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Alfredo: 41

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7.ª

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ALFREDO.

¡Conque estaba dispuesto a perdonarme! ¡Conque su bendición iba a caer sobre mi frente, si yo la hubiese implorado!... ¡Yo!, ¡implorarla yo!... Y ¿qué me importaba su perdón para mi felicidad?... ¿Me había de volver a Berta? ¿Había de privarse de sus encantos por satisfacer los deseos de un hijo tan criminal?... No, no... He hecho bien..., el mismo resultado, y una humillación menos... -Esta idea que no me abandona..., estas palabras del Griego «¿es por ventura inmortal?, -¿no es natural que los padre mueran antes que los hijos?»... ¡Oh!, ¡sería demasiado!... ¡qué crimen!..., ¡desechemos, desechemos tan horrible idea!

(Óyese el preludio de harpa del primer acto. En seguida una voz canta como allí:)


LA VOZ.- «¡Ricardo!... Ricardo volaba el primero,
brillando entre todos cual rayo de luz:
torrentes de sangre derrama su acero...
¡Victoria a Ricardo!, ¡victoria a la cruz!»


ALFREDO.- ¡Qué acentos, Dios mío! ¡Qué recuerdos!... ¡El romance de aquel peregrino!...

LA VOZ.- «¡Despierta, Ricardo!... Ya Alfredo se lanza romper tus cadenas ansiando o morir... ¡Despierta, Ricardo!... Victoria y venganza la espada de Alfredo sabrá conseguir...»

ALFREDO.- Y ¡también mi nombre!, ¡el nombre de Alfredo!... ¡Yo..., yo se lo dije!... ¡Alfredo era entonces inocente... Alfredo anhelaba entonces por descubrir a su padre..., por salvarle del cautiverio en que le creía sepultado... ¡Ahora!..., ¡qué horror! -No más..., no más crímenes... -¡Padre!, ¡padre mío!, ¿porqué me abandonáis, ahora que va a principiar mi arrepentimiento?... ¿No podrán borrarse mis crímenes?, ¿no habrá un bautismo para mi rejeneración, ¿no habrá perdón?, ¿no habrá misericordia para mí?