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Acababa el rey Fernando

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Nota: Esta transcripción respeta la ortografía original de la época.
XXIII

A

cababa el rey Fernando

de distribuir sus tierras
cercano para la muerte
que le amenaza de cerca,
cuando por la triste sala,
de negro luto cubierta,
la olvidada infanta Urraca
vertiendo lágrimas entra;
y viendo á su padre el Rey
con debida reverencia,
de hinojos ante la cama
la mano le pide y besa;
y después de haber mostrado
con tierno llanto sus quejas,
mostrando la voz humilde
así la Infanta se queja:
—Entre divinas y humanas
¿qué ley, padre, vos enseña
para mejorar los homes
desheredar á las fembras?

A Alfonso, Sancho y García,
que están en vuestra presencia,
dejáis todos los haberes
y de mí non se vos lembra;
non debo ser vuestra fija,
que os forzara si lo fuera
á tener de mí lembranza
la vuesa naturaleza.
Si legítima non soy
magüer que bastarda fuera,
de alimentar los mestizos
habedes naturaleza.
Y si ansí non es, decid:
¿qué culpa me deshereda?
¿qué desacato vos fice
que tal castigo merezca?
Si tal tuerto me facéis,
las naciones extranjeras
y los vuesos homes buenos
¿qué dirán cuando lo sepan?
Que non es derecho, non,
ni tal es razón que sea
pudiendo ganalla en lides
dar á los homes facienda.
Si tierras no me dejáis
iréme por las agenas,
y por cubrir vueso tuerto
negaré ser fija vuesa.
En traje de peregrina
pobre iré, mas faced cuenta
que las romeras á veces
suelen fincar en rameras.
Sangre noble me acompaña,
mas cuido que mi nobleza
como extraña olvidaré
pues que por tal me desechas.—

Tales palabras habló
y esperando la respuesta
dió principio al tierno llanto
poniendo fin á sus quejas.