Plácido.

PLÁCIDO.-(Con solicitud.) Señor marqués...

MARQUÉS.-Dicen que ese Claudio es de Retamosa.

PLÁCIDO.-Sí, señor.

MARQUÉS.-¿Es amigo de usted?

PLÁCIDO.-¡Ay!, no, señor.

MARQUÉS.-Pero ¿usted le conoce?

PLÁCIDO.-(Con profundo desprecio.) Como se conoce a la gente... a quien se conoce y nada más.

MARQUÉS.-¿Qué clase de persona es?

PLÁCIDO.-¡Un malvado! ¡Un hombre peligrosísimo! ¡Una fiera!

MARQUÉS.-(Acongojado.) ¿Una fie...?

PLÁCIDO.-¡Sí, señor marqués! ¡Una fiera! Todos sus compañeros no le llaman Maltraña, sino «mala entraña». Es capaz de cualquier crimen.

MARQUÉS.-(Sin poderse contener de puro miedo.) Cri...

PLÁCIDO.-Crimen.

MARQUÉS.-Pero ¿un criminal sin valor?

PLÁCIDO.-Es lo único que en justicia debe reconocérsele: un valor salvaje.

MARQUÉS.-¡Salvaje!

DON ROMUALDO.-Malas noticias.

PLÁCIDO.-Pero su valor no tiene mérito: maneja todas las armas admirablemente. ¿Qué mérito hay en esto?...; un asesino. Lo diré en voz muy alta, ¡un asesino! Perdone usted, señor marqués.

MARQUÉS.-Y con un asesino, un hombre que se estima en algo..., dígalo, dígame en conciencia..., ¿puedo batirme?

DON ROMUALDO.-¿Está descalificado?

PLÁCIDO.-Por desgracia no lo está. ¡Ah!..., él guarda todas las apariencias... A los tres o cuatro que ha matado en duelo, los ha matado con todas las reglas del código del honor.

MARQUÉS.-¿Tres o...?

PLÁCIDO.-No sé si han sido tres o si han sido cuatro. (Como contando.) El de Cuba..., el de Barcelona..., el francés... y el maestro de armas... Sí; han sido cuatro.

MARQUÉS.-(A DON ROMUALDO.) ¿Estás oyendo?

DON ROMUALDO.-Es un lance muy desagradable.

MARQUÉS.-¿Desagradable?... ¡Trágico!

PLÁCIDO.-¡Ay!

MARQUÉS.-¿Y mi hija?

PLÁCIDO.-¡Pobre señorita!

MARQUÉS.-¿Cómo le digo yo a mi hija: «Me ha matado ese hombre»?... (Aturdido del todo.) Es decir..., ¿cómo le dicen: «¡Han matado a tu padre!»?

PLÁCIDO.-Señor marqué,..., yo soy un hombre agradecido... Yo le debo a usted el pan que como... ¡Señor marqués..., no se bata usted con Claudio! (Casi llorando le tiende los brazos.)

MARQUÉS.-(Le abraza ligeramente.) ¡Pobre Plácido!

PLÁCIDO.-Pero ¿puede nadie dudar del valor de usted? Yo he oído contar cosas...

MARQUÉS.-¿Ha oído usted contar? (Con vanidad satisfecha.) No recuerdo... (Con fingida modestia y sin poder recordar sus heroicidades.) No hablemos de eso; cosas de la juventud. (Aparte.) Pues no sé a qué podrá referirse.

DON ROMUALDO.-De todas maneras, tú no puedes quedar en ridículo.

MARQUÉS.-¡Eso no!... Voy a ver a esos señores..., y después..., vosotros sabréis lo que vais a hacer conmigo. (Se dirige a la puerta con dignidad, pero vacilando un poco. A DON ROMUALDO.) Cuando sea preciso, ya te avisaré. Plácido...

PLÁCIDO.-¿Señor marqués?

MARQUÉS.-Haga usted compañía a don Romualdo y déle antecedentes sobre ese señor Claudio.

PLÁCIDO.-Sí, señor.

MARQUÉS.-Vamos a ver qué pretenden esos señores. (Aparte.) En buena, en buena me han metido. ¡Ay Dios mío, cuándo acabará esto! (Sale.)