Amor, pleito y desafíoAmor, pleito y desafíoFélix Lope de Vega y CarpioActo II
Acto II
Salen don Juan de PADILLA
y MARTÍN, de camino
PADILLA:
¿Hay cosa como llegar
después de ausencia, Martín,
donde un hombre quiere?
MARTÍN:
En fin,
no queda que desear;
el que sale de la mar,
de la guerra aborrecida,
o cautivo en triste vida,
como lleguen a su casa,
cuanto pasaron se pasa,
todo con el fin se olvida.
Compone un libro el que sabe,
y en el fin descansa y pide
fama, porque no se olvide
ni alguna envidia se alabe;
descansa de noche el grave
de oír tanta variedad
de negocios, sin verdad:
hasta el mar la furia amansa,
y aun el que es necio descansa
después de una necedad.
PADILLA:
Y lo será si porfía,
Descanso, el que hablare en vos,
cuando yo veo que Dios
descansó el séptimo día
de aquella dulce armonía
de elementos y de cielos.
A los humanos desvelos
doy el fin por bien mayor,
y más en quien tiene amor
y descansa de sus celos;
¿qué filósofo no habló
del fin soberanamente?
En fin, quien ama no siente
lo que amando padeció.
Llego al fin.
MARTÍN:
Y llamo yo;
pero ya te ha visto quien
es mi decanso también.
PADILLA:
Bien haya lo padecido,
que quien el mal no ha sufrido,
Martín, no merece el bien.
Sale LEONOR, triste
PADILLA:
Aurora del sol que adoro,
Iris de hermosos colores,
Mercurio de mis amores
y llave de mi tesoro,
luz, diamante, perlas, oro,
de aquel cielo de belleza
¿cómo con tanta tristeza
abres puerta a mi alegría?
¿Son, por dicha, Leonor mía,
efectos de mi pobreza?
Toma este anillo, que yo
en su círculo quisiera
que todo el mundo estuviera.
LEONOR:
No son intereses, no;
a quien tu bien intentó
no le mueve el interés.
PADILLA:
Pues, mi bien, dime lo que es.
¿Falta salud a mi esposa?
LEONOR:
Sí falta, aunque es otra cosa.
PADILLA:
Habla, y mátame después.
LEONOR:
Tu esposa está desposada.
PADILLA:
No he dado a nadie poder.
LEONOR:
El poder lo pudo hacer.
PADILLA:
Conmigo está disculpada.
LEONOR:
De don Álvaro forzada,
le dio a don Juan de Aragón
la mano.
PADILLA:
Si engaños son,
para templarnos el bien,
ofender suelen también
el bien de la posesión.
LEONOR:
Cuando pediste que hablase
al rey, para sí pidió
a Beatriz, y el rey mandó
que con ella se casase.
PADILLA:
¡Que aquesto en el mundo pase!
LEONOR:
Resistió, lloró, tomó
testigos que la forzó.
PADILLA:
¿Gozóla? ¡Responde presto,
que sólo consiste en esto
que muera o que viva yo!
Mas no respondas, detente;
viva hasta verla no más,
que después me matarás.
LEONOR:
¿Qué es gozar, ni que él lo intente?
Antes se fue brevemente,
viendo su mucha aspereza.
PADILLA:
¡Alma, dejad la tristeza,
que aun hay tiempo de morir!
LEONOR:
Seguro puedes vivir,
Padilla, de su firmeza:
a acompañar al rey fue.
PADILLA:
Es verdad, que allá le vi.
¿Y podré verla?
LEONOR:
No y sí;
hasta que más sola esté;
que aunque es casamiento, en fe
de que ha de ser tuya vienen
mil damas que la entretienen
con parabienes injustos,
porque nunca los disgustos
alegres visitas tienen.
Ellas vienen de colores
y ella, de negro vestida,
hace exequias a su vida
en honra de tus amores.
MARTÍN:
Señor, ¿qué haces? No llores.
¿Tú eres aquel gran Padilla
que puso asombro a Sevilla,
venciendo en Benamarín
tantos moros?
PADILLA:
¡Ay Martín!
¿Verme ansí te maravilla?
¿Arrojo yo por ventura
sombrero, capa y espada,
estando el alma obligada
a tan forzosa locura?
¡Vive Dios!
MARTÍN:
Señor, procura
componerte brevemente,
que sale de adentro gente.
PADILLA:
Dile al alma esa razón,
que mis sentidos no son
quien sabe si soy quien siente.
Sale doña ANA
ANA:
¿Don Juan de Padilla vino?
Sí, que allí está; pues ¿qué aguardo?
Dadme, capitán gallardo,
los brazos.
PADILLA:
¡Qué desatino!
Que eres mi muerte imagino;
espero a Beatriz aquí,
a quien cuando yo me fui
dejé con tan tiernos lazos,
y sale a darme los brazos
lo que más aborrecí.
¿Qué es esto? ¡Furia del cielo!
¿Soy demonio? ¿Qué soy yo?
Espero al sol, y salió
toda una noche de hielo.
¿Cuál labrador sin recelo
de áspid, en él escondido,
puso la mano en el nido,
donde dejó ruiseñores,
como yo, que dejé amores
y vine a topar olvido?
¿Cuál deudor, que huyó sutil,
en los acreedores dio?
¿Qué reo al alcalde vio?
¿Qué ladrón al alguacil?
¿Cuál hombre cobarde y vil
al valiente y arrogante?
¿Cuál, siendo en todo ignorante,
dio en el sabio y el discreto
como yo, pues en efeto
tengo a doña Ana delante?
¡Válame Dios! ¿Esto más?
ANA:
¿Qué es esto que estás diciendo?
PADILLA:
Digo que vine creyendo
que viera donde tú estás
un ángel.
ANA:
Sí le verás;
pero con menos rigo;
que a nadie obliga el amor
a que sea descortés.
Mira, don Juan, que esto es
más infamia que valor.
PADILLA:
Perdona, que estoy sin mí.
ANA:
También yo pensé que viera
un hombre en ti que me diera
los brazos que le pedí;
y un hombre inorante vi,
un descortés, que se enfada
de una mujer lastimada;
pues donde por maravilla
pensé que hallara un Padilla,
vine a topar una espada.
MARTÍN:
Señora, tienes razón,
mas don Juan está de modo
que has de perdonarlo todo,
o faltarte discreción.
ANA:
Beatriz viene, y callaré
por no darle mayor pena.
Sale doña BEATRIZ
BEATRIZ:
De tantas lágrimas llena,
no sé si verte podré.
¡Ay mi don Juan!
PADILLA:
Ya quisiera
que la vida me faltara.
BEATRIZ:
No acierto a mirar tu cara
como si culpa tuviera.
ANA:
Déjame verte no más,
que viéndote he vuelto en mí.
BEATRIZ:
Yo he dado un forzado "sí",
que no lo ha de ser jamás.
Las injurias que he pasado,
los golpes que he padecido,
dicen que el "sí" fue fingido,
y que el "no" fue declarado.
El "sí" y el "no" a un tiempo di,
calló amor, temor habló,
del de Aragón será el "no",
y del de Padilla el "sí".
No hayas miedo que me vea
eternamente en sus brazos,
aunque me hiciese pedazos,
quien mi desdicha desea,
tuya soy y lo seré.
PADILLA:
Sí serás, que hay ocasión
con que a don Juan de Aragón
castigue quien tuyo fue.
BEATRIZ:
Eso no, porque es perderme,
y la palabra has de darme
de pleitearme y ganarme,
que perderme no es quererme.
PADILLA:
¿Quieres tú?
BEATRIZ:
Con tierno llanto
te pido que su malicia
castigues por la justicia,
si puedo contigo tanto;
que esto de sacar la espada
es para matarme a mí.
Mira que forzado un "sí"
disculpa un alma forzada.
PADILLA:
¿Pleitear tengo, y matarme?
BEATRIZ:
Sí, mi bien, o aborrecerme;
pues con la espada es perderme,
y con la pluma es ganarme.
PADILLA:
Yo lo haré.
BEATRIZ:
Pues no me engañes.
PADILLA:
Digo que lo haré por ti.
ANA:
No queda muy bien ansí,
cuando a mí me desengañes,
que yo le pondré a don Juan
pleito, que él sabe y yo sé.
PADILLA:
Testimonios ¿para qué?
ANA:
Verdades, traidor, serán.
PADILLA:
Vente conmigo, Martín,
que yo no escucho locuras.
Vanse don Juan de PADILLA y MARTÍN
ANA:
Yo sé que mis desventuras
tendrán con el pleito fin,
que yo tengo más acción
como la más ofendida.
Vase doña ANA
BEATRIZ:
¿En qué ha de parar, mi vida,
pleito, amor y confusión?
Sale don ÁLVARO
ÁLVARO:
Quiero pedirte albricias
de que vino tu esposo con su alteza.
BEATRIZ:
Si de mí las codicias,
pídeselas, señor, a mi tristeza,
que, pues la aumentas tanto,
bien las mereces de mi pena y llanto.
ÁLVARO:
¿Búrlaste por ventura?
¿No sabes que me enojas? Pero advierte
cuánto tienes segura
en don Juan de Aragón la mayor suerte
que mujer ha tenido:
¡qué gentilhombre viene y qué lucido!
¡Qué dama no tuviera
de haberle merecido tanta gloria
que el alma enloqueciera
desde la voluntad a la memoria?
Porque el entendimiento
no merece tan dulce sentimiento.
Alégrate.
BEATRIZ:
No puedo.
ÁLVARO:
Pues ¿no es tu esposo?
BEATRIZ:
No.
ÁLVARO:
Ya estás casada.
BEATRIZ:
Con tanta fuerza y miedo,
ni pude entonces ni quedé obligada;
desto tengo testigos.
ÁLVARO:
¡Hijos, quién os llamó sino enemigos!
BEATRIZ:
Si yo respeto esposo,
es don Juan de Padilla.
ÁLVARO:
¿Estás furiosa?
¿Cuando ves que es forzoso
que don Juan de Aragón te llame esposa?
BEATRIZ:
Del Padilla te advierto
que es de mi pecho, el otro del desierto.
Vase
ÁLVARO:
¿Si tomaré venganza
desta disolución y atrevimiento?
Pues no ha de hacer mudanza,
matarla quiero.
Salen don JUAN de Aragón, galán,
de camino, y SANCHO, criado
JUAN:
¿Qué mayor contento
que llegar como llego?
SANCHO:
Toda ausencia en amor aumenta el fuego.
ÁLVARO:
(Éste es mi yerno; quiero
disimular.)
JUAN:
Señor, seas bien hallado.
ÁLVARO:
Tú, bien venido.
JUAN:
Espero
que lo seré, señor, pues he llegado
al centro del deseo
donde pararse la esperanza veo.
¿Sabe mi dulce esposa
que ha venido su alteza y que he venido?
ÁLVARO:
Será cosa forzosa.
JUAN:
Pues ¿cómo tanto amor padece olvido?
Pues ¿cómo no la veo?
¿Aun esto no le debe mi deseo?
ÁLVARO:
Entra, Sancho, y advierte
a Beatriz de su dicha, y pide albricias.
JUAN:
A mi dichosa suerte
se las pide mejor, si las codicias.
Vase SANCHO
ÁLVARO:
¿Llegastes muy cansado?
JUAN:
Como lo puede estar quien ha llegado;
si fuera a la partida,
seguro estáis que encarecer pudiera,
hasta perder la vida,
lo que sentí, como si eterna fuera
una ausencia tan breve,
tales ansias de amor Beatriz me debe.
Llegué cuando se hacían
fiestas en Compostela y con las luces
del cielo competían
luminarias de torres y de cruces;
holgóse el rey de verme,
hízome la merced que suele hacerme,
y aquellos caballeros
quisieron que ayudase a una sortija
de veinte aventureros.
Yo, no sabiendo qué invención elija,
saqué el amor bizarro
de plumas de oro en un triunfante carro,
y para testimonio
de mi dicha, le puse en una mano
el dulce matrimonio
en una imagen de oro, a quien en vano
se atreven las pasiones
que rinden los humanos corazones.
Vuelve SANCHO
SANCHO:
De manera me ha quitado
tan desdichado suceso
el instrumento del alma,
que no pienso que la tengo.
Doña Beatriz, mi señora,
entra con pasos ligeros
agora en un coche.
ÁLVARO:
¿Cómo?
SANCHO:
No sé más de que dijeron
los hombres que la llevaban
que eran notarios, y entre ellos
pienso que iba un alguacil.
ÁLVARO:
¡Pleito intenta, vive el cielo!
JUAN:
¿No viste algún hombre fuera
de los que en el coche fueron?
SANCHO:
Un hombre medio embozado
los hablaba desde lejos,
y era don Juan de Padilla
si no me engaño.
ÁLVARO:
Esto es hecho,
pleito me pone don Juan.
JUAN:
¿Qué importa? Matarle luego.
SANCHO:
¡Qué presto lo has sentenciado!
JUAN:
Lo que importa ha de ser presto.
ÁLVARO:
Si las armas intentáis,
bien veis que perdido quedo;
idos a palacio vos,
iré yo a saber qué es esto.
SANCHO:
Camino presto, señor.
JUAN:
¡Qué bravo aborrecimiento!
Pues ¡vive Dios, enemiga,
que no has de gozar, si puedo,
el caballero que adoras!
Dineros y favor tengo.
SANCHO:
Favor y dineros son
pies y manos de los pleitos. Vanse. Salen el rey ALFONSO y el CONDE de Haro
ALFONSO:
Pienso que le tendré, conde de Haro,
muy de mi parte en todas mis acciones.
CONDE:
Tu devoción, señor, pide su amparo;
justa esperanza en el Apóstol pones.
ALFONSO:
De pórfido, de bronce y mármol paro,
con letras y doradas inscripciones,
altar le haré labrar.
CONDE:
Cristiano celo.
ALFONSO:
¡Qué capitán de España tiene el cielo!
De mi hijo, don Pedro, pronostican,
siendo agora tan niño, tan piadoso,
tanta crueldad, que a la que espera aplican
un Nerón, un Majencio riguroso;
mas las cosas que al cielo se suplican,
si no es por nuestras culpas, es forzoso
que templen el rigor, y así querría
llevársele al Apóstol algún día.
CONDE:
Cuando vuelvas, Alfonso, de Granada,
el príncipe será de edad bastante
para que tome de su altar la espada,
rayo feroz de bárbaro arrogante. Salen don Juan PADILLA y MARTÍN
PADILLA:
La ira es atrevida.
MARTÍN:
Aquí templada.
Que es el respeto al rey ley de diamante.
PADILLA:
Déme tu alteza para hablar licencia.
ALFONSO:
¡Oh buen Padilla!
PADILLA:
Advierte...
MARTÍN:
Ten prudencia.
PADILLA:
Generoso rey Alfonso,
a quien desde niño el cielo
guardó de tantos peligros
para bien de aquestos reinos,
en la casa de mis padres
(tú sabes, señor, quién fueron),
en orden a mis hermanos
ilustres, nací tercero.
Tomé a tu lado las armas,
de mis servicios no es tiempo
que trate, bien pocos son,
pues no merecieron premio;
verdad es que culpa he sido
de que no te acuerdes dellos,
pues no es menos el pedir
que del mismo Dios consejo.
En los ratos de la corte
siempre ociosos, mis deseos
en doña Beatriz de Rojas
sus esperanzas pusieron.
Perdona que ansí te hable,
que no es perderte el respeto,
pues estás como jüez,
y es el principio del pleito.
Servíla sólo con alma,
tan pobre soy... pero creo
que ha estimado mis servicios
cual suele el señor discreto.
PADILLA:
Que de tus guerras le truje
(muchos saben que no miento)
los despojos de los moros
por aquestas manos muertos,
esclavas le truje algunas
que en mi nombre la sirvieron,
que fue dicha suya y mía
tener tan hermoso dueño.
En su casa entré una tarde,
entré con atrevimiento
a visitarla y hallóme
su viejo padre saliendo;
con disculpas mentirosas
vencer su sospecha intento;
no aprovecha; al fin le digo
que por último remedio
me dé a Beatriz por esposa;
pues sabe que no es más bueno
que yo, si bien es más rico.
Vino en aqueste concierto
si tu licencia traía;
contento a palacio vengo
y a don Juan de Aragón pido...
¡Mal haya mi encogimiento!
...que te la pida en mi nombre.
Él, con injusto deseo,
te la pidió para sí;
juzga tú si fue bien hecho.
PADILLA:
A don Álvaro mandaste
que se la diese, y él, ciego
de su riqueza y privanza,
mientras yo te voy sirviendo,
se la dio contra su gusto,
con tal violencia, que dejo
de encarecer la crueldad
por no perderte el respeto.
Vine de Galicia, en fin,
y cuando en su casa entro
recíbenme, en vez de brazos,
estos infames sucesos;
remitílos a la espada,
pero tu enojo temiendo,
quiero probar mi justicia:
pedirla por pleito quiero.
Ya queda depositada,
y porque tu enojo temo
por lo que amas a don Juan,
a pedir licencia vengo,
ya que no supe pedirla,
señor, para el casamiento,
para el pleito, si tú gustas;
que si no, dejaré el pleito,
que más me importa servirte
que la vida que poseo,
pues cuanto no fuere el alma,
mi rey y señor, te debo.
ALFONSO:
Llamadme luego a don Juan.
CONDE:
Lo más ha escuchado atento
detrás de ese paño.
ALFONSO:
Así
tendré que decirle menos. Salen don JUAN de Aragón y don ENRIQUE
Don Juan, don Juan de Padilla
me ha dicho... no lo refiero,
pues que ya lo habéis oído
y sabéis que lo habéis hecho.
¿Cómo o por qué le engañastes?
JUAN:
Eso no, señor, primero
me falte la vida a mí;
verdad y lealtad profeso.
No le he prometido nada,
y si el casarme fue cierto,
¿qué obligación le tenía
para guardarle respeto?
Yo amé la bella Beatriz
con tal fe como silencio;
guerra es amor, y la guerra
digna de reyes y imperios,
allí todas son cautelas.
Estratagema les dieron
por nombre sus capitanes,
de que ha sido Troya ejemplo;
pues en ardides de amor
juzga tú, senór, ¿qué pierdo
de mi opinión?
ALFONSO:
Ahora bien,
yo sé lo que es, yo lo entiendo;
licencia a este pleito doy;
el que tuviere derecho
le alcance, pero advertid
que en tanto que dura el pleito
no habéis de sacar las armas,
pena de traidores.
PADILLA:
Pienso
que le perderé, señor,
porque soy pobre y no tengo
dineros para seguirle,
que son menester dineros.
ALFONSO:
Atento a vuestros servicios
y a vuestra nobleza atento,
caballero de la banda
os hago, y en vuestro pecho
la quiero poner mañana,
y daros, Padilla, quiero
seis mil ducados de renta.
PADILLA:
Mil veces, príncipe, beso
los pies que veáis pisando
todo el africano imperio.
Vase el Rey [don ALFONSO]
CONDE:
Muchos años los gocéis,
y con mayores aumentos.
PADILLA:
Cuantos yo tuviere, conde,
a vuestro servicio ofrezco.
MARTÍN:
Señor, loco estoy de ver
las mercedes que te ha hecho
su alteza; mira la cara
con que queda aquel soberbio.
¡Oh mudanzas de fortuna,
ya levantáis hasta el cielo,
ya derribáis al profundo!
¿No le miras?
PADILLA:
Ya le veo.
MARTÍN:
Caballero de la banda,
y seis mil...
PADILLA:
Habla más quedo.
MARTÍN:
Musas, ministradme aquí,
si no claro, dulce aliento;
afectad emulación
al sol, y obstentando afectos,
naufragar canoras plumas,
por fulgores de concetos.
PADILLA:
Martín, deja desatinos,
y demos principio al pleito,
que remitido a las armas,
gastáramos menos tiempo
en letrados y notarios.
MARTÍN:
Es engaño manifiesto.
Vamos, señor, y pleitea,
pues que justicia tenemos,
que es mejor que las consultas
de médicos y barberos;
que allá se den los letrados
con decisiones y testos. Vanse don Juan de PADILLA y MARTÍN
ENRIQUE:
Justamente quedas triste.
JUAN:
Encarecerte no puedo
la tristeza y la razón
que de estar quejoso tengo.
ENRIQUE:
Sospecho que mira bien
el rey este hombre, y sospecho
que se ha cansado de ti.
JUAN:
¿Con tan poco fundamento
quieres que pierda su gracia?
ENRIQUE:
¡Ah don Juan! si eres discreto,
¿de la inconstancia del mundo
para qué buscar ejemplos?
Cayóle en gracia a su alteza
don Juan, así en los torneos
y las justas de Galicia,
que cierto es gran caballero,
como en ver que en la sortija,
donde tan ricos salieron
tantos títulos y grandes,
él con aquel escudero
de buen humor, que le sirve,
y dos coseletes viejos
salió, y dio al rey esta letra
(mirad qué extraño conceto).
JUAN:
¿Qué?
ENRIQUE:
"Don Juan y su criado."
JUAN:
¿Y eso celebró?
ENRIQUE:
Con esto
su pobreza y su valor
notable aplauso tuvieron.
JUAN:
Como yo gane a Beatriz
en este pleito, no quiero
otra gracia ni otro bien,
y esto lo tengo por cierto.
Que, en fin, desposado soy.
ENRIQUE:
Pide fuerza.
JUAN:
La que temo
de es olvido, mas no importa,
que todo lo vence el tiempo. Vanse.
Salen doña BEATRIZ y don PEDRO
PEDRO:
Tengo a notable ventura
el depósito que ha hecho
vuestro valor con mi pecho,
mi casa en vuestra hermosura;
sólo me ha dado cuidado
que no os dejen visitar,
y habéisme de perdonar
si en esto soy limitado.
BEATRIZ:
Damas entraron y, en fin,
si alguna dispensación
hubiere en esta ocasión,
será sólo de Martín.
PEDRO:
Sea con grande secreto,
que si el de Aragón lo entiende
por su parte y se ofende,
quedo a su agravio sujeto.
BEATRIZ:
La ventura ha sido tal
de venir a vuestra casa,
que de los límites pasa
de mi desdicha inmortal.
Que espero en vuestro favor,
viendo que tengo justicia,
que os cansará su malicia,
y que os moverá mi honor.
Mi padre, a quien por la edad
desagrada la pobreza,
a la privanza y riqueza
inclina la voluntad;
amo a don Juan de Padilla,
juzgad si tengo razón,
y hame dado al de Aragón,
gran caballero en Castilla,
pero de mi gusto no;
y con tan forzado "sí,"
que el dolor con que le di
de lágrimas le formó.
Y estoy tan aborrecida,
que cuando pudiera ser
venir a ser su mujer,
pienso quitarme la vida.
Sale LEONOR
LEONOR:
Doña Ana te viene a ver.
BEATRIZ:
Eso sólo me faltaba.
LEONOR:
Dentro de la puerta estaba
cuando lo vine a entender.
BEATRIZ:
¿Qué me quiere a mí doña Ana,
cuando me abrasa de celos?
Áspid que me dan los cielos
para mi muerte inhumana,
en figura de visita
viene a saber lo que intento.
PEDRO:
Ese ardid y pensamiento
los cortesanos imita;
cuando una visita pasa
de amistad y hacer placer,
es sólo venir a ver
lo que hace el otro en su casa.
Pero muestra cortesía,
que con gusto y falsedad
se vence la enemistad
de quien enfada y porfía.
Sale doña ANA
ANA:
Con el sentimiento justo
que tengo del que tenéis,
vengo, amiga, a que me deis
parte de vuestro disgusto.
¿Cómo estáis? que donde estais
bien sé que os irá muy bien.
BEATRIZ:
Con ese favor también
me honráis y me consoláis.
PEDRO:
Por mi parte os agradezco
que tengáis satisfacción
de lo que en esta ocasión
a doña Beatriz ofrezco,
pues a un mismo tiempo ha sido
la casa y la voluntad.
ANA:
La sangre en esa piedad
mostráis con que habéis nacido.
¿Cómo va de pleitos?
BEATRIZ:
Bien.
ANA:
¿Qué hay de don Juan?
BEATRIZ:
¿Qué don Juan?
ANA:
Vuestro marido.
BEATRIZ:
Si dan,
doña Ana, ese nombre a quien
mi amor se le tiene dado,
don Juan de Padilla tiene
salud.
ANA:
Eso no conviene
con el "sí" que le habéis dado
al de Aragón, que es por quien
os pregunto.
BEATRIZ:
El "sí" que di
no fue "sí", porque en el "sí"
ha de ir el alma también,
y toda el alma faltó;
de manera que si un "sí"
no la tiene, desde allí
se va convirtiendo en "no";
si es forzado no me toca,
doña Ana, su cumplimiento,
que no es naipe el casamiento,
donde hace juego la boca.
Y del Padilla repara
que de suerte vive en mí,
que si allí dijera "sí"
dentro de mí, me matara,
y pues que no me mató
cuando forzada le di,
claro está que no fue "sí",
pues llegó primero el "no".
ANA:
Si un renegado de Argel
no lo fue de corazón,
¿cumple con su obligación?
BEATRIZ:
¡Qué réplica tan cruel!
Para ligar voluntades
ha de haber consentimiento,
que es de la fe fundamento
el morir por sus verdades,
y allí ha de haber confesión;
mas huélgome que haya hallado
el de Aragón un letrado
de tanta satisfacción;
con esto doy por vencido
el pleito desde este día,
porque tal abogacía
ni se ha visto ni se ha oído;
que estas leyes y desvelos,
aunque oírlas me fastidia,
todas son textos de envidia
con sus párrafos de celos. Vase
PEDRO:
El venir a visitar,
bien lo debéis de saber,
ha de ser a dar placer,
no ha de ser a dar pesar;
que aqueste pleito en rigor
todo es alma y gusto es;
si en él tenéis interés,
disimulalde mejor. Vase
LEONOR:
Las damas cuerdas no vienen,
con burlas y fingimientos,
a sacar los pensamientos
de las amigas que tienen;
mi señora tiene amor,
vos no habéis de reducilla;
si queréis bien a Padilla,
disimulaldo mejor. Vase
ANA:
¿Tú hablas? ¿Qué es esto, cielos?
Todos contra mí son ya.
¡A qué de cosas está
sujeto quien tiene celos! Sale don ÁLVARO
ÁLVARO:
Yo he de hacer lo que digo y justamente
cuando el rey me mandase lo contrario.
ANA:
¿Qué furia es ésta? Aunque con tantas causas
tendréis por necia la pregunta mía.
ÁLVARO:
Dícenme que Padilla se ha quejado
a su alteza, de suerte que le ha dado
crédito a cuanto ha dicho, y aun he oído
que con mercedes le ha favorecido,
que nos podían hacer guerra notable;
mas ya tengo el remedio prevenido,
quiero, doña Ana, yo, quiero casarme,
quiero dar a mi hija este disgusto,
en esto vengo ya determinado;
por ventura tendré (que aun tengo bríos)
quien herede mi casa con mi hacienda;
si me venciere el de Padilla, entienda
que, pues aspira sólo a la riqueza,
allá se ha de quedar con su pobreza.
ANA:
Con enojo no es mucho haber pensado
dar a doña Beatriz ese cuidado,
mas si queréis fingir el casamiento,
como es razón, pues ya sois hombre de años,
y lo mismo ha de hacer el fingimiento,
publicad que os queréis casar conmigo,
que yo diré lo mismo.
ÁLVARO:
Daros quiero
los brazos y hasta el alma quiero daros,
que con esto por dicha, y será cierto,
vendrá este pleito en el mejor concierto.
ANA:
Pues para que más presto se publique
pedid licencia al rey.
ÁLVARO:
Yo voy contento,
y lo fuera mejor si verdad fuera. Vase
ANA:
Aun se conoce en vos la valentía
que os hizo tan famoso en paz y en guerra.
¡Oh remedio notable! ¡Oh santos cielos!
¿Qué os hizo amor que le persiguen celos?
Mas bien hicistes, que si amor amara
sin celos, ni aun del cielo se acordara.
Salen don PEDRO y don Juan de PADILLA [y MARTÍN]
PADILLA:
Ha sido grande favor
y merced dejarme entrar.
PEDRO:
Aquí la podréis hablar.
PADILLA:
Estad seguro, señor,
de que ha de ser mi mujer.
PEDRO:
Así lo tengo creído,
y della lo sé, que ha sido
causa que os le deje ver.
PADILLA:
¡Doña Ana aquí!
PEDRO:
Ya os ha visto;
engañalda, hablalda bien,
que si se lo dice a quien
sabéis, quedaré mal quisto,
y en mala opinión los dos. Vase
PADILLA:
Yo lo haré por vos, que es cosa
para mí dificultosa,
tanto cuanto sabe Dios. A doña ANA
Señora, ¿en aquesta casa?
ANA:
Vengo a ver vuestra mujer.
PADILLA:
¿Mía? ¿Cómo puede ser
si veis el pleito que pasa?
Di, Martín, lo que he sentido
faltar a mi obligación,
por esta necia opinión
que de soldado he tenido. Salen doña BEATRIZ y LEONOR [al paño]
LEONOR:
Digo que le he visto agora.
BEATRIZ:
Y yo por mi mal le veo.
MARTÍN:
Querer pintar el deseo
con que don Juan os adora
es disparate excusado,
BEATRIZ:
(¿Don Juan con doña Ana aquí?
¿A esto entró?)
LEONOR:
(Pienso que sí.)
BEATRIZ:
(¡Qué amor tan bien empleado!)
LEONOR:
(Escucha, que puede ser
que, como ésta es bachillera,
argüir con don Juan quiera
que no has de ser su mujer.)
MARTÍN:
Las noches que mi señor
faltó de veros no han sido
por ingratitud y olvido,
que no cabe en tanto amor,
y este (¡que nunca lo fuera!)
casamiento...
LEONOR:
(¿Hay tal maldad?)
MARTÍN:
...es honra y comodidad,
que amor no, ni ser pudiera,
que a vos sola tiene amor.
PADILLA:
Eso es muy cierto y seguro,
y que aquí sólo procuro
satisfacer al honor;
es una tema en que he dado
porque el de Aragón no entienda
que le han dejado la prenda
por más bravo y más honrado,
pues eso no puede ser.
Doña Beatriz se casó
en mi ausencia; ¿puedo yo
querer ajena mujer?
ANA:
Don Juan, ya de tus engaños
tengo justos escarmientos,
en amor con fingimientos
más quiero yo desengaños.
Si te casas, yo también,
que don Álvaro me ha dado
la palabra, y concertado
las escrituras.
PADILLA:
¿Con quién?
ANA:
¿Qué, pensabas heredar
su hacienda? Pues no lo creas;
ya es tarde si me deseas,
como primero, engañar.
Esto sin duda has sabido,
y porque yo no me case
me engañas.
PADILLA:
¡Que aquesto pase!
ANA:
Pues ¿no, ingrato? ¿No, fingido?
Casarémonos los dos,
no he de mudar consejo,
y de una moza y un viejo...
Ya me has entendido; adiós. Vase. [Sale BEATRIZ]
BEATRIZ:
Estará vuesa merced
muy contento del suceso,
como quien tanto aborrece
esa mujer que ha propuesto,
esa que por tema sirve,
que no por merecimiento,
esa mujer de don Juan,
(¡el de Aragón por lo menos!),
porque no ha de ser más bravo...
PADILLA:
Mi bien, adiverte primero...
BEATRIZ:
No hay que advertir.
PADILLA:
Oye.
BEATRIZ:
Calla.
Casóse, ausente, en efecto,
dándole infinitos golpes
su padre...
MARTÍN:
(Malo va esto.)
BEATRIZ:
...y no le quiriendo hablar;
de suerte que por despecho
se fue el tal novio.
PADILLA:
¿Qué dices?
Beatriz, mis ojos, mi dueño,
mi primera voluntad.
BEATRIZ:
¿Qué digo?
PADILLA:
Desvía el lienzo;
porque amortajar los ojos
más vivos que Dios ha hecho
es decir que es muerto el sol
siendo incorrutible el cielo.
Mira que en eterna sombra
quedarán los elementos,
y yo quedaré sin vida
como soy dellos compuesto;
mira no vuelvas el mundo
a su principio primero,
que si faltar luz no sientes
y color a su ornamento,
debes sentir que no sea
de los humanos deseos
vista tu grande hermosura.
BEATRIZ:
Vanos encarecimientos;
ya llegan tarde, don Juan.
PADILLA:
Pues llegue el matarme presto.
LEONOR:
Y el bellacón de Martín,
que, desvergonzado y necio,
le decía a la señora:
"¿Cómo puedo encareceros
el amor de mi señor,
que decir su sentimiento
es disparate excusado?"
MARTÍN:
¿Yo he dicho tal?
LEONOR:
¿Niegas?
MARTÍN:
Niego.
LEONOR:
"Las noches que mi señor
faltó, señora, de veros,
no fue ingratitud ni olvido,
que este negro casamiento
tuvo la culpa de todo."
MARTÍN:
Leonor, mira que estos celos
no hallan materia de agravio;
consejo fue de don Pedro
engañar esta mujer.
PADILLA:
Vióme entrar, y yo, temiendo
que la justicia se enoje
sabiendo que a verte vengo,
y que el depósito mude,
dije dos necios requiebros
de que estoy arrepentido.
BEATRIZ:
Creo el arrepentimiento,
si dice que está casada
con mi padre, por lo menos
con el melindre que dijo:
"Y de una moza y un viejo...
Ya me has entendido; adiós."
PADILLA:
¿No es mejor buscar remedio
asegurándote yo,
Beatriz, con mil juramentos,
que fue engaño?
BEATRIZ:
¿Cómo engaño?
¿Qué puedes, si no te creo,
jurar que me importe a mí?
PADILLA:
Jurar por tus ojos puedo,
que, si mintiese, presumo
que el sol mismo y todo el cielo
me matasen con mil rayos.
MARTÍN:
Ya se viene enterneciendo.
LEONOR:
Tu padre vuelve, señora.
PADILLA:
Ay Beatriz, ¡qué mal has hecho
en que te deje enojada!
BEATRIZ:
Y determinada quedo
de no te ver en mi vida.
PADILLA:
Hazme un placer.
BEATRIZ:
Dile presto.
PADILLA:
Es por tu bien.
BEATRIZ:
¿Por mi bien?
PADILLA:
Sí, que tu padre es soberbio,
y por quitarte la hacienda
ha de hacer el casamiento.
BEATRIZ:
¿Qué se te da a ti de mí,
si, como estabas diciendo,
soy de don Juan de Aragón?
Pues si yo mi hacienda pierdo,
te vengas de tu enemigo.
PADILLA:
¿Y si mudas de consejo,
tan mal te estará estorbar
la ejecución de su intento?
BEATRIZ:
¿De suerte que tú pretendes
que el casamiento estorbemos
por casarte con doña Ana,
y con este fingimiento
quieres que te ayude yo?
PADILLA:
Mira, mi bien, que no quiero;
seis mil ducados de renta
me ha dado el rey, no pretendo
sino tu bien.
BEATRIZ:
Pues ¿qué haré
si determinado veo
a don Álvaro, mi padre?
MARTÍN:
¡Oh, qué remedio!
PADILLA:
Di presto.
MARTÍN:
Diga Leonor que le dio
palabra de casamiento,
y que le debe su honra;
quéjese al rey, que con esto
y probar que es hija de algo,
y que viene su abolengo
del conde Fernán González,
levantaremos un pleito,
con veite testigos falsos,
pues los hay de todos precios,
que no se acabe en diez años.
PADILLA:
¿Falsos los hay?
MARTÍN:
¡Bueno es eso!
Habrá quien jure que ha visto
andar un buey por los vientos,
vender el vino por agua
y ser dichoso un discreto;
yo daré cuatro famosos.