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Armonías de la Pampa/II

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Cantando me han de enterrar.
Cantando me de ir al cielo.
Santos Vega.

Santos Vega, tus cantares
no te han dado excelsa gloria,
mas viven en la memoria
de la turba popular;
y sin tinta ni papel
que los salve del olvido,
de padre a hijo han venido
por la tradición oral.


Bardo inculto de la pampa,
como el pájaro canoro
tu canto rudo y sonoro
diste a brisa fugaz;
y tus versos se repiten
en el bosque y en el llano,
por el gaucho americano,
por el indio montaraz.


¿Qué te importa, si en el mundo
tu fama no se pregona,
con la rústica corona
del poeta popular?
y es más difícil que en bronce,
en el mármol o granito,
haber sus obras escrito
en la memoria tenaz.


¿Qué te importa? ¡si has vivido
cantando cual la cigarra,
al son de humilde guitarra
bajo el ombú colosal!
¡Si tus ojos se han nublado
entre mil aclamaciones,
si tus cielos y canciones
en el pueblo vivirán!


Cantando de pago en pago,
y venciendo payadores,
entre todos los cantores
fuiste aclamado el mejor;
pero al fin caíste vencido
en un duelo de armonías,
después de payar dos días;
y moriste de dolor. [2]


Como el antiguo guerrero
caído sobre su escudo,
sobre tu instrumento mudo
entregaste tu alma a Dios;
y es fama, que al mismo tiempo
que tu vida se apagaba,
la bordona reventaba
produciendo triste son.


No te hicieron tus paisanos
un entierro majestuoso,
ni sepulcro esplendoroso
tu cadáver recibió;
pero un Pago te condujo
a caballo hasta la fosa,
y muchedumbre llorosa
su última ofrenda te dio.


De noche bajo de un árbol
dicen que brilla una llama, [3] y es tu ánima que se inflama,
¡Santos Vega el Payador!
¡Ah, levanta de la tumba!
muestra tu tostada frente,
canta un cielo derrepente [4] ¡o una décima de amor!


Cuando a lo lejos divisan
tu sepulcro triste y frío,
oyen del vecino río
tu guitarra resonar.
y creen escuchar tu voz
en las verdes espadañas,
que se mecen cual las cañas
cual ellas al suspirar.


Y hasta piensan que las aves
dicen al tomar su vuelo:
"¡Cantando me he de ir al cielo;
cantando me han de enterrar!"
Y te ven junto al fogón,
sin que nada te arrebate,
saboreando amargo mate
veinte y cuatro horas payar.


Tu alma puebla los desiertos,
y del Sud en la campaña
al lado de una cabaña
se eleva fúnebre cruz;
esa cruz, bajo de un tala
solitario, abandonado,
es un simbolo venerado
en los campos del Tuyú.


Allí duerme Santos Vega;
de las hojas al arrullo
imitar quiere el murmullo
de una fúnebre canción.
no hay pendiente de sus gajos
enlutada y mustia lira,
donde la brisa suspira
como un acento de amor.


Pero las ramas del tala
son mil arpas sin modelo,
que formó Dios en el cielo
y arrojó en la soledad;
si el pampero brama airado
y estremece el firmamento,
forman místico concento
el árbol y el vendaval.


Esa música espontánea
que produce la natura,
cual tus cantos, sin cultura,
y ruda como tu voz,
tal vez en noche callada,
de blanco cráneo en los huecos,
produce los tristes ecos
que oye el pueblo con pavor.


¡Duerme, duerme Santos Vega!
que mientras en el desierto
se oiga ese vago concierto,
tu nombre será inmortal;
y lo ha de escuchar el gaucho
tendido en su duro lecho,
mientras en pajizo techo
cante el gallo matinal. [5]


¡Duerme! mientras se despierte
del alba con el lucero
el vigilante tropero
que repita tu cantar,
y que de bosque en laguna,
en el repente o la hierra,
se alce por toda esta, tierra
como un coro popular.


Y mientras al gaucho errante
al cruzar por la pradera,
se detenga en su carrera
y baje del alazán;
y ponga el poncho en el suelo
a guisa de pobre alfombra,
y rece bajo esa sombra,
¡Santos Vega, duerme en paz!