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A un río helado

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A un río helado
de Pedro Calderón de la Barca

Salid, ¡oh Clori divina!
al Tormes, que ofrece hoy
fija puente a vuestra planta
su inquieto cristal veloz.

Esta vez pudo el diciembre
lo que mil pudisteis vos,
que tienen fuerza de escarcha
poderes de admiración.

No su nieve a vuestra vista
quieto el cristal se paró,
que si aquí suspende el hielo,
hiela aquí la suspensión.

Salid, que el río os espera,
que juzga discreto hoy
la suela del chapín vuestro
corona ya de favor.

Y pues su honor os aclama,
restituireisle su honor,
si cuando le huellan tantos
vos corona suya sois.

Sobre la cama de campo
solícito el aquilón
tiende sábanas de nieve,
do se acuesta enfermo el sol.

Desmayos pues de sus luces
mejóranse en vuestras dos,
que mayores rayos visten
en eclíptica menor.

Bien que en tantos cielos puestos
como deidad superior,
los que son rayos de luz,
de fuego fulmináis vos.

Si el mundo ardiendo callara,
diré, pues ardiendo estoy,
que son incendios sus luces
y que es fuego su esplendor.

Que le holléis el campo aguarda,
porque vuestras huellas son
las que previenen abriles,
las que producen verdor.

Y en Pascua de Nacimiento,
cuando en la muerte se vio,
tendrá en vuestro pie florido
Pascuas de Resurrección.

Yo mis glorias solicito,
pues a quien ha dado soy
a vos vista las libranzas
de sus glorias el amor.

Salid, pues, ¡oh Clori bella!
no os neguéis, ingrata, no
a las voces de los ojos,
al llanto del corazón.

Y tendremos esta vez,
si lo merece esta voz,
honor Tormes, luz el día,
vida el campo, gloria yo.