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Apuntes para la historia de Marruecos/XII

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XII


S

IGUIÓSE Á LA MUERTE de Muley Ahmed, ocurrida en 1603, un período de división casi constante en el imperio. No dejó detrás de sí ningún pariente varón que pudiera disputar la corona á su descendencia, porque Muley Nazer, hermano del xerife Negro Muley Moahammed, murió, como queda dicho, después de vencido; y el hijo de éste, Muley-Xeque, que había acompañado también á D. Sebastián de Portugal en la triste jornada de África, aunque no se halló por dicha suya en la batalla, por haberle enviado en tanto á la parte de Mazagán su padre, de vuelta á España abjuró la religión mahometana, y se olvidó de su país por completo. Este es aquel infante de Marruecos ó príncipe Negro, ahijado del príncipe que luego se llamó D. Felipe III, que fué conocido con el nombre de D. Felipe de África ó de Austria; diósele hábito y encomienda de Santiago con que viviese, y tratamiento de grande. Lope de Vega escribió en honra suya y del valeroso fin de D. Sebastián, una comedia famosa; y, aunque mulato y moro, fué muy estimado aquel príncipe entre los caballeros de España, y él cumplió como bueno con su patria adoptiva, muriendo en Flandes, donde pasó á servir en nuestro ejército[1]. Tampoco dejó empeñada Muley Ahmed ninguna guerra extranjera, porque los bárbaros del centro del África estaban vencidos y sojuzgados, y después de la victoria de Alcazarquivir, nada había querido emprender contra los cristianos, ni siquiera la reconquista de las plazas portuguesas que muchos de sus alcaides le proponían, creyéndola fácil después del desastre ocurrido. Luego la corona portuguesa vino á poder del monarca español, y con ella las plazas de Ceuta, Tánger y Mazagán, que aún poseían nuestros vecinos, porque Arcilla, abandonada ya hacía algunos años, y cobrada sólo por D. Sebastián para hacer más fácil la jornada, no se conservó después. Muley Ahmed perseveró hasta el fin en la amistad de los españoles, y éstos, por su parte, tampoco pensaron en turbar la felicidad de su reinado. Pero la paz interior y exterior, que había sabido conquistar y conservar Muley Ahmed, desapareció de repente á su muerte. Proclamóse el parricida Muley Cidan con gran pompa por soberano en Fez, y en seguida envió un renegado de confianza que le servía de barbero á Mequinez, con gruesas sumas de dinero, á fin de que sedujese á los alcaides que guardaban en Mequinez á Muley-Xeque, y entregasen al príncipe preso en sus manos. Respondieron al renegado los alcaides que Muley-Xeque «era su rey natural[2] después de la muerte del padre, y ellos tan leales, que por nada del mundo entregarían á su señor». Al mismo tiempo los soldados marroquíes, acampados á las puertas de Fez, esperaron á que éstas estuviesen cerradas, y se volvieron sin ser sentidos á sus casas. Parece, pues, que á pesar de la ley ó pacto de los xerifes, y de los frecuentes cambios de sucesión que se ven en toda la historia del Mogreb-alacsa, la opinión y el sentimiento general reconocían de consuno el derecho de primogenitura y aun el de representación, de suerte que no se tenía por legítimo más que al hijo mayor del difunto monarca y su primer representante, aunque los tíos y hermanos les usurpasen tan repetidamente el cetro. Mas por de pronto de nada sirvió á Muley-Xeque su derecho y la fidelidad de sus alcaides. Su hermano menor Abúr-Fers lo sorprendió al tiempo de ponerse en salvo con algunos caballos, y lo volvió á tener cautivo á la disposición del usurpador Muley Cidan, con quien estaba unido. Fortuna grande fué para Muley-Xeque que no durase esta unión mucho tiempo, y que el ambicioso Muley Cidan aspirase á despojar á Abú-Fers del gobierno de Tedia, porque éste, despechado, no sólo le dio libertad, sino que le ofreció ayudarle á recobrar la corona. Era Abú-Fers de ánimo tímido, y por lo mismo se encargó Muley-Xeque del mando de las armas. Marchó éste con cinco mil infantes y tres mil caballos en busca de Muley Cidan, y encontrándose ambos hermanos á tres jornadas de Marruecos, orillas de un río llamado Morchea, hubo una gran batalla, en la cual no pocos alcaides de Cidan se pasaron al Xeque, y aquél fué completamente vencido, aunque peleó con esfuerzo muy señalado. Huyó Muley Cidan del Mogreb, y no paró hasta Turquía, y en el ínterin Abú-Fers urdió una conspiración para volver á poner en prisión al vencedor Muley-Xeque. Pero éste, avisado á tiempo, desamparó el ejército, seguido sólo de los fieles moriscos andaluces y de algunos alcaides, y se recogió en Fez, donde fué recibido en triunfo.

Gobernaron por algún tiempo los dos hermanos pacíficamente el imperio, en Marruecos el uno y el otro en Fez, pero sin que Abú-Fers cesara de tender lazos á Muley-Xeque para quedarse con todo. Al fin, desembozándose, y alegando diversos pretextos, envió un ejército contra Fez, compuesto de siete mil infantes y ocho mil caballos, al mando de su hijo Abdelmelic, mancebo brioso de diez y ocho años. Tenía Muley-Xeque un hijo de diez y nueve, llamado Abdallah, que Abú-Fers había tenido en su poder mucho tiempo, hasta que pudo escaparse un día y reunirse en Fez con su padre; á éste encomendó el mando de un ejército de tres mil caballos y seis mil infantes para ir al opósito de su primo. Juntáronse los campos entre Fez y Mequinez, y tuvo lugar un combate indeciso, después del cual los dos primos se retiraron con mucho orden á sus provincias respectivas. Pero en esto Abdelmelic murió de peste, y Abú-Fers tuvo que tomar el mando de su ejército. Marchó contra él Abdallah, después de reorganizar sus fuerzas, y á la vista de Marruecos le presentó la batalla, que fué larga y empeñada, aunque al fin venció el de Fez, y Abú-Fers, sin entrar en la ciudad, corrió despavorido á refugiarse en las montañas de Sus. Abdallah entró en Marruecos, y mandó decapitar á once alcaides que, después de haber jurado á Muley-Xeque, seguían el partido de su hermano. Escandalizó mucho á los marroquíes este hecho, y más que los alcaides hubieran sido sacados violentamente de las mezquitas; y como había una antigua y peligrosa rivalidad entre los vecinos de Fez y los de Marruecos, sobre cuál de estas ciudades había de ser capital del imperio, determinaron los vecinos de la última ciudad rebelarse contra Abdallah y los de Fez que formaban el núcleo de su ejército. Para ejecutarlo, enviaron emisarios á Muley Cidan, que vuelto de Turquía, andaba á la sazón levantando la provincia de Tafilete, y le pidieron que viniera á ponerse á su cabeza. No se hizo de rogar el Cidan, y reuniendo mil quinientos infantes y cuatro mil caballos, se presentó de improviso delante de Marruecos, con lo cual los vecinos tomaron las armas, y todos juntos acometieron á Abdallah, que no pudiendo defenderse por la sorpresa, huyó seguido de algunos renegados; y los marroquíes hicieron una horrible matanza de fezenos. Clamó venganza la ciudad de Fez al saberse estas noticias; juntáronse hasta cuatro mil infantes y tres mil caballos con sesenta cañones, y á las órdenes de Abdallah marcharon de nuevo sobre Marruecos. Envió contra ellos Muley Cidan á un renegado, de nombre Mustafá, con veinte mil hombres de á pie y á caballo y treinta cañones, el cual fué derrotado por los fezenos. Entonces el mismo Muley Cidan presentó batalla á su sobrino en los llanos de Rezalaim, á cinco millas de Marruecos, con unos trece mil hombres y mucha artillería, y fué también vencido con extraordinaria matanza de los marroquíes, con lo cual huyó él á Sus, y la ciudad abrió sus puertas.

No abusó Abdallah esta vez de la victoria, y se mantuvo en Marruecos en paz hasta que apareció un Morabito, nieto de una hermana del Moluco y del magnánimo Muley Ahmeh, y del mismo nombre que éste, el cual, saliendo de la sierra donde vivía en penitencia, comenzó á predicar contra los xerifes y á exhortar á las cabilas y aduares á no pagar los crecidos tributos que por causa de la continua guerra pesaban sobre ellos. Fué contra los sublevados, de orden de Abdallah, un alcaide, llamado Ali-Gutiérrez, el cual los venció en muchos encuentros; pero reforzándose sin cesar los alarbes, derrotaron al fin á algunos caudillos de los de Fez, y éstos, cargados de riquezas y atemorizados por la antipatía que inspiraban en todo el país, comenzaron á volverse á su tierra, dejando desamparado á su príncipe. Quedaron sólo con Abdallah los moriscos andaluces, los renegados, y su madre, hermanos y mujeres, y con esta comitiva emprendió de nuevo pesaroso el camino de Fez. La ciudad de Marruecos abrió al punto sus puertas al morabito Muley Ahmeh, el cual reinó en ella tres meses, hasta que Muley Cidan, que estaba refugiado en Jarudante, vino sobre él, lo derrotó y ocupó de nuevo su trono. En el ínterin Abú-Fers, cansado de errar solo por las montañas del Sus, se presentó de improviso en Larache, donde se hallaba Muley-Xeque, su hermano, y le prestó homenaje. Recibió el Xeque á su mal hermano con la humanidad que solía; y aprestando por aquel tiempo un nuevo ejército, lo envió con su hijo Abdallah contra Cidan y Marruecos. Esta vez volvió la espalda la fortuna al siempre victorioso mancebo, que era muy inferior en fuerzas á su tío, y á dos jornadas y media de Fez, en las márgenes del Buregreb, fué derrotado. En seguida el renegado Mustaíá, general de Cidan, se apoderó de Fez, y Muley-Xeque tuvo que refugiarse en Larache. Desde alli, persuadido por un genovés llamado Juanetin Mortara, de la buena voluntad que tenía de protegerle el Rey Católico, se embarcó para España, dejando encomendada á Abdallah la defensa de su causa.

Residía este Juanetin Mortara hacía algún tiempo en Fez, donde disfrutaba de la confianza del xerife. La corte de España, que estaba muy preocupada por entonces con la importancia de ocupar á Larache, mantenía negociaciones constantes por su medio con Muley-Xeque, ofreciéndole amistad y seguridades, mientras se proporcionaba ocasión de sorprender la plaza ó de obtenerla por cesión de los moros. Oyó de buen grado el Xeque las promesas de amistad del Rey Católico, y Juanetin le respondió hasta con su cabeza de que no sería acometido por las armas cristianas durante las guerras civiles que sostenía. Pero en el ínterin se disponía en España una armada, y el marqués de San Germán se presentó en Larache, comenzó á desembarcar gente, y se habría apoderado de la plaza á no sobrevenir temporales, y hallarla más prevenida que pensaba. Debió Juanetin á la clemencia del Xeque el no pagar con su cabeza la torpe dirección que habían dado al negocio los ministros de Felipe III; pero fué encerrado en una mazmorra, donde estuvo hasta que, victorioso Muley Cidan, recordó el Xeque los partidos que en otro tiempo le había hecho el rey de España. Volvió entonces á verse con Juanetin, y como Mustafá enviase gente á prenderle al propio tiempo, no tuvo más remedio que ponerse á merced del agente español, el cual, después de mil singulares trabajos, lo condujo á España. Desembarcó Muley-Xeque en el pequeño puerto de Villanueva de Portiman, en los Algarbes, y allí fué el conde del Castillo D. Bernardino de Avellaneda, asistente á la sazón de Sevilla, á visitarle, y le trajo por agua á las inmediaciones de Sevilla, en las galeras de Portugal, que gobernaba D. Luis Bravo de Acuña. Vino, en efecto, Muley acompañado de Mortara, y después de asistir á un espléndido banquete cerca de Sevilla, se alojó en Carmona, donde esperó las resoluciones del Rey Católico. Ya un cierto Mr. Sansón había querido atraerle en Portugal al partido de su nación, ofreciéndole para recobrar el trono la ayuda de cien aventureros franceses[3]; pero Muley, aconsejado por Juanetin Mortara, desechó las proposiciones, que se supone que eran bajo mano de Enrique IV, y aceptó las de España, que se reducían á que pusiese á Larache en nuestro poder mediante doscientos mil ducados y seis mil arcabuces, que al cabo no hubo que pagar del todo, dejando en rehenes en el ínterin sus mujeres y tres hijos suyos. Fueron largas y muy complicadas las negociaciones antes de llegar á concertarse en la entrega de Larache, porque el xerife, cada vez que recibía noticias favorables de África, comenzaba á cejar de sus compromisos, estimulado por los alcaides que lo acompañaban, y que con loable previsión y patriotismo, ni aun en trance tan duro opinaban por dar la plaza á los cristianos[4]. Pero habiendo cedido todos al fin, partió Muley-Xeque de Carmona, y en Gibraltar se embarcó en las galeras de Portugal, que le transportaron á la costa vecina de nuestra fortaleza del Peñón, donde plantó sus tiendas. Sus hijos y mujeres fueron enviados á Tánger. Entretanto, su hijo Abdallah, abandonado de todos, habia tenido que refugiarse en Melilla; pero animado luego por su tío Abú-Fers, y con la ayuda que le dieron los deudos de una mora, con quien acababa de casarse, se puso de nuevo en campo con sólo ochocientos caballos, y venciendo á Mustafá en un combate, entró triunfante en Fez, llevando encadenado al renegado vencido á la cola de su caballo. Pocos días después, ó su tío Abú-Fers conspiró contra su padre, ó Abdallah se imaginó que conspiraba, y el caso fué que entrando el airado mozo en su aposento acompañado de dos renegados y un eunuco, lo ahogó con su propio turbante. Con esto y la fama de las riquezas que de España traía Muley-Xeque, se levantó de nuevo su partido y acudió infinidad de gente á visitarle en la playa de Vélez de la Gomera, donde tenía su campo. Allí estuvo muchos días luchando con el deseo de cumplir su palabra por una parte, y por otra con la oposición de todos sus alcaides y de su propio hijo Abdallah, que estaba apoderado del imperio. Fué menester pensar en desposeerlo; y Juanetin Mortara logró con su astucia que se declarasen contra él todos los alcaides, y que su padre les ordenase echarlo de Fez. Refugióse Abdallah en las sierras, y temiendo que el padre, poco apto para la guerra, echase mano de su hermano Yahia para ponerlo en el lugar que había él ocupado hasta entonces, sin reparar que era su compañero, y que aun en aquella tribulación le seguía, le degolló inhumanamente, y publicó él mismo la noticia por el imperio. Era esto á la sazón que Muley Cidan reunía ejército contra Muley-Xeque en Marruecos, dándole el mando á su hermano Abdelhamed, mozo de grandes alientos. Muley-Xeque, aunque afligido y desesperado por la muerte de Yahia, á quien quería en extremo, tuvo que resignarse á oir los consejos del mismo Mortara, y otorgar en galardón á la bárbara astucia de Abdallah el mando de sus tropas. Con ellas fué éste sobre Abdelhamed, que lo juzgaba todavía fugitivo, y lo derrotó completamente, volviendo á entrar en triunfo en Fez. Muley-Xeque en esto se había venido por las sierras del Rif, acompañado de Juanetin Mortara, desde el Peñón hasta los llanos de Tetuán, y desde allí, seguro ya de Abdallah, cumplió la palabra empeñada, enviando dos alcaides de su confianza á Larache, los cuales entregaron tranquilamente los castillos y la plaza al marqués de San Germán D. Juan de Mendoza, que la ocupó con nueve galeras y tres mil hombres. No habían faltado impaciencias y desconfianzas por nuestra parte, y el de San Germán había amagado la plaza más de una vez inútilmente y había esperado en la mar, vagando de una á otra costa, por algún tiempo la entrega. Recibió tras esto el Xeque los tres hijos que tenía dados en rehenes; y habiendo reducido al paso la ciudad de Tetuán, que estaba alzada, y hecho huir á las sierras al rebelde Xeque Naccis que la gobernaba, parecía que iba á quedar otra vez poseedor de su reino. No disfrutó, sin embargo, de tranquilidad por mucho tiempo. Al llegar aquí sobreviene de nuevo la obscuridad, y no se hallan más que noticias sueltas de los acontecimientos.

Luis Cabrera refiere en el libro titulado Relaciones de las cosas sucedidas en la corte de España, últimamente dado á luz, que á primeros de Ocubre de 1513, tres años después de la entrega de Larache ó Alarache, murió de herida de azagaya Muley-Xeque en Alcázar, donde residía por orden, según se decía, de Muley Abdallah, su hijo, el cual estaba retirado en Fez por no tener con qué hacer la guerra. Gil González Dávila, en su Teatro de las Grandezas de Madrid, afirma que, «tratándose de la restitución ó restablecimiento en el trono de Muley-Xeque, un moro traidor y mal vasallo suyo, llamado Golife, le mató en su tienda, cerca de Tetuán, con que cesó lo que se había prometido». Parece, pues, que el cumplimiento de su palabra y el rescate de sus hijos con la entrega de Larache, le costó la vida á aquel príncipe tan rebelde á su buen padre, y tan bondadoso él mismo por todo el resto de su vida. Tratando de la muerte de Muley-Xeque, dice también Cabrera[5] que, al mismo tiempo que el victorioso Abdallah estaba en Fez sin emprender cosa alguna, el Morabito había recobrado á Marruecos, obligando á Muley Cidan á refugiarse en las montañas, de donde salía sólo á hacer la guerra de asaltos y correrías. Debió esto durar poco, si fué cierto, porque, no mucho después que murió Muley-Xeque, hallamos al Cidan ocupando solo el imperio. El P. Guadalajara, conjetura que el descontento de los moros por la entrega de Larache le impidió al mismo Adballah suceder á su padre. Supónese que aquel incansable y valeroso príncipe se refugió, después de vencido una vez más, en Sus, perseguido por Muley Cidan; y allí comenzó á propalar profecías y hacerse el santo entre los rudos naturales, tocando un adufe por los aduares y llamando los verdaderos creyentes á sus banderas, hasta que reunió un corto escuadrón de soldades, con el cual renovó la guerra. Fuéle al principio favorable la fortuna y derrotó á un capitán de Muley Cidan, apoderándose de la ciudad de Agher. Pero no tardó en revolver su tío Muley Cidan sobre él, con tan poderoso ejército, que al fin lo deshizo y le dio muerte; hombre éste Abdallah cruel, pero valiente y sagaz como el que más de los que tuvieron fama de grandes en su tiempo. Atribuyese la superioridad que tomó al fin Muley Cidan sobre sus rivales[6] al auxilio que le dieron doscientos aventureros ingleses, que un cierto Juan Gifford gobernaba. De los demás hijos de Muley-Xeque, que vinieron á España con él, nada se sabe de cierto. Entretanto, no cesó por parte de Muley Cidan y de Felipe III la enemistad, nacida del auxilio que este rey prestara á Muley-Xeque. De esta enemistad se originó en los moriscos, rebelados al llevarse á efecto el duro decreto de su expulsión, la loca idea de proponerle que pasase á España y, con ayuda de ellos, la conquistase. Oyó el Cidan con indiferencia este partido desesperado, y se contentó sólo con estimular á sus súbditos á que se ejercitasen en la piratería contra los españoles. Hubo necesidad, pues, de vigilar las costas marítimas, y en 1611 D. Rodrigo de Silva y Mendoza, comendador de Martos, apresó cuatro navíos de corsarios, que, por cuenta de Cidan, andaban robando; quemó tres de ellos y conservó uno muy grande. Pocos meses después, corriendo la mar de Berbería D. Pedro de Lara, tropezó junto á Salé con dos navíos, y peleando con ellos por no haber querido darse á partido los rindió, hallándose, entre otras cosas, más de tres mil volúmenes en lengua árabe de varia erudición y doctrina. Léese en la Misión historial de Marruecos una carta dirigida al rey don Felipe IV por Muley-Xeque, uno de los hijos de Muley Cidan, donde el príncipe moro manifiesta que «en un navío francés cargó el rey su padre, los tiempos pasados, en el puerto de Saffi, para que fuese á Santa Cruz, muchas cosas y piezas de valor y estimación, y, entre otras, una gran cantidad de libros; y que el dicho francés hizo con ello traición, y quiso Dios, para su castigo, que lo tomasen los españoles». Sea que el francés pretendiese robar los libros, y que á él se los quitasen los nuestros, considerándole como pirata ó súbdito marroquí, sea que las naves fuesen marroquíes, y dos en vez de una, como se creyó en España, lo cierto es que sintió mucho Muley Cidan esta pérdida y ofreció dar hasta setenta mil ducados por su rescate; pero Felipe III le envió á decir que sólo daría los libros en cambio de la libertad de todos los cautivos que se hallaban en su reino. Pareció que consentía el moro en la demanda; pero, como las guerras en que anduvo empeñado no le permitieron ejecutar lo que se le pedía, fueron al fin transportados los libros á la biblioteca de El Escorial. Al mismo tiempo, para impedir á los corsarios marroquíes la navegación del Océano, meditaba nuestra corte la conquista de la Mamora, fortaleza hoy destruida y situada no lejos de El-Araisce ó Larache. Encargóse la expedición á don Luis Fajardo, capitán general del mar Océano, con seis mil quinientos hombres de desembarco que transportó en noventa y un bajel y muchos capitanes de nombre, entre los cuales se contaban el conde de Elda, que gobernaba las galeras de Portugal, y el duque de Fernandina, que tenía el mando de las de España; el maestre de campo Jerónimo Agustín, el famoso Cristóbal Lechuga, que hacía de mayor general, y el ingeniero Cristóbal de Rojas.

En Agosto de 1614 se presentó la escuadra delante de la Mamora. Habían echado los moros tres barcos á fondo en la entrada de la ría para impedir el paso, y no fué posible arrimarse á la playa en algunos días por el mal tiempo; así es que, cuando ya fué posible el desembarco, había acudido alguna gente mora á impedirlo. Sin embargo, los duques de Elda y de Fernandina barrieron con sus galeras la playa, y, al abrigo de sus fuegos, saltaron en breve tiempo á tierra hasta dos mil soldados con pérdida de uno solo, y se formaron en escuadrón. Marcharon en seguida sobre el fuerte que defendía la ría, y se entró con poca resistencia. El almirante Vidazábal, entretanto, para distraer á los moros, cañoneó á Salé; y los demás buques de la escuadra destruyeron los corsarios, no sólo berberiscos, sino aun de aventureros europeos que había ocultos en aquellas ensenadas. Comenzóse en seguida á fortificar una eminencia y á ocupar bien el lugar, y se pidieron con urgencia refuerzos á España. Conmovióse todo el reino con esta nueva, y así de Andalucía como de Murcia, y especialmente de Madrid, salió la flor de la nobleza para la Mamora, y «fueron tantos, dice Luis González Dávila, que ninguno se atrevió á quedar en la corte, teniendo por cosa vergonzosa estar en ella cuando las armas de su rey entraban victoriosas en África»[7]. Pero ni merecía la ocupación de una pequeña cala y un fuerte insignificante tanto entusiasmo, ni del que hubo se sacó fruto alguno. Salió el general con la gente de refuerzo al campo varias veces y ahuyentó á los moros, que en poco número se le oponían, porque Muley Cidan, ocupado en otras cosas, no pensó en recobrar lo perdido. Luego la escuadra y los aventureros se volvieron á España, y el fuerte quedó encomendado á una corta guarnición como las demás plazas de África. Dio motivo el año de 1619 para otra expedición, emprendida con el fin de socorrer á Larache, que un cierto Muley Mohamed, levantado contra el Cidan, tenía intención de sitiar, según parece. Encomendóse la escuadra á don Antonio de la Cueva, teniente general de las galeras de España, el cual, no contento con dejar en la plaza los bastimentos y gente que llevaba, atacó y destruyó en el puerto de Arcila dos naves moras de guerra y algunas mercantes; hizo huir á otras y cañoneó las murallas de la ciudad con grande estrago, dando libertad á algunos ingleses que andaban por allí cautivos. Al volver á España tropezó con otro navío moro y lo obligó á embarrancar en la costa, donde lo quemó, poniendo en libertad á otros cautivos holandeses[8]. Tales derrotas no desanimaron á los marineros mauritanos, con los cuales se juntaban piratas y aventureros cristianos, franceses, holandeses y aun ingleses. Llegó á punto la insolencia de los marineros de Salé, singularmente, que tanto maltrataban ya á los moros pacíficos que hacían el comercio de aquellas costas, como á los españoles y demás europeos, y Muley Cidan tuvo al cabo que poner mano en ello, enviando á Carlos I de Inglaterra una embajada magnífica[9], para pedirle ayuda con que exterminar á los piratas. Diósela de buena voluntad el rey Carlos, interesado por el comercio; y secundado por los bajeles ingleses, Muley Cidan tomó á Salé y condenó á muerte á todos los piratas que la habitaban. Muley Cidan, que tan duramente los castigó, los había alentado mucho hasta entonces, y en 1623, según el Mercurio francés de aquel año, ajustó un tratado con los holandeses, que ya lo tenían hecho igual con los demás potentados berberiscos, para piratear juntos ó combatir, según decían, á los comunes enemigos[10]. De creer es que los saletinos, cuando Muley Cidan los exterminó, se hubiesen ya declarado independientes de su soberanía. Por último, corriendo el año de 1830, le sobrevino la muerte á Muley Cidan, que tantas y tan largas contrariedades había experimentado en su vida, y en las cuales mostró que no le faltaban ni constancia ni otras prendas de valía.

Desde esta fecha en adelante vuelve á aclararse la historia del Mogreb-alacsa, merced especialmente al libro, citado antes, que se intitula Misión historial de Marruecos, compuesto por Fr. Francisco de San Juan del Puerto, fraile de las misiones y testigo de muchos de los hechos que refiere. Tres hijos de Muley Cidan le sucedieron uno tras otro en el reino. El primogénito Abdemelic era cruel de naturaleza, pero se hizo al fin muy amigo de los cristianos. Por aquel tiempo, las relaciones entre éstos y los habitantes de Mogreb-alacsa eran frecuentísimas, y bien encaminadas habrían podido dar pacíficos, pero copiosos frutos. Durante el reinado de Muley Cidan y los de sus hijos, los ingleses no cesaron de mantener comunicaciones con los marroquíes. También los holandeses hemos visto que hacían causa común con ellos. Pero los que más influían naturalmente en el Mogreb eran los españoles y portugueses. En la infausta batalla de Alcazarquivir hubo un escuadrón de renegados que pelearon furiosamente; y era renegado portugués Reduán, el principal ministro del Moluco, y renegados fueron antes y después muchos de los mejores caudillos que gobernasen las huestes moras. El gran número de prisioneros portugueses que quedó en todo el Mogreb después de la jornada, hidalgos muchos de ellos y gente de cuenta; las embajadas benévolas de Felipe II, los viajes de algunos xerifes á España y á las posesiones españolas, y el común conocimiento que había de la lengua castellana por causa de los muchos moriscos allí refugiados, hicieron que los moros se acostumbrasen al trato de sus vecinos cristianos y olvidasen por algunos años la esquivez con que solían mirarlos desde la expulsión de los príncipes africanos de la Península. Contábase entre los prisioneros de Alcazarquivir un fraile agustino, llamado Fray Tomás de Jesús, hombre de piedad y entereza, el cual, viendo que sólo en Marruecos ascendían á dos mil los cautivos cristianos, comenzó á ejercer entre ellos su ministerio, y renovó las misiones extinguidas en tiempo de los xerifes primeros, de las cuales queda alguna reliquia notable todavía. Sucedieron á Fr. Tomás en las misiones, después de su muerte, algunos otros sacerdotes, los más de los cuales fueron martirizados sin piedad por los moros, y aun el mismo Abdelmelic mandó matar varios al comienzo de su reinado, en venganza, según dicen, de no haber podido recobrar, como intentó, la plaza de la Mamora. Pero aconteció que Abdelmelic se baldó de un brazo y no halló quien le curase en todo su imperio, hasta que le dieron noticia de un médico español que había cautivo, de nombre Andrés Camelo, y natural de la villa de Conil, en Andalucía, el cual tuvo la habilidad y la fortuna de dejar sano al príncipe en poco tiempo. Pidió Camelo en recompensa, ya que la libertad no quería dársela, que permitiera el rey venir á Marruecos á su mujer y tres frailes españoles; y Abdelmelic dio permiso y seguro para ello. Fué ya el bárbaro príncipe amigo de los españoles hasta su muerte, pero no de otros extranjeros, porque generalmente, así como quería bien á los renegados, detestaba á los que no profesaban el culto mahometano, de que él era observador muy celoso. Se cuenta que, habiendo hecho despedazar por sus leones, ó mutilar, á algunos franceses cautivos, el embajador de esta nación se quejó agriamente á la Puerta Otomana, considerando como dependientes suyos á los príncipes mauritanos. Irritóse Abdelmelic al saberlo, de tal suerte, que juró matar al primer embajador ó agente que le enviasen los reyes de Francia. Estos, después de las inútiles tentativas que habían hecho para influir en el Mogreb-alacsa en tiempo de nuestro protegido Muley-Xeque, no habían cesado de mantener algunos tratos ó inteligencias con los moros, á fin de mejorar la condición de su comercio y de sus súbditos, maltratados constantemente en las costas berberiscas. Acertó á presentarse en Marruecos, poco después del juramento de Abdelmelic, Mr. Sansón, el mismo tal vez que se acercó en Portugal á Muley-Xeque, y antes de darle audiencia hizo el monarca moro esconder en el vecino aposento un verdugo con el fin de mandarlo decapitar si se daba por enviado del rey de Francia; pero el astuto francés, advertido á tiempo por un renegado de su nación, desvaneció sus sospechas fingiéndose comerciante, y así pudo marcharse en salvo, pero sin obtener de su comisión fruto alguno[11]. Para comprender la cólera que en este caso experimentó Abdelmelic, hay que tener presente que él fué el primero que tomó el título de Sultán ó emperador de Marruecos, Fez, Sus y Tafilete, que desde entonces se ha solido dar en Europa á sus sucesores, aunque en España sólo el dictado de reyes de Marruecos y de Fez se les continuó dando como antes, y así se ha observado generalmente hasta nuestros tiempos. Murió el Sultán Abdelmelic á manos de unos renegados, que, hallándose recostado, al descuido, en unas almohadas en palacio, le asesinaron de orden de su hermano Muley el Valid, que aspiraba al trono.

En virtud de esta forma de sucesión tan frecuente en el bárbaro imperio, Muley el Valid se hizo luego aclamar por el pueblo, y su primer acto fué mandar arrastrar por las calles el cadáver de su hermano. Acababan de llegar por entonces los frailes españoles que había llamado Abdelmelic á Marruecos, y no les costó poco trabajo ser admitidos. Sin embargo, consiguieron que Abdelmelic los tolerase, y el influjo europeo ejercido por ellos y los renegados se dejó sentir aún por algún espacio de tiempo, logrando al fin el francés Mr. Sanson ajustar un tratado con el nuevo príncipe. No bien empuñó éste el cetro, comenzó á vejar y perseguir á sus vasallos, juzgando que se afirmaría en el trono más por el rigor que por la blandura. Desenfrenó sus iras especialmente contra los que antes de ser rey no lo atendieron como á tal, y después en todos los que no acertaban á lisonjearlo, sin que se viesen seguros de sus tiranías ni sus domésticos, ni sus mayores amigos. Luego empezó á hostigar á los pueblos, cobrando más tributos de los que sus leyes permitían, la costumbre de sus antecesores había usado y la cortedad de los naturales podía ofrecer, pareciéndole que, empobrecidos éstos, no tendrían alientos para resistirle. Estancó los géneros, y se hizo mercader de los víveres más necesarios al consumo, pregonando castigos para los que osasen venderlos ó comprarlos hasta que él hubiese alcanzado su ganancia; y al propio tiempo no vendía él sus géneros hasta que la necesidad pasaba de extrema, y entonces ponía el precio más acomodado á su codicia. Esta tiranía le granjeó el nombre de Rey de la hambre. Entregóse á la par á las obscenidades más torpes, siendo generalmente tan crecido el número de concubinas, como hermosas vasallas le noticiaban los lisonjeros; y, en fin, debajo de una mal compuesta hipocresía, encerraba los mayores vicios.

De día en día más cruel, quitó la vida á su hermano menor Muley-Ismael, á dos sobrinos y á siete xerifes, que era de quien podía recelar que le disputasen el trono. No había ya en la corte en quién castigar sus miedos, ni de quién sospechar, si no era un hermano suyo de edad de diez á once años, llamado Muley Mohamed-Xeque, hijo de Muley Cidan, su padre, y de una renegada española. Curiosa é interesante es, por demás, la relación que hace el autor de la Misión historial de las persecuciones de este príncipe, que ocupó al cabo el trono de Marruecos. Eran los padres de la renegada buenos cristianos; cautiváronlos los moros, y así murieron muy ejemplarmente. Quedó huérfana la niña, y aunque otras cautivas la procuraron albergue y criaron en la ley de Cristo, no pudieron ocultarla tanto que no llegase á Muley Cidan la noticia de su belleza. Mandó al punto que se la llevasen, y, aficionado de su hermosura, la solicitó con cariños, para que, dejando su ley, se hiciese mora, siendo el desposorio segura expresión de su agradecimiento. Resistióse la niña varonilmente, despreciando sus ofertas; pero, entrándola por fuerza en la real clausura, la vistieron el turbante, y, luego que tuvo edad, la recibió al fin Muley Cidan por esposa. Tal fué el origen que tuvo Mohamed-Xeque. Reunía el tierno xerife buenas prendas naturales, y estaba muy bien educado por su madre, como criada entre gente cristiana. Dejábase comunicar con cariño de algunos de los súbditos, y como era hermoso, y al rey lo aborrecían muchos por sus crueldades y vicios, no faltaba quien le mirase ya con esperanzas de que él había de aliviar de aquella servidumbre al imperio. Este cariño que inspiraba el niño no se le ocultaba al Valid, y, sacando por consecuencia su ruina, se propuso darle la muerte. Descubrió estos depravados intentos á algunos de los suyos, los que le pareció de mayor confianza; pero como todos querían bien al niño no tardó en ser delatado á la madre, que vivía aún, y dos tías, hermanas de su padre, mujeres de un corazón determinado.

No era dudoso el éxito de la contienda desde que las hermanas de Muley el Valid se declararon contra él, y en pro de su sobrino Muley-Xeque, porque era pusilánime el sultán cuanto ellas determinadas, y tan despreciado y aborrecido estaba él, como ellas queridas y honradas. Exigieron al Valid que les entregase al sobrino para tenerlo en custodia, y no osó aquél negarse á su deseo, aunque á condición de que vigilaría su conducta un viejo esclavo negro, en quien tenía él gran confianza. En esta conformidad corrió algún tiempo, sin permitir las tías que el prisionero saliese á los divertimientos propios de su edad, porque sabían bien que el rey su hermano acechaba la ocasión para matarlo. Algunas veces, ciego de cólera, entró el Valid en la prisión, determinado á ejecutar por sus manos la muerte deseada; pero como las tías espiaban sus pasos, se prevenían con tiempo para la resistencia con singular celo, teniendo escolta suficiente prevenida para cualquier lance, y con tal valor una de ellas, que no se le caían de la cintura dos pistoletes y una gumía turquesca. En el ínterin continuaba el Valid maltratando á sus vasallos, y aun llegó á atropellar indiscretamente á los de su guarda, que eran renegados, y de quien sólo fiaba la seguridad de su persona. Ofendió á unos, quitó la vida á otros, y á todos les negó el corto salario que el servicio real les concedía. Comenzó con esto á divulgarse por el país el rumor que precede de ordinario á las revoluciones, y, si no le negaban ya absolutamente la obediencia, al menos ponían muchos en cuestión si se la debían. No desaprovecharon las tías, como mujeres sagaces, la coyuntura que se les ofrecía, y se determinaron á solicitar la muerte del tirano, para poner en su lugar al sobrino, que ya contaba diez y seis años. Descubrieron su propósito al criado negro que las vigilaba, el cual tenía ya más amor al niño Muley-Xeque, que fidelidad á su tío, y así pudieron valerse de su experiencia y cautela para tentar el ánimo de los renegados que guardaban al rey, prometiéndoles de su parte buenas dádivas, y de parte del rey futuro honores y conveniencias. Hallóse un renegado, muy valeroso y dispuesto á cualquier atrevimiento, llamado Mohamed, hijo de un portugués y de una mujer de Córcega, buenos católicos, que, habiendo muerto en la esclavitud, dejaron aquel hijo pequeño, hecho moro, como tantos otros, por fuerza. A éste envió Muley-Xeque, para que ejecutase la acción, dos pistoletes y su misma gumía; y él buscó para que le ayudasen á otros tres renegados, franceses de nación y mozos de bríos. Un día que Muley Valid mandó llamar á tres asesinos, que tenía dispuestos para acabar de una vez con el sobrino, el paje á quien encomendó esta misión, y que estaba ya ganado por sus enemigos, buscó á los cuatro renegados, que no andaban lejos, acechando ocasión, y les dijo cómo el rey quedaba solo en el Mexuar, que lograsen el tiempo, y que él iría con pasos perezosos á hacer la diligencia que le mandaba. Con esta noticia se abalanzaron los renegados á la estancia, y al verlos llegar el Valid, en mal formadas voces les dijo: «¿Qué es lo que queréis de mí?» Dio la respuesta la boca de un pistolete, pero tan mal apuntado, que no lo lastimó la bala. Sin embargo, el rey, acobardado, se dio á la fuga gritando, y los cuatro siguieron su alcance, aunque tan turbados, que no acertaban á rematar su obra. Pero, entretanto, al rumor escandaloso que se escuchaba dentro de palacio, acudieron otros conspiradores, y, sospechando la ocurrencia, cerraron las puertas todas por donde de afuera podían favorecerlo. Así mataron al cabo al Valid, y al punto abrieron la prisión al príncipe recluso, siendo la primera razón que le dieron besarle el pie; en lo cual y el alborozo con que vinieron las tías, conoció que ya era emperador de Marruecos. Dividiéronse luego las mujeres en diferentes tropas, y con la confusión de pastoriles instrumentos de que se componen sus músicas, salieron cantando el triunfo del nuevo rey, como si hubiera vencido la más reñida batalla. Juntóse al propio tiempo la gente que había en palacio, y al frente de ella fué el nuevo rey al salón del homenaje, donde, sentándole en el real trono, según su estilo, le volvieron á besar el pie, que es el juramento de fidelidad que ellos hacen. Allí mismo hizo el nuevo rey su mayor bajá al renegado portugués Mohamed, y luego fué sin dificultad reconocido por todas partes. Tal fin tuvo Muley el Valid y tal principio el nuevo Muley-Xeque; Xeque; y de intento nos hemos detenido á describir uno y otro, porque, aparte del carácter de verdad que da á los hechos la relación del autor de la Misión historial, se refleja en ellos bastante el estado moral y político de Marruecos por aquel tiempo.

Estuvo muy distante Muley Moammed-Xeque, que tal era su nombre, de tener un reinado tan feliz como prometía su principio. Aquí y allí se levantaron algunos rebeldes, que le usurparon territorios considerables, siendo el mayor y tan peligroso, como se vio luego, un morabito, que hacia la parte de Tafilete se proclamaba nuevo xerife. Los rústicos y sencillos alarbes y moradores de aquellas remotas tribus, atraídos por las extravagancias del morabito, no tardaron en formar alrededor suyo un ejército. Comprendió bien Muley-Xeque el peligro que aquella rebelión ofrecía, y, deseoso también de señalarse en las armas, marchó á buscar al supuesto xerife de Tafilete, que no rehuyó la batalla. Peleóse con tan poca fortuna de parte del campo de Muley-Xeque, que quedó deshecho, teniendo éste que ponerse en precipitada fuga después de haberle muerto la mayor parte de su gente, y apresado los bagajes y muchos víveres y municiones. Comenzó luego el Xeque á formar nuevo ejército con que reparar tan gran desastre; pero le faltaba dinero para pagar tropas, que sólo de esta suerte creía poder asegurar de deserciones, y lienzos, bonetes y otras cosas con que granjearse el amor de los soldados; y no encontraba traza para proveerse de ello, aunque ofrecía algunas conveniencias y partidos al príncipe que lo socorriese. Hallábase á la sazón en Marruecos un cierto Roberto Blake, que en aquella corte seguía negociaciones por parte de Inglaterra, y sabiendo éste lo que el rey pretendía se ofreció pronto á socorrerlo, prometiendo á cambio de las ventajas ofrecidas, todo lo necesario para la guerra. Pero los dos bajas de quienes hacía estimación más singular Muley-Xeque, que eran aquel Mohamed, y otro llamado Jaduar, ambos renegados peninsulares, recelosos de las intenciones del inglés, le dijeron que para qué quería inteligencias con una corona tan distante como Inglaterra, pudiéndolas emprender con más prontitud en España, que estaba más vecina, y de cuyos puertos podía lograr con brevedad el socorro. Representáronle además que eran tan generosos y opulentos los reyes de España, que sólo por su grandeza, sin más interés que hacer bien á necesitados, favorecían, como lo había hecho en Túnez el emperador Carlos V; y por último, le aconsejaron que si quería comunicarse con los reyes de España, podría hacerlo por medio de los frailes que había en Marruecos. No era sólo socorro de dinero lo que deseaba el rey, y lo que le persuadió á seguir el dictamen de los renegados españoles; tenía otra idea de mayor consecuencia, como se conoció luego, que era prepararse un salvoconducto para el caso de verse desposeído del reino, y en peligro de morir como siempre sucede á los príncipes vencidos en aquella tierra. Lo mismo Muley-Xeque que los renegados españoles, cuyas cabezas peligraban también no poco, veían claro que para salvarse en un día de fuga, los Reyes Católicos, por estar tan vecinos y por la seguridad que ofrecía su natural clemencia, eran de más útil alianza que otros, y esto dio aliento á la natural inclinación que así el rey como sus consejeros tenían á España, porque ellos eran españoles, y él era nieto también de españoles, como sabemos. Lo cierto es que llamaron á un fraile apellidado Fr. Matías, y le encargaron que viniese á España á entablar las negociaciones para el Tratado, ofreciendo tal vez trigo, por ser aquellos años de gran esterilidad en España, y venir con efecto gran cantidad de trigo de Berbería, salitres y caballos, en ocasión que los necesitaba mucho España para las grandes guerras que Felipe IV sostenía en Italia, Flandes, Cataluña y Portugal; con otras ventajas políticas que no han llegado á saberse. En cambio, lo que pedía principalmente Muley-Xeque, era la seguridad de ser bien acogido en España en caso de aprieto; siendo tan grande el terror que le inspiraba á la sazón el rebelde xerife de Tafilete, que empezó á enviar su familia y siervos á Saffi, á fin de embarcarlos en aquel puerto. Pasó Fr. Matías á España, trayendo en su compañía muchos cautivos españoles que en testimonio de buena voluntad le dio Muley-Xeque, contándose entre ellos aquel médico don Andrés Camelo, que fué causa de la venida de los frailes á Marruecos, y un cierto Manuel Alvarez, que hacía en el cautiverio de almocaden de los cristianos. Desembarcó Fr. Matías en Sanlúcar, donde se presentó al duque de Medinasidonia, capitán general de Andalucía, y desde allí comunicó ya al rey D. Felipe y á su Consejo los principales puntos de la embajada, y luego pasó á Madrid, donde le entretuvieron cuatro años, sin poder cobrar una letra de catorce mil pesos que el rey había mandado darle para costear la vuelta á Marruecos. Después de mil tribulaciones, halló medios Fray Matías para volver á Marruecos con los regalos y prevención conveniente; pero adoleciendo de enfermedad, murió en Córdoba, y se encargó entonces de la embajada el P. Fr. Francisco de la Concepción, acompañado de un agente particular, llamado D. Miguel Escudero, y de todas las provisiones necesarias. Corría ya el año de 1646, cuando llegó de España á Marruecos la respuesta á la alianza solicitada en 1640. Tan tristes y difíciles tiempos eran aquellos para la monarquía católica. Recibió, sin embargo, Muley-Xeque con sumo agrado á los embajadores, que por otra parte se hicieron con sus liberalidades mucho partido en el pueblo; pero ya la necesidad y espanto en que se vio años antes, habían pasado, porque el tal xerife de Tafilete, ocupado, como veremos después, en otras guerras y con mala fortuna, no había continuado los progresos de sus armas en Marruecos, según se temía después de la gran victoria alcanzada. Así fué que á la carta de Felipe IV en que le daba gracias por la libertad de los cautivos y deseos de alianza que mostraba, le contestó recordándole la restitución de la recámara de Muley Cidan, y diciéndole que «en cuanto á las cosas de valor no las pedía: pero que los libros deseaba que el rey de España se los enviase, siendo servido, porque sabía que los tenía todos, y que á los reyes no se les ponía cosa por delante para hacer su voluntad». Dió al mismo tiempo libertad á todos los cautivos españoles que había en sus Estados; pero no por eso se le devolvieron los libros, y sin ninguna recompensa volvió la embajada á España. No es fácil imaginar el sentimiento que tuvo Muley Mohamed Xeque al ver que no se le devolvían los libros. Manifestó su desabrimiento á los religiosos, los envió nuevamente á España á pedir los libros, y cuando se convenció de que no se le devolverían, como ya no contaba por nada nuestra alianza, trocó en saña la amistad antigua. Es de advertir que por los años de 1658, en que se notó aquella mudanza, Muley Mohamed había cambiado ya de condición para con todos, por consecuencia del vicio de la embriaguez á que se entregó de tal suerte, que apenas volvió á estar en su juicio el resto de su reinado. Ocurrieron al propio tiempo algunos casos de conversiones de moros y otros de fugas de cautivos, y no fué menester más para que el monarca moro comenzase á perseguir con violencia á los religiosos españoles, aconsejado, según se supone, de un esclavo protestante que tenía. Fueron aquellos años de grande esterilidad en Marruecos: hambres, desórdenes, tiranías, asesinatos continuos revolvieron ó escandalizaron el imperio. Muley Mohamed Xeque era ya aborrecido por las torpezas á que empezaba á entregarse, y sobre todo, por su amor al vino, prohibido por la ley alcoránica. Suscitáronsele nuevas perturbaciones, y entre otras, una muy grave en Tetuán, que se alzó contra él con todo su algarbe ó comarca. Llegaron á punto las cosas que Muley-Xeque se resolvió á marchar contra los rebeldes. Allí le esperaba un fin no más dichoso que el que sus predecesores habían por lo común alcanzado, porque habiendo sentado sus tiendas en los despoblados que median entre Tetuán y Alcázar, y habiéndose quedado solo y ebrio como solía en un lugar apartado del campo, le encontraron por azar unos naturales y, conociéndole, le mataron arrojándole sobre la cabeza una peña. «En los instrumentos de los misioneros, dice el P. Fr. Francisco de San Juan del Puerto, sólo se dice que murió y el tiempo, pero no las circunstancias, de donde me moví para preguntarlas á algunos moros, hombres de mejores noticias, y unos me han informado de las que quedan dichas, y otros me aseguran que murió en Marruecos de su muerte natural, aunque convienen en que le provino de una muy grande embriaguez.» La semejanza de nombre de este Muley Mohamed Xeque, con aquel otro Muley-Xeque que entregó á Larache y murió también asesinado entre Tetuán y Alcázar, puede engendrar la sospecha de que el fin de éste se confunda con el del monarca de quien ahora tratamos, y que de esto provengan las versiones distintas de los moros. Sin embargo, otras versiones están contextes también en que murió Muley Mohamed Xeque á manos de unos rebeldes[12], aunque dentro de Marruecos, que se supone tomada por ellos. Añádese, y en esto están conformes muchas relaciones, que los rebeldes que mataron á Muley Mohamed, alzaron en su lugar á uno de los caudillos de ellos llamado Crom-al-Hagí, el cual mandó matar á todos los descendientes que se hallasen de los xerifes, y fué asesinado de allí á poco por su propia mujer. Lo cierto es que el P. Fr. Francisco de San Juan del Puerto, á quien vamos siguiendo, sin hacer mención de tal emperador, afirma que á Muley Mohamed Xeque le sucedió su hijo Muley-Labes ó Muley-el-Abbas, único que había dejado á pesar de las muchas mujeres que tuvo.

Entró á reinar en 1655 este príncipe, y no disfrutó de tranquilidad el poco tiempo que ocupó el trono. Apenas habían pasado dos años desde la muerte de su padre, cuando un tío suyo, hermano de su madre, que era bajá de los alarbes, se levantó contra él y le disputó el imperio. Vino el tío con buen ejército contra Marruecos, y como el joven Muley-el-Abbas no se atreviese á esperarlo extramuros, porque no tenía iguales fuerzas, se hizo fuerte en las murallas, y allí aguantó el sitio, que duró algunos días. La madre del Abbas, considerando al hijo en tal riesgo y creyendo que la cólera del tío no tenía otro principio que alguna falta de atención del sobrino, aconsejó á éste que abriese las puertas al rebelde, fiándose del parentesco que entre ellos había. Siguió el joven príncipe el consejo de la madre, y dejando la ciudad se entró confiado por las tiendas de su tío, el cual salió á recibirlo con suma humildad al parecer, pero con pensamientos aleves. Dio á entender el tío que le pesaba gravemente de lo hecho; ofreció sujeción ejemplar en adelante, y se celebraron con públicos festejos las nuevas paces, pasándose algunos días en esto, hasta que el sagaz tío pudo ir ganando ó reemplazando á los principales ministros de aquellas ciudades y provincias que no tenía á su devoción. La trama fué breve, tanto como alevosa, y cuando los alcaides y bajas estuvieron puestos á satisfacción del tío, una tarde que Muley-Abbas fué á visitarlo, como solía, en su campo, dispuso aquél que le diesen muerte, y en seguida se hizo aclamar sultán por sus tropas. Así acabó el infeliz Muley-el-Abbas, que no había alcanzado en todo más que cuatro años de imperio, y en él se extinguió la familia de Muley-Cidan y la famosa dinastía de los xerifes que tanta fama había logrado adquirir en el África.



  1. Quintana: De la antigüedad y grandeza de Madrid. Lib. iii, cap. xxxv.
  2. Tomo casi todas las noticias que siguen acerca del reinado de Muley-Xeque de la Quinta parte de la historia pontifical, del P. F. Marcos de Guadalajara y Xavier, el cual las había ya publicado en un libro aparte, titulado Predición y destierro de los moriscos de Castilla hasta el valle de Ricote, con las disensiones de los hermanos xerifes y presa en Berbería de la fuerza y puerto de Alarache.
  3. Gil González Dávila, Vida y hechos del rey D. Felipe III. Fray Marcos de Guadalajara. Quinta parte de la Historia pontifical.
  4. Estas curiosas negociaciones están muy bien descritas en el precioso Manual del oficial en Marruecos, publicado en 1844 por D. Serafín E. Calderón, libro de grande utilidad para mí en varios lugares de estos Apuntes.
  5. Véase la obra antes citada y que se publicó de Real orden.
  6. Véase el Manual del oficial en Marruecos.
  7. Todas estas luchas con los marroquíes las tomo de este autor en la historia de Felipe III.
  8. Gil González Dávila: Teatro de las grandezas de Madrid: Victorias por la mar.
  9. Véase la Historia Universal publicada por una Sociedad de literatos ingleses. Tomo 26, que comprende la Historia de Berbería y de los reinos de Marruecos y Fez.
  10. Véase le neuvième tome du Mercure français.—París, 1624.
  11. Véase la relación de Davity, citada en la Historia Universal de los literatos ingleses.
  12. Véase la Historia Universal varias veces citada.