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Aben-Humeya: 12

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Escena IX

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El ALFAQUÍ, el XENIZ, el DALAY, otros muchos MORISCOS.


Así éstos como los que luego van llegando, vienen ya vestidos con el traje de moros, con alquiceles, albornoces, etc. Todos ellos traen sables y puñales, y algunas hachas o teas encendidas, que colocarán en las hendiduras de las rocas.


ALFAQUÍ.- ¿Quién sois?... ¿Qué venís a buscar en el seno de la tierra?... ¡Es un sueño, Dios mío!


DALAY.- No, venerable Alfaquí; son vuestros amigos, vuestros hijos, que se acogen a vuestro amparo, como se busca el de un padre en los días de tribulación.


ALFAQUÍ.- ¡Vuestro padre yo! Los esclavos no tienen sino amos.


XENIZ.- A pesar de tantas desdichas, aun no hemos merecido ese nombre...


ALFAQUÍ.- ¿Y cuál es el que merecéis? ¿Habéis renegado el Dios de vuestros padres; dejáis esclava a vuestra patria, que ellos ganaron a costa de su sangre; compráis a fuerza de oprobio el derecho de servir a vuestros verdugos?... Escoged, escogedle vosotros mismos: ¿qué nombre debo daros?...


DALAY.- Harto hemos merecido hasta ahora vuestras reconvenciones; y aun más amargas todavía nos las ha hecho nuestro corazón, mientras hemos sufrido tan dura esclavitud...; mas ya llegó a su fin.


ALFAQUÍ.- ¿Qué dices?... ¿Será cierto?


DALAY.- Sí, amado del Profeta; no osaríamos comparecer a vuestra vista, si hubiésemos de ir desde aquí a tomar otra vez nuestros grillos.


ALGUNOS MORISCOS.- ¡Jamás!


UN NÚMERO MAYOR.- ¡Jamás!