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A secreto agravio, secreta venganza/Jornada 1/Escena V

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Jornada primera

Escena V

DOÑA LEONOR, SIRENA.

DOÑA LEONOR

¿Fuese ya, Sirena?

SIRENA

  Sí.

DOÑA LEONOR

¿Óyenos alguien?

SIRENA

  Sospecho que estamos solas las dos.

DOÑA LEONOR

Pues salga mi pena (¡ay Dios!)
de mi vida y de mi pecho.
Salga en lágrimas deshecho
el dolor que me provoca,
el fuego que al alma toca,
remitiendo sus enojos
en lágrimas a los ojos,
y en suspiros a la boca.
Y sin paz y sin sosiego
todo lo abrasan veloces,
pues son de fuego mis voces
y mis lágrimas de fuego.
Abrasen, cuando navego
tanto mar y viento tanto,
mi vida y mi fuego cuanto
consume el fuego violento,
pues mi voz es fuego y viento,
mis lágrimas fuego y llanto.

SIRENA

¿Qué dices, señora? Advierte
en tu peligro y tu honor.

DOÑA LEONOR

¿Tú que sabes mi dolor,
tú que conoces mi muerte,
me reportas desta suerte?
¿Tú de mi llanto me alejas?
¿Tú que calle me aconsejas?

SIRENA

Tu inútil queja escuchando
estoy.

DOÑA LEONOR

¡Ay Sirena! ¿Cuándo
son inútiles las quejas?
Quéjase una flor constante
 si el aura sus hojas hiere
cuando el sol caduco muere
en túmulos de diamante;
quéjase un monte arrogante
de las injurias del viento
cuando le ofende violento;
y el eco, ninfa vocal,
quejándose de su mal,
responde el último acento.
Quéjase, porque amar sabe,
una hiedra, si perdió
el duro escollo que amó;
y con acento suave
se queja una simple ave
del que la cogió a traición,
y en la dorada prisión
así aliviarse pretende,
que al fin la queja se entiende,
si se ignora la canción.
Quéjase el mar a la tierra,
cuando en lenguas de agua
toca los labios de opuesta roca.
Quéjase el fuego, si encierra
rayos, que al mundo hacen guerra:
¿qué mucho, pues, que mi aliento
se rinda al dolor violento,
si se quejan monte, piedra,
ave, flor, eco, sol, hiedra,
tronco, rayo, mar y viento?

SIRENA

Sí, mas ¿qué remedio así
consigues desesperada?
Don Luis muerto y tú casada,
¿qué pretendes?

DOÑA LEONOR

¡Ay de mí!
Di, Sirena amiga, di,
don Luis muerto y muerta yo.
Pues si el cielo me forzó,
me verás en esta calma,
sin gusto, sin ser, sin alma,
muerta sí, casada no.
Lo que yo una vez amé,
lo que una vez aprendí,
podré perderlo, ¡ay de mí!,
olvidarlo no podré.
¿Olvido donde hubo fe?
Miente amor. ¿Cómo se hallara
burlada verdad tan clara?
Pues la que constante fuera,
no olvidará si quisiera,
no quisiera si olvidara.
¡Mira tú lo que sentí
cuando su muerte escuché,
pues forzada me casé
sólo por vengarme en mi!
Ya la vez última aquí
se despida mi dolor.
Hasta las aras, amor,
te acompañé; aquí te quedas,
por que atreverte no puedas
a las aras del honor.