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A su palacio de Burgos

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Nota: Esta transcripción respeta la ortografía original de la época.


XI


A

su palacio de Burgos,

como buen padrino honrado,
llevaba el Rey á yantar
á sus nobles afijados.
Salen juntos de la iglesia
el Cid, el Obispo y Laín Calvo,
con el gentío del pueblo
que les iba acompañando.
Por la calle adonde van
á costa del Rey gastaron
en un arco muy polido
más de treinta y cuatro cuartos.

En las ventanas alfombras,
en el suelo juncia y ramos,
y de trecho á trecho había
mil trovas al desposado.
Salió Pelayo hecho toro
con un paño colorado,
y otros que le van siguiendo,
y una danza de lacayos.
También Antolín salió
á la jineta en un asno,
y Peláez con vejigas
fuyendo de los mochachos.
Diez y seis maravedís
mandó el Rey dar á un lacayo,
porque espantaba á las fembras
con un vestido de diablo.
Más atrás viene Jimena,
trabándola el Rey la mano,
con la Reina, su madrina,
y con la gente de manto.
Por las rejas y ventanas
arrojaban trigo tanto,
que el Rey llevaba en la gorra,
como era ancha un gran puñado;
y á la humildosa Jimena
se le metían mil granos
por la marquesota al cuello,
y el rey se los va sacando.
Envidioso dijo Suero,
que lo oyera el Rey, en alto:
—Aunque es de estimar ser Rey,
estimara más ser mano.—
Mandóle por el requiebro
el Rey un rico penacho,
y á Jimena le rogó
que en casa le dé un abrazo.

Fablándola iba el Rey,
mas siempre la fabla en vano,
que non dirá discreción
como la que faz callando.
Llegó á la puerta el gentío,
y partiéndose á dos lados,
quedóse el Rey á comer
y los que eran convidados.