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Antes que todo es mi dama/Acto III

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Antes que todo es mi dama
de Pedro Calderón de la Barca
Acto III

Acto III

Salen DON FÉLIX y LISARDO, MENDOZA y HERNANDO.
LISARDO:

Pues hemos llegado a casa
sin que nadie nos siguiese,
el uno y otro, a pesar
de tantos inconvenientes,
salíos los dos allá fuera
y mirad que nadie entre
sin avisarnos en tanto
que aquí hablamos yo y don Félix.

HERNANDO:

Juro a Dios no te sirviera
una hora más si supiese
medrar, con ser caso hoy
negado a todo sirviente.
Porque, ¿qué cosa es que os vais
a pesares y a placeres
los dos sin algún criado
que los murmure y los cuente,
que vengáis tan tarde a casa,
coléricos e impacientes
y alborotados, y que...?

DON FÉLIX:

Bueno está. Déjanos, que este
de burlas no es tiempo, Hernando.

HERNANDO:

Estas son veras.

LISARDO:

Advierte
que se pierde un siglo en cada
instante que aquí se pierde.

DON FÉLIX:

Llévale de aquí, Mendoza.

MENDOZA:

¿No basta que yo me lleve
a mí?

HERNANDO:

Juro a Dios que antes
he de servir a un hereje
que a un enamorado, aunque
con algún premio le trueque.

(Vanse MENDOZA y HERNANDO.)
DON FÉLIX:

Ya, Lisardo, estamos solos.
Y aunque mis sucesos pueden
darme tanto que pensar
y que temer, no me tienen
tan rendido las fortunas
de sus varios accidentes
como vuestras prevenciones,
según la lengua encarece
lo que importa darme cuenta
de un suceso.

LISARDO:

Sí, don Félix.
Pero, porque la mayor
parte dél agora pende
de las mismas cuchilladas
en que yo os halle, conviene
saber yo la causa dellas
antes porque se encadene
de un suceso otro suceso.

DON FÉLIX:

Yo os lo diré brevemente:
en Granada un hombre herí
forastero.

LISARDO:

Sí.

DON FÉLIX:

Pues este
hermano es de doña Clara,
vuestra dama, y pretendiente
de doña Laura, la mía,
que a uno estorba y a otro ofende.

LISARDO:

Aún no le he visto la cara
yo ni sé qué señas tiene.
Mas, ¿qué mucho, si ayer vino
y le he andado huyendo siempre?

DON FÉLIX:

Estaba con Laura yo...
Mas no importa que no os cuente
más de que allí nos hallamos
y que, al tratar que no fuese
nuestra campaña su sala,
vino el padre, que parece
que parlera la fortuna
le trae maliciosamente.
En fin, a su honor atentos
dejamos allí pendiente
el lance, escondime yo,
él se disculpó y, en breve,
aunque me cerró las puertas,
salí a la calle, valientes
nos embestimos los dos,
alborotose la gente
de todo el barrio a las voces
de Clara y a los crueles
golpes de las dos espadas,
rayos de acero, de suerte
que, de la gente y la luz
despartidos, no consienten
ni que él vengue sus heridas
ni que yo mis celos vengue.
Entre los que allí vinieron
fuisteis vós, que noblemente
os pusisteis a mi lado
diciéndome que me ausente
de la calle porque importa
que faltemos igualmente
della los dos. Esto es
todo lo que me sucede
a mí. Decid vós qué ha habido.

LISARDO:

No sé ya por dónde empiece.
Estando en casa de Clara,
su hermano llamó; esconderme
fue fuerza, que parecidos
son en cualquiera accidente
los lances de amor. ¿Qué mucho
si son uno mismo siempre?
Turbose Clara, Leonor
se embarazó; finalmente,
tardando en abrirle, entró
haciendo estremos crueles.
Encerrose en su aposento
y, por un resquicio breve,
Clara (que, en efecto, no hay
temeroso que no aceche)
le vio de no sé qué armas
prevenirse y componerse.
No le culpo, si ahora infiero
cuán justa disculpa tiene
para cualquier prevención
el que vengarse pretende,
porque una cosa es reñir
y otra es satisfacerse.
Clara, pues, viéndole armar,
se persuadió justamente
a que el tardar en abrirle
en sospecha le pusiese
y que aquellas prevenciones
para ver la casa fuesen.
Pidiome que me arrojase
por la ventana que tiene
su cuarto, que al jardín cae
de Laura. Hícelo. ¡Ah, mujeres!
¡Y cuántas cosas ha errado
seguir vuestros pareceres!
Al ruido de mi caída...

(Sale HERNANDO.)
HERNANDO:

Aunque os enojéis, no puede
dejar mi voz de deciros
que aquí don Íñigo viene
buscando a Félix. Mirad
a cuál le toca hoy ser Félix.

LISARDO:

¿Tú qué le has dicho?

HERNANDO:

Yo nada.

LISARDO:

No espero que en nada aciertes.

HERNANDO:

(Aparte.)
Que estaba aquí dije;
pero negarelo, pues lo siente.

LISARDO:

A mí me busca; y en tanto
que yo lo demás no os cuente,
importa que no me vea.
Despedidle brevemente.

(Escóndese).


DON FÉLIX:

Sí haré. ¡Oh, cuántas ilusiones
mi imaginación padece!
(Sale DON ÍÑIGO.)
¿Qué es, señor, lo que mandáis?

DON ÍÑIGO:

Hablar al señor don Félix
quisiera.

DON FÉLIX:

Agora salió
de casa; mas, si pudiere
suplir yo su ausencia, puedo
afirmar seguramente
que yo soy don Félix.

DON ÍÑIGO:

Bien
de vuestra amistad se infiere;
pero hablarle me importaba,
y estraño que se saliese
tan de mañana de casa.

DON FÉLIX:

Los que pretensiones tienen
no tienen hora segura.

DON ÍÑIGO:

Direisle que vine a verle
cuidadoso de que anoche
de mi lado se perdiese
en las cuchilladas que hubo
en mi calle, que solo este
cuidado tan de mañana
me trae a buscarle.
(Aparte.)
(Miente
mi voz, que mayor cuidado
me trae. ¡Grave pena! ¡Fuerte
dolor! ¡Que le halle en mi casa,
que ser esposo confiese
de Laura, que salga al ruido,
que de mi lado se ausente
y que se me niegue agora!)
Direisle, en fin, que se deje
ver, pues sabe que ha de ir
desde hoy a ser mi huésped.
(Aparte.)
Mucho hago en disimular.

DON FÉLIX:

Yo lo diré de esa suerte.

DON ÍÑIGO:

Hareisme mucha merced.

DON FÉLIX:

Serviros solo pretende
mi amistad.

DON ÍÑIGO:

Pues si es tan grande,
hablémonos claramente,
quitémonos los embozos
y escuchadme, que no puede
mi pecho, porque es volcán
que arde cubierto de nieve,
estorbar, que tanto fuego
por la boca no reviente.
Y puesto que sois su amigo
y es fuerza que él os lo cuente,
nada aventuro yo en que
hoy vuestra amistad le lleve
un recado, que, aunque en cosas
de honor ninguno hablar debe,
yo fío tanto del mío
y de mi valor que en este
caso no ha de embarazarme
el hablar, porque el que siente
de sí que sabrá vengarse
cada razón que dijere
más será otro empeño más
que le anime a que se vengue.

DON FÉLIX:

En cuanto vós me mandéis,
os serviré noblemente.

HERNANDO:

[Aparte.]
Gloria a Dios, que ya oiré algo.

DON ÍÑIGO:

Pues mandad, antes que empiece,
que este criado se vaya
allá fuera.

DON FÉLIX:

Hernando, vete.

HERNANDO:

[Aparte.]
La inquisición es de amor
esta casa, porque siempre
se hacen las causas secretas.

(Vase.)
DON FÉLIX:

Ya estáis solo.

DON ÍÑIGO:

Pues direisle
a don Félix que yo anoche
le hallé en mi casa y prudente
conveniencia hice el agravio
por ser quien es, pues, si fuese
otro cualquiera en el mundo,
allí le diera la muerte,
y aun a él si Laura misma
ser su esposo no dijese
y él mismo lo asegurase;
y decidle finalmente
que la prisa del salir
a la calle, que el perderse
en ella, el no estar agora
en casa... Esto solamente
siento decir sospechoso,
esto. ¡Basta! Que no tiene
para qué ausentarse, pues
cuando o imagine o piense
dilatar solo un instante
el casarse, como llegue
yo a saber que lo dilata,
aunque después él lo intente,
no querré yo, porque antes
que yo con Laura le ruegue,
sabré restaurar mi honor
dándola a Laura la muerte,
y entre su sangre bañada
obligarle a que remedie
su difunto honor haciendo,
cuando la mano la entregue,
tálamo el sepulcro que
cadáveres los albergue.

DON FÉLIX:

Escuchad... Mirad, señor...

DON ÍÑIGO:

A nada mi enojo atiende.
Nada me habléis hasta darme
la respuesta que él os diere.

(Vase.)
DON FÉLIX:

¿Qué es lo que pasa por mí,
cielos? ¿Qué encanto es aqueste?

(Sale LISARDO.)
LISARDO:

Bien claro se deja ver,
pues lo que dejó pendiente
mi voz prosiguió la suya,
que al ruido que hice me siente
y...

DON FÉLIX:

No prosigáis, que ya
todo lo demás se entiende.
¡Ay, Lisardo! Vós me habéis
quitado ya de dos veces
la dicha: una, cuando pude
ser de Laura feliz huésped;
y otra, cuando pude ser
su esposo, porque de suerte
el lance se ha barajado
que no es posible que llegue
ya a enmendarse.

LISARDO:

¿Cómo no
si el desengaño no tiene
peligro, Félix, ninguno
en el estado presente?
Que el haberle dilatado
hasta aquí fue porque siempre
hubo riesgo en declararme:
una vez, porque no hiciese
concepto de que tomé
vuestro nombre inútilmente
y entrase en mayor sospecha
habiendo la antecedente
noche seguido a los dos;
y otra porque, en fin, el verme
dentro de su misma casa
cerrado, después de haberle
dicho Laura el nombre, y no
era ocasión conveniente
de desengañarle. Agora
sí, puesto que puede hacerse
con toda seguridad.

DON FÉLIX:

¿De qué suerte?

LISARDO:

Desta suerte:
yo le escribiré un papel
diciendo que quiero verle
en una parte, y allí
le contaré claramente
todo el suceso, supuesto
que el fin peligro no tiene,
pues si con don Félix él
casar su hija pretende,
cesará el enojo viendo
que se casa con don Félix.

DON FÉLIX:

Eso tiene un riesgo solo.

LISARDO:

¿Cuál es?

DON FÉLIX:

Yo he juzgado siempre
el ajeno corazón
por el mío y me parece
que, si escondido en mi casa
hallado algún hombre hubiese,
satisfacer mi opinión
con aquel quisiera siempre,
mayormente habiendo en él
todas las partes que pueden
ponerle en mayor codicia.

LISARDO:

No hablemos en ellas, Félix,
sino volvamos al caso:
¿hay más que satisfacerle
contándole yo la causa,
aunque en esto se atropelle
el secreto de mi amor,
y decirle de qué suerte
entré en su casa?

DON FÉLIX:

Ya, ¿qué importa
que por ajeno amor fuese?
Que la ajena conveniencia
jamás a la propria excede.
Y, en fin, si por esta causa,
o porque ya de vós tiene
tan agradado el afecto,
o por sentir el haberse
engañado, no viniera
en que yo el esposo fuese
de Laura, ella ¿no es forzoso
que expuesta a las iras quede
de su enojo y, como ha dicho,
en ella su ofensa vengue?

LISARDO:

No decís mal, y así fuera,
Félix, lo más conveniente
ponerla en salvo primero.

DON FÉLIX:

Pues eso mi amor intente.
Escribid vós el papel
a don Íñigo y con ese
resguardo iré yo a su casa,
pues me dijo que le lleve
la respuesta; y entretanto
que él fuere con vós a verse
podré yo en casa de Laura
entrar más seguramente.
Direla todo el suceso;
vistos los inconvenientes
de nuestro amor, dispondrá
lo que mejor la estuviere.

LISARDO:

Pues a escribir el papel
quiero ir.

DON FÉLIX:

Cumplan lo que deben,
Laura, mi amor y mi honor,
pues la obligación que tiene
un amante caballero
en todos los accidentes
del tiempo y de la fortuna,
de la vida y de la muerte,
del amor y de la honra,
es saber que ha de ser siempre
antes que todo la dama,
y como ella no se arriesgue
y se asegure, después
que venga lo que viniere.

[Vase.]


(Salen LAURA y BEATRIZ.)
LAURA:

Si opinión es recibida
que penas saben dar muerte,
¿cómo una pena tan fuerte
no acaba con una vida?
No lo sé, que desmentida
en mí yace esta opinión,
porque si homicidas son,
¿cómo la mía este día
no mata, siendo la mía
de amor, riesgo y opinión?
De amor, porque enamorada
me llego a mirar de un hombre
que ha tomado ajeno nombre
para dejarme burlada;
de riesgo, porque postrada
la vida a mi padre estoy;
y de opinión pues, si hoy
juzga la suya ofendida,
mi opinión, mi amor, mi vida
dirán cuán infeliz soy.
Yo no me puedo casar
con hombre que me engañó
fingiendo el nombre, ni yo
la mano tengo de dar
a otro porque acertó a estar,
sin saber cómo, escondido.
Si no me quita el sentido,
poco debo a mi cuidado.

BEATRIZ:

Que habiendo, señora, echado
fuera yo al Félix fingido
se viniese el verdadero
a entrar allí cosa es
que, si se escribe después,
no se ha de creer.

LAURA:

Si infiero
mi suerte, bien considero
que sola ella pudo ser
bastante a eso. ¿Qué he de hacer?

BEATRIZ:

Si mi consejo valiera,
yo bien sé lo que yo hiciera.

LAURA:

¿Qué?

BEATRIZ:

Ausentarme por no ver
mi muerte.

LAURA:

Pues el morir,
¿no es mejor, sufriendo agora,
que, huyendo, vivir?

BEATRIZ:

Señora,
no hay cosa como vivir.

LAURA:

Solo para conseguir
la venganza de un traidor
quisiera en tanto rigor
la vida, Beatriz, guardar.

(Sale DON ÍÑIGO.)
DON ÍÑIGO:

¿Hame venido a buscar
alguien aquí?

BEATRIZ:

No, señor.

DON ÍÑIGO:

(Aparte.)
En efecto, no parece
don Félix. ¡Cielos! ¿Qué haré
en tal desdicha? No sé
de cuantos medios me ofrece
la confusión que padece
mi pecho para vengar
tan infelice pesar
cuál elija.

LAURA:

[Aparte.]
Apenas puedo,
o de vergüenza o de miedo,
atreverme hoy a mirar
su rostro.

DON ÍÑIGO:

¿Tú estás aquí?

LAURA:

Y siempre humilde a tus pies
aguardando a que me des
muerte no porque, ¡ay de mí!,
culpada la merecí,
sino engañada, señor.

DON ÍÑIGO:

Vete de aquí, que el dolor
que me obligue no quisiera
a algún despecho, que fuera
añadir error a error.
Retírate a tu aposento.

LAURA:

Ya, señor, que convencida
no intento guardar mi vida,
guardar tu opinión intento.
Escúchame, pues, atento.

DON ÍÑIGO:

No quiero escucharte, no.

LAURA:

Mira...

DON ÍÑIGO:

¿Qué engaño buscó
ya en tu disculpa tu culpa?

LAURA:

Yo no busco mi disculpa.
Mas sabe que es Félix...

(Sale DON FÉLIX.)
DON FÉLIX:

Yo
vengo, señor,...

LAURA:

(Aparte.)
¡Hay más tristes
penas!

DON FÉLIX:

... a buscaros...

BEATRIZ:

(Aparte.)
¡Qué
osadía!

DON FÉLIX:

... porque hallé
la respuesta que pedistes.

(Dale un papel.)
DON ÍÑIGO:

Muy grande favor me hicistes.
Retiraos las dos.

LAURA:

[Aparte.]
¡Que así
se entre este traidor aquí!

(Retíranse las dos al paño.)
DON FÉLIX:

[Aparte.]
¡Con qué de temores lidio!

BEATRIZ:

[Aparte.]
La desvergüenza le envidio.
¡Oh, cuál era para mí!

DON ÍÑIGO:

(Lee.)
«Para ajustar ciertas conveniencias entre los dos, me importa hablaros, así en la disculpa de haberme ausentado anoche como en la satisfación de no haberos buscado hoy, a cuyo efecto os espero en la Lonja de San Sebastián. Dios os guarde».
Mucha merced me habéis hecho.
Decidle a don Félix que
esto que me manda haré.

DON FÉLIX:

Pues id presto.

(Vase.)
LAURA:

[Aparte, al paño.]
Ya sospecho
muchas desdichas.

DON ÍÑIGO:

Mi pecho
todo es confusión. ¿Hablarme
quiere don Félix y darme
satisfación? No la habrá
para mí, no, si no está
dispuesto a desenojarme
con ser hoy de Laura esposo.
Si esta plática divierte,
le tengo de dar la muerte.
A hablarle iré cuidadoso,
y puesto que en tan forzoso
lance el amigo con él
está, que trajo el papel,
mal haré en ir solo yo;
y pues socorro le dio
anoche mi pecho fiel
a don Antonio y ha sido
mi amigo y es caballero,
dél acompañarme espero.
 (Vase.)

[Salen del cuarto LAURA y BEATRIZ.]

LAURA:

Beatriz, ¿qué puede haber sido
esto?

BEATRIZ:

Yo nada he entendido,
y mi confusión es mucha.

LAURA:

¿Qué temor conmigo lucha?
Cuanto valgo, Beatriz, diera
a quien esto me dijera.
(Sale DON FÉLIX.)

DON FÉLIX:

Si quieres saberlo, escucha.

LAURA:

Aunque por saberlo muero,
no lo he de saber de ti,
que verdad no dirá quien
está tan hecho a mentir.

DON FÉLIX:

Por salvar esa opinión
que tienes, Laura, de mí
y asegurar hoy tu vida,
que corre peligro, en fin,
aquesta ocasión busqué
que le obligase a salir
de casa a tu padre. Oye
agora.

LAURA:

¿Qué puedo oír
de un amante tan traidor,
de un caballero tan vil,
de un pecho tan alevoso
y de un trato tan ruin
que con nombre ajeno engaña
a una mujer infeliz?
Ya quién eres sé, o ya sé,
mejor pudiera decir,
quién no eres, que, en efecto,
esto no sé, aquello sí.
Pero para no creerte
es argumento sutil
que el que toma nombre de otro
mal contento está de sí,
y el que a sí se miente, ¿cómo
me dirá verdad a mí?

DON FÉLIX:

Hasta que me escuches quiero
esos baldones sufrir,
porque el repetir agora
cada cosa fuera aquí
gastar el tiempo, que importa
más a tu vida; y así,
solo te digo que nunca
nombre o calidad mentí.
Don Félix soy de Toledo,
que si alguien pudo fingir
ajeno nombre, señora,
el otro fue, yo no fui.
¿Qué más testigo de abono?

LAURA:

Ponte a esa puerta, Beatriz.

BEATRIZ:

Si es para avisar, señora,
que tu padre ha de venir,
siendo el padre general,
desde ahora digo que sí.

DON FÉLIX:

¿Qué más testigo de abono,
vuelvo, Laura, a repetir,
de ser yo quien soy que el verme
con don Antonio reñir
nombrándome por mi nombre
porque en Granada le herí?
Y cuando tú no me creas,
no importa ahora, pues, en fin,
yo no digo que te fíes
en esta parte de mí,
solo digo que procures
asegurarte. Elegir
puedes tú el medio, señora,
que te esté mejor; y si
no dijere el desengaño
cuanto yo te digo aquí,
no me veas en tu vida,
que ese será para mí
el mayor castigo, pues
de amor me verás morir.

LAURA:

Señor don Félix, o quien
sois, en vano persuadís
eso a mi honor, que yo tengo
el pecho tan varonil,
el espíritu tan noble,
el esfuerzo tan gentil,
que, si mil muertes hubiera
de padecer y sufrir
por un átomo de honor,
aun fueran pocas las mil.
Constante quiero esperar
lo que suceda, y así
idos con Dios, que ni un punto
de mi casa he de salir.

DON FÉLIX:

Mira...

LAURA:

Aquí no hay que mirar.

DON FÉLIX:

Advierte...

LAURA:

No hay que advertir.

DON FÉLIX:

... que Lisardo...

LAURA:

Nada escucho.

DON FÉLIX:

... está...

LAURA:

No hay que persuadir.

DON FÉLIX:

... esperando...

LAURA:

Pues, ¿qué importa?

DON FÉLIX:

... para llegarte a decir
el desengaño.

LAURA:

Por eso
le quiero esperar yo aquí:
si es verdad, porque lo es;
y si no, porque os creí.

DON FÉLIX:

Pues, si irritado tu padre
vuelve, ¿qué has de hacer?

LAURA:

Morir.

DON FÉLIX:

¿Que no has de ausentarte?

LAURA:

No.

DON FÉLIX:

¿Que quieres esperar?

LAURA:

Sí.

DON FÉLIX:

Pues tengo que agradecer
lo que tengo que sentir
viendo al riesgo de la vida
el del honor preferir.
A la mira del suceso
estaré, con que decir
podré que, estando avisada
antes, ¡oh, Laura!, de mí
y socorrida después,
con mi obligación cumplí.

LAURA:

Y yo con la mía, si eres
don Félix, con admitir
tu mano; y si no, con darme
muerte, porque te creí.

DON FÉLIX:

Yo lo soy.

LAURA:

Quiéralo el cielo.

BEATRIZ:

Acabad ya. ¿No advertís
que será mal hecho un día
que ha dejado de venir
el padre plana a renglón
estaros los dos así?

LAURA:

Yo no acierto a despedirle.

DON FÉLIX:

Y yo no me acierto a ir.

BEATRIZ:

A ver si yo acierto. Vete
por aquí y tú por allí.

LAURA:

Duélase de mí el honor.
(Vase.)

DON FÉLIX:

Duélase el amor de mí.
(Vase.)

BEATRIZ:

Y de mí también se duela
no el honor, que es un gentil,
no el amor, que es un hereje,
sino el miedo, que es, en fin,
un católico cristiano,
y hasta ver él destos chismes
que andan en esta casa
sobre si es Félix o Lisardo
este hombre que queremos,
pendiente el alma de un hilo
está a las iras de un tras
puesta la vida en un tris.
 [Vase.]

(Salen DON ANTONIO y DON ÍÑIGO.)

DON ÍÑIGO:

Después de haber sabido
que en el lance de anoche no ha tenido
segunda novedad vuestro cuidado,
el mío, don Antonio, os ha buscado
porque os ha menester.

DON ANTONIO:

Pues bien agora
decir podéis lo que mandáis.

DON ÍÑIGO:

No ignora
vuestro valiente pecho,
de sus obligaciones satisfecho,
la que a un noble le corre
cuando otro de su esfuerzo se socorre,
y más cuando haya sido
trance de honor el que a esto le ha movido.

DON ANTONIO:

Bien mi valor alcanza
todo eso.

DON ÍÑIGO:

Pues en esa confianza
en un caso que tengo
de honor hoy a valerme de vós vengo:
anoche hallé en mi casa
un caballero (el alma se me abrasa)
escondido. ¡Oh, si fuera
posible que sin mí yo lo dijera!
Quísele dar la muerte
cuando Laura me advierte
quién es y que es su esposo; yo, mirando
que la venganza no es remedio cuando
lo puede ser, ¡ay, Dios!, la conveniencia,
ferié toda la cólera a prudencia.

DON ANTONIO:

(Aparte.)
Este es Félix, supuesto que escondido
yo le dejé en su casa.

DON ÍÑIGO:

Prevenido
de cordura y de agrado,
sentimiento y dolor disimulado,
le hablaba cuando oímos
vuestro ruido en la calle y a él salimos.

DON ANTONIO:

(Aparte.)
Ya no es Félix, supuesto
que él conmigo reñía. ¿Amor, qué es esto?
¿Uno riñendo, ¡ah, cielos!,
y otro escondido? ¿Celos hay de celos?

DON ÍÑIGO:

Entre la gente y ruido
se me perdió. Busquele y, atrevido,
se me negó en su casa.
Yo, viendo lo que pasa,
enviele un recado
con un amigo suyo. Hame enviado
a decir que le vea
aquí, en San Sebastián, porque desea
satisfacerme a todo; mas yo, viendo
que no hay satisfación, darle pretendo
la muerte si se escusa
de casarse con Laura o lo rehúsa.
No dudo que con él esté el amigo
que el papel me llevó; y así, conmigo
que vós vais os suplico, satisfecho
de la sangre y valor de vuestro pecho.

DON ANTONIO:

Vamos donde quisiereis, que en aquesta
plática haber no puede otra respuesta.
Pero, aunque es asentada
opinión en buen duelo que de nada
se ha de informar cualquiera que llamado
va de su amigo, importa a mi cuidado
saber quién es el hombre.

DON ÍÑIGO:

¿Cómo puedo
negarlo? Él es don Félix de Toledo,
un noble caballero:
no le conoceréis, que es forastero.

DON ANTONIO:

Antes, por conocelle
tan bien, es fuerza hacelle
otra pregunta a vuestro sentimiento.

DON ÍÑIGO:

Decid, que a todo responder intento.

DON ANTONIO:

¿En vuestra casa no decís que estaba
escondido don Félix cuando andaba
acá en la calle el ruido
de las espadas?

DON ÍÑIGO:

Sí.

DON ANTONIO:

Pues advertido
estad de que no pudo
ser don Félix.

DON ÍÑIGO:

Aqueso no lo dudo,
que le conozco bien.

DON ANTONIO:

¿Cómo podía
don Félix ser si él era el que reñía
en la calle conmigo?

DON ÍÑIGO:

¡Qué engañado
estáis!

DON ANTONIO:

Más lo estáis vós.

DON ÍÑIGO:

De ese cuidado
bien presto ahora saldremos,
supuesto que en la lonja le hallaremos.

DON ANTONIO:

¿Cómo estar escondido a un tiempo mismo
pudo y reñir conmigo? Ciego abismo
es.
(Aparte.)
Y no menos ciego
si al lado de don Íñigo ahora llego
a verme yo con él, ¡estraña duda!,
pues no sé a qué intención primero acuda,
de su empeño o el mío.

DON ÍÑIGO:

Que os desengañaréis bien presto fío.

(Salen HERNANDO y LISARDO.)

LISARDO:

Pues él acompañado
de otro viene, allí espera retirado
por lo que sucediere.

HERNANDO:

Y si acaso este lance se viniere,
puesto que es rucio el que le trae, rodado,
¿qué he de hacer?

LISARDO:

¿Qué? Ponerte tú a mi lado.

HERNANDO:

Mientras llegan quisiera
hacerte una pregunta: si esto fuera
un sarao, un convite, un cumplimiento,
un acompañamiento,
señor, ¿en esto todo
daríasme tu lado?

LISARDO:

No.

HERNANDO:

De modo
que al mísero criado
¿solo para reñir da el amo el lado?

DON ÍÑIGO:

Esperad, que aquel es el caballero.

DON ANTONIO:

¿Aquel?

DON ÍÑIGO:

Sí.

DON ANTONIO:

Pues yo vuelvo a lo primero,
que aquel...

DON ÍÑIGO:

¿Qué?

DON ANTONIO:

... ni es don Félix ni lo ha sido.

DON ÍÑIGO:

¡Ah, sí! Agora he caído
en la causa que os tiene, bien lo infiero,
en ese engaño: aqueste caballero,
vós no podéis saberlo, de Granada
vino porque dio a un hombre una estocada,
y por asegurarse
mejor el nombre le obligó a mudarse;
y así, aquí no os asombre
que no le conozcáis vós por su nombre.

DON ANTONIO:

Mal, don Íñigo, hiciera
si, viniendo con vós, os encubriera
nada. A quien dio esa herida
don Félix en Granada, y cuya vida
a tanto riesgo estuvo,
soy yo. Ved cómo puedo, si esto hubo,
dejar de conocelle,
don Íñigo, llegando agora a velle.

DON ÍÑIGO:

A tanto desengaño
ya recela mi vida nuevo engaño
y no dudo que ha sido
esta la causa con que aquí ha querido
satisfacerme. Pero
satisfación ninguna, ¡ay de mí!, espero.
Aquí aguardad, que de cualquiera suerte
que aventure mi honor le he de dar muerte.

DON ANTONIO:

Con vós a todo vengo.

LISARDO:

Ya para el desengaño me prevengo.

(Sale DON FÉLIX.)

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Pues Laura no ha querido
dejar su casa, a todo prevenido,
deste umbral amparado
he de estar viendo el fin de mi cuidado.
[Éntrase en un portal.]

DON ÍÑIGO:

Mucho he estrañado, señor
don Félix, que el que en mi casa
pudiera hablarme me llame
aquí por papel.

LISARDO:

De tanta
confusión y pena como
esa novedad os causa
en oyéndome saldréis,
siendo la primer palabra
que os diga que vuestro honor
peligrar no puede en nada,
porque sobre este principio
cualquier desengaño caiga.

DON ÍÑIGO:

No hube menester oírle
jamás yo, pues no dudara
yo jamás que nunca
pudo mi honor peligrar; es clara
cosa teniendo vós vida
y yo, don Félix, espada.

LISARDO:

Ni yo lo dudo tampoco.
Y así, en esa confianza,
la primera cosa que
vós habéis de saber...

DON ÍÑIGO:

[Aparte.]
¡Rara
confusión!

LISARDO:

... es que no soy
don Félix yo. ¿Qué os espanta?

DON ÍÑIGO:

Nada me espanta, que solo
me admira que un hombre me haya
hecho un engaño y que yo
no vengue.
(Empuña la espada.)

LISARDO:

Tened la espada,
don Íñigo, que no dudo
que, en sabiendo vós la causa
del engaño y de la ofensa,
veáis distintamente y clara
no ser ofensa ni engaño.

DON FÉLIX:

[Aparte.]
¡Oh! ¡Quiera el cielo que salga
bien Lisardo deste empeño!

DON ÍÑIGO:

Si cuando os hallo en mi casa
me dice Laura que sois
su esposo y Félix os llama
y vós convenís en ello
después de tomar las cartas
que yo os llevé. A esta evidencia
ninguna disculpa aguarda
mi valor. A mí y a ella
vuestra lengua nos engaña,
y si entonces yo previne
el remetir en mis ansias
la venganza a la cordura,
agora es fuerza que haga
lo contrario y que remita
la cordura a la venganza.

LISARDO:

¿Vós podéis pretender más
de que se case con Laura
don Félix?

DON ÍÑIGO:

Sí, pues a vós
dentro os hallé de mi casa;
y si por ser otro a quien
tengo obligaciones tantas
hice el dolor conveniencia,
no siéndolo todas faltan.

LISARDO:

¿Y si haberme hallado en ella
un acaso fue en que Laura
ni yo tuvimos la culpa?

DON ÍÑIGO:

¿Cómo es posible escusarla
si ella os nombra antes de veros
y vós estáis en su sala?

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Sin duda que las disculpas
admiten, pues tanto hablan.

LISARDO:

Oídme y dadme luego muerte,
que, como me oigáis, la espada,
el ser, la vida y honor
veréis, señor, a esas plantas
para que os venguéis, si os queda
acción de vengaros.

DON ÍÑIGO:

Nada
por mi honor dejar de hacer
quiero. Decid.v

LISARDO:

Pues la causa
de que yo...

DON ÍÑIGO:

Tened, que habiendo
yo, lleno de penas y ansias,
hecho capaz a ese amigo
de mi ofensa, es bien le haga
de vuestra satisfación
capaz también porque vaya
enterado de mi honor
quien lo vino de mi rabia.

LISARDO:

Llamadle, que nada escusa
quien dice verdades claras.

DON ÍÑIGO:

[A DON ANTONIO.]
Llegad, que quiero que oigáis
cuanto aquí entre los dos pasa.

DON ANTONIO:

¿Dice que es don Félix?

DON ÍÑIGO:

No.

DON ANTONIO:

Ved cuál de los dos se engaña.

DON FÉLIX:

[Aparte.]
Al hombre que retirado
estaba aquí los dos llaman.
Quién será no sé, porque
siempre le tuve de espaldas.

HERNANDO:

[Aparte.]
A mí me toca el llegarme,
pues se llega el camarada.

[Llegan DON ANTONIO y DON ÍÑIGO a LISARDO.]

LISARDO:

Caballero, aunque yo a vós
no os conozco, a mí me basta
para lo que he de fiaros
la segura confianza
del valor que tendrá quien
a don Íñigo acompaña.
Él tiene de mí dos quejas:
una, que tomado haya
de un amigo el nombre; y otra,
que anoche me halló en su casa
escondido y yo pretendo
hoy satisfacerle a entrambas;
y por obligarle a que
me escuche con más templanza
hasta el fin, quiero empezar
por lo de más importancia,
que oída la causa primera
por que yo escondido estaba
en su casa quedará
su pasión más desahogada
para la causa segunda.

DON ÍÑIGO:

Decid.
(Aparte.)
Quiera el cielo que haya
satisfación a mi pena.<poem>

DON ANTONIO:

¿Ya mi colera qué aguarda?
Caballero, si lo sois,
nunca deben ser buscadas
las disculpas en ofensa
de ninguna ilustre dama.
Si disculparos queréis
con don Íñigo, no a tanta
costa ha de ser de otra honra,
de otra virtud y otra fama,
de cuya satisfación
me toca a mí la demanda.

(Sacan las espadas.)
DON FÉLIX:

([Aparte.]
Las espadas han sacado
y, aunque sea padre de Laura,
antes que todo es mi amigo.)
Lisardo, a tu lado me hallas.

DON ANTONIO:

Este, don Íñigo, es
don Félix. Ya con más causa
me toca reñir con ambos.

DON ÍÑIGO:

[Aparte.]
¿Quién se vio en confusión tanta?
Infamia es el defenderle
y el ofenderle es infamia.
[Riñen.]

(Salen algunos.)
ALGUNOS:

¡Paz! ¡Ténganse, caballeros!

HERNANDO:

[Aparte.]
¿Que por fuerza que me haga
para reñir nunca pueda
conmigo acabarlo? Basta,
que debo de ser gallina.
¡Jesús, qué bulla de espadas
se ha juntado en un instante!
Pero lo que más me espanta
es que bárbaros que riñan
en un cimenterio haya
sin que allí el memento mori
de las calaveras haga
su operación en el pecho.
Mas no habrá muchas desgracias,
pues la gente que ha llegado
a unos tiene, a otros aparta,
sin que los dejen reñir.

DON ÍÑIGO:

[Aparte.]
Pues desengaño o venganza
conseguir no puedo agora,
lo mejor es ir a casa
y sacar a Laura della
porque el temor no la haga
hacer cosa que resulte
contra mi honor y su fama.

(Vase.)
(Éntranse riñendo [los demás] .)
[Salen DON FÉLIX y HERNANDO.]
DON FÉLIX:

¡Oh, mal haya el hombre que
saca en público la espada,
pues solamente hace ruido
sin ejecución! La causa
misma que nos apartó
anoche sin hacer nada
a don Antonio y a mí,
a mí hoy y a Lisardo aparta.

HERNANDO:

¿Adónde a mi señor dejas?

DON FÉLIX:

Como fue la gente tanta
que llegó, nos dividimos
en aquesa encrucijada
de la calle de las Huertas
y del Prado, porque el alma,
atenta a Laura, no quiso
un solo instante dejarla.
Y así, en tanto que yo llego
de todo a informar a Laura,
entra y dila a Clara tú
lo que con su hermano pasa.

MENDOZA:

Con más miedo que vergüenza
entraré, señor, a hablarla.

(Vase HERNANDO y sale MENDOZA.)
DON FÉLIX:

Yo sin recato ninguno
tengo de entrar en la casa
de Laura y hacer...

MENDOZA:

Señor...

DON FÉLIX:

¿Qué hay, Mendoza?

MENDOZA:

Gran desgracia:
viniendo yo por la calle
del Prado arriba, bajaba
Lisardo, que al parecer
había algunas cuchilladas
tenido; alcanzole allí
la justicia, que las armas
le pidió y que fuese preso;
él no quiso dar la espada
ni dejarse prender quiso,
cuya resistencia para
en que quedan sobre él
más de cuatrocientas almas
acuchillándole.

DON FÉLIX:

¿Qué es
lo que mi amistad aguarda?
Antes que todo es mi amigo.
Iré.

(Salen DOÑA CLARA, con manto, y HERNANDO.)
CLARA:

Si una desdichada
mujer en los caballeros
siempre amparo y favor halla,
pues lo sois, señor don Félix,
hállele en vós mi desgracia.
Ese criado me ha dicho
que Lisardo cara a cara
a mi hermano le ha contado
que anoche conmigo estaba.
Si viene, me ha de dar muerte.
Acompañadme a la casa
de un deudo que por sagrado
elijo.

DON FÉLIX:

Divina Clara,
yo lo hiciera; mas Lisardo
al mismo tiempo me llama:
su persona está en peligro
y en él no puedo dejarla.

CLARA:

Tampoco podéis dejarme
a mí, siendo yo su dama,
y más ahora que mi hermano
me ha visto. No os digo nada.
Ved vós lo que habéis de hacer.
Mujer soy y desdichada,
noble sois, mi hermano viene,
a riesgo estoy: esto basta.

DON FÉLIX:

¿Quién en el mundo se vio
en confusión tan estraña?
Dejar yo de socorrer
a mi amigo será infamia
y infamia será dejar
de socorrer a una dama,
y más suya. Y pues ahora
él su vida aventurara
por su dama, haciendo yo
lo que él hiciera no falta
mi valor. Con vós me quedo:
poneos a mis espaldas
y id los dos a socorrer
a Lisardo en pena tanta.

HERNANDO:

[A MENDOZA.]
Muy buen socorro le envía
tu señor en nuestra espada
a mi amo, pero de aquí
nos vamos, pues él lo manda.

(Vanse y sale DON ANTONIO.)
DON ANTONIO:

Saliendo, señor don Félix,
de la pendencia pasada,
por huir de la justicia
tomé la vuelta tan larga.
Esa dama pude ver
que salía de mi casa,
y habiendo entrado en recelo
de que aumente mi desgracia
su ausencia, he de conocerla,
y si es quien pienso, llevarla
conmigo.

DON FÉLIX:

A aquesta señora
yo no la he visto la cara
ni sé quién es. Pero sea
quien fuere, debo ampararla,
ya que de mí se ha valido.

DON ANTONIO:

Pésame de que tan raras
sean las pendencias nuestras
que siempre suceder hayan
en la calle, donde hallemos
gente que pueda estorbarlas.

DON FÉLIX:

De aqueso no tiene culpa
el valor. Mas si eso os cansa,
solos estamos agora
y detrás de Atocha hay tapias.

DON ANTONIO:

Aunque aceto el desafío,
es con una circunstancia:
que aquesa dama he de ver
primero que al campo salga.

DON FÉLIX:

Es volver a lo primero,
porque tengo de guardarla.

LAURA:

(Dentro.)
¡Ay, infelice de mí!

DON FÉLIX:

Aquella voz es de Laura.
Alla iré.

CLARA:

¿Habéis de dejarme
en tanto riesgo empeñada?

LISARDO:

(Dentro.)
Aunque me hagáis mil pedazos,
yo no he de entregar la espada.

DON ÍÑIGO:

(Dentro.)
Con tu sangre he de sacar
de mi honor la primer mancha.

DON ANTONIO:

Aquesa dama he de ver
y conmigo he de llevarla.

DON FÉLIX:

(Aparte.)
¿Quién en el mundo se ha visto
lleno de dudas tan varias?
Allí a un amigo dan muerte,
aquí una mujer se ampara
de mi valor, mi enemigo
contra mí empuña la espada
y mi dama dando voces
está dentro de su casa.

DON ANTONIO:

Aunque hablando en desafío,
sacar yo agora la espada
es especie de temor;
matar tengo a quien me agravia.

DON FÉLIX:

Yo tengo de defenderla.

LISARDO:

(Dentro.)
Félix, ¿agora me faltas?

CLARA:

Félix, mi riesgo mirad.

DON ANTONIO:

Félix, en vano la guardas.

LAURA:

(En una ventana.)
Félix, pues es mi ventura
ver que en la calle te hallas,
sabe que mi padre agora,
porque sacarme intentaba
de mi casa y repliqué,
sacó para mí la daga.
Huyendo en el breve espacio
que con él Beatriz se abraza,
me cerré en este aposento
y él, lleno de furia y rabia,
está rompiendo la puerta.
Deste peligro me saca.

DON ANTONIO:

Ya nuevamente me animan
honor, celos y venganzas
hoy contra su pecho.

DON FÉLIX:

Ya
entro a socorrerte, Laura.

CLARA:

Pues, ¿cómo quieres dejarme
en este trance empeñada?

LAURA:

Si soy la dama que quieres,
atropella cuanto haya
por mí.

CLARA:

De ti me he amparado.
En faltándome a mí, faltas
a tu obligación.

LAURA:

La puerta
rompe mi padre. ¿Qué aguardas?

(Sale LISARDO.)
LISARDO: Apenas con la justicia

mi honor se desembaraza
de un riesgo cuando da en otro.
Félix, a tu lado me hallas.

DON FÉLIX:

([A LISARDO.]
Lisardo, pues has venido
a tan buen tiempo, repara
en que doña Clara es esta.
Su hermano intenta matarla;
mi enemigo es, con quien tengo
ocasión por otras causas
para reñir, pero todas
las he de dejar por Laura.)
Bien sé que mi obligación
es valeros, bella Clara,
porque de mí os amparasteis;
bien sé que, en esta demanda,
mi obligación, don Antonio,
es no volveros la espalda;
bien sé, Lisardo, que sois
mi amigo y que os hago falta.
Mas mi amigo, mi enemigo
y la dama que se ampara
de mí, todos me perdonen,
que antes que todo es mi dama.
(Vase.)

LISARDO:

Si uno te deja, verás
que otro tienes que te guarda.

DON ANTONIO:

Quien no sea su marido,
siendo esa dama mi hermana,
no ha de guardarla de mí.

LISARDO:

Pues yo, si solo eso falta,
lo soy. Para merecerla
sangre tengo ilustre y clara.
Luego, ¿ampararla podré?

DON ANTONIO:

Sí, y con aquesa palabra
a socorrer es forzoso
que yo a don Íñigo vaya.

(Va a entrar, y salen DON FÉLIX, LAURA y BEATRIZ.)
DON FÉLIX:

Venid, señora; conmigo
segura vais.


(Sale DON ÍÑIGO.)
DON ÍÑIGO:

De mi casa
no ha de llevar a mi hija
quien su esposo no se llama.

DON ANTONIO:

Para eso tenéis mi acero.

LISARDO:

Para eso está aquí mi espada.

DON ÍÑIGO:

Pues, ¿cómo vós defendéis
que otro lleve a quien aguarda
ser esposa vuestra?

LISARDO:

Como
don Félix, que es quien la ama,
es su esposo y es mi amigo.

DON FÉLIX:

Y quien se rinde a esas plantas
asegurando que soy
don Félix, y que la causa
de que Lisardo tomase
mi nombre siempre fue Laura.

DON ÍÑIGO:

¿Si yo en mi casa le hallé?

DON FÉLIX:

Como yo me satisfaga
siendo su esposo, ¿qué importa?
Aquesta es mi mano, Laura.

LAURA:

Dichosa yo, que llegué
al fin de venturas tantas.

DON ANTONIO:

Pues porque de lo que dijo
Lisardo duda no haya
ya de Clara en la opinión,
está casado con Clara.

LISARDO:

Es así.

CLARA:

Felice he sido.
 

LISARDO:

Solo lo que agora falta
es que don Antonio y Félix
sean amigos, pues no agravia
una herida que se dio
sin traición y sin ventaja.

DON ANTONIO:

Yo lo soy vuestro.

DON FÉLIX:

Yo y todo.

BEATRIZ:

Pues demos al cielo gracias
de que nos sacó de tantos
enredos con... Lengua, calla;
no digas con bien, porque,
si la comedia no agrada,
con mal nos habrá sacado.
Pero perdonad las faltas.

Con Privilegio. En Madrid. Por Francisco Sanz, Impresor del Reino, Año de MDCLXXXIV.