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A su esposa

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A su esposa
Señora doña Rosa Icaza

de José Joaquín de Olmedo


   Ya se acerca, amor mío,
¡ay!, palomita mía,
ya se acerca ¡ay!, el día
que nos va a dividir.
    Sólo tristes memorias
y recuerdos fatales...
de amor todos los males
me quedan que sufrir.

   Como tórtola viuda
que triste a cada hora
gime, suspira y llora
por su perdido amor,
    así yo inconsolable,
ausente de mi amada,
tendré siempre clavada
la espada del dolor.

   Mi corazón de pena
dentro del pecho muere...
mas la Patria lo quiere,
y es fuerza obedecer...
    Pide a Dios, vida mía,
con ruegos incesantes
que me traiga cuanto antes
al nido del placer.

   Con mil dulces razones
el amor me detiene...
y el deber me previene
lo que es forzoso hacer.
    ¿Qué haré, pues, amor mío,
siendo en este momento
igualmente violento
mi amor y mi deber?

   Pues bien, cumplir con ambos,
es duro y buen consejo,
y aunque de ti me alejo,
contigo quedaré;
    así con ambos cumplo,
dando en serena calma,
al amor toda mi alma,
y el cuerpo a mi deber.

   Yo parto, ¡oh, qué tormento!,
¡oh, qué terrible ausencia!,
dame, oh Dios, resistencia
para tan gran dolor.
    Yo parto, y conjurados
veré a cada momento
contra mí al mar, al viento,
la ausencia y el amor.

   Y tú, hechizo de mi alma,
mi único amor, mi vida,
después de mi partida,
¿te acordarás de mí?
    Yo, de noche y de día
siempre estaré penando,
Rosita, en ti pensando,
pensado sólo en ti.

    Cual sombra inseparable
mi amante pensamiento
siempre, a todo momento,
estará junto a ti.
    Así, pues, siempre, siempre,
aunque me creas distante,
podrás decir: mi amante
delante está de mí.

   Recogeré el aliento
que tu boca respira...
Mi cuerpo se retira,
pero mi alma jamás.
    Sabré tus pensamientos,
y oiré tus palabras;
cuando tus labios abras,
los míos encontrarás.

   No temas, amor mío,
mi palomita amada,
que haya en el mundo nada
que me haga vacilar,
    pues vivir en tu pecho,
que es mi único deseo,
vale más que un empleo,
vale más que reinar.

   Yo veré mil bellezas,
mas con ojo tan frío,
que nunca al pecho mío
llegará su impresión;
    porque tus ojos solos
con un arte divino
conocen el camino
que va a mi corazón.

   No tendré allá, aunque quiera,
ningún afecto nuevo,
pues conmigo no llevo
ni alma, ni corazón:
    que el corazón y el alma
que antes tenía conmigo,
se quedan ya contigo,
como en dulce prisión.

   Sin ti ¿qué haré, mi vida?
Siempre ¡ay!, como demente,
cual si fueras presente,
clamaré con fervor:
   «Ven, palomita mía,
ven al caliente nido,
que aquí en mi pecho herido
te ha formado el amor.

   Ven, mi única esperanza,
mi único pensamiento,
ven, mi único contento,
ven, mi única pasión.»
    Y al ver que no me oyes
ni que estás a mi lado,
seré más desgraciado
por mi dulce ilusión.

   Otras veces teniendo
tu retrato delante,
cual frenético amante,
mil cariños le haré;
    creeré que con mi fuego
tus labios animados
me vuelven duplicados
los besos que te dé.

   Otras veces más necio,
como el que algo ha perdido,
a todos distraído,
por ti preguntaré:
    «¿Dónde está mi paloma,
causa de mis placeres?
Si no la conocieres,
las señas te daré.

   Es... lo que yo no puedo,
ni nadie explicar puede...
la que a todos excede,
es la rosa de abril;
    es la rosa que espera
en su botón gracioso
un calor amoroso
para empezarse a abrir.»

   Mas, ¿cuál es mi delirio?
¡Ay de mí!, en mi tardanza
ni el bien de la esperanza
me podrá consolar...
    Cree, mi alma, que es un pecho
muy tierno y amoroso
donde el amor hermoso
te ha erigido un altar.

   Piensa que por ti vivo,
piensa que sin ti muero,
que eres mi amor primero
y mi último serás.
    Adiós... ¡ay!, no te olvides
que eres objeto eterno
de este amor dulce y tierno,
de este amor inmortal.

    Piensa que de ti ausente
no es vida la que vivo,
y que siempre recibo
aumento en mi dolor.
    Piensa que esta gran pena,
piensa que este tormento
aun me quita el aliento
para decirte... adiós.