Alfredo: 42

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8.ª[editar]

ALFREDO, EL GRIEGO.


EL GRIEGO.- No, no le hay..., es imposible, Alfredo.

ALFREDO.- ¡Imposible!

EL GRIEGO.- En un primer momento, en un momento de conmoción, fácilmente se pronuncia «perdón-olvido-misericordia»... Mas la conmoción pasa; y el olvido, y el perdón, y la misericordia pasan con ella.

ALFREDO.- ¡Pasan!

EL GRIEGO.- ¿Cómo ha de aniquilarse una memoria, cuando la despiertan todos los días los objetos que estamos viendo? ¿Somos por ventura dueños ni de nuestros recuerdos, ni de nuestra voluntad?

ALFREDO.- ¡Es cierto!..., ¡es cierto!... Pero yo gozaba un instante con esa ilusión... Te hubiera agradecido que me dejases saborearla...

EL GRIEGO.- Para sufrir más después..., ¡cuando descubrieses la verdad!

ALFREDO.- ¡La verdad!, ¡la verdad!... Siempre me has dicho lo que llamabas la verdad,... y esa verdad ha sido siempre desoladora.

EL GRIEGO.- ¡Otras veces!... Serían ilusiones..., ¡en buen hora!..., pero yo era feliz... ¡La verdad...! tus verdades..., me han hecho cada día más desgraciado.

EL GRIEGO.- Justo..., justo es que me dirijas semejantes reconvenciones... He aquí el pago de complacer a un espíritu débil, a un visionario como tú.

ALFREDO.- ¡Griego!..., déjame en paz..., déjame gozar siquiera un solo instante..., déjame al menos la esperanza... Tus verdades son como el infierno, que no conceden un momento de descanso.

EL GRIEGO.- Sí, voy a dejarte..., no un instante solo... Estás cansado de mis servicios..., te pesa el agradecimiento..., no nos volveremos a ver... Quieres gozarte en la idea de no sé qué perdón, como un niño, como una mujer tímida: ...gózalo largamente..., implóralo de Berta: ella, ella podrá conseguirlo de tu padre.

ALFREDO.- ¿Qué dices?... ¿De Berta?

EL GRIEGO.- Sí, de Berta, que lo ha obtenido antes que tú... De Berta, que lo obtendrá fácilmente de su esposo, sólo con dirijirle una mirada halagüeña.

ALFREDO.- ¿De verdad? ¿De verdad?

EL GRIEGO.- ¿Qué me preguntas?... Mis verdades son siempre desoladoras...

ALFREDO.- No te burles de mi dolor... Respóndeme, respóndeme aunque me traspases el alma... ¿Es verdad?, ¿es verdad lo que acabas de decirme?


(Truenos).

EL GRIEGO.- ...Son como el infierno, que no conceden un momento de descanso... Quiero dejarte gozar de otras verdades.

ALFREDO.- ¡Cruel!, ¡bárbaro amigo!... Respóndeme..., respóndeme..., o tiembla por ti, por mí, por todo lo que nos rodea... ¿Ha obtenido Berta su perdón?, ¿ha vuelto a entrar en el corazón de mi padre?, ¿le ha dado el suyo?

EL GRIEGO.- ¿No te lo acabo de decir?, ¿acostumbro yo engañarte, auque te duelan, aunque te sean terribles mis palabras?... Pero ella misma se acerca..., a ella puedes preguntárselo. (Vase).

ALFREDO.- (¡Infiel!..., ¡reprimamos la cólera!...)