A la Dama verde
Doña Hortaliza con alma,
doña Andante Torongil,
cuyo gusto por extraño
a todos da que reír.
Tú, que vestida de verde
desde el moño al escarpín,
en eterna primavera
determinas de vivir;
Santa Hermandad de las calles,
que verdizas tan sutil,
que miras por verde antojo
porque sea todo así.
Tú, que porque el natural
ojos te dio de zafir,
preguntaste a un tintorero
si se podían teñir,
escucha dos pesadumbres
que te vuelvan de carmín,
y entre lo rojo y lo verde
templarás tu frenesí.
Atiende, porque mi musa,
no ya a moco de candil,
sino a moco verde, quiero
escogerte apodos mil.
La mujer más verdadera
eres, que en mi vida vi,
con estrella de alcacel
te debieron de parir.
Y este parecer aprueban,
pues, pasando junto a ti,
ensartando mis suspiros,
te dio un bocado un rocín.
Después que reverdeciste
ya te llaman por ahí,
como a Santiago el Verde,
Fílida la Verde, a ti.
Muy bien pueden pretender
tu cara de serafín,
donde hay esperanza franca
para cualquiera Amadís.
Pero ¿quién te comerá,
aun con tanto perejil,
si da lo verde dentera
al gusto más baladí?
No morirás malograda,
pues en esta vida, en fin,
te has dado más lindos verdes
que el potro de Belianís.
Verde estás de pensamientos,
si son como tu vestir,
quiera Dios que de la saya
no pasen al faldellín.
Por lo que viste y hablas
juzgo que te puedes ir
a ser verdolaga en prado,
y verderol a un jardín
Qué buena, Fílida, eres
para pintada en país,
con más yerbas y verduras
que una olla de Madrid.
El otro día reñiste,
y por afrenta en la lid
te trató de verdulera
un mozuelo picaril.
Plaza en tiempo de Cuaresma
te llamó cierto pasquín,
y un ingenio de buen aire,
lo verde que dio el abril.
Mas aunque mueras de vieja
nadie te podrá decir
ni llamar mujer madura,
pues tan verde has de morir.