Antes que todo es mi dama/Acto I

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Antes que todo es mi dama
de Pedro Calderón de la Barca
Acto I

Acto I

Sale HERNANDO, con dos maletas, y MENDOZA.
HERNANDO:

¿Dónde tengo de poner
estas maletas que traigo,
que son recámara y son
guardarropa de mi amo?
¿Cómo se ha de acomodar
la vivienda de su cuarto?
¿Y cuándo vendrá, si dijo?

MENDOZA:

Responder a todo aguardo.
¿Dónde pondrá las maletas?
En aquesta sala en tanto
que abren su aposento. ¿Cómo?
Arrimándolas a un lado.
¿Cuándo ha de venir? Muy presto,
que él y mi señor quedaron
aquí cerca. Conque he dicho
el dónde, el cómo y el cuándo.

HERNANDO:

¿Ha sido vuesa merced
lógico?

MENDOZA:

¿Viene borracho?

HERNANDO:

No hice hasta ahora por qué;
pero, ¿de qué se ha enfadado?

MENDOZA:

No soy amigo de apodos.

HERNANDO:

«Lógico» es apodo sabio
y no debiera ofenderle.

MENDOZA:

¿Por qué?

HERNANDO:

Porque así llamamos
los doctos a los que en forma
responden.

MENDOZA:

Yo no sé tanto,
que solo sé, en no entendiendo
algo, dar a uno con algo.

HERNANDO:

No fuera dificultoso,
según soy de cortesano;
pero aunque yo me dejara
(costosísimo agasajo)
dar con algo en cortesía,
sé que, aun después de enterrado,
no quedará uced bien puesto.

MENDOZA:

¿Después de enterrado?

HERNANDO:

Es claro.

MENDOZA:

¿Cómo?

HERNANDO:

Ve aquí que me da
vuesarced un hurgonazo,
que es lo más que puede hacer;
que yo en el suelo me caigo,
que es lo menos que hacer puedo,
confesión pidiendo en altos
alaridos. ¿No era fuerza
venir a esta voz volando,
antes que un confesor, dos
alguaciles? Sí, que en casos
semejantes siempre fue
el confesor el llamado
y el alguacil el venido,
que es muy puntual el diablo.
Uced huye, ellos le siguen
juzgando más necesario
el hacer causa a su cuerpo
que el hacer de mi alma caso.
Agárranle luego al punto,
que esto de ponerse en salvo
es don concedido a pocos,
y ucé es muchos. Conque, en tal
que yo me muero, ya está
puesto en la reja de palo.
Tómale la confesión
que no me dio el escribano
y échanle a cuestas la ley
del garrotillo de esparto.
Conque pruebo que no queda
ucé, aun después de enterrado
yo bien puesto, claro es pues
no habrá maestre de campo
que, viendo a un ahorcado, firme
que está bien puesto el ahorcado.

MENDOZA:

¿A un hombre como yo habían
de ahorcar por un hombre bajo?

HERNANDO:

La ley no tiene estatura.

MENDOZA:

Veámoslo.

HERNANDO:

No lo veamos,
sino hagamos otra cosa
que sea nueva en los teatros.

MENDOZA:

¿Qué es?

HERNANDO:

Que seamos amigos
pues que lo son nuestros amos,
que es muy viejo esto de andar
de pendencia los criados
toda la vida.

MENDOZA:

De ser
leal amigo doy la mano.

HERNANDO:

También yo, y de nuestras casas
la alianza juro, dando
por fiador...

MENDOZA:

¿A quién?

HERNANDO:

A Lepre,
un tabernero estremado
que vive aquí cerca.

MENDOZA:

Soy
contento.

(Salen LISARDO y DON FÉLIX.)
DON FÉLIX:

Mendoza...

LISARDO:

Hernando,
¿trajiste ya las maletas?

HERNANDO:

Más ha de una hora que aguardo
con ellas aquí.

DON FÉLIX:

¿Tú fuiste
a traer aquel recado?

MENDOZA:

Sí, señor. Mas la joyera
que volviese de aquí a un rato
dijo por ello, porque
aún no lo tenía acabado.
Pues habla al huésped y mira
cuál ha de ser nuestro cuarto:
haz que se aderece.

DON FÉLIX:


vuelve, y antes de llevarlo,
tráelo aquí, que quiero verlo.

MENDOZA:

Voy corriendo.

(Vase.)
HERNANDO:

Yo volando.

(Vase.)
LISARDO:

Ya, don Félix, que yo he sido
tan dichoso que he llegado
a teneros en Madrid,
y ya que habéis vós gustado
que, hallándonos forasteros
en dos posadas, hagamos
en la una compañía
de la soledad de entrambos;
ya, en fin, que a vivir con vós
he venido, suplicaros
quiero una fineza, que
pagar con la misma aguardo.
Los días que me habéis visto
y que yo os he visitado
por mayor nos dimos cuenta
de nuestros sucesos varios:
que de Granada venisteis,
me habéis dicho, disgustado
a solo dar en Madrid
tiempo a un pesar, y en llegando
a hablar en él, siempre hicisteis
sus discursos muy de paso.

LISARDO:

Fuera desto, la tristeza
que me encarecéis con cuanto
rigor os aflige ha sido
testigo bien abonado
de que es tragedia de amor
la vuestra; yo, pues, llegando
a ver hoy en vós el mismo
mal que padezco, he intentado
aliviar con vós mi pena,
porque no hay mejor reparo
a un accidente, don Félix,
que el hablar a todos ratos
del accidente con quien
le padezca, que los daños,
ya que su mal es sentirlos,
su cura es comunicarlos.
Y así, os suplico me hagáis
merced de que hablemos claro:
contadme vuestras fortunas;
yo haré lo mismo, y templado
el accidente, veremos
en saliéndose a los labios.

DON FÉLIX:

¡Ay, Lisardo, qué bien dijo
un discreto cortesano
que era contagio el amor,
pues en la acción más acaso
su veneno comunica
o más o menos templado!
Vós lo decid, pues que vós,
con solo haber reparado
en mis acciones, habéis
conocido el mal que paso.
Huélgome de que haya sido
por estar también tocado
vós, Lisardo, de la misma
malicia de mi contagio,
pues con eso podré yo
hablar con vós, confiado
de que os compadecerá
mi dolor, que, aunque es adagio
vulgar que nadie se cure
con médico enfermo, es falso
que no haya alivio el enfermo
de los consejos del sano.
Pensaréis que mi destierro
y mi pena se ha causado
de un suceso, y que los dos
vienen dados de la mano.

DON FÉLIX:

Pues no: distintos han sido,
porque sea mi cuidado
mayor, embistiendo a un tiempo
por dos partes el contrario.
El suceso de Granada
por quien estoy desterrado
no importará no decirle,
supuesto que no hace al caso;
pero, porque no penséis
que nada en mi pecho guardo,
le habré de contar: un día,
estando, amigo, jugando,
una duda se ofreció
sobre juzgar una mano;
yo, que había estado en ella,
juzgué desapasionado
lo que vi, y un forastero,
que al pleito de un mayorazgo
pienso que estaba en Granada,
o amigo o interesado
del perdidoso no quiso
pasar por ella , afirmando
que no había sido así;
yo, que siempre advertí cuánto
más fácil sana una herida
que no una palabra, saco
la espada; partida, pues,
la conversación en bandos,

DON FÉLIX:

al lado del forastero
unos y otros a mi lado,
todo era voces; no mucho
duró la cuestión, que, dando
una estocada en su pecho,
de parte a parte le pasó;
cayó en el suelo; yo, entonces,
a toda prisa me salgo
de la casa y en la más
cercana iglesia sagrado
tomé; buscome mi padre
en ella y, como enfadado
estuviese de que yo
pretensiones de soldado
hubiese puesto en olvido,
la ocasión aprovechando,
me hizo venir a Madrid
a pretender, porque, en tanto
que él del herido asistía
a la cura y al regalo,
yo, para volverme a Flandes,
tratase de mis despachos.

DON FÉLIX:

Un mes en Madrid viví,
siendo estación de mis pasos
las gradas de San Felipe
y las losas de Palacio,
y en este intermedio supe
que, convalecido y sano
el caballero, no admite
la amistad. En este estado,
delincuente y pretendiente
en Madrid estaba cuando
la segunda causa, ¡ay, cielos!,
de las tristezas que paso
facilitó mi fortuna,
a cuyo suceso raro
segunda vez os suplico
que me estéis atento un rato.
En esta misma posada
donde ahora, Lisardo, estamos,
de las traiciones de amor
vivía bien descuidado
cuando, ofendido quizás
de mis donaires, tomando
venganza vibró a mi pecho
no una flecha, sino un rayo.
En esta casa de enfrente
vivía un caballero anciano
a quien dio el cielo una hija
para Jordán de sus años.

DON FÉLIX:

Es la más hermosa dama
que Madrid ha visto, harto
os lo encarezco, supuesto
que es el más noble teatro
adonde están la hermosura,
discreción, aliño y garbo
continuamente de amor
tragedias representando.
No vio el sol igual belleza
por cuantos rumbos, por cuantos
círculos, campeón de luces,
corre esferas de alabastro.
Vila, Lisardo, y amela
tan a un tiempo que dudando
quedé si fue haberla visto
primero que haberla amado.
Tan fuera de mí me hallé
al ver prodigio tan raro
que a mí mismo por mí mismo
me pregunté de allí a un rato.
La ocasión en que la vi
fue una mañana que acaso
estaba yo a esa ventana
y ella, Lisardo, en su cuarto.

DON FÉLIX:

Recateme porque ella
no lo hiciese y, acechando,
a sus acciones atento,
solo un postigo entreabro.
Juzgando no estar mirada,
o estar mirada juzgando,
que amor no supo hasta agora
si fue descuido o cuidado,
cara a cara hacia la luz,
fiada en el fácil recato
del cristal de una vidriera,
se puso a tocar. ¡Oh, cuánto
diera yo agora por ser
buen retórico! Aunque en vano
lo deseo, que aunque fuera
el mejor, más celebrado
del mundo, fuera, al pintarla,
cada lisonja un agravio.
Pero, aunque esté mal hallada
su perfección en mis labios,
he de decir un soneto
que hice estándola mirando
por deciros de una vez
su belleza y mi cuidado.
Viendo el cabello, a quien la noche puso
en libertad, cuán suelto discurría,
con las nuevas pragmáticas del día
a reducirle Cintia se dispuso.

DON FÉLIX:

Poco debió al cuidado, poco al uso,
de vulgo tal la hermosa monarquía,
pues no le dio más lustre que tenía
después lo dócil que antes lo confuso.
La blanca tez, a quien la nieve pura
ya matizó de nácar al aurora,
de ningún artificio se asegura.
Y pues nada el aliño la mejora,
aquella solamente es hermosura
que amanece hermosura a cualquier hora.
Este, que fue de mi afecto
corta línea y breve rasgo,
fue de mi afecto también
primer tercero, Lisardo,
que aunque hoy el dar un soneto
no está en uso, dispertando
las ya dormidas memorias
del Boscán y Garcilaso,
acompañado de otro
papel sin batir, dorado,
por medio de una criada
pudo llegar a sus manos.
Declarado ya una vez,
amante seguí sus pasos,
galán festejé sus rejas,
fino idolatré sus rayos,
leal padecí sus iras,
tierno lloré sus agravios
y, al fin, pródigo granjeé
sus criadas y criados
hasta que Amor , convencido
de mi ruego o de mi llanto,
trocó en favor el desprecio,
mudó el desdén en agrado.

DON FÉLIX:

Supo quién era y, oyendo
más piadoso su recato
el lícito fin que pudo
osarme a vuelo tan alto,
con los honestos favores
permitidos a su estado
ostentó lo agradecido
a despecho de lo ingrato.
Desta manera vivía,
felicemente gozando
hurtos de Amor , de quien fue
cómplice el obscuro manto
de la noche, permitiendo
que por la reja que a un patio
caía la hablase. Alegre
con esto pasaba cuando,
por alguna conveniencia,
se fue su padre a otro barrio.
Aquesta mudanza, pues,
mi tristeza ha ocasionado
no porque a ella la distancia
mudase, que lo sagrado
al espacio no se muda
aunque se mude el espacio,
sino porque estar no puedo
su hermosura idolatrando
a todas horas, si bien
una cosa ha granjeado
la mudanza, que es licencia
para entrar hasta su cuarto
no estando en casa su padre.

DON FÉLIX:

Este, en fin, es el estado
en que me veis, esta es
la nueva dicha que alcanza
y esta, Lisardo, es la causa
de las tristezas que paso,
que, aunque para estar alegre
tengo ocasión, pues me hallo
favorecido, sería
mi amor grosero en estarlo,
porque no ha de estar contento
jamás un enamorado.

LISARDO:

Tan parecido es, don Félix,
mi cuidado a ese cuidado,
mi deseo a ese deseo,
que, aunque me ofrecí a contaros
mis fortunas, de las vuestras,
haciendo lícito el cambio,
no tengo ya para qué,
porque, habiéndoos escuchado,
inútilmente sería
repetirlo y no contarlo.
De Flandes, donde los dos
tanta amistad profesamos,
a Madrid, don Félix, vine
de la esperanza llamado
de mis servicios. Mas esto
no importa; vamos al caso.
Una mañana de abril,
a mis pretensiones dando
treguas, que no ha de estar siempre
tirante al pesar el arco,
al prado bajé y en uno
de esos jardines del prado
acaso entré, si es que Amor
hacer supo nada acaso.

LISARDO:

En él una mujer vi,
a quien por reina juraron
de las flores y las fuentes
los cristales y los cuadros,
saludando su hermosura
todo el florido aparato
de los cristales con risa,
de las flores con halagos,
de los cielos con reflejos
y de las aves con cantos,
hoja a hoja, perla a perla,
tono a tono y rayo a rayo.
Nunca la gentilidad
mintió con crédito tanto
de las diosas y [de] las ninfas
las fábulas, pues yo, dando
a mi discurso la rienda,
estuve suspenso un rato,
casi persuadido ya
si no a creerlo, a dudarlo.
Pero, ¿qué mucho, don Félix?
Si vi en más amenos campos
que los Elisios a Venus
lascivamente jugando
con las flores, a quien todas
igualmente confesaren
deber su temprana vida
al breve hermoso contacto
de sus pies, la blanca tez
de su hermosura a sus manos,
el esplendor a sus ojos
y la púrpura a sus labios.

LISARDO:

Con noble envidia de todas
las rosas, que eran ornato
del bellísimo vergel,
una que aún no había sacado
del verde botón las hojas
y, al parecer, acechando
estaba para salir
si corría cierzo o austro;
una que, como garzota,
colocada en lo más alto
de la copa, coronaba
la cimera del penacho,
cortó. No hice yo soneto,
que no tengo ingenio tanto,
pero, acordándome de uno
hecho quizá al mismo caso,
desta manera la dije
(ved cuán puntual os pago):
¿Ves esa rosa que tan bella y pura
amaneció a ser reina de las flores?
Pues, aunque armó de espinas sus colores,
defendida vivió, mas no segura.
A tu deidad enigma sea no obscura,
dejándose vencer, porque no ignores
que, aunque armes tu hermosura de rigores,
no armarás de imposibles tu hermosura.
Si esa rosa gozarse no dejara,
en el botón donde nació muriera
y en él pompa y fragrancia malograra.

LISARDO:

Rinde, pues, tu hermosura y considera
cuánto fuera rigor que se ignorara
la edad de tu florida primavera.
Dije y risueña pagó
con dulce apacible agrado
la lisonja. Repetiros
no quiero, por no ser largo,
que, a despecho de mis penas
y a pesar de mis cuidados,
la seguí, su casa supe
y su calidad; pues cuanto
yo puedo deciros es
lo que vós en este caso
habéis dicho, porque, al fin,
papeles, dádivas, pasos,
finezas, ruegos, promesas,
rendimientos, ansias, llantos...
lugares comunes son
de cualquier enamorado.
Solo en una cosa, Félix,
los dos nos diferenciamos,
que es en estar triste vós
y estar yo alegre, culpando
vuestra ingratitud, porque
por mayor grosería hallo
que den [más] tristeza favores
que alegría, pues es claro
que triste y favorecido
son dos opuestos contrarios,
y así yo alegre y contento,
feliz, gozoso y ufano
con los favores estoy
del bellísimo milagro
que adoro, del sol que sigo
y la deidad que idolatro.
(Sale HERNANDO por una puerta y por otra MENDOZA con un azafate, y en él una banda y un tocado.)

HERNANDO:

Ya queda, señor, compuesto
y aderezado tu cuarto.

MENDOZA:

Ya el azafate está aquí
con la banda y el tocado.

DON FÉLIX:

Llega, que quiero que vea
si es de buen gusto Lisardo.

LISARDO:

¿Qué es esto?

DON FÉLIX:

Un tocado es
que la envío porque, estando
ayer con ella, me dio
una flor.

LISARDO:

Es estremado,
y la banda es de buen gusto.

DON FÉLIX:

Parte, Mendoza, a llevarlo.

LISARDO:

Tú, Hernando, vente conmigo.

DON FÉLIX:

¿Dónde vais?

LISARDO:

A ver si alcanzo
ocasión de ver mi dueño
su calle, Félix, pasando.

DON FÉLIX:

Disculpado estaré yo
en no ir a acompañaros,
pues la misma ocupación
a voces me está llamando.

LISARDO:

A Dios, pues.

DON FÉLIX:

El cielo os guarde.

LISARDO:

[Aparte.]
Poco ofendo tu recato,
amor, pues, aunque publico
el favor, el nombre callo.
(Vase con HERNANDO.)

DON FÉLIX:

[Aparte]
Pues no digo quién es dueño
de la ventura que gano,
poco su decoro ofendo,
poco su respeto agravio.

(Vase con MENDOZA.)
(Salen BEATRIZ y LAURA.)
LAURA:

No me aconsejes, Beatriz.

BEATRIZ:

Yo no te aconsejo agora,
pero dígote, señora,
que adviertas cuán infeliz
será tu amor si, por dicha,
algo llegase a entender
tu padre.

LAURA:

Pues, ¿qué he de hacer
si ya esta fue mi desdicha?
Ya al principio resistí
constante, ya desprecié
firme al principio una fe;
si después la agradecí,
culpa mi estrella atrevida,
pues, siendo en un hombre el ser
culpa ingrato, en la mujer
lo es el ser agradecida.

BEATRIZ:

Yo no te digo que no
ames, señora, que fuera,
cuando aquesto te dijera,
no tener discurso yo.
Solo te digo procures
que esto con recato sea:
que no te hable, ni te vea,
porque tu honor no aventures,
don Félix dentro de casa;
ya sabes que es mi señor
tan estremeño de honor
que, aun sin saber lo que pasa,
vive con recelos tales
que es una copia, un traslado
bien y fielmente sacado
del celoso Carrizales.

LAURA:

Confieso la condición
yo de mi padre, y confieso
también, Beatriz, el exceso
de mi tirana pasión;
pero, a cada inconveniente
más que discurro, sabrás
que es dar otra llama más
al fuego que el alma siente,
que es materia tan violenta,
tan voraz y tan activa
que con suspiros se aviva
y con llanto se alimenta.
Pero, ya que hemos llegado
a hablar en aquesto, ¿qué es
lo que yo aventuro? Pues
cuando llegue mi cuidado
a saberse, se sabrá
que he querido a un caballero
de quien ser esposa espero.

BEATRIZ:

Concedo que lo será.
Pero, ¿de qué lo has sabido
más que de decirlo él?

LAURA:

De que mi pecho fiel
lo ha escuchado y lo ha creído.
Y en eso no se dejara
engañar, pues conociera
el alma por la vidriera
del semblante de la cara,
que la nobleza jamás
miente, luego se descubre.

BEATRIZ:

Como eso Madrid encubre,
yo me río de los más.

LAURA:

Cuando empeñada me ves,
¿ríes cuentos semejantes?

BEATRIZ:

¿No es mejor reírlos antes
que no llorarlos después?

LAURA:

Que llaman, mira, a esa puerta.

BEATRIZ:

A ver quién llama saldré.

(Vase.)
LAURA:

Y yo entre tanto diré,
cuando estoy de amores muerta...
¿Qué genero de ardor es el que llego
hoy a sentir que más parece encanto?
Pues luciendo tan poco, abrasa tanto,
y abrasando tan mudo, arde tan ciego.
¿Qué género de llanto es, sin sosiego,
este que a tanto incendio no da espanto?
Pues al fuego apagar no puede el llanto
ni al llanto puede consumir el fuego.
Donde materia no hay, no se da llama;
mas, ¡ay!, que, sin materia en el abismo,
una y otra aprehensión es quien la inflama.
Luego cierto será este silogismo:
si fuego de aprehensión tiene quien ama,
amor y infierno todo es uno mismo.

(Sale BEATRIZ con un azafate y un pliego de cartas.)
BEATRIZ:

A nuestra puerta han llamado
a un tiempo dos: el primero
era, señora, un cartero;
el segundo era el criado
de don Félix. Recibí
de los dos, y envielos luego,
para mi señor un pliego
y un regalo para ti.

LAURA:

Pues, ¿no dijeras que entrara
de don Félix el criado?

BEATRIZ:

Si lo que trae ha dejado,
¿para qué?

LAURA:

Hablarle gustara
para saber dónde queda
su señor. Si no se ha ido,
dile que entre.

BEATRIZ:

¿Has prevenido
que venir mi señor pueda?

LAURA:

¿Tanto se ha de detener?

(Sale MENDOZA.)
MENDOZA:

Esperando esa licencia
no hice de la puerta ausencia
hasta llegar a saber
si mandabas algo.

LAURA:

Di,
¿dónde tu señor quedó?

MENDOZA:

En casa le dejé yo
cuando yo della salí.
Mandome que te trajera
esas flores y, aunque ser
desaire puede el traer
flores a la Primavera,
aceté la comisión.

DON ÍÑIGO:

[Dentro.]
Esperadme, Fabio, aquí.
Presto escribiré.

LAURA:

¡Ay de mí!

BEATRIZ:

Mi señor.

MENDOZA:

¡Qué confusión!

LAURA:

Beatriz, guarda este azafate.

BEATRIZ:

Que el azafate te asombre
estando ahí tan grande un hombre
como el mismo disparate
de hacerle entrar...

(Sale DON ÍÑIGO.)
DON ÍÑIGO:

¿Qué buscáis
aquí, hidalgo?

MENDOZA:

Yo he venido
a traer.

DON ÍÑIGO:

¿Qué habéis traído?

BEATRIZ:

Esta carta.

DON ÍÑIGO:

¿Y qué esperáis?

MENDOZA:

El porte.

BEATRIZ:

Es verdad, porque
yo dinero no tenía
y entré por él.

DON ÍÑIGO:

[A su hija.]
¿No podía
más afuera esperar?

LAURA:

¿Qué
culpa tengo yo?

MENDOZA:

Creí
que me había dicho que entrara
por él, que, si no, esperara
en el portal.

LAURA:

[Aparte.]
¡Ay de mí!

BEATRIZ:

[Aparte.]
Si más le apura, infeliz
soy.

MENDOZA:

[Aparte.]
Yo espero gran castigo.

DON ÍÑIGO:

[Lee.]
«Porte, un real». Tomad, amigo.
Idos con Dios.

(Dale el porte.)
MENDOZA:

[Aparte.]
¡Oh, Beatriz!
No en vano por ti me muero.

(Vase.)
BEATRIZ:

[Aparte.]
La mentira que he fingido
al viejo mentira ha sido
a pagar de su dinero.

LAURA:

[Aparte.]
De estraño susto salí.

DON ÍÑIGO:

[Aparte.]
La carta de mi pesar
es quien me ha de asegurar
si es engaño. Dice así:
[Lee.]
«La confianza que debo tener de vuestra amistad me asegura las finezas que della puedo prometerme. Don Félix, mi hijo, está en esa corte, así por la asistencia de sus pretensiones como por la ausencia de sus travesuras. Suplícoos me hagáis merced de buscarle en la posada que dice el sobrescrito de esa carta y ponerla en su mano, que, porque va en ella un aviso que importa, no he querido fiarla de menor cuidado. Don Diego de Toledo».
¡Por Dios que estimo infinito
mi desengaño! ¡Y que esté
aquí don Félix! Veré
dónde dice el sobrescrito.
[Lee.]
«A don Félix de Toledo, mi hijo, en la calle del Carmen, en la posada de unas casas nuevas».
Bien sé la posada, que es
frente de donde vivía.

LAURA:

¿De qué es, señor, la alegría?
Dame della parte, pues
tenerla por propria puedo.

DON ÍÑIGO:

De Granada he recibido
aqueste pliego, que ha sido
de don Diego de Toledo,
un caballero de quien
en mis mocedades fui
amigo y a quien debí
la vida y honor también
en ciertas adversidades.
([Aparte.]
De que el silencio sea juez,
que se corre la vejez
de escuchar sus mocedades.)
Pídeme que busque aquí
a un don Félix de Toledo
hijo suyo a quien hoy puedo
pagar lo que a él le debí,
y aunque me puedo acordar
dél muy poco, nada haré
en hallarle, porque fue
la posada en que ha de estar,
según dice el sobrescrito,
frente de la misma casa
que dejé. Esto es lo que pasa.

LAURA:

Y yo me huelgo infinito
hoy de nueva semejante
por lo que a ti te ha alegrado.

DON ÍÑIGO:

Solo siento que ocupado
me halle para que al instante
no le busque. Pero yo
presto escribiré.

(Vase.)
LAURA:

Beatriz,
¿ves si mi amor es feliz,
pues desengaños me dio
adelantados de que
el ser Félix caballero
no lo hace el ser forastero?

BEATRIZ:

Verdad cuanto dijo fue.

LAURA:

¡Quién avisarle pudiera!

BEATRIZ:

¿Quién quieres tú que a avisarle
vaya si ha de ir a buscarle
luego? Que si no, yo fuera.
De la banda y el tocado
que tanto susto nos dio,
¿qué es lo que hemos de hacer?

LAURA:

Yo
ponérmela he deseado.
Mas no me atrevo, porque
es tan rica, estraña y bella
que es fuerza repare en ella
mi padre.

BEATRIZ:

Yo te daré
un arbitrio con que puedas
ponerla, que es lo que hacía
otra ama a quien yo servía
con telas, joyas y sedas.

LAURA:

¿Qué es?

BEATRIZ:

Enviársela a una amiga
que con ella venga a verte
puesta, industriada de suerte
que, cuando tu voz la diga
«¡Qué linda banda!» delante
de tu padre, diga ella:
«Haste de servir con ella
sin que nada sea bastante
a que la vuelva a llevar,
pues te ha parecido bien».

LAURA:

Y tú lo has dicho tan bien
que así se ha de ejecutar:
a nuestra vecina Clara
la llevas y di que al instante
venga, porque es importante,
a visitarme; y repara
en que no alcance que ha sido
prenda que nadie me ha dado,
porque no sepa el cuidado
lo que ha de hacer el descuido
para que así venga ella
al punto.

BEATRIZ:

Volando voy,
que para mentiras hoy
predomina buena estrella.

LAURA:

¿De qué lo infieres?

BEATRIZ:

Lo infiero
de que, aunque tan listo anda
mi señor, que pague espero
como el porte del cartero
el retorno de la banda.

(Vanse.)
(Salen LISARDO y HERNANDO.)
LISARDO:

Mil veces paso esta calle
sin que logre mi esperanza
el ver a Clara.

HERNANDO:

Es muy justo,
pues no mereces lograrla.

LISARDO:

¿Cómo?

HERNANDO:

¿Cómo estando abierta
toda esta puerta, te andas
paseando la calle una
y otra vez? Éntrate en casa
y verasla, porque aquesto
de enamorar de fantasma
ya espiró y el desde afuera
es destreza poco usada,
desde que la conclusión
se ha introducido en España.

LISARDO:

¿Cómo me puedo atrever
a entrar yo si ella me manda
que de día no atraviese
los umbrales de su casa?

HERNANDO:

Pues, ¿de qué agora te quejas
si con condiciones amas?

LISARDO:

De que dure tanto el día.

HERNANDO:

¿No es una mujer tapada
la que de su casa sale?

LISARDO:

Sí.

HERNANDO:

¿Qué haces?

LISARDO:

Llegar a hablarla.

HERNANDO:

¿Para qué?

LISARDO:

Para saber
qué es lo que hace doña Clara.

HERNANDO:

Es decir: tu amor a quien
no conoces.

LISARDO:

Bien reparas.

(Sale BEATRIZ.)
BEATRIZ:

[Aparte.]
Grande gusto es embustir.
Ya doña Clara industriada
queda de lo que ha de hacer
sin ser preciso rogarla,
que decir por una amiga
una mentira obra es santa,
porque nos depare Amor
quien por nosotras lo haga.

LISARDO:

¿Quién esta mujer será?

HERNANDO:

Qué sé yo. Alguna criada
de una amiga: una que quite
vello, una que mudas haga,
una que muela cacao,
una que distile aguas,
una que venda perfumes,
una que aderece enaguas,
una que rice guedejas,
una que eche las habas,
una que dineros lleve,
una que recados traiga
y una...

LISARDO:

Calla. No prosigas,
que ya siento que se vaya
sin conocerla.

[BEATRIZ se entra en su casa.]
HERNANDO:

Aun bien que
ha entrado en esotra casa
de más abajo y vecina
de la misma doña Clara;
y si quieres conocerla,
podrás cuando della salga.

LISARDO:

Ya no es tiempo, porque sale
sola con una criada
doña Clara de la suya
y es fuerza llegar a hablarla.

Salen DOÑA CLARA y LEONOR con mantos, y DOÑA CLARA trae puesta la banda.)
LEONOR:

¿Dónde vas?

CLARA:

A visitar
a nuestra vecina Laura,
porque agora me envió
decir que a verla vaya
y que aquesta banda lleve
puesta solo para darla.

LISARDO:

Hallándome yo en la calle
cuando vós de vuestra casa
salís, mal podré, señora,
pensar que disculpa haya
de no iros sirviendo.
[Aparte.]
¡Cielos!
¿Qué miro? ¿Esta no es la banda
que envió don Félix?

CLARA:

Y yo,
Lisardo, cortesía tanta
os estimo.

LISARDO:

[Aparte.]
Sí, ella es,
que no pudiera tan rara
labor mentir

CLARA:

Mas mirad
que no es razón ostentarla
en publicidad. A ver
voy a una amiga a esta casa
vecina; por eso salgo
hoy tan poco acompañada.
Quedaos aquí porque no
os vean conmigo, pues basta
la licencia que tenéis
en mi pecho y en mi casa
de noche sin que de día
demos que decir.

LISARDO:

Aunque haya
tan lícito inconveniente
como vuestro honor y fama,
perdonadme, que no puedo
dejar de hablar, ¡pena estraña!,
ahora en mis penas, que nunca
segundo término aguardan.
Y para esto, hasta la noche
es un siglo lo que falta
y ya el dolor me habrá muerto
de haber visto...

CLARA:

¿Qué?

LISARDO:

... esa banda
que, puesta en el pecho, más
le descubre que le guarda,
pues descubre tus traiciones.

CLARA:

Yo, Lisardo, no sé nada
de lo que decís.

LISARDO:

Pues, ¿quién
esa banda te dio, ingrata?

CLARA:

Una amiga ahora.

LISARDO:

Detente,
que es disculpa muy usada,
pues para vuestras disculpas
jamás una amiga falta.

CLARA:

Digo que me la envió...

LISARDO:

... quien, antes que te la enviara,
me contó favores tuyos.
Ya sé todo lo que pasa:
ya sé que otro dueño tienes
coronado de esperanzas;
ya me ha dicho cuanto está
admitido de ti.

CLARA:

Basta,
Lisardo, que pienso que
dudas que soy con quien hablas.

LISARDO:

No dudo, que bien sé que eres
mudable, engañosa y falsa.
Si a don Félix quieres bien,
si dueño suyo te llamas,
si sus favores admites,
di: ¿para qué a mí me engañas?

Di.
CLARA:

Lisardo, bueno está,
que si os di licencia para
que me pidáis celos, no
para que me digáis tantas
locuras y desatinos,
que ya los límites pasan
de corteses galanteos
y cuerdas desconfianzas.
¿Qué es aqueso de otro dueño,
otro amor y otra esperanza?
Las mujeres como yo
no aman, o la vez que aman
es para que su amor sea
carácter fijo del alma,
y aunque a los principios quise
dar satisfaciones claras
del engaño que padecen
tan pequeñas circunstancias,
ya por castigar estilos
de vuestra loca arrogancia
y dejaros con la duda
no lo he de hacer, que se agravia
ofendido mi respeto
en imaginar que haya,
si satisfación os doy,
delito sobre que caiga.
Si estáis, Lisardo, enseñado
a mujeres que se pagan
de esos despechos, medid
más atento la distancia
y aprended a pedir celos
con quejas más cortesanas,
que no somos damas todas,
aunque todas somos damas.
(Vanse DOÑA CLARA y LEONOR.)

HERNANDO:

Bien doña Clara te ha dado
a entender que es doña Clara
del gran Conde Claros hija
y nieta de Claridiana,
bisnieta de Claridante
y chozna de una garnacha
clarísima de Venecia,
según lo claro que habla.

LISARDO:

¿Qué es lo que pasa por mí?

HERNANDO:

Lo que por cualquiera pasa
el día que una mujer
el enojo desenvaina.

LISARDO:

Muerto estoy, entre mí y Félix
cercado de dudas varias.

HERNANDO:

¿Cómo?

LISARDO:

Como Félix dijo
que tenía padre su dama,
y esta no le tiene.

HERNANDO:

Esa
cosa es de poca importancia,
que bien puede una mujer
que a dos admite y engaña,
con una madre en el cuerpo,
mentir un padre en el alma.

LISARDO:

¿Pudo la banda ser otra?

HERNANDO:

Pudo, pero muy estrañas
son las señas.

LISARDO:

¿Qué he de hacer
en tanta pena?

HERNANDO:

Dejarla.

(Salen DON FÉLIX y MENDOZA.)
DON FÉLIX:

¿Aqueso te sucedió?

MENDOZA:

Yo pienso que no escapara
de allí vivo si no fuera
por Beatriz y por la carta.

DON FÉLIX:

¿Lisardo por estos barrios?

LISARDO:

Aqueso no os preguntara
yo a vós, que ya sé que en ellos
tenéis que hacer.

DON FÉLIX:

Cosa es clara,
pues del sol que adoro es
hoy breve esfera esta casa
y a ella vengo como a centro
donde mi vida descansa.
En ella, Lisardo, está
la deidad a quien el alma
adora y...

LISARDO:

Todo lo sé,
y puesto que amistad tanta
los dos profesamos, Félix,
hablémonos cara a cara,
que esto de andar dos amigos
engañados de una dama
es bueno para que dure
entretenida una farsa,
mas no para que suceda.

DON FÉLIX:

Pues, ¿qué os turba?, ¿qué os espanta?,
¿qué tenéis?

LISARDO:

Hoy me dijisteis
cuánto vuestro pecho ama
una hermosura, de quien
favor vuestro amor alcanza.
Hoy también os dije yo
que adoro una soberana
beldad, admitido della.
Pues una misma son ambas.

DON FÉLIX:

¿Qué decís?

LISARDO:

Que la belleza
que buscáis en esta casa,
a quien la banda enviasteis
y tiene puesta la banda,
es la misma que yo adoro
y que a los dos nos engaña.

DON FÉLIX:

Ved lo que decís, Lisardo.

MENDOZA:

Hablad quedo, que de casa
su padre sale.

DON FÉLIX:

¿Es la hija
deste caballero, Laura,
vuestra dama?

LISARDO:

Para mí
Clara, y no Laura, se llama;
para mí no tiene padre,
sino un hermano que falta
de Madrid, y en todo miente.

(Sale DON ÍÑIGO.)
DON ÍÑIGO:

Aunque de escribir me falta
un pliego, volveré en dando
a este don Félix la carta.

(Vase.)
DON FÉLIX:

Mirad, Lisardo, que a veces
aun el mismo sol engaña,
tomando de los colores
reflejos y luces varias.

LISARDO:

¿Vuestra dama no ha de estar
dentro desta misma casa?
¿La banda no la enviasteis
y tiene puesta la banda?
Pues la misma es que yo quiero.

DON FÉLIX:

Afirmáis con veras tantas
vuestros celos y mis celos,
vuestras ansias y mis ansias,
que me haréis vencerlos, pero
no con la primera causa.
Amigos somos los dos;
vós tenéis una ventaja,
que es estar desengañado:
dejad que lo mismo haga
yo, y en estándolo, luego
veremos qué medio haya
para proceder los dos
con cordura y con templanza,
finos con nuestra amistad
y airosos con nuestra dama.

LISARDO:

Decís bien.

DON FÉLIX:

Allí esperad
mientras que yo subo a hablarla.

LISARDO:

Pues si es la que tiene puesta,
como digo, vuestra banda,
es una misma.

DON FÉLIX:

A eso voy.

LISARDO:

En el portal os aguarda
con la respuesta mi pecho.

MENDOZA:

Y los dos, si aquesto para
en riña, ¿qué hemos de hacer?

HERNANDO:

¿Qué? Guardar una alianza.

LISARDO:

Idos a casa y en ella
esperad.

HERNANDO:

De buena gana.

(Vanse.)
(Salen LAURA, con la banda puesta, DOÑA CLARA, BEATRIZ y LEONOR.)
LAURA:

Pésame que hayas venido
a verme tan disgustada.

CLARA:

Si Beatriz no me dijera,
Laura, cuánto te importaba
que delante de tu padre
viniese a darte esa banda,
como lo hice, no hubiera
salido en todo hoy de casa,
que no estoy buena.

LAURA:

Aunque eches
a la salud que te falta
la culpa, otra he presumido
que es de tu pena la causa.

CLARA:

Si he de decir la verdad,
yo me estoy muriendo, Laura,
por escribir un papel
que me desahogue.

LAURA:

Saca
la escribanía, Beatriz,
de ese tocador.

CLARA:

Aguarda,
que mejor es que yo entre
a escribir.
[Aparte.]
En fin, tirana
pasión, ¿te sales con todo?
Veré si el pecho descansa
diciéndole por escrito
lo mismo que de palabra.

(Vase.)
LAURA:

¿Qué tiene tu ama, Leonor?

LEONOR:

No sé qué tiene mi ama.
Voy a ver si manda algo.

[Vase.]
BEATRIZ:

Don Félix hasta esta cuadra
se ha entrado.

(Sale DON FÉLIX.)
LAURA:

¿Qué es esto, Félix?
Pues, ¿no miras, no reparas
que a estas horas...?

[Vase BEATRIZ.]
DON FÉLIX:

No, que ya
ni miro ni advierto nada.

LAURA:

¿Qué traes?

DON FÉLIX:

Si sé tus traiciones,
¿qué quieres, fiera, que traiga?
Quédate a Dios, que no vine
más que a ver aquesa banda
en tu cuello para ver
cuánto eres fingida y falsa.

LAURA:

Pues, esta banda, ¿tú mismo
no me la enviaste?

DON FÉLIX:

Sí, ingrata.

LAURA:

Pues, ¿qué te ofende?

DON FÉLIX:

Traella.

LAURA:

Yo pensé que era estimarla
por tuya.

DON FÉLIX:

Ya solo es mía
en que verdades me trata.

LAURA:

¿Qué verdades?

DON FÉLIX:

Tus traiciones;
mira si son harto claras.
Ya sé que Lisardo es dueño
de tu amor, ya sé que alcanza
tus favores, si lo son
los que no alivian y agravian.

LAURA:

¿Qué dices, Félix? ¿Quién es
Lisardo?

DON FÉLIX:

El galán que amas,
el que cuenta tus finezas
y ya llora tus mudanzas.

LAURA:

¡Viven los cielos, don Félix,
que te engañas!

DON FÉLIX:

Tú me engañas,
que él verdad me dice.

LAURA:

¿Cómo
puede serlo quien con tantas
traiciones osa ofender
los átomos de mi fama?

DON FÉLIX:

Si quieres que él te lo diga
a ti misma cara a cara,
sí hará, que tomar no habemos
él ni yo mayor venganza
de ti que es averiguar
tus traiciones.

LAURA:

Pues, ¿qué aguardas?

DON FÉLIX:

Solo que él llegue hasta aquí.
Yo le traeré.

LAURA:

¡Cielos! Salga
de tan grande laberinto.

(Vase DON FÉLIX, y salen DOÑA CLARA y LEONOR.)
CLARA:

Toma este papel y a casa
te ve, y si Lisardo fuere
a ella, dásele. Y no salgas
por ahí, que mejor es
por esotra puerta.
(Vase LEONOR.)
Laura,
¿de qué lloras?

LAURA:

De que soy
infelice y desdichada;
y más en que sea forzoso
que tú sepas mis desgracias,
pues ya no puedo escusarlo.

(Salen DON FÉLIX y LISARDO.)
DON FÉLIX:

Agora veremos, Laura,
quién dice verdad. Lisardo,
¿es la dama de la banda
la que me habéis dicho?

LISARDO:

No,
que en mi vida vi esta dama.

LAURA:

Pues, ¿cómo habéis dicho que
yo engaño vuestra esperanza?

CLARA:

 [Aparte.]
¡Cielo! ¿Qué es esto que escucho?

LISARDO:

¡Cómo los ojos se engañan!

LAURA:

Aunque basta esta disculpa,
este castigo no basta.
¿Qué causa os dio esa osadía?

LISARDO:

No puedo decir la causa
sin que licencia me dé
la señora doña Clara,
en cuyo pecho primero
vi, señora, aquesa banda.

DON FÉLIX:

Sin decirla, la habéis dicho.
Perdóname, hermosa Laura,
mi temor.

LISARDO:

Tú, Clara hermosa,
mi necia desconfianza.

LAURA:

De albricias del desengaño
te perdono ofensa tanta.

CLARA:

Yo no, que aún dura en mi pecho
el...

[Salen LEONOR y BEATRIZ.]
LEONOR:

Señora...

CLARA:

¿Qué hay?

LEONOR:

Que en casa
en este instante se apea
tu hermano, que de Granada
viene.

BEATRIZ:

Y mi señor también
la escalera sube.

(Dentro ruido.)
DON FÉLIX:

¡Estraña
confusión!

LISARDO:

¿Qué hemos de hacer?

CLARA:

Yo estoy muerta.

LAURA:

Yo turbada.

BEATRIZ:

Pues ni te turbes, ni mueras,
sino atended a esta traza:
los dos aquí os esconded
y las dos a esotra sala
salid. Tú di a mi señor...

LAURA:

¿Qué?

BEATRIZ:

... que con Clara se vaya
para que su hermano entienda
la visita donde estaba,
y así podré yo entretanto
darles lugar a que salgan.

DON FÉLIX:

Bien dice.

BEATRIZ:

Pues a esconderos
los dos; y las dos, cobradas
del susto, a engañar al viejo.

LISARDO:

Vamos, don Félix.

CLARA:

Ven, Laura.

BEATRIZ:

Sin mí, los cuatro no valen
sus mentiras llenas de agua.