Armonías de la Pampa/III

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I

Clara, bella y perfumada,
era una tarde serena,
de esas tardes en que el cielo
todas sus galas ostenta,
en que la brisa y la flor
nos hablan con voz secreta,
en que las bellas inspiran,
en que medita el poeta,
en que el infame se esconde,
en que el pueblo se recrea.
Y matizando la alfombra
de una extendida pradera
se ve una alegre cuadrilla
con sus vestidos de fiesta,
porque cien gauchos reunidos
las pascuas de dios celebran.
En las ancas del caballo
cada cual lleva su bella,
el que ufano con su carga
bate el suelo con soberbia,
mientras que el viento levanta
la nevada pañoleta,
que acaricia las mejillas
del jinete a quien estrecha
tal vez por no resbalar...
quizá de puro coqueta.
No llevan collares de oro,
ni caravanas de perlas,
ni relucientes sombreros,
ni corbatines de seda:
humildes son los vestidos
que las mujeres ostentan;
y bajo pieles curtidas
y de ponchos de bayeta
aquel rústico gauchaje
alma independiente alberga
como el tosco ñandubay
bajo su áspera corteza
roba a la vista del hombre
del corazón la belleza.


II

Encima de una loma
se ven a las muchachas
haciendo con donaire
pañuelos agitar;
y en tanto, en la llanura
en círculo formados,
se ven de los jinetes
los ponchos ondear.

Sus ojos resplandecen
radiantes de alegría,
que templa con sus sombras,
del rostro la altivez.
Con juegos herculáneos
festejarán el día,
que el pueblo hasta jugando
respira robustez.

Diríase campeones
que esperan la pelea
que anuncian con estruendo
las lenguas del clarín:
la inercia los consume,
mas si el cañón humea,
con varonil coraje
buscan glorioso fin.

Tal vez unas carreras
esperan a porfía
para cubrir de palmas
al potro más veloz...
Mas no, todos desean
robustecer el alma,
por eso ¡El Pato! ¡El Pato!
Repiten a una voz.

¡El Pato! juego fuerte
del hombre de la pampa,
tradicional costumbre
de un pueblo varonil
para templar los nervios,
para extender los músculos
como en veloz carrera,
en la era juvenil.

Las fiestas populares
de un pueblo de valientes
semejan a las rudas
caricias del león,
porque el pampero raudo
batiendo en esas frentes
parece que inocula
vigor al corazón.

Ya todos se aprestaban
a comenzar la pugna,
asiendo de las garras
con fuerza de titán:
los pies en los estribos
apoyan con pujanza,
y esperan afanosos
de jefe la señal.

Las madres, las esposas
contemplan aquel grupo,
pendientes del latido
del brazo muscular;
mas de repente vese
que las manijas sueltan,
y se oye entre el corrillo
sordo rumos vagar.

¿Quién les desarmó la fuerza
de los cincuenta brazos,
que un pingo gigantesco
podrían sacudir?
Dos hombres que se acercan
al medio de la liza,
y muestran ser campeones
que quieren combatir.


III

El uno es Diego Zamora
apellidado el "valiente"
cuya daga vencedora
a sus contrarios devora
y es el terror de la gente.

Su mirada decidida
y negra su cabellera;
y una sonrisa atrevida
del labio está suspendida
revelando un alma fiera.

Lleva un facón en la falda.
Lleva un poncho balandrán
terciado por media espalda,
y del campo la esmeralda
huella en un potro alazán.

El otro es Pedro de Obando,
compañero de fatigas
de Zamora, y peleando
anda con él desafiando
las partidas enemigas.

Estriba con bizarría
y la espuela nazarena
suspira en dulce armonía,
como grillos a porfía
lloran del preso la pena.

Guapos el Pago los llama,
y el alcalde salteadores,
pero publica la fama
que no la avaricia inflama
su pecho en vivos ardores.

Ligados por nudo fuerte,
los dos siguen un camino:
hermanos de vida y muerte
aceptan la misma suerte
bajo el yugo del destino.


IV

Adelantóse Zamora
y sujetando la rienda,
pidió parte en la contienda
con altanera atención.
Todos a una voz gritaron
"que entren Zamora y Obando".
Y entonces el pato tomando,
Zamora con él salió.

Picaron todos de espuelas
galopando a rienda suelta
para procurar la vuelta
del jinete vencedor;
mas en vano corren, vuelan,
gritan, pegan, forcejean,
y resudan y espolean,
y le siguen con furor.

Hasta que al fin un jinete
lo alcanza, y con mano fija
asiendo de la manija
hizo el caballo cejar,
pero Zamora con furia
lo lleva de una pechada,
dejando en tierra estampada
de su triunfo la señal.

Pero tres nuevos atletas
dispútanle su presea,
y él en tremenda pelea
la disputa a todos tres.
Forcejean, y tendidos
furiosos luchan en vano
por quebrantar una mano
que hierro parece ser.

Crujen, se estiran los miembros,
se hinchan de sangre las venas,
y enronquecidos, apenas
pueden el aire lanzar;
mas él, firme en sus estribos
como animado centauro
disputa a todos el lauro
en combate desigual.

Llegan tres más, y Zamora
con la presteza del rayo
dando riendas al caballo
las manijas les quitó:
dos de ellos fueron al suelo
en pos del tremendo empuje,
y el que queda firme ruge
de vergüenza y de furor.


V

          y corriendo
          desbandados,
          y empapados
          en sudor,
          a Zamora
          todos siguen,
          y persiguen
          con furor.

          Ya lo alcanzan
          o despuntan,
          ya se juntan
          en redor,
          cual las hojas
          de una planta
          que levanta
          el ventarrón.

          Cual relámpago
          flamígero,
          el alígero
          alazán
          los zanjones
          que encontraba
          los salvaba
          sin parar.

          Y por último,
          rendidos,
          alaridos
          dan de paz,
          y las gorras
          que se quitan
          las agitan
          en señal.


VI


Zamora entonces levantando en alto
el pato, cual si fuese una bandera,
detiene del caballo la carreta
y le hace el freno con furor tascar,
y así parado en medio de la pampa
con su ademán a todos desafía;
mas viendo que ninguno se movía
dirige a todos la señal de paz.

Torció las riendas del soberbio bruto
y a trote largo adelantóse al rato
llevando al lado el disputado pato
que a gruesas gotas de sudor ganó;
y al acercarse ante el vencido corro,
se desciñó del rostro su barbijo,
y estas palabras atrevidas dijo
que la turba entre aplausos recibió:

"si hay quien dispute que gané la palma
"átese al punto a la cintura un lazo,
"que yo tan sólo con mi izquierdo brazo
"jinete, y pingo, y pato arrastraré".
Nadie admitió su formidable reto:
tan sólo Obando en ademán airado
sacó del anca un lazo que arrollado
una serpiente parecía ser.

Por la presilla lo fijó en su cuerpo
y por la argolla se lo dio a su amigo
quien se admiraba hallar un enemigo
en el hermano que le diera dios;
pero impulsado por feroz orgullo,
asió del lazo en la siniestra mano,
y a gran galope atravesando el llano,
tirante el lazo entre los dos quedó.

Cual hosco toro que en lazada envuelto
se niega altivo a obedecer la fuerza,
y rebramando con furor se esfuerza,
y aspa y pezuña quiere allí clavar,
tal Pedro Obando con poder resiste
al férreo brazo de que está pendiente,
mientras el lazo entre los dos, crujiente,
se ve como una víbora oscilar.

Silencio pavoroso en torno reina:
enmudece el frenético alarido,
y sólo se oye el fúnebre quejido
del lazo palpitante entre los dos;
mas de repente resonó un gemido
dos espirales al formar el lazo,
y en cada cual llevando su pedazo,
envuelto en él al polvo descendió.[6]