Antes que todo es mi dama/Acto II

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Acto I
Antes que todo es mi dama
de Pedro Calderón de la Barca
Acto II

Acto II

Salen MENDOZA y HERNANDO con una luz.
HERNANDO:

Mata esa luz, pues que ya
la del día en casa entra
con tal desvergüenza que
no aguarda a pedir licencia.

MENDOZA:

Hernando, ¿has visto en tu vida
superchería como esta
que nuestros amos han hecho
con nosotros?

HERNANDO:

¿Qué te quejas?

MENDOZA:

¿Qué me he de quejar? ¿No basta
que al amanecer no vengan
a acostarse y que vestidos
hasta estas horas nos tengan,
grullas de capa y espada?

HERNANDO:

Pluguiera a Dios eso fuera
cada noche.

MENDOZA:

¿Cada noche
no [acostarse]?
 

HERNANDO:

Pues, ¿hubiera
cosa de más gusto que,
sin tener uno pereza,
hallarse cada mañana
vestido? Porque, ¿hay paciencia
para dispertar un hombre
en camisa y mirar llenas
todas sus sillas de alhajas
que ha de acomodar por fuerza?
Resuélvese en que ha de ser,
y por el jubón empieza:
saca una pierna y por un
calzón de lienzo la entra,
y después de haberla puesto
su escarpín y su calceta
y su media y su zapato
y su liga, a la tarea
de calceta, de escarpín,
de liga, zapato, media
y calzón, sacrificada
vuelve a sacar la otra pierna;
item más, otros calzones:
átales las bocas, tienta
las ligas y halla que siempre
una está floja, otra aprieta;
con siete nudos y siete
lazadas, siete agujetas
se ataca, tres y tres y una.
 

HERNANDO:

Ya en calzón y en jubón llega
peine y escobilla, jueces
del copete y las guedejas;
lávase manos y cara,
pónese una bigotera
y encájase en cuello y manos
una golilla y dos vueltas,
una ropilla, una daga,
una pretina y, tras ella,
espada, capa y sombrero.
¿Y para qué es toda esta
cáfila de alhajas? Para
quitárselas con la mesma
orden a la noche. ¿Y hay
quien dormir vestido sienta
ahorrando el dormir vestido
de tantas impertinencias?

MENDOZA:

Deja locuras y dime
si habrá parado en pendencia
el suceso de la banda.

HERNANDO:

Aun bien que los dos con buena
reputación nos venimos,
no tan solo con licencia,
pero con orden, Mendoza,
de que hiciésemos ausencia
de la casa y de la calle.
 

MENDOZA:

Cuanto valgo y tengo diera
por saber en qué ha parado.

HERNANDO:

Ya lo sabrás, que ya llegan
juntos los dos.
(Salen LISARDO y DON FÉLIX.)
¿Es buena hora
de venir a casa esta?

DON FÉLIX:

Si es buena o mala, no habemos
de darte, Hernando, la cuenta.

HERNANDO:

¡Mala noche y parir riña!

MENDOZA:

Calla, Hernando.

DON FÉLIX:

¿Habrá paciencia,
Lisardo, que me consuele
en confusión como esta?
 

LISARDO:

Ello fue cosa imposible
el prevenir que volviera
de llevar a doña Clara
el padre con tanta priesa
que no pudiéramos, Félix,
salir antes que nos viera;
mas vós tuvisteis la culpa,
que os quedasteis en aquella
sazón hablando.

DON FÉLIX:

Beatriz
me tuvo diciendo que era
justo avisarme de que
su amo, por la estafeta,
había tenido un pliego;
y antes que más me dijera,
sentimos la voz, de suerte
que, sin que el caso supiera
a qué me detuvo, hubimos
de ocasionar la sospecha
de su padre.

LISARDO:

Ella no es grande,
pues solo nos vio a la puerta
de la calle y no del cuarto.
 

DON FÉLIX:

Si su condición no fuera
tan terrible, no importara;
mas, aunque tan leve sea
la ocasión, temo que Laura
un grande disgusto tenga.

LISARDO:

Si eso nos tuvo en la calle
toda la noche y ni en ella
ni en su casa hemos sentido
ruido alguno, bien pudiera
tanto silencio quietaros.

DON FÉLIX:

No es posible.

LISARDO:

Lo que desta
pesadumbre saco yo
es sentir tanto la vuestra
que no me deja lugar
para que la mía sienta.

DON FÉLIX:

Pues, ¿qué pesadumbre vós
tenéis?
 

LISARDO:

¿Paréceos pequeña
haber venido un hermano,
que ha de embarazar por fuerza
las ocasiones de ver
a Clara?

DON FÉLIX:

Si bien se acuerda
mi memoria, la criada
que entró tan turbada y muerta
a decir que había venido
de Granada dijo.

LISARDO:

Es cierta
cosa, que en Granada estaba
en el pleito de una herencia.

DON FÉLIX:

¿Cómo se llama? Quizás
le conoceré.

LISARDO:

Aunque quiera
decíroslo, no lo sé,
que nunca me dijo ella
más de que tenía un hermano.
 

HERNANDO:

¿En toda una noche entera
no habéis tenido lugar
de hablar, que con tanta flema
os ponéis a hablar agora?
¿No fuera mejor...?

DON FÉLIX:

No fuera.
Déjanos, Hernando.

HERNANDO:

¿Sabes
lo que iba a decir?

LISARDO:

Que sea
lo que fuere es necedad.

HERNANDO:

Yo niego la consecuencia,
pues es...

LISARDO:

¿Qué?

HERNANDO:

... que os acostéis.
 

DON FÉLIX:

Ningún descanso me espera.
Descansad, Lisardo, vós,
que yo doy luego la vuelta.

LISARDO:

¿Dónde vais?

DON FÉLIX:

Por tantas partes
hoy mi desdicha me cerca
que, eslabonando pesares,
unos tras otros se lleva.
No tuve cartas ayer
de mi padre, y creo que vengan
en pliego de un hombre que es
de Granada; así quisiera,
antes que de casa salga,
hablarle, Lisardo, en ella.

LISARDO:

Id con Dios.

DON FÉLIX:

Vamos, Mendoza.

(Vanse.)

 

HERNANDO:

Señor, por Dios, que yo sepa
qué ha sido esto.

LISARDO:

Nada ha sido;
pero quien ama, se altera
de poco. Cuando subimos
los dos a saber si era
Clara a quien había enviado
la banda que tenía puesta,
vimos que había sido trueco,
engañándome las señas.
Contentos, en fin, los dos
de que nuestra competencia
cesase estábamos cuando
dos criadas juntas entran:
una a decir que el hermano
de Clara a aquella hora mesma
de Granada había venido,
y otra a decir que a la puerta
llamaba el padre de Laura.
Trazose que le dijera
Clara que la acompañase
para que, en su breve ausencia,
nos saliésemos nosotros;
hízose desta manera.
 

LISARDO:

Pero como están las casas
de Clara y Laura tan cerca
y él no debió de hacer más
que llevarla hasta la puerta,
en un instante que Félix
se detuvo en la escalera
a oír no sé qué que Beatriz
le decía, ya por ella
el viejo subía y hubo
de dar con los dos por fuerza.
«¿Quién va?», dijo. Respondimos:
«Gente de paz». «Pues, ¿qué intentan
aquí?», replicó. Yo entonces
le dije: «¿Es la casa esta,
señor, donde un caballero
en este instante se apea?».
«No es aquesta», respondió
dando voces que trajeran
luz, que había de conocernos.
Los dos, como aquello no era
lance de duelo, a la calle
salimos, y el viejo a ella
tan brioso tras nosotros
que, por no hacerlo pendencia,
hubimos de retirarnos
dando a la calle la vuelta.
Siguionos, pero no pudo
alcanzarnos, de manera
que, recelando don Félix
algún riesgo en Laura bella,
toda la noche se ha estado
hecho estatua de su puerta
hasta que el sol nos echó
de sus umbrales y...
 

HERNANDO:

Espera,
que, o me engaño, o es el padre
de Laura el que en casa entra.

LISARDO:

¿En casa? Sí, ¡vive Dios!
Él es. ¿Cuánto va que llega
a haber sabido que Félix
el de anoche fue y intenta
o tomar satisfaciones
o darle prudentes quejas?

HERNANDO:

¿Quién le habrá dicho que él fue,
viéndole a obscuras?

LISARDO:

¡Qué necia
duda es aquesa sabiendo
que hay criadas que lo sepan!

HERNANDO:

Quizá buscara otra cosa.

LISARDO:

Puede ser.

HERNANDO:

Hasta aquí se entra.
 

(Sale DON ÍÑIGO.)
DON ÍÑIGO:

[Aparte.]
Aunque las sombras de anoche
con tal cuidado me tengan,
no han de obligarme a que falte
a justas correspondencias.
Este cuarto me dijeron
ayer que el de Félix era.

LISARDO:

([Aparte.]
Que le he conocido habré
de disimular por fuerza.)
Caballero, ¿qué mandáis?

DON ÍÑIGO:

Si sois vós, saber quisiera,...

LISARDO:

¿Quién?

DON ÍÑIGO:

... don Félix de Toledo.

LISARDO:

(Aparte.)
No fue vana mi sospecha.
 

HERNANDO:

(Aparte.)
De todo viene informado.

LISARDO:

(Aparte.)
Pero aunque noticia tenga
del nombre, de la persona
no, pues preguntando llega
si soy yo don Félix. Haga
mi amistad una fineza,
que es prevenir y escusar
con cordura y con prudencia
a don Félix un disgusto,
pues si prevenirle intenta
que no le mire en su casa,
cuando yo aquí se le ofrezca
le hago buen tercio a don Félix,
siendo yo con quien él tenga
para adelante el cuidado.

DON ÍÑIGO:

¿No merezco más respuesta?

LISARDO:

No os espantéis de que dude
por causas que a ello me fuerza
el decir que soy don Félix;
pero por muchas que tenga,
una cosa es encubrirlo
y otra es negarlo a quien llega
a preguntarlo. Yo soy
don Félix.
 

HERNANDO:

[A su amo.]
Señor, ¿qué intentas?

LISARDO:

Deshacer una desdicha.

HERNANDO:

Más parece que es hacerla.

DON ÍÑIGO:

Corrido estoy que no hayan
díchomelo antes las señas
de vuestra gran bizarría,
don Félix, que la voz vuestra.
No os alborotéis, que no
importa que yo lo sepa.
Y agora dadme los brazos,
que son generosa deuda
del cuidado con que vengo
buscándoos.

HERNANDO:

(Aparte.)
¿Qué historia es esta?
Cuando pensé que al nombrarse
con una daga le diera,
¿tan cariñoso le abraza?
 

DON ÍÑIGO:

Sentaos, sentaos, que quisiera
hablar con vós muy despacio.

LISARDO:

Sentaos vós. Y agora sepa
quién tanta merced me hace.

DON ÍÑIGO:

Quien vuestra salud desea
y vuestra quietud, don Félix,
aun más que la suya mesma,
por muchas obligaciones
que tiene a la sangre vuestra.

HERNANDO:

[Aparte.]
Suegro de paz es; no es poco
cuando son suegros de guerra
todos cuantos hay.

LISARDO:

(Aparte.)
Él tiene
gran valor o gran prudencia.
 

DON ÍÑIGO:

Don Íñigo soy de Lara,
para serviros. Apenas
estas cartas recebí
ayer cuando, con presteza,
vine a esta posada. No
tuve dicha de que en ella
os hallase, y así vengo
tan de mañana a traerlas;
de vuestro padre, don Félix,
son: en la mía me ordena
que os busque y os dé este pliego,
que importa la diligencia
de un aviso que en él viene.
Leedle.

HERNANDO:

[A su amo.]
Señor, no le leas,
que esto de dar una carta
y una estocada con ella
es treta usada, y el viejo
es zaino.
 

LISARDO:

([Aparte.]
Fuerza es leerla,
ya empeñado en que soy Félix.)
Leo, pues me dais licencia.
(Lee.)
«El señor don Íñigo de Lara, que pondrá esta en vuestras manos, es a quien mi vida confiesa grandes obligaciones. No me he valido de las finezas de su amistad hasta ahora, por no tener certeza de que estuviese en esa corte, pero, habiéndome informado de que reside en ella, os escribo por su orden, así por el riesgo que puede tener vuestro nombre en los sobrescritos como por la seguridad de que lleguen a vuestras manos. Aquel caballero convaleció ya de sus heridas, salió con su pleito y va a esa corte; y así, en cualquier estado que estén vuestras pretensiones, las dejad y volveos a Granada. Dios os guarde».

DON ÍÑIGO:

Cuanto ahí el señor don Diego
encarece las finezas
de mi amistad es un breve
rasgo, una línea pequeña
de lo que debo acudir
a serviros.

LISARDO:

Bien lo muestra
el cuidado, Dios os guarde,
por la breve diligencia
del aviso, que no dudo
de cuánta importancia sea.
 

DON ÍÑIGO:

Pues, ¿qué fue aquesto?

LISARDO:

Un pesar
que me obligó a hacer ausencia
de Granada.

DON ÍÑIGO:

No me espantan
mocedades como esas:
por ellas pasamos todos.
Yo me acuerdo que en las nuestras
vuestro padre y yo salimos
de cierta honrada pendencia
muy airosos. ¡Qué valiente,
galán y entendido era!

LISARDO:

Vós le hacéis merced.

(Sale DON FÉLIX.)
DON FÉLIX:

Lisardo,
buscándoos vuelvo con nueva
pesadumbre.
(Aparte.)
Mas, ¿qué miro?
¿Don Íñigo aquí? ¿Qué intenta?
 

LISARDO:

Pues perdonad y un instante
esperad.

DON FÉLIX:

Que os obedezca
es justo.
[Al criado.]
¿Qué es esto, Hernando?

HERNANDO:

Pues, ¿hay alguien que lo sepa?

DON ÍÑIGO:

¿Cómo aqueste caballero
que tan deslumbrado entra
os llama Lisardo?

LISARDO:

Como
el disgusto de mi ausencia
me obligó a mudar el nombre,
por el riesgo que pudiera
tener el ser conocido;
y esta fue la causa mesma
porque dudé antes de agora
decirle.
 

DON ÍÑIGO:

Prevención cuerda.
Mas, ya que esa prevención
tuvisteis, ¿cómo en aquesta
posada, viniendo yo
ayer a veros en ella,
preguntando por don Félix...

DON FÉLIX:

¿Qué mandáis?

HERNANDO:

[Aparte.]
Detente, espera,
que hay otro don Félix ya.

DON ÍÑIGO:

... me dijeron que este era
vuestro cuarto?

LISARDO:

Como, aunque
quise que no se supiera,
no lo pude conseguir,
que personas de mi tierra,
con quien no pude fingirle,
deshicieron la advertencia;
y así Félix y Lisardo
me llaman a un tiempo en esta
posada, y yo no he querido,
por no engendrar más sospecha,
advertirles que me nieguen
a nadie que a verme venga.
 

DON FÉLIX:

[A HERNANDO.]
¿Qué secreto es este, Hernando?

HERNANDO:

El demonio que lo entienda.

DON ÍÑIGO:

Con todo eso, es gran descuido
el vivir de esa manera,
y más agora teniendo
de vuestro enemigo nuevas.

LISARDO:

Yo procuraré guardarme.

DON ÍÑIGO:

Sabe Dios cuánto me pesa
de no poder ofreceros
mi casa para que della
vais desde luego a serviros;
pero dilatarlo es fuerza,
señor, hasta que acomode
el modo de la vivienda,
que luego habéis de ir a honrarla.
Y ahora, porque no quisiera
que ese caballero espere,
quedad con Dios.
 

LISARDO:

Mi defensa
no os ponga en tanto cuidado,
pues basta que yo merezca
saber dónde os he de hallar
para que os pague esta deuda.

DON ÍÑIGO:

Yo vivo, porque sepáis
para cuanto se os ofrezca,
donde tenéis un criado,
en la calle de las Huertas.

LISARDO:

Para acudir a serviros
usaré de esa licencia.

DON ÍÑIGO:

Quedad con Dios.

LISARDO:

Él os guarde.

DON ÍÑIGO:

[Aparte.]
¡Qué brío! ¡Qué gentileza!
De su padre es un retrato.

(Vase.)
DON FÉLIX:

Lisardo, por Dios, que sepa
desta novedad la causa.
¿Qué es esto?
 

LISARDO:

Todo se encierra
en que hay amigos que matan,
por ignorancia, con buena
intención, y yo os he muerto
hoy, don Félix, por tenerla.

DON FÉLIX:

¿Cómo?

LISARDO:

Tomad esta carta
de vuestro padre y en ella
veréis la amistad que tiene
con don Íñigo. A traerla
vino y yo, cuando por vós
preguntó, entrando en sospecha
de que os buscaba, quejoso
por satisfacer la ofensa,
creyendo que por alguna
de sus criadas hubiera
sabido el nombre, por dar
a vuestro amor franca puerta,
quebrándose en mí el enojo,
fingí vuestro nombre en prueba
de mi amistad, escusándoos
o el aviso o la pendencia.
 

DON FÉLIX:

Bien decís, Lisardo, que
ha sido acción como esta
matar con buena intención,
pues me quitasteis que sea
huésped dichoso de Laura,
a quien adoro.

LISARDO:

Paciencia,
y persuadiros a que
fue yerro de mi fineza.

DON FÉLIX:

Esta, sin duda, es la carta
de que quiso Laura bella
anoche avisarme.

LISARDO:

Y no
en eso el disgusto cesa,
pues vuestro padre os envía
aviso, Félix, en ella
de que ya vuestro enemigo
viene a Madrid.
 

DON FÉLIX:

Aunque venga
a solo darme la muerte,
no podrá, pues de manera
me tienen muerto mis ansias
que será inútil la ofensa.
Venid, Lisardo, conmigo:
veremos cómo se pueda
aquesto enmendar, porque
quiero también daros cuenta
de un papel que me ha enviado
Laura, en que dice la vea
esta tarde, porque importa
su vida y honor que sepa
el estado en que la tiene
mi amor.

LISARDO:

Pues, ¿de qué manera
en su casa habéis de entrar?

DON FÉLIX:

Pues ella lo dice, ella
lo habrá mirado.

LISARDO:

El empeño
es grande.
 

DON FÉLIX:

Cuando lo sea,
¿qué importa si es cierto que
no quiere el que no se arriesga?

(Vanse.)
(Salen DOÑA CLARA y DON ANTONIO.)
DON ANTONIO:

Haz hoy esto por mí, hermana.

CLARA:

¿Qué imposible cosa hubiera
que por ti mi amor no hiciera?
Pero es tu esperanza vana.

DON ANTONIO:

¿Cómo?

CLARA:

Como es tan tirana
de Laura la condición,
tan libre la presunción,
tan altiva la estrañeza,
tan discreta la belleza,
tan bella la discreción,
que temo que tu cuidado
desairado ha de quedar.
 

DON ANTONIO:

Nunca un hombre por amar
quedar puede desairado,
pues el que más despreciado
llora uno y otro desdén,
más olvidado de quien
más adora, en duelo tal,
no es posible quedar mal,
pues queda queriendo bien.
Demás de que nada ha habido
de tan grave rebeldía
que a la industria o la porfía
no se haya dado a partido.
Nace el mármol escondido
de un monte y no está seguro
del sincel; de un centro obscuro
nace el bronce y del buril
no escapa, siendo sutil
basto bronce y mármol duro;
nace el oro hijo del sol
en la más oculta mina
y a una experiencia divina
le hace tratable el crisol;
émulo al mayor farol
nace el diamante constante,
solo a sí tan semejante
que no se deja labrar
hasta que viene a cortar
un diamante otro diamante.
 

DON ANTONIO:

¿Y quieres que un temor vil
niegue a mi pena cruel
lo porfiado de un sincel,
lo prolijo de un buril
y del crisol lo sutil,
del diamante lo constante?
No, que mi amor arrogante,
mármol, jaspe, oro, arrebol,
ha de ablandar al crisol,
sincel, buril y diamante.

CLARA:

Notable estremo de amor
el tuyo es. Ayer veniste,
esta mañana la viste,
¿y ya con tanto rigor
la vecindad de su ardor
te abrasa? Si ya no fuese
aspirar a que se hiciese
por ti el tono que decía:
«Junto a mi casa vivía
porque más cerca muriese».
 

DON ANTONIO:

No es tan liviano mi afecto,
tan fácil mi voluntad,
que por solo vecindad
se atreviese a su respeto.
Días ha que mi alma objeto
fue de sus rayos ardientes
y que Amor , los accidentes
trocando a nuestras pasiones,
hirió nuestros corazones
con arpones diferentes.
Antes, Clara hermosa, que
me ausentase, la serví,
de su padre amigo fui
y a entrambos los visité,
ausente la idolatré
en el sol, que, como él
a un laurel adoró fiel
y yo a una Laura, creía
que darme nuevas podía
de mi Laura su laurel.
 

DON ANTONIO:

Confieso que despreciado
siempre viví de su amor
y que la amé con temor,
porque no hay más triste estado
que el de un pobre enamorado.
Mas, ya que en favor ha sido
el pleito con que he salido,
es justo que el suyo aguarde,
porque no hay rico cobarde
como no hay pobre atrevido.
Y así, viendo que podré
con su padre declararme,
hermana, y para casarme
pedírsela, mal haré
en malograr tanta fe,
si bien obligarla quiero
antes.

CLARA:

Haces bien, si infiero
cuán necio en el mundo es
quien osa gozar después
lo que no agradó primero.
Pero déjame admirar
que una ausencia y una herida,
que a lo último de tu vida
te tuvo, para olvidar
no bastasen.
 

DON ANTONIO:

Mi pesar
no me renueves, porque
si en él me hablas, no tendré
en ira el alma ocupada,
gusto para hablar en nada,
hasta que vengado esté.

CLARA:

Pues hablemos en tu amor,
si aquesto te da disgusto,
que, siendo, hermano, tan justo,
fuera no ayudarte error.
¿Qué podré hacer en favor
de tu pena?

DON ANTONIO:

Visitar
hoy a Laura, con que entrar
podré, buscándote y ver
su beldad.

CLARA:

Si la vi ayer,
¿cómo hoy tengo de tornar
a verla?

DON ANTONIO:

Pues dame, hermana,
de tu parte algún recado
con que yo entre disculpado.
 

CLARA:

Eso haré de mejor gana.
Dila que yo he de ir mañana
a dar cierto parabién,
y así que me preste es bien
sus joyas, y que no envío
criado porque no me fío
de uno que es nuevo.

DON ANTONIO:

Está bien.
Quédate con Dios, que ya
muero por llegar a vella.
¡Ay, Laura divina y bella!
Una esperanza me da,
que bien merecida está
de tanto amar y sentir.

(Vase.)

 

CLARA:

Aunque debiera advertir
a mi hermano del amor
de Laura y Félix, error
el llegárselo a decir
tan presto fuera, pues queda
tiempo antes que por mujer
la pida, que eso ha de ser
cuando ya callar no pueda,
si bien siento que conceda
con tanta seguridad
a Laura su libertad
sabiendo yo que ella adora
otro amante. ¡Oh, cuánto ignora
rendida una voluntad!
Pues si así ha compadecido
galán que ignorando está
que otro admitido es, ¿qué hará
galán que lo haya sabido,
y enamorado y rendido
pasa por sus desconsuelos?
Pero mal he dicho, ¡cielos!,
que lástima no merece
galán tan vil que se ofrece
voluntarioso a sus celos.
 

(Sale LEONOR.)
LEONOR:

Al tiempo que ya de casa
don Antonio, mi señor,
sale, ostentando su amor
Lisardo la calle pasa.

CLARA:

Leonor, el pecho se abrasa
por hablarle, y pues que va
mi hermano donde estará
divertido, hablarle aguardo.
Haz una seña a Lisardo,
dile que suba.

LEONOR:

Será
aventurarte, señora.

CLARA:

Pues, ¿qué querías que amara
yo si nada aventurara?
Y supuesto que es agora
buena ocasión, ve, Leonor,
dile que entre. Corazón,
no temas, que no es razón,
si amor te llega a valer,
porque ser Dios y temer
implica contradición.

(Vanse.)

 

(Sale[n] LAURA, BEATRIZ y DON FÉLIX.)
LAURA:

Sabiendo que ocupado
hoy mi padre estaría,
don Félix, todo el día
en un negocio, he dado
lugar a que esta tarde
entres aquí, que amor nunca es cobarde.

DON FÉLIX:

Del papel advertido,
para el riesgo llamado,
por la ocasión buscado
y al tiempo agradecido,
a verte vengo, Laura;
con mi peligro tu temor restaura.

LAURA:

Beatriz desde esa puerta,
pues no ha de estar cerrada,
de una seña avisada
está por si alguien viene.

BEATRIZ:

¡Yo estoy muerta!

(Vase.)

 

LAURA:

Tantas penas me ofrece
a un tiempo mi fortuna
que, atenta a cada una,
no sé por cuál empiece,
don Félix, que cualquiera
pretende, por mayor, ser la primera.

DON FÉLIX:

Detente y más no llores,
que en vender fuera necio
mis finezas a precio
de lágrimas que son perlas y flores,
pues mayo y sol, al verlas,
uno las hace flores y otro perlas.
No ha de costar tan caro
lo que tú me pidieres.
Dime, pues, lo que quieres,
y aun es mi amor tan raro
que solo siente agora
el que hayas de decírmelo, señora,
que aun una vez quisiera
que el verte obedecida no costara.
¡Oh, quién adivinara!
¡Quién astrólogo fuera
para saber el fin de tus enojos
mirado en el eclipse de los ojos!
 

LAURA:

Don Félix, yo he pensado
el más lícito medio
que pueda ser remedio
de uno y otro cuidado,
si es verdad que me quieres.

DON FÉLIX:

¿Cuál es?

LAURA:

Pues que mi padre quién tú eres
sabe y de tu nobleza
está tan informado,
que no dudo que ya te haya buscado
para darte unas cartas su fineza
(que era lo que decía
Beatriz anoche, cuando ya él volvía),
declárate con él, que, declarado
una vez, trataremos,
sin que sean tan costosos los estremos,
de los medios, quedando asegurado
mi honor, Félix, mi padre agradecido,
mi amor logrado y mi deseo cumplido.

DON FÉLIX:

Dices bien, y mil veces
agradezco el partido que me ofreces.
La causa, Laura, de que al mismo instante
tus leyes no obedezca
y a tu padre me ofrezca
será porque primero es importante,
porque él se satisfaga
de quién soy, que un engaño se deshaga.
 

LAURA:

¡Ay de mí! Pues, ¿qué engaño
puede haber en quien eres?

DON FÉLIX:

No te asustes ni alteres,
que bien fácil es, Laura, el desengaño.

LAURA:

Pues dime, ¿tú no has sido
para quien unas cartas han venido?

DON FÉLIX:

Sí, hermosa Laura mía.

LAURA:

¿Y ya no te ha buscado?

DON FÉLIX:

En mi posada ha estado,
amaneciendo en ella con el día.

LAURA:

Pues, ¿qué engaño en quien eres haber puede?

DON FÉLIX:

Oye y sabrasle.

LAURA:

Un mal a otro sucede.

DON FÉLIX:

Buscándome...
 

(Sale BEATRIZ.)
BEATRIZ:

Señora...

LAURA:

¿Qué hay, Beatriz?

BEATRIZ:

Que a la puerta llega agora
don Antonio, el hermano
de doña Clara, y dice que conviene
hablarte, que a un recado suyo viene.

LAURA:

Di que mi padre no está en casa.

BEATRIZ:

En vano
será, que ya hasta esta
sala se entró sin esperar respuesta.

LAURA:

Don Félix, no te vea.

DON FÉLIX:

No entre y no me verá, que quien no sea
tu padre, Laura, a mí no ha de obligarme
hoy a esconderme dél ni a retirarme.
 

LAURA:

Pues mi honor, ¿no te debe
más atención?

DON FÉLIX:

Él mismo a esto me mueve,
que tu honor es el mío.

LAURA:

Que he de deberte esta fineza fío.
Éntrate a ese aposento;
yo le despediré luego al momento.

BEATRIZ:

Ved que entra.

LAURA:

Haz por mí esto.

DON FÉLIX:

¡Oh, dulce encanto
del hombre! ¿Qué no puede vuestro llanto?

(Escóndese DON FÉLIX y sale DON ANTONIO.)
DON ANTONIO:

Sin licencia, señora,
de un recado que ahora
me dio mi hermana a entrar aquí no osara.
 

LAURA:

Qué manda la señora doña Clara
me decid brevemente,
y perdonad, que el tiempo no consiente
que en visita os reciba
no estando aquí mi padre.

DON ANTONIO:

Tan esquiva
como os dejé os he hallado.

BEATRIZ:

[Aparte.]
¿Mas que el recado pone a mal recado
aqueste caballero?

LAURA:

Solo a lo que venís es lo que espero.

(Sale DON FÉLIX al paño y repara en DON ANTONIO.)
DON FÉLIX:

[Aparte.]
¡Cielos! ¿Qué es lo que miro?
Él es. Con nueva causa ya me admiro
de mis sucesos.

LAURA:

¿Qué mandáis?
 

DON ANTONIO:

Mi hermana
un parabién que dar tiene mañana
y, por ir más gallarda, hermosa y rica,
que la deis vuestras joyas os suplica
para lucir con ellas,
que, al fin, joyas del sol serán estrellas.

LAURA:

¿Un criado no había
que trajera el recado?

DON ANTONIO:

No le envía,
señora, con criado
que de uno que tiene no ha fiado
porque ha poco que en casa
está, tanto interés.

LAURA:

Pues si eso pasa,
por aquesa ventana de su cuarto
que cae a mi jardín, ¿no me mandara
que algún criado mío las llevara?

DON ANTONIO:

Si había de venir un criado suyo
o ir uno vuestro, justamente arguyo
que hizo que como suyo aquí viniese
para que como vuestro allá volviese,
pues claramente muestro
que lo fui suyo para serlo vuestro.
 

LAURA:

(Aparte.)
Solo ahora le faltaba a mi cuidado
que este me hablase en el amor pasado.

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Solo ahora les faltaba a mis desvelos
que mi enemigo se vengase a celos.

LAURA:

Beatriz, saca al instante
de aquese tocador las joyas mías.

DON ANTONIO:

Si salen de la esfera de los días,
rayo será de luz cada diamante.

LAURA:

¿Qué aguardas?

BEATRIZ:

Voy volando.

(Entra BEATRIZ donde está DON FÉLIX.)
DON ANTONIO:

No la deis tanta prisa, que, esperando,
más contento estaré.
 

LAURA:

Conviene esto,
que venga presto, porque os vais vós presto.

DON ANTONIO:

Pues si tan breve, señora,
es el espacio que tengo
de vida, que por minutos
me la está contando el tiempo,
mal haré en desperdiciarle,
que fuera ignorante o necio
el que un momento perdiera
cuando vive por momentos.
Aunque vengo a llevar joyas,
mejor dijera que vengo
a traerlas, pues que traigo
la firmeza de mi pecho.

LAURA:

[Aparte.]
¡Cielos! ¿Qué es esto que oigo?

DON FÉLIX:

[Aparte.]
¿Qué es esto que escucho, cielos?

DON ANTONIO:

Bien os acordaréis, Laura,
de cuán rendido mi afecto
os adoró y...
 

LAURA:

No digáis
más, que de nada me acuerdo,
sino de que un tiempo fuisteis...

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Oigamos qué fue.

LAURA:

... el objeto
de mis altivos rigores,
de mis desdenes severos.

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Eso sí.

DON ANTONIO:

Y eso es lo mismo
que yo iba a decir; que, atento
a tantos agravios, quise
haceros memoria dellos
porque en aquesta ocasión,
encontrados los estremos,
vós volváis a repetirlos
y yo vuelva a padecerlos.

(A la puerta BEATRIZ y DON FÉLIX.)
DON FÉLIX:

¿Quién tendrá paciencia para
escuchar que esté diciendo
otro amores a su dama
aunque ella diga desprecios?
¡Vive Dios!

(Quiere salir.)
BEATRIZ:

[A DON FÉLIX, deteniéndolo.]
Señor, ¿qué haces?

DON FÉLIX:

¡Beatriz, suelta!

BEATRIZ:

Estate quedo,
que ya yo saco las joyas
con que se irá.

[Sale.]
DON ANTONIO:

¿Qué es aquello?
 

LAURA:

[Aparte.]
¡Ay de mí!

BEATRIZ:

Yo, que en la puerta
tropecé deste aposento.
Ya están las joyas aquí.
 

LAURA:

Estas son cuantas yo tengo.
Si esto es a lo que venisteis,
veislas aquí y idos luego,
señor don Antonio.

DON ANTONIO:

Yo,
perdonad mi atrevimiento,
no me tengo de ir, señora,
sin que vós oigáis primero,
que no solo a aquesto vine.

LAURA:

Si yo no quiero saberlo,
¿de qué servirá el decirlo?

DON ANTONIO:

De cumplir yo con afecto.

LAURA:

Hacedme merced de iros.

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Ya que le dé Laura siento
prisa. ¿Si será porque
no descubra algún secreto?

DON ANTONIO:

En diciendo de una vez,
Laura, todo cuanto siento.
 

LAURA:

Decid, pues, que no podéis
decir más, que os aborrezco.

DON ANTONIO:

Yo, hermosa Laura, jamás
tener pude atrevimiento
de miraros, si no es
con el decoro y respeto
que vuestro estado y mi sangre
permiten a mis deseos,
a cuya cuenta sufrí
iras y desdenes vuestros.
Acobardábame más
que vuestro rigor severo
mi fortuna, porque un pobre
homicida es de sí mesmo.
Para alentarme a serviros...
no, señora, a mereceros,
con un noble mayorazgo
hoy rico y honrado vuelvo:
todo es poco para vós.
Mas lo que fuere os ofrezco,
advirtiéndoos que no os pido
licencia, que no la espero,
para pediros, señora,
a vuestro padre por dueño,
sino que os aviso solo
desta esperanza que tengo,
porque me tratéis con más
rigores, pues todos ellos
serán honras de un marido
si son de un galán desprecios.
 

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Ya para oír más no hay
ni valor ni sufrimiento.

LAURA:

Mi padre os responderá,
señor don Antonio, a eso
cuando vós le habléis y yo,
cuando él lo diga. Ahora os ruego
que aquestas joyas toméis
y os vais con Dios.

DON ANTONIO:

Cuando llego
de vuestra mano a tomarlas,
que es joya cristal pienso.
Y así, pues tomo las joyas,
también podré...

(Al ir a tomarle la mano, sale DON FÉLIX.)
DON FÉLIX:

Deteneos,
que esa mano ni tomada
ni pedida ha de ser.

LAURA:

¡Cielos,
muerta estoy!
 

DON ANTONIO:

¿Qué es lo que miro?
De que vós seáis me huelgo
quien lo estorbe, por tomar
ambas venganzas a un tiempo.

BEATRIZ:

[Aparte.]
Muertes de hombres ha de haber.

DON FÉLIX:

Si vós, por el lance nuestro,
ocasión para matarme
tenéis, yo también la tengo:
vós, porque yo os di una herida;
yo porque vós me dais celos.
Y pues yo, con mayor causa,
me reporto, haced lo mesmo,
que el estrado de una dama
no es campaña para el duelo.

DON FÉLIX:

Decís bien: fuera salgamos,
donde los dos cuerpo a cuerpo
nos veamos.

DON FÉLIX:

Ya os sigo yo.

LAURA:

Mirad...
 

DON ÍÑIGO:

(Dentro.)
¿Cómo está aquí abierto?

BEATRIZ:

[Aparte.]
¿No lo dije yo que haría
diez aqueste padre nuestro?

LAURA:

Llenose el número, ¡ay, triste!,
de mis penas y tormentos.
Caballeros, pues lo sois,
y en los que son caballeros
antes que todo es la dama,
ved mi peligro.

LOS DOS:

Sí haremos.

DON FÉLIX:

Por su honor y por su vida
aquí a retirarme vuelvo.
Valeos vós de la disculpa
de esas joyas, que al momento
que él se asegure saldré
a la calle.
 

(Escóndese DON FÉLIX y sale DON ÍÑIGO.)
DON ÍÑIGO:

Pues, ¿qué es esto,
señor don Antonio? ¿Aquí
qué mandáis?

DON ANTONIO:

([Aparte.]
Paciencia, cielos,
que soy quien soy y no es bien
vengarme por bajos medios.)
A pedir aquestas joyas
de parte...

LAURA:

[Aparte.]
¡Yo estoy muriendo!

DON ANTONIO:

... de doña Clara mi hermana
he venido.

LAURA:

Y a ese efecto
las sacaba ahora Beatriz
del tocador, porque entiendo
que quiere honrarlas en un
parabién de cumplimiento.
 

DON ANTONIO:

Por no haber criado en casa
vine yo.

DON ÍÑIGO:

Mucho me alegra
de que en la mía haya cosa
con que serviros.

DON ANTONIO:

El cielo,
señor, os guarde mil años;
y pues desta casa llevo
más que vine a pedir, dadme
licencia ya.

DON ÍÑIGO:

Deteneos
y esperad a que una luz
saquen, que va anocheciendo.
Beatriz, trae luces.

BEATRIZ:

Aquí
están.

DON ANTONIO:

¿Dónde vais?
 

DON ÍÑIGO:

Sirviéndoos.

DON ANTONIO:

Quedaos, señor.

DON ÍÑIGO:

Esto es justo.

DON ANTONIO:

Por no porfiar, lo consiento.

DON ÍÑIGO:

La escalera es por aquí.

DON ANTONIO:

[Aparte.]
Iré a mi casa corriendo
por un jaco y un broquel
y, a dos venganzas atento,
le mataré cuando salga.

[Se van DON ÍÑIGO, DON ANTONIO y BEATRIZ. Sale DON FÉLIX.]
LAURA:

Don Félix, ¿qué es lo que has hecho?

DON FÉLIX:

Lo que tuve obligación,
porque me debieras menos
en que callara que no
en que me arriesgara, viendo
que a tu mano se atrevía.
 

LAURA:

Tu temeridad me ha muerto.

DON FÉLIX:

No en vano antes, ¡oh, enemiga!,
que te conociese el pecho
le pasé, astrólogo entonces,
por sacarte de allá dentro.

LAURA:

Solo me faltaba agora
el que me pidieses celos.

DON FÉLIX:

No pediré, porque solo
pedirán mis sentimientos
que diviertas a tu padre
y a Beatriz digas que luego
me saque de aquí, porque...

(Sale BEATRIZ.)
BEATRIZ:

Buena hacienda habemos hecho.
No ha quedado puerta en casa
que no esté cerrando el viejo,
escarmentado de anoche.

DON FÉLIX:

Yo he de salir, ¡vive el cielo!,
aunque por un balcón sea.
 

(Sale DON ÍÑIGO y retírase DON FÉLIX.)
DON ÍÑIGO:

[Aparte.]
Corazón, disimulemos
el disgusto que me ha dado
haber hallado aquí dentro
a don Antonio, pues son
las joyas disculpa dello,
que no lo han de llevar todo
hasta el fin mis sentimientos.

LAURA:

(Aparte.)
¡Muerta estoy!

DON ÍÑIGO:

Laura...

LAURA:

¿Señor?

DON ÍÑIGO:

Un grande cuidado tengo
que comunicar contigo
para pedirte un consejo.

LAURA:

¿Consejo a mí tu prudencia?
 

DON ÍÑIGO:

Tanto fío de tu ingenio.
Ya te dije que tenido
había de Granada un pliego
con una carta que viene
a un don Félix de Toledo.

LAURA:

Sí, señor.

DON ÍÑIGO:

Aunque encarezca
la obligación que le tengo,
no es posible. Fui y hablele
en su posada, y leyendo
la carta que le llevé
tenía un aviso que presto
vendría aquí un su enemigo;
y a mi obligación atento
le quisiera asegurar
la vida, que te prometo
que debo a su padre cuanto
ser, honor y vida tengo;
y él lo merece, porque
es el mejor caballero
que en toda mi vida he hablado:
¡qué gala!, ¡qué entendimiento!

LAURA:

[Aparte, al paño.]
¡Qué bien suena a quien bien quiere
la alabanza de su dueño!
 

DON FÉLIX:

[Aparte.]
¡Qué infeliz fui, pues Lisardo
me ganó todo este afecto!

DON ÍÑIGO:

No le he ofrecido mi casa
por hablarte a ti primero,
que eres el inconveniente
y te he de hacer el remedio.

LAURA:

Pues, ¿qué inconveniente yo
puedo ser si tú eres dueño
de todo? Venga, señor,
a casa ese caballero,
que yo le serviré.

DON ÍÑIGO:

¡Oh, cuánto
esa obediencia agradezco!
Pero mira, él no ha de verte,
que lo que rogarte quiero
es que tú a estar te reduzgas
en mi cuarto, y componiendo
esta sala, que se mande
por otro recibimiento;
le diré que venga a ella,
pues por aqueste aposento
puerta se le puede dar
a la escalera. Entra dentro:
verás dónde se ha de abrir.
 

DON FÉLIX:

[Aparte, al paño.]
Llegó mi pena a su estremo.

BEATRIZ:

[Aparte.]
Dimos al traste con todo.

(Quiere entrar DON ÍÑIGO y detiénele LAURA.)
LAURA:

Detente, que ya yo entiendo
lo que me quieres decir
y ahora es escusado el verlo.
Trae a tu huésped, señor,
que yo me obligo, y te ofrezco
estarme tan retirada
dentro de tu cuarto mesmo
que no me vean entonces
más que ahora me están oyendo.

DON ÍÑIGO:

Así lo creo de ti.
Ven conmigo porque hablemos
cómo se ha de disponer
aqueste hospedaje.

LAURA:

(Aparte.)
¡Cielos!
Salga yo bien desta noche,
que lo demás no lo temo,
si Félix viene a ser huésped
de mi casa y de mi pecho.

(Vanse.)

 

(Sale DON FÉLIX.)
DON FÉLIX:

¡Cé, Beatriz!, pues tu señor
va a su cuarto, di si puedo
salir ya.

BEATRIZ:

Pues, ¿no has oído
que cerró las puertas? Pero
a un traidor, dos alevosos:
quiero decirte un secreto.
El postigo de la calle,
aunque echen la llave, es cierto
que se puede abrir con solo
que le metas los dos dedos
detrás de la cerradura
y el pestillo tires luego,
porque no muerde en las guardas
o muerde poco, que es viejo.
Yo lo sé, pues yo lo digo.

DON FÉLIX:

El aviso te agradezco.
 

BEATRIZ:

No lo agradezcas, porque
si la verdad te confieso,
diera por verte en la calle
ya cuanto tengo y no tengo.
Ven conmigo y, por si haces
tú algún ruido, al mismo tiempo
cerraré yo esas ventanas.

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Don Antonio, por lo menos,
no podrá decir mi honor,
que pude salir más presto.

BEATRIZ:

Baja delante.

(Vanse.)
(Salen a una ventana en lo alto DOÑA CLARA y LISARDO.)
CLARA:

Lisardo,
esto has de hacer.

LISARDO:

Yo no tengo
de dejarte en riesgo a ti
por asegurar mi riesgo.
 

CLARA:

Aquí no hay otro mayor
que el hallarte a ti aquí dentro
mi hermano, que, como he dicho,
sin color, turbado y muerto
a casa ha venido y solo
se ha cerrado en su aposento,
y previniéndose queda.
Por el resquicio pequeño
de la llave lo he mirado;
no dudo que es causa desto
alguna sospecha que
le dio el no abrirle tan presto.
Y si ha de mirar la casa,
¿qué desengaño más cierto
que no hallar en ella nadie?
Y así, llorando te ruego
que por aquesa ventana,
que de doña Laura a un huerto
cae, te arrojes, pues sin ti
yo libre y segura quedo
y tú allá podrás hallar
muchas disculpas.

LISARDO:

No es eso
lo que reparo, que yo
soy quien siempre importa menos,
sino el no dejarte, que
si te sucediese luego
una desdicha, sería
desdicha muy sin consuelo
para mi amor y mi honor.
 

CLARA:

Si tú te vas, nada temo.

LISARDO:

Yo lo haré, aunque a mi pesar.

(Échase él por la ventana y cierra LAURA.)
CLARA:

Y yo la ventana cierro,
que estando Lisardo fuera
no hay que temer.

(Vase.)
(Suena dentro ruido.)
DON ÍÑIGO:

(Dentro.)
¿Qué es aquello?

LISARDO:

 [Entra por el balcón.]
Ya me han sentido.

LAURA:

(Dentro.)
Señor,
detente.
 

DON ÍÑIGO:

[Dentro.]
¡Hola, acudid presto
todos!

LISARDO:

De algo servirá
de Félix el fingimiento,
pues disculpándome yo
con decir que vine huyendo
de la justicia, hallaré
en don Íñigo remedio.
Mas como no sé la casa,
no sé por dónde más presto
dé con él. Puerta es aquesta:
entraré por aquí dentro.

(Escóndese donde estaba DON FÉLIX y salen DON ÍÑIGO con la espada desnuda, LAURA deteniéndole y criados con luces y espadas desnudas.)
LAURA:

Mira, señor...

DON ÍÑIGO:

¡Suelta, Laura!
¡Ver toda la casa tengo!
 

(Sale BEATRIZ por otra puerta.)
BEATRIZ:

[Aparte.]
Si ya no hubiera salido
Félix, hubiéramos hecho
linda necedad. ¡Oh, quién
avisara a Laura dello
porque perdiera el temor
de que le hallen!

DON ÍÑIGO:

Recorriendo
id toda la casa.

LAURA:

(Aparte.)
¿Habrá
más infeliz mujer, cielos?

DON ÍÑIGO:

Este aposento mirad.

BEATRIZ:

[Aparte.]
Mas, si no le hubiera puesto
de paticas en la calle...

LAURA:

No mires este aposento,
señor, sin que antes me oigas
lo que prevenirte quiero.
 

BEATRIZ:

[Aparte.]
Ella ha de echarse a perder
por pensar que está aquí dentro.

DON ÍÑIGO:

¿Qué he de oír?

LAURA:

Estoy turbada.

DON ÍÑIGO:

Habla.

LAURA:

Fáltame el aliento.

DON ÍÑIGO:

Di.

LAURA:

La voz se me ha embargado.

DON ÍÑIGO:

Prosigue.

LAURA:

Toda soy yelo.

DON ÍÑIGO:

Pues déjame entrar.
 

LAURA:

Escucha
de mi amor atrevimientos.
Señor, tú mismo me has dicho
cuán ilustre caballero,
cuán galán, cuán entendido
es don Félix de Toledo:
tercerías son que deben
desenojarte más presto.
Él es mi esposo, señor,
y él está en este aposento.
Agora dame la muerte,
que habiendo dicho primero
que es mi esposo, moriré
contenta, pues por lo menos
curo la facilidad,
llegándote en tanto aprieto
antes la satisfación
que no la ofensa, el remedio
que el dolor, la paz que el susto,
la triaca que el veneno.
 

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Fortuna, ya es este lance
muy otro que era. Y supuesto
que el haber caído en don Félix
ha sido piedad del cielo,
no le quiero ser ingrato:
acudamos al remedio.
[Llégase a la puerta del cuarto donde está LISARDO.]
Señor don Félix, salid,
que aunque yo quejarme puedo
que tan justas conveniencias
traten tan injustos medios,
todo os lo perdono, todo,
en albricias de suceso
tan feliz para mi casa.

LAURA:

Bien se ha logrado mi intento.

DON ÍÑIGO:

Salid, pues.

BEATRIZ:

¿Qué ha de salir
si ya no hay nadie allá dentro?
 

(Entra LAURA y saca a LISARDO.)
LAURA:

Llegad, señor, pues mi padre
nos perdona.
[Aparte.]
Mas, ¿qué veo?

LISARDO:

[Aparte.]
¿A quién habrá sucedido
lo que me está sucediendo?

LAURA:

[A LISARDO.]
Hombre, ¿quién eres o cómo
estás aquí?

BEATRIZ:

(Aparte.)
¡Santos cielos!

LAURA:

(Aparte.)
Ahora mi padre me da
muerte, que no es Félix viendo.
 

DON ÍÑIGO:

Señor don Félix, llegad,
dadme los brazos, que quiero
que aún no os cueste a vós agora
la vergüenza que yo tengo,
advirtiéndoos que no pudo
acaecer este suceso
por quien no fuérades vós,
que ya no le hubiera muerto.

LISARDO:

(Aparte.)
(¿Qué he de hacer? Desengañarle
de quién soy no es a buen tiempo,
pues, si me avisa que solo
a Félix sus sentimientos
disimularan la ofensa,
será empeñarme de nuevo
el decir que no lo soy.
Aquí no hay otro remedio
que esperar a otra ocasión.)
Fuerza fue turbarme al veros,
mas cuanto os ha dicho Laura
de nuevo, señor, lo ofrezco
y aseguro que sea esposa
de don Félix de Toledo.
 

DON ÍÑIGO:

Solo eso pudiera ser
de mis penas el consuelo.

LAURA:

[Aparte.]
Y solo eso de las mías
pudiera ser de aumento
si este es Félix y no el otro.

DON ÍÑIGO:

Pues ha de ser, en efecto.
No habéis de salir de aquí
sin desposaros primero,
y mañana yo traeré
la licencia.

LISARDO:

(Aparte.)
¡Estraño empeño!
¿Yo con dama de mi amigo?

LAURA:

(Aparte.)
¿Yo con galán, ¡qué tormento!,
de mi amiga?

LISARDO:

(Aparte.)
¿Yo con quien
no amo...
 

LAURA:

(Aparte.)
¿Yo con quien no quiero...

LISARDO:

[Aparte.]
... y está enamorada de otro?

LAURA:

[Aparte.]
... y está a otra dama queriendo?

LISARDO:

[Aparte.]
Mejor es que se declare
de una vez todo el despecho.

LAURA:

[Aparte.]
Pues yo tengo de morir,
mejor es morir más presto.

LISARDO:

Señor...

LAURA:

Señor...

DON ÍÑIGO:

¿De qué entrambos
habláis agora suspensos?

LISARDO:

Oye...

LAURA:

Escucha...
 

(Cuchilladas dentro.)
DON ANTONIO:

(Dentro.)
Aquí verás
de qué manera me vengo.

DON FÉLIX:

[Dentro.]
Tú de qué modo castigo
osados atrevimientos.

DON ÍÑIGO:

¿Qué es aquello?

LISARDO:

La voz es
de un amigo.

DON ÍÑIGO:

¡Deteneos!
No habéis de salir de aquí.

LISARDO:

Pues, ¿cómo, oyéndola, puedo
dejar de salir?

CLARA:

(Dentro.)
¡Señor
don Íñigo! ¡Acudid presto,
que dan la muerte a mi hermano!
 

LISARDO:

[Aparte.]
¡De Clara es esta voz, cielos!
¡«Hermano» y «muerte» entendí,
su vida corre gran riesgo!
¿Qué he de hacer cuando me llaman
mi amigo y mi dama a un tiempo?
Mas, ¿qué dudo? En todo trance
mi dama ha de ser primero.

(Vase.)
DON ÍÑIGO:

Salgamos todos.

LAURA:

¿Hay más
desdichas?

BEATRIZ:

[Aparte.]
¿Hay más enredos?

DON ÍÑIGO:

[Aparte.]
No le dejaré del lado.

(Vase.)
LAURA:

¿Qué es esto, Beatriz?

BEATRIZ:

¿Qué es esto?
Que el Amor y la Fortuna
están hechos unos cueros
y hacen dos mil disparates
que no es posible entenderlos.