Amalia/Monólogo en el mar
Monólogo en el mar
A las diez de la noche, la ballenera de Mr. Douglas partía como una flecha, o más bien se deslizaba como un pájaro acuático sobre las olas de la hermosa bahía de Montevideo; y a las once se había perdido a la vista de los buques más lejanos del puerto, sumergida allá entre el horizonte lejano del gran río, alumbrado por los rayos de plata que vertía de su tranquila frente la huérfana viajera de la noche.
Envuelto en su capa, reclinado en la popa de la ballenera, Daniel ya no fijaba sus ojos impacientes en la joven ciudad de la orilla septentrional del Plata, como lo había hecho veinte y cuatro horas antes: los tenía fijos en la bóveda azul del firmamento, sin ver, sin embargo, los vívidos diamantes que la tachonaban, abstraído su espíritu en las recordaciones de su corta pero aprovechada residencia en Montevideo.
-«Restemos, porque la política tiene también sus matemáticas -se decía a sí mismo.
»Restemos.
»Creí encontrar asociados en Montevideo todos los intereses políticos de la actualidad, y los encuentro en anarquía: gano un desengaño.
»Creí hallar que el pueblo era más poderoso que las entidades que lo mandan; y encuentro que aquí el pueblo tiene también su caudillo, no sanguinario como Rosas, pero que al fin hace lo que quiere, y no lo que conviene al pueblo: gano otro desengaño, y ya son dos.
»Pensé que los viejos unitarios eran hombres prácticos, en quienes la ciencia de los hechos y de las altas vistas dominaba su espíritu; y hallo que son hombres de ilusiones como cualesquiera otros, o más bien, con más ilusiones que los demás: gano otro desengaño, y ya son tres.
»Creí que ellos me enseñarían a conocer mi país, y veo que yo lo conozco mejor que ellos: otro desengaño, y ya son cuatro.
»Creí que el general Lavalle y la Comisión Argentina obraban de acuerdo; y veo que cada uno marcha por donde puede: gano otro desengaño, y ya son cinco.
»¡Malo!, son muchas ganancias para que no me vuelva loco, o me lleve el diablo.
»Clasifiquemos.
»El señor Martigny, hombre de talento, corazón francés, lleno de entusiasmo por nuestra causa, pero gira en el círculo estrecho de sus instrucciones, y desconfía de su gobierno.
»El señor Agüero no ha hablado nada y me ha dicho mucho: es poco flexible para la democracia, y demasiado serio para la libertad. Los años del destierro habrán pasado muy lentos por su corazón; pero los años del pueblo han pasado como un relámpago por su inteligencia, y no ha visto que otra generación se ha levantado en los catorce años que cuenta ya la caída de la Presidencia.
»El señor Varela, espíritu fecundo, activo; inteligencia de concepciones rápidas; corazón ingenuo y apasionado; vida colocada en los límites de dos generaciones totalmente diferentes en sus tendencias; y de las miras de una y de otra podrá venir a ser el contemporizador algún día. Si él se separara de los principios de la nueva generación, sería necesario conquistarlo, porque su conquista sería un triunfo.
»Veamos de otra parte:
»Don Santiago Vásquez; no olvidaré jamás nuestra conversación de esta noche; es una gran cabeza; si la República Oriental llegase a poseer alguna vez media docena de hombres como ése, podría decir entonces que tenía cuanto le era necesario para constituir un gran todo, de tantos elementos que la Naturaleza y la revolución le han dado, y de que todavía no ha sacado partido.
»¿Qué puedo deducir de nuestra entrevista? Que Vásquez no está en su centro; que sus vistas son demasiado extensas para que puedan caber en el estrecho círculo de los pequeños partidos que se han empeñado en amontonar obstáculos donde más tarde ha de tropezar el progreso de este bello país. Que él trabaja por la unidad de intereses políticos entre las Repúblicas Oriental y Argentina, y sus enemigos le hostilizan y le separan de los negocios, so pretexto de que es amigo de los porteños.
»Su modo de definir al general Lavalle es nuevo para mí, y me da mucha luz sobre cosas que no podía explicarme: Lavalle es valiente, caballeresco, desinteresado, pero no tiene las calidades necesarias, dice, para estar al frente de los sucesos de la época. Le falta perseverancia en sus combinaciones, y le sobra susceptibilidad cuando sus amigos quieren darle un consejo, o memorarle una línea de conducta; su espíritu altivo se resiente entonces de que lo quieren gobernar, y obra luego por sí solo y bajo la inspiración de sus ideas: los obstáculos le irritan, y cuando no puede vencerlos en el momento al golpe de su fuerte espada, cambia de ideas y de plan, separándose rápidamente del obstáculo, sin pensar en las consecuencias de tal conducta.
»Ahora me explico muchas cosas, especialmente las palabras de Varela: Lavalle obra por sí mismo.
»Bien, ya están hechas mis cuentas; ¿he ganado, o perdido? He ganado; pues en política un hombre está en pérdida cuando tiene ilusiones; me he desengañado de muchos errores y he ganado muchas verdades; les he pintado la situación de Rosas, ellos me han dibujado la situación de sus enemigos. Ahora, ¡Dios nos proteja, porque espero muy poco de los hombres!
»Sí, ¡Dios nos proteja! -dijo después de algunos minutos de silencio, en que sus ojos habían estado extasiados en el firmamento bordado con su luna y sus estrellas, y en que sus ideas parecían que habían tomado diferente rumbo en aquella alma espontánea, impetuosa y al mismo tiempo tierna y sensible; y después de esa exclamación, continuó, en el silencio de su pensamiento, reclinada su cabeza en la popa de la ballenera, y fijos sus ojos en la bóveda espléndida del cielo-: Dios, que es la sabiduría y la unidad del universo.
»Dios, que sostiene pendientes en las hebras impalpables de su voluntad soberana esos mundos espléndidos que giran, como chispas de su inteligencia, sobre esa bóveda infinita y diáfana que parece formada con el aliento de los ángeles.
»¡Eternos como la mirada que los ilumina, esos astros verán alguna vez sobre estas olas la realización de los bellos ensueños de mi mente! Sí. El porvenir de la América está escrito sobre las obras de Dios mismo: es en una magnífica y espléndida alegoría, en que ha revelado los destinos del nuevo mundo el gran poeta de la creación universal.
»Esas inmensas praderas donde brota una flor de cada gota de rocío que cae en ellas.
»Estos ríos inmensos como el mar, que se cruzan como arterias del cuerpo gigantesco de la América, y refrescan por todas partes sus entrañas, abrasadas con el fuego de sus metales.
»Esos espesos bosques donde la salvaje orquesta de la Naturaleza está convidando a la armonía del arte y de la voz humana.
»Esta brisa suave y perfumada que pasa por la frente de estas regiones como el suspiro enamorado del genio protector que las vigila.
»Estas nubes matizadas siempre con los colores más risueños y suaves de la Naturaleza.
»Sí; todos esos magníficos espectáculos son palabras elocuentes del lenguaje figurado de Dios, con que revela el porvenir de estas regiones.
»Las generaciones se suceden en la humanidad, como las olas de este río, inmenso como el mar.
»Cada siglo cae sobre la frente de la humanidad como un torrente aniquilador que se desprende de las manos del tiempo, sentado entre los límites del principio y el fin de la eternidad: se desprende, arrasa, arrebata en su cauce las generaciones, las ideas, los vicios, las grandezas y las virtudes de los hombres, y desciende con ellos al caos eterno de la nada. Pero la creación, esa otra potencia que vive y lucha con el tiempo, va sembrando la vida donde el tiempo acaba de sembrar la muerte.
»Ese torrente indestructible arrebatará de las riberas de este río esta generación amasada con el polvo, la sangre y las lágrimas de ella misma. Vendrá otra, y otra, como las olas que se van sucediendo y desapareciendo a mis ojos.
»Vendrán.
»Cada pueblo tiene su siglo, su destino y su imperio sobre la tierra. Y los pueblos del Plata tendrán al fin su siglo, su destino y su imperio, cuando las promesas de Dios, fijas y escritas en la Naturaleza que nos rodea, brillen sobre la frente de esas generaciones futuras, que verterán una lágrima de compasión por los errores y las desgracias de la mía.
»Sí, tengo fe en el porvenir de mi patria. Pero se necesita que la mano del tiempo haya nivelado con el polvo de donde hemos salido la frente de los que hoy viven.
»Sí; tengo fe; pero fe en tiempos muy lejanos de los nuestros. ¡Patria! ¡Patria! ¡La generación presente no tiene sino el nombre de sus padres!
»¡Y tú, Florencia, ídolo amado de mi corazón; tú, ángel conciliador de mi alma con la vida, de mi corazón con los hombres, de mi destino con mi patria; tú, hebra de luz que me pones en la relación con Dios, extendida desde el cielo al lodo terrenal en que me ahogo; tú, tú eres el único ser de todos los que he visto sobre la tierra a quien quisiera volver a hallar en el cielo, para que nuestras almas volviesen de cuando en cuando, entre los rayos pálidos de la luna, a contemplar la tierra que fue testigo de nuestro amor, como es testigo de tanto desengaño; de tanta virtud mentida; de tanto crimen y miserias reales!»
La luna escondió en este momento su faz de nácar entre los velos de una parda nube, y Daniel inclinó su cabeza sobre el pecho, embriagado en el éxtasis de su espíritu, y cerró sus ojos, arrullado por las olas del poderoso Plata, soñolientas y perezosas bajo el tranquilo e iluminado pabellón del cielo.