Amor, honor y poderAmor, honor y poderPedro Calderón de la BarcaJornada II
Jornada II
Sale el REY, TEOBALDO, LUDOVICO y ENRICO.
TEOBALDO:
La esperanza en el amor
es un dorado veneno,
puñal de hermosuras lleno,
que hiere y mata en rigor.
Es en los dulces engaños
edad de las fantasías,
donde son las horas días,
donde son los meses años,
un martirio del deseo,
y una imaginada gloria,
verdugo de la memoria.
REY:
Basta, Teobaldo, yo creo
que es amando la esperanza,
luz que de noche se ofrece
que desde lejos parece
que a cada paso se alcanza,
cuando engañado de vella
aquel que la va buscando,
piensa que se va ausentando
o que se va huyendo ella.
TEOBALDO:
Pues siendo así que el que espera
muere en el mismo favor,
como tú sabes mejor.
REY:
¡Pluguiera a Dios no supiera!
TEOBALDO:
Mira el tiempo que he vivido
del pensamiento engañado,
de mil deseos burlado
y en mi amor desvanecido.
Llamado desta esperanza,
vine, señor, desde Hungría,
por ver si la suerte mía
tan grande ventura alcanza.
Tú después me has ofrecido
efetuar el concierto
y de la esperanza muerto,
con la esperanza he vivido.
No es bien que más tiempo aguarde
ni de esperar me entretenga,
que bien por presto que venga,
no dejará de ser tarde.
REY:
Que yo he tratado, es verdad,
este casamiento justo
y yo te ofrecí mi gusto,
pero no su voluntad.
A la Infanta dije yo
mi intención y en ella vi,
ni bien concedido el sí,
ni bien declarado el no.
Desta manera han pasado
muchos días y te dan
con favores de galán,
licencias de desposado.
Hoy quiero verla y hablarla
y aunque su obediencia sé,
aconsejarla podré,
pero no podré forzarla.
TEOBALDO:
Pues si tú has de hablarla es vano
el favor que me prometo,
pues te ha de tener respeto
por su rey y por su hermano
y aunque tenga voluntad
ha de negártela a ti,
que fuera el decirte sí
al parecer libertad.
Que la hable, te suplico
de mi parte y con tu intento,
quien sepa mi pensamiento.
REY:
Presente está Ludovico
y Enrico, en los dos advierte,
quien puede hablarla mejor.
Oí decir que no tenía
salud vuestra Majestad
y vine a verle.
REY:
Es verdad,
una gran melancolía
me aflige.
INFANTA:
¡Qué injusta ley!
¿En qué la pena consiste?
¿De que un rey puede estar triste?
REY:
¿No es hombre también el Rey?
¡Ay, hermana, si supieras,
cuando en tus manos me ofrezco,
templar el mal que padezco,
qué fácilmente pudieras!
INFANTA:
¿Pues eso dudas, señor?
Si importa a tu bien mi vida,
mírala a tus pies rendida.
REY:
Retiraos todos; mejor
se remedia mi mortal
pena.
INFANTA:
Contarla procura,
que ningún médico cura
sin informarse del mal.
REY:
Ya sabes, Flérida bella,
que a caza al monte salí,
el día que, despeñada,
para todos fue infeliz.
Donde tú hallaste la vida,
yo la libertad perdí
y mil veces la perdiera,
si la rescatara mil.
Si pretendiera pintarte
lo que en el monte advertí,
fuera contar las estrellas
en el celestial zafir.
No dieran a su hermosura
varias colores matiz,
a tantas orejas tabla,
ni lengua, pincel sutil.
No hubiera en el campo flores,
porque el clavel, su carmín
escureciera en sus labios
bello engaste de marfil.
Quien pintar quisiera al viento,
le pintara en el jazmín.
Azucenas de cinco hojas
eran sus manos y al fin
vi al alba hermosa, vi al sol...
REY:
Pero, ¿qué mucho si vi,
¡ay hermana!, si vi a Estela,
Condesa de Salveric?
Por deidad de aquellos montes
la veneré y la ofrecí
el alma por sacrificio,
que amor hasta hoy es gentil.
Llegué a hablarla, tan turbado,
que yo pude presumir
que era mudo y que los ojos
sin duda hablaron por mí.
Pero no los entendió,
que su lenguaje sutil
no le sabe, hermana, hablar,
quien no le sabe sentir.
A su padre y a su hermano
cargos y oficios les di
porque a la corte vinieran,
mas poco importa el venir,
pues después que en ella vive
mas crüel, sin advertir
en mi poder, me desprecia,
tiranamente feliz.
En su cuarto entré de noche,
sin temer, sin advertir,
ni rigor, ni honor, mas fue
mi atrevimiento infeliz.
No tengo lugar de hablarla
y pues hoy ha de venir
a verte, dile las penas
que por su causa sentí.
Que yo turbado y rendido,
solo te sabré decir,
que al principio de mi amor
estoy de mi vida al fin.
INFANTA:
Agradecida te escucho
y pues te fías de mí,
aunque ignorante de amor,
en él te quiero servir,
dando a tu tristeza causa.
Baja esta tarde al jardín
y escóndete entre la fuente
de Venus, donde el buril
quiso, dando al mármol alma,
los pinceles descubrir
y escondido en la belleza
de la pared del jazmín,
al descuido, con Estela,
yo pasaré por allí
y la dejaré en la fuente.
Tú entonces podrás salir
y hablarla, que si te oye,
tendrá lástima de ti;
porque a lágrimas de amor,
¿quién se podrá resistir?
REY:
¿Qué divino entendimiento
iguala al tuyo sutil?
Déjame besar tus manos,
tuyo he de ser hoy por ti.
Vivo, tú me das la vida.
Quédate Flérida aquí
mientras a la fuente voy,
no demos que presumir
a su hermano si hoy me vengo,
poco importa prevenir
la industria contra la fuerza,
también hay industria en mí,
porque contra el honor
no hay poder, industria sí. (Vase.)
TEOBALDO:
Hoy, Flérida, si pudiera
hacer lengua el corazón,
mejor mi pena dijera,
si ya sus alas no son
a tantos rayos de cera,
que si al mismo sol te igualas
casta Venus, bella Palas,
de esperanza y favor falto,
quien ha de volar tan alto,
forzoso es prevenir alas.
En mí un esclavo tenéis,
de quien servida seréis,
si yo os merezco.
INFANTA:
Mirad,
que se va su Majestad.
TEOBALDO:
¿Y aqueso me respondéis?
Pero no ha sido en mi daño
el fin de tan dulce engaño,
tu desprecio no es rigor,
que ya merece un favor,
quien alcanza un desengaño. (Vase.)
INFANTA:
[Aparte.]
Remedio me pide a mí
mi hermano y yo le doy medio
a sus desdichas aquí,
que es muy propio el dar remedio,
quien no le halla para sí.
Aquí Enrico se ha quedado,
¡quién pudiera hablarle, quién
manifestarle un cuidado
y revelarle también
celos que a mi amor ha dado!
ENRICO:
¡Qué miro! Ya el Rey se ha ido
y yo en mis dulces antojos
he quedado divertido,
que puesta el alma en los ojos
son imanes del sentido.
Mal hago en quejarme ansí,
pues no es razón que se sientan
mis deseos, ¡ay de mí!
Mas ellos de mí se ausentan
y ellos me tienen aquí.
Amor, ¡tanto os atrevéis!,
desta suerte os venceréis.
INFANTA:
Espera Enrico.
ENRICO:
Mirad,
que se va su Majestad.
INFANTA:
¿Y aqueso me respondéis?
ENRICO:
Yo, señora, he respondido
lo que...
INFANTA:
Ya tengo entendido.
ENRICO:
[Aparte.]
No tengo esperanza ya.
INFANTA:
No se va; que ya se ha ido.
Y supuesto que llegáis
agora a buena ocasión,
quiero que me deshagáis,
Enrico, una confusión
que a todo Palacio dais.
Mis damas han reparado,
en que sois siempre el primero,
que con más firme cuidado
os mostráis en el terrero.
Mas galán y enamorado
siempre divertido os ven
y en las acciones mostráis
efetos de querer bien
y como no os declaráis,
desean saber a quién.
No se os conocen colores,
nunca pretendéis lugar,
siempre publicáis rigores,
solo salís a danzar,
a nadie pedís favores.
Todas quisieran que fuera
quien el secreto supiera,
bien podéis decirme quién,
que si yo quisiera bien,
desta suerte lo dijera.
ENRICO:
Al sol, con vanos antojos
y con arrogancia loca,
ofrecí el alma en despojos,
que no negará la boca,
ambicioso de mi bien,
hasta el cielo me atreví.
Verdad es que quiero bien,
pero qué fuera de mí
si tú supieras a quién.
No lo diré, que si fuera
posible que el mundo hallara
otro yo no lo dijera,
que aun a mí me lo negara,
porque yo no lo supiera.
El que satisfecho adora,
contando su mal mejora,
porque algún placer alcanza.
Quien quiere sin esperanza,
presto el desengaño llora.
Si yo te quisiera a ti,
pongo al caso, y lo dijera,
¿no te ofendieras de mí
y en aquel punto perdiera
lo que estoy gozando aquí?
ENRICO:
Pues no he de buscar mi daño,
sino vivir con mi engaño.
Yo he de morir y callar,
porque más quiero esperar
la muerte que un desengaño.
Callando el alma, procura
una gloria tan segura.
Pero agora solo siento
mi pequeño atrevimiento,
no mi pequeña ventura.
Pues si yo dijera aquí
esta desdicha importuna,
dos culpas hubiera en mí,
el decirlo fuera una
y otra el decírtelo a ti.
Pues cuando supiera ella
tanto querer, tanto amar,
siendo tercera tan bella,
pienso que fuera buscar
con todo el sol una estrella.
INFANTA:
Mal a estos tiempos conviene
tanto amoroso rigor,
pues el galán que a ellos viene,
no solo dice amor,
pero dice el que no tiene.
No digo que os declaréis,
pero que no la neguéis,
si es la dama que sospecho.
ENRICO:
Yo lo diré, satisfecho
de que no la nombraréis.
INFANTA:
¿Es Belisarda?
ENRICO:
No es ella,
ni de sus luces centella.
INFANTA:
¿Y Celia?
ENRICO:
Es más su hermosura.
INFANTA:
¿Es Jacinta por ventura?
ENRICO:
Es más discreta y más bella.
INFANTA:
¿Es Flora o Laura?
ENRICO:
¡Por Dios!,
no es ninguna de las dos.
INFANTA:
¿Es Arminda?
ENRICO:
No os canséis,
porque no la nombraréis,
sino es que os nombréis a vós;
que entonces, aunque sería
tan grande mi atrevimiento,
presumo que él se diría
y no por el sentimiento,
sino por la cortesía.
INFANTA:
Yo quiero hacer un favor
a quien también sabe amar.
Tomad, Enrico, esta flor,
con ella habéis de enseñar
a quien tenéis tanto amor,
con aquesta seña bella
vuestro dueño me diréis,
porque en quien llegare a vella
es señal que la queréis.
ENRICO:
Pues vós os quedad con ella,
que si tanta gloria gano
y aquesa rosa me obliga
para que mi dueño diga,
muy bien está en vuestra mano.
No la quiero, por hüir
la ocasión que viene a vella.
En vuestra mano ha de ir,
que si ha de volver a ella
mejor será no salir.
Porque si yo os la volviera
después de haberla tomado,
grande atrevimiento fuera
pues con habérosla dado,
quien es mi dueño dijera.
Si tan desdichado soy
que de aquesto os ofendéis,
disculpado en todo estoy
pues vós la rosa tenéis,
que yo mismo no os la doy.
INFANTA:
Tomad la rosa, por ver
a quién la vais a ofrecer.
ENRICO:
Pues no os habéis de ir,
que ya lo quiero decir.
INFANTA:
Ya no lo quiero saber. (Vase.)
ENRICO:
Oye, Flérida, ya es ida.
Ya me determino tarde,
la ocasión perdí y la vida.
Mas ¡qué propio es del cobarde
llorar la ocasión perdida!
Si en ventura tan segura
el tiempo y lugar me sobran,
ni los pierdo, ¿qué procura
mi amor, si nunca se cobran,
tiempo, lugar y ventura?
¿No estaba, Flérida, aquí?
¿Y ella no me preguntó
a quién adoraba? Sí.
¿Pues de qué me quejo,
si yo la ocasión perdí?
Ninguno tan necio ha sido,
que para haberla perdido
la ocasión ha procurado,
que para haberla gozado
muchos hay que la han tenido.
Vuelve, Flérida y sabrás
de mi amor las penas fieras;
mas dígolas si te vas,
y pienso, que si volvieras
no acertará a decir más.
Mira lo que me has debido,
yo solo amando he callado,
yo solo amando he sufrido,
que amar, muchos han amado,
pero pocos han sabido.
Toma tú la rosa bella
que en tus manos está bien,
vuelve a tu cielo esta estrella.
Tú eres a quien quiero bien,
pues mi amor digo con ello.
Mas ¿qué es esto?, ¡hay tal locura!
Mis penas la digo, cuando
no las oye a su hermosura.
Muera quien no sabe amando
gozar de la coyuntura.
(Sale TOSCO villano con capa y calza.)
TOSCO:
¿No es Enrico aquel que está
hablando consigo? Sí,
señor.
ENRICO:
¿Cómo entraste aquí?
TOSCO:
Todos estamos acá,
por Dios hasta acá me he entrado,
a pesar de los porteros,
de las bardas y albarderos.
ENRICO:
¿Y hasta el jardín has llegado?
¿Pues qué tengo de decir,
si te ven adónde estás?
TOSCO:
¿Pueden obligarme a más
de que me vuelva a salir?
Pasé por los aposentos
que estaban todos vestidos,
tan galanes, tan pulidos,
que el verlos daba contento
y de imaginarlo alegra.
ENRICO:
Salte del jardín, acaba.
TOSCO:
En uno vi un reis que estaba
habrando con una negra,
que el que a la puerta está,
dijo: «Estos tapices son
la historia del rey Salomón,
y la reina que se va».
ENRICO:
Sabá y Salomón.
TOSCO:
No es justo
tener tal conversación,
dije, y el reis Salmerón
tiene muy bellaco gusto.
ENRICO:
¡Hay ignorancia mayor!
TOSCO:
Mire, estaba el Rey sentado
y vestida de brocado
toda la Reina, señor,
y cuando a mirar me pongo
un rey de aquella manera,
le pregunté, que si era
aquel rey de Monicongo.
Él dijo: «Rey es también»,
aunque al revés lo decía,
del fin del Ave María.
ENRICO:
¿Cómo?
TOSCO:
De Jesús, amén.
ENRICO:
De Jerusalén dirás.
TOSCO:
¡Bueno es aqueso, pardiez!
¿Es mucho errarse una vez?
Pero en el jardín vi más.
ENRICO:
Vete de aquí.
TOSCO:
He de decillo
y en diciéndolo me iré,
en una huente miré
una fulana de ovillo.
ENRICO:
Fábula de Ovidio.
TOSCO:
Sí,
fábula de olvido era,
y pasó desta manera.
ENRICO:
[Aparte.]
Diviértete amor ansí,
suspende tanto pesar.
TOSCO:
Yo le dije al hortelano:
«Contadme lo que es, hermano,
que yo os lo quiero pagar».
Él dijo: «De buena gana
destos dos que miras son
la historia del rey Antón,
y de la Diosa doña Ana».
ENRICO:
La diosa Diana diría,
y el rey Anteón.
TOSCO:
¡Pardiez!
¿Es mucho errarse una vez?
Eso o esotro sería.
ENRICO:
El Rey es este.
TOSCO:
¡Ay de mí!
ENRICO:
Hoy has de echarme a perder.
TOSCO:
¿Qué es lo que tengo de her?
ENRICO:
Escóndete, Tosco, allí
y mira que no te vea.
TOSCO:
Eso de ver o no ver
él es el que lo ha de hacer.
(Salen LUDOVICO y el REY.)
LUDOVICO:
[Aparte.]
¿Quién hay que tu intento crea?
REY:
Alguna esperanza gano.
¿Enrico?
ENRICO:
A tus pies estoy.
REY:
[Aparte.]
¡Que a ninguna parte voy,
donde no tope este hermano!
LUDOVICO:
¿Qué harás?
REY:
Echarle de aquí.
LUDOVICO:
Será darle más sospechas.
REY:
Causa habrá.
LUDOVICO:
¡Bien te aprovechas
de la lición que te di!
REY:
Enrico, mucho me he holgado
de hallarte agora.
ENRICO:
Señor,
¿en qué te sirvo?
REY:
Mi amor
parece que te ha llamado.
ENRICO:
El mío me trajo aquí. [Aparte.]
Bien digo, amor me obligó.
REY:
[Aparte.]
Bien digo, amor te llamó
para apartarte de mí.
ENRICO:
¿Qué me mandas?
REY:
Hoy confío
de tu cordura un secreto
y de mi gusto el efecto,
de tu entendimiento fío.
Teobaldo y la Infanta agora,
la ocasión has de notar.
ENRICO:
¿En fin, él se ha de casar
con la Reina mi señora?
REY:
Tratado está el casamiento
y no efectuado en rigor.
ENRICO:
¿Y será cierto, señor,
el fin de tan justo intento?
REY:
Yo tuviera gusto en esto
y pienso que le tendrá.
ENRICO:
Sí, ¿mas sabes si se hará
el casamiento tan presto?
REY:
Si me dejases decir,
el preguntar te excusara.
ENRICO:
Yo también, señor, callara,
si me dejaras sentir.
REY:
Por quitarte la ocasión
de tantas preguntas fieras,
quise, Enrico, que supieras
de la Infanta la intención.
Ve a hablarla y dila el intento,
que para aquesto me obliga,
que su voluntad te diga,
su gusto y su pensamiento,
que solo su gusto sigo
en lo que quiero intentar
y que si se ha de casar,
que me responda, contigo.
Tú con aquesto sabrás
el fin de lo que procuro
y yo estaré más seguro
que no lo preguntarás.
ENRICO:
Bien el intento has fiado,
señor, de mi amor fiel,
porque ninguno más que él
el saberlo ha deseado.
Y ansí de la lealtad mía
solo se puede fiar,
que era solo preguntar
lo mismo que yo sabía;
y como al alma le toca,
como tan propio tu gusto,
por no preguntarlo, es justo
que lo sepa de su boca.
Yo iré a saberlo y me obligo
ser feliz, si al preguntar
si se pretende casar,
te respondiere conmigo. (Vase.)
REY:
¿Fuese ya?
LUDOVICO:
Sí, ya se ha ido.
Bien le supiste engañar.
REY:
Vete, que aquí he de esperar
en esta fuente escondido.
LUDOVICO:
Mira...
REY:
Ya mi gusto es ley
y no hay temor que me asombre.
Mas ¡qué miro! ¿No es un hombre?
TOSCO:
[Aparte.]
Mírame de zaino el Rey.
REY:
¿Quién eres?
TOSCO:
Tosco, señor.
REY:
¿Y el nombre?
TOSCO:
Tosco.
REY:
¿Qué quieres?
TOSCO:
Quiero lo que tú quisieres.
REY:
¡Traidor!
TOSCO:
Só Tosco traidor.
REY:
¿Qué haces?
TOSCO:
[Aparte.]
(¡Muerto só! ¡Ay de mí!)
Irme, que a esto he venido.
REY:
¿Y por qué te has escondido?
¿Cómo aquí entraste?
TOSCO:
Hoy vi
el palacio y engañado
de los ojos he venido
hasta aquí, y me he escondido,
porque mi amo me ha mandado
que me escondiera de ti
y fue porque no me vieras
con aquestas pedorretas.
REY:
¿Quién es tu amo?
TOSCO:
[Aparte.]
(¡Ay de mí!
¡Solo en verle me desmayo!)
Enrico, que allá, señor,
era Tosco labrador,
y acá só Tosco lacayo.
¿No me ve que no me tapa
esta capa la calcilla?
Si otro es capa de capilla,
esta es capilla de capa.
Y siempre tan cortés hue
que a ninguna se igualó,
pues aunque me siente yo,
ella se me queda en pie.
REY:
¿De Enrico eres?
TOSCO:
Lo seré,
si no te disgustas desto.
REY:
¿Dónde está Estela?
TOSCO:
Muy presto
con la respuesta vendré.
REY:
No te has de ir sin que me digas
en que está agora ocupada.
TOSCO:
Diré lo sin faltar nada,
que eres rey y a mucho obrigas.
Estela es coja y mulata,
aunque tan branca la ves,
zurda y tuerta, porque es
el ojo izquierdo de prata.
Seis dedos en una mano
tiene y con tormento eterno,
sabañones el invierno
y suda mucho el verano.
Una sarna la acompaña,
tanto, que nunca la deja,
y aunque aquesta es tacha vieja,
tiene una potra tamaña.
Los dientes, aunque esto pasa,
señor, como cosa poca,
son vecinos de su boca,
que se mudan a otra casa.
TOSCO:
Estar trópica no es nada,
teniendo tan gran barriga,
que no hay nadie que no diga:
«Doña Estela está preñada».
Levanta una costilla
hacia la mano derecha,
aunque poco le aprovecha
ponerse una almohadilla,
con que llevará una cruz,
pues queda sin cabellera
que parece la mollera
el huevo de un avestruz.
Y cuando por su trabajo
el moño se está poniendo,
pienso que le está diciendo
el cabello que está abajo:
«Tú que me miras a mí
mártir de rizado aseo,
no te caigas, tente en ti,
que cual tú te ves me vi,
veraste como me veo».
Y con esto, si me das
licencia, me quiero ir,
que yo volveré a decir
cuatrocientas cosas más.
REY:
Vete, que ya el alba hermosa,
entre azucenas y lirios,
baja a dar vida a las flores
coronada de jacintos.
Diosa de amor, Venus bella,
si con mis quejas te obligo,
por amante me socorre,
ayúdame por rendido,
escóndeme entre tus jaspes
y acuérdate cuando hizo
trofeos a tu hermosura,
bello Adonis, Marte altivo. (Escóndese el REY entre los ramos.) (Sale la INFANTA y ESTELA.)
INFANTA:
¿Qué te parece el jardín?
ESTELA:
Que adelantarse en él quiso
el arte a lo natural,
a lo propio el artificio.
¡Qué hermosamente se ofrece
a la vista un laberinto
de rosas, donde confuso
vario se pierde el sentido!
¡Qué bien cruzan en las flores
los arroyos cristalinos,
que a las galas del abril
son guarniciones de vidrio!
Cuando de las fuentes bajan
hacen verdes pasadizos
de los cuadros, siendo espejo
de esmeraldas guarnecidos.
A Diana en esta fuente
me parece que la miro,
bañándose en los cristales
de su perfección testigos.
Y cuando inquietas las ondas
de su movimiento miro,
imaginándola viva,
que ella las mueve imagino.
Tan vivo el mármol parece
que si ya no se ha movido,
pienso que es porque en las ondas
se está contemplando él mismo.
INFANTA:
No es la mejor esta fuente,
aunque el cincel peregrino
se esmeró en su perfección.
ESTELA:
Como nunca la había visto...
INFANTA:
Vesme tan de tarde en tarde...
ESTELA:
Que disculpes te suplico,
esta culpa, si la tengo.
INFANTA:
Ven poco a poco conmigo
hacia la fuente de Venus.
ESTELA:
Los ojos tan divertidos
están en la variedad
de la belleza que admiro,
que en cada cuadro quisiera
entretenerme. El rüido
desta fuente me llevó
el alma tras el oído.
INFANTA:
Parece melancolía.
ESTELA:
Triste estoy.
INFANTA:
Ese es indicio
de amor. ¿Quieres bien, Estela?
Bien puedes hablar conmigo.
ESTELA:
Dijéralo a ser verdad,
mas ni quiero, ni he querido
bien en mi vida.
INFANTA:
¡Ay Estela!
¡Tan neciamente has vivido!
Ven a la fuente de Venus,
quizá viendo su artificio,
te obligará a querer bien
un Adonis escondido.
REY:
[Aparte.]
Ya Estela llega la fuente
y yo trabado imagino
varias máquinas, mas luego
unas con otras olvido.
(Sale ENRICO y dice.)
ENRICO:
[Aparte.]
(Si mis labios, si mis ojos,
con lágrimas y suspiros
no doblan la esfera al viento
y no hacen mares los ríos,
poco sentimiento tengo,
poco mi mal significo.
Mas mi sentimiento es tanto,
que me deja sin sentido.
¡Ay, Flérida! ¿Yo he de ser
quien oiga de ti, yo mismo,
la sentencia de tu boca?
¿Cuándo en el mundo se ha visto
al inocente culpado
dar sentencia sin delito?
Mas es por darme en tu boca
disimulado el castigo.)
Buscando te vengo.
REY:
[Aparte.]
¡Ay cielos!
Al paso le salió Enrico.
Con lo que pensé ausentarle
es la causa con que vino.
ENRICO:
Escucha.
INFANTA:
[Aparte.]
¡Ay de mí! ¿Si acaso
este mi amor ha entendido
y se declarase agora
estando el Rey escondido?
ENRICO:
Si no te han dicho mis ojos,
Flérida, si no te han dicho
mi turbación lo que veo...
INFANTA:
[Aparte.]
Él se declara conmigo.
ENRICO:
Escúchame atento un rato.
El Rey...
ESTELA:
[Aparte.]
¡Ay cielo divino!
Por el Rey turbado empieza.
¿Qué puede haber sucedido?
ENRICO:
El Rey trata de casarte
y por honrarme a mí, quiso, [Aparte.]
(o por matarme), que yo
te diese el dichoso aviso.
Díjome que yo supiese
de ti tu gusto. [Aparte.] Que impío
el cielo quiere que sea
de mis desdichas testigo.
INFANTA:
([Aparte.]
Él se declara, ¿qué haré?
Si donde está el Rey le digo,
será darle más sospechas
y es fuerza atajarle.) Enrico,
si el Rey pretende casarme...
ENRICO:
Óyeme.
INFANTA:
Ya te entendido.
Dirasle al Rey que no tengo
más gusto que su albedrío.
ENRICO:
¿Eso respondes? ¡Ay cielos!
¡Cómo no pierdo el sentido!
¿Y sabes ya que es Teobaldo
el que te dan por marido?
INFANTA:
Ya lo sé.
ENRICO:
Pues ya, señora,
del Rey el recado he dicho
y soy otro del que era,
escucha un recado mío.
Esta flor...
INFANTA:
[Aparte.]
( El Rey lo escucha,
¿qué he de hacer?)
Vente conmigo,
Enrico, si hablarme quieres.
ENRICO:
Pues, Estela, yo te pido,
por ser negocio que importa,
te quedes aquí.
ESTELA:
En el rico
adorno de aquesta fuente,
que con bellos artificios
de cristal riega las rosas
de esmeraldas guarnecidas,
me hallarás entretenida.
REY:
[Aparte.]
Ninguna cosa he entendido,
sino rey y casamiento,
que la está hablando imagino
en lo que yo le mandé.
Mas ya con discreto aviso
se va apartando la Infanta
llevándole divertido,
y deja a Estela. ¡Qué ingenio
iguala al suyo divino!
INFANTA:
Aquí me puedes hablar
que estamos solos.
ENRICO:
Pues digo
que esta flor, a quien abril
dio color, aunque marchito
con el fuego de mis ojos
y el llanto de mis suspiros,
es tuya y será razón,
que prenda que tuya ha sido
solamente la merezca
quien es de tu mano digno.
Dala a Teobaldo, que yo
no soy tan desvanecido
que me juzgue digno della.
Y pues de tu boca he oído
que quieres casarte, toma
la flor, en cuyos hechizos
el alma bebió el veneno
que ha de quitarme el juicio.
INFANTA:
Esta flor te di, es verdad,
por señas de que ella ha sido
quien claramente mi agravio
y tu atrevimiento ha dicho.
¿No te dije que la dieras
a aquella en cuyo servicio
te mostrabas tan amante?
Pues ¿cómo te has atrevido
a dármela a mí, si della
tu atrevimiento adivino?
Si había de verla en tu dama,
¿cómo en mis manos la miro?
¡Qué buena ocasión te ha dado
el casamiento fingido
para volvérmela!
ENRICO:
Mira,
señora, que nada finjo.
INFANTA:
¿Tú me dices que me quieres?
ENRICO:
Yo, Flérida, no lo digo.
Pero si ansí lo entendiste,
señora, lo dicho dicho. (Vanse.)
REY:
[Aparte.]
Ya se perdieron de vista.
¡Oh qué bien la Infanta hizo
en apartarle de aquí!
ESTELA:
Sobre molduras y frisos
hermosas basas se asientan
de mármol y jaspes lisos. ([Aparte.]
Allí entre aquellos laureles
parece que hacen ruido
y es el Rey, que por las redes
de los jazmines le he visto.
Disimular me conviene
y pues me escucha ofendido,
direle mi sentimiento,
como que a Venus le digo.)
Hermosa madre de amor,
que aun entre mármoles fríos
gozas de Adonis los brazos,
con tantos nudos lascivos.
Dile, que ese niño Dios,
si te obedece por hijo,
que yo sola, a su pesar,
de sus engaños me libro.
Porque si fuera posible,
que me quisiera el Rey mismo,
si el Rey quisiera intentar
cosa contra el honor mío,
que no es posible que ofenda
al honor más claro y limpio.
Al mismo Rey le dijera,
que en más que su Reino estimo,
y más que el mundo, mi honor.
(Sale el REY.)
REY:
[Aparte.]
(Parece que habla conmigo,
ya no parece la Infanta.)
Si a un mármol helado y frío
cuentas tus males, escucha
pues eres mármol, los míos.
Escucha, Estela, mis quejas,
no diga el amor que has sido
tú conmigo más ingrata,
que lo es un mármol contigo.
¿No tienen amor las flores?
¿No es este cárdeno lirio
el que en las selvas de Arcadia
fue enamorado Jacinto?
¿No es eclipse esta flor del sol,
y este ciprés Cipariso?
¿No es Adonis esta planta,
y este narciso, Narciso?
Pues si en la tierra las flores,
si los peces en los ríos
aman, ¿para qué te precias
de libre con pecho altivo?
Mira que es en el soberbio
siempre mayor el castigo.
ESTELA:
Porque de mí no se queje,
ni culpe el intento mío,
Vuestra Majestad, señor,
que me escuche le suplico.
REY:
Si es culparme ya bastan tus enojos.
No culpes tú mi amor, culpa tus ojos,
ellos la caüsa han sido,
solo por adorallos me he perdido.
ESTELA:
Si Vuestra Majestad verme quería,
¿por qué más descubierto no venía?
No se encubriera, si mi amor buscara,
que nunca el que hizo bien huye la cara,
que ningún bien ha habido,
que no guste de ser agradecido.
REY:
Tu gusto solo es, [Aparte.] (¡qué blanca mano!),
Estela, el que deseo.
ESTELA:
Suelta la mano.
REY:
Si en mis labios veo
su nieve hermosa y bella.
ESTELA:
Suelta.
REY:
Tápame con ella
la boca y callaré. (Sale ENRICO.)
ENRICO:
Fuese ofendida,
Flérida bella y yo quedé sin vida.
Y si alguna tuviera,
pienso que en este instante la perdiera.
¿Qué es lo que miro? ¡Cielos!
¿Si en los celos de amor da el honor celos?
Pero erraron los labios,
que estos ya no son celos, sino agravios.
ESTELA:
Suelta, suelta la mano,
que viene, ¡ay de mí triste!, allí mi hermano.
REY:
Mal mi pena resisto.
ENRICO:
[Aparte.]
¡Oh quién no hubiera visto
su agravio! Mas si es grave
infamia en el honor, ¿quién no la sabe?
pues tan injustamente
culpa el mundo también al inocente.
¡Tirana ley!, doblada infamia hallara,
si, mirando mi agravio, me tornara.
ESTELA:
Tu Majestad se esconda.
REY:
Yo no puedo,
amor pudo esconderme, mas no el miedo.
ESTELA:
Escóndete por mí.
REY:
Solo pudiera.
ese ruego alcanzar que me escondiera. (Escóndese.)
ENRICO:
[Aparte.]
(El Rey se ha retirado,
confesose culpado,
ya que de la razón la füerza hallo,
pues teme el Rey a tan leal vasallo.
¿Que el Rey, que el Rey ha sido?
Otro no fuera. Pero ¿soy marido?
Sí, que no está casada,
corte la lengua donde no la espada.)
Hermana, ¿qué miras en estas fuentes,
con tantos artificios diferentes,
mármores y figuras?
ESTELA:
Estaba contemplando sus pinturas.
ENRICO:
Es propio de los Reyes
estas grandezas tales.
Bultos hay que parecen naturales,
uno vi, que quisiera...
Mas no quisiera nada. [Aparte.] (¡Mal resisto!)
Yo pienso, hermana, que el mejor no has visto,
llega y verasle.
ESTELA:
[Aparte.]
¡Ay cielos! Él se atreve
a descubrir al Rey y él no se mueve.
ENRICO:
Este es del Rey tan natural retrato
que siempre que su imagen considero,
llego a verle quitándome el sombrero
con la rodilla en tierra.
Y si el Rey me ofendiera,
de suerte que en la honra me tocara,
viniera a este retrato y me quejara
y entonces le dijera,
que tan cristianos reyes,
no han de romper el límite a las leyes,
que miraste que tiene sus Estados,
quizá por mis mayores conservados,
con tu sangre adquiridos,
también ganados, como defendidos.
REY:
¡Qué arrogante y soberbio atrevimiento!
Ya a mi cólera falta sufrimiento. (Sale TEOBALDO y LUDOVICO.)
TEOBALDO:
Aquí está el Rey.
LUDOVICO:
[Aparte.]
¡Ay cielos!
Vengo a morir donde me matan celos.
ENRICO:
Aqueste atrevimiento tuyo ha sido.
REY:
Fuiste desvergonzado y atrevido. (Dale un bofetón.)
ENRICO:
Ofenderme pudiste, no afrentarme
y pues en ti no puedo,
que eres mi rey, vengarme,
satisfaré mi ofensa en los testigos.
TEOBALDO:
Todos somos, Enrico, tus amigos. (Saca la espada y hiere a TEOBALDO.)
¡Oye Enrico! ¡Ay de mí triste!
ENRICO:
¡Muere, infeliz, pues mi desdicha viste!
REY:
¿Tú para mí la espada?
ENRICO:
Rendida está a tus plantas y arrojada,
no quiera el cielo que en tu ofensa sea,
ni que infame se vea
con tu sangre manchada.
Si ofenderme pudieras,
mi agravio hubiera sido
solamente el haberme defendido.
Un rayo he sido de arrogancia lleno,
que en mi rostro causó tu mano el trueno
y respondiendo el fuego de mi pecho,
le dejé en otra muerte satisfecho.
Un arcabuz, cuando la llama toca,
el fuego le responde por la boca.
Diste a mi rostro el fuego
y rebentó por los sentidos luego.
No puede, aunque bárbaro, inhumano
detuviese la mano.
Mas ya que tales mis desdichas fueron,
pude hacer atrevido
que no las digan ya los que las vieron,
que si la sangre lava
esta desdicha brava,
eres mi rey, no puede con la tuya,
y fue fuerza lavarla con la suya.
No puedes afrentarme y esto ha sido,
señor, haberme dado
más honor. Que si haberle defendido,
a ejecución tan bárbara obligado,
ninguno mi desdicha habrá sabido
que no sepa primero por qué ha sido
y que aquesto me obliga a ser honrado.
(Sale el CONDE.)
CONDE:
¿Quién a Teobaldo hirió, señor? ¿Qué es esto?
¿Pues Vuestra Majestad tan descompuesto,
con la mano en la espada
y la de Enrico, ¡ay cielos!,
toda ensangrentada?
REY:
Enrico hirió a Teobaldo.
Sustanciad el delito y castigadlo. (Vase.)
CONDE:
Pues Enrico, ¿qué es esto?
ENRICO:
Es la desdicha en que el honor me ha puesto.
CONDE:
Yo, Enrico, he de prenderte.
ENRICO:
Piadoso juez serás en darme muerte.
CONDE:
No he de saber qué ha sido ni ha pasado,
que no quiero escucharte apasionado.
Ven preso.