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Acabado de yantar

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Nota: Esta transcripción respeta la ortografía original de la época.


LXX


A

cabado de yantar,

la faz en somo la mano,
durmiendo está el señor Cid
en el su precioso escaño:
guardándole están el sueño
sus yernos Diego y Fernando,
y el tartajoso Bermudo,
en lides determinado.
Fablando están juglerías,
cada cual para hablar paso,
y por soportar la risa
puesta la mano en los labios,

cuando unas voces oyeron
que atronaban el palacio,
diciendo:—¡Guarda el león!
¡Mal muera quien lo ha soltado!—
No se turbó don Bermudo,
empero los dos hermanos
con la cuita del pavor
de la risa se olvidaron,
y esforzándose las voces
en puridad se hablaron,
y aconsejáronse aprisa
que no fuyesen despacio.
El menor, Fernán González,
dió principio al fecho malo,
en zaga el Cid se escondió
bajo su escaño agachado.
Diego, el mayor de los dos,
se escondió á trecho más largo
en un lugar tan lijoso,
que no puede ser contado.
Entró gritando el gentío,
y el león entró bramando,
á quien Bermudo atendió
con el estoque en la mano.
Aquí dió una voz el Cid,
á quien como por milagro
se humilló la bestia fiera,
humildosa y coleando.
Agradecióselo el Cid,
y al cuello le echó los brazos,
y llevólo á la leonera
faciéndole mil falagos.
Aturdido está el gentío
viendo lo tal, no acatando
que ambos eran leones,
mas el Cid era más bravo.

Vuelto, pues, á la su sala,
alegre y no demudado,
preguntó por sus dos yernos,
su maldad adivinando.
Bermudo le respondió:
—Del uno os daré recaudo,
que aquí se agachó por ver
si el león es fembra ó macho.—
Allí entró Martín Peláez,
aquel tímido asturiano,
diciendo á voces:—Señor,
albricias, ya lo han sacado.—
El Cid replicó:—¿Á quién?
Él respondió:—Al otro hermano,
que se sumió de pavor
do no se sumiera el diablo.
Miradle, señor, dó viene,
empero faceos á un lado,
que habéis, para estar par dél,
menester un incensario.—
Desenjaularon al uno,
metieron otro del brazo,
manchados de cosas malas
de boda los ricos paños.
Movido de saña el Cid
á uno y á otro mirando,
reventando por fablar,
y por callar reventando,
al cabo soltó la voz
el soberbio castellano,
y los denuestos les dijo
que vos contaré despacio.