Ahora que estas muerta
¡Si supieses! cada día
te sentimos más. Apenas
te olvidamos un momento,
levantamos la cabeza
y en seguida nos parece
que vas a entrar por la puerta.
No sabes con qué cariño
en casa se te recuerda:
¡si nos pudieses oir!
A veces, de sobremesa,
cuando nos reunimos todos
y el pobre viejo conversa
con los muchachos, de pronto
después de alguna ocurrencia,
nos quedamos pensativos
un rato largo: se queda
todo el mundo así, y el viejo
se retira de la mesa
sin decir una palabra...
Una palabra... Da pena
verlo sufrir en silencio.
¡Ah, cómo se te recuerda!
Abuelita, que está sorda,
si hablamos delante de ella
por nuestras caras conoce
que hablamos de ti. ¡La vieras!
Por la noche, al acostarnos,
es claro, los chicos rezan,
aunque no lo necesites
porque siempre fuiste buena
y no hiciste mal a nadie:
¡al contrario!
¡Una tristeza
nos da cuando recordamos
algunas diabluras nuestras!
Cuando pensamos las veces,
aquellas veces, ¿recuerdas?
que te hacíamos rabiar
de gusto, por mil zonceras...
Éramos un poco malos,
pero ahora que estás muerta
nos tienes que perdonar
todos aquellas rabietas,
y las bromas que te dábamos,
esos gritos a la puerta
de tu cuarto, cada vez
que te ponías paqueta
para recibir al novio,
y esas travesuras, y esas
mentiras que te contábamos,
para no ir a la escuela...
Y tú, apenas nos retabas
entonces...
¡Una tristeza
nos da cuando recordamos!
Pero, ahora que estás muerta,
¿no es verdad que nos perdonas
todas aquellas rabietas?