A las tres gracias

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​A las tres gracias​ de José Joaquín de Olmedo

Para el álbum de la señorita Rosa Ortiz de Zevallos, insigne profesora de música, y de sus dos bellas primas

Rosa, que por modestia delicada,
en florecer te places rodeada
del lindo par de Margarita y Pola,
huyendo la vergüenza
de ser en gracia y hermosura sola;
quien pueda resistir el noble encanto,
Rosa, de tu mirar y de tu canto,
y en grata calma verte y escucharte,
ése voces tendrá para alabarte,
mas no el que, absorto, extático, suspira
en placer inefable, sin que pueda
decir qué siente, ni decir qué admira.

Si aun hoy, al escucharte, Rosa bella,
sagrada inspiración mi mente inflama,
y al brote de la eléctrica centella
torna a brillar la amortiguada llama,
¡qué fuera cuando en el hirviente pecho
latir sentía el corazón estrecho!
Yo te escuché una vez, y todo el día,
en ilusión dulcísima, creía
sentir y respirar, y vivir todo
en un plácido ambiente de armonía.

Y en el silencio de la noche, cuando
el mentido concierto me desvela,
un ángel desprendido
del cielo me deslumbra, y me revela
que la virgen Cecilia, que allá ordena
de serafines el ardiente coro,
absorta cuando te oye, y suspendida,
los celestiales números olvida,
de su alto ministerio se distrae,
y el arpa de oro de sus manos cae.
Y cuando de improviso
del místico deliquio se levanta,
nuevas cuerdas aumenta a su instrumento,
y del Cordero atento
en nuevas notas nuevos himnos canta.