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Asclepigenia: 06

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Escena V

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PROCLO, EUMORFO.


EUMORFO.- ¿Sabes lo que digo, maestro?


PROCLO.- Di, y lo sabré. No quiero tomarme el trabajo de adivinar tus pensamientos.


EUMORFO.- Pues digo que se me van quitando las ganas de estudiar filosofía.


PROCLO.- ¿Y por qué?


EUMORFO.- Porque la filosofía vuelve tonto a quien la estudia.


PROCLO.- Te equivocas. Lo que hace la filosofía es reforzar las prendas que cada uno tiene. Al tonto no le vuelve discreto, tú al discreto tonto; pero al discreto le hace discretísimo, y al tonto tontísimo.


EUMORFO.- Salvo el merecido respeto, te declararé entonces que tú propio te condenas.


PROCLO.- ¿De qué suerte?


EUMORFO.- Porque mostrándote ahora tontísimo con toda tu filosofía, debiste de ser tonto en tu vida precientífica: tonto de nacimiento.


PROCLO.- ¿Y qué prueba he dado yo de esa tontería superlativa de que me acusas?


EUMORFO.- La prueba es tu amor sublime por Asclepigenia.


PROCLO.- ¿Qué sabes tú de eso?


EUMORFO.- Conozco a Asclepigenia muy a fondo.


PROCLO.- Te alucinas. Quiero dar por supuesto que conoces las potencias de su alma, las cuales, en su efusión, han creado para ella un cuerpo tan hermoso; pero la esencia eterna de esa alma misma, que es lo que yo amo y por lo que soy amado, está en un punto inaccesible para ti.


EUMORFO.- ¿Consientes que me valga de un símil?


PROCLO.- Valte de cuantos símiles se te ocurran.


EUMORFO.- ¿Quién es más dueño del mundo, la emperatriz Pulqueria que le gobierna, o tú que le comprendes?


PROCLO.- Yo, que le comprendo. Aunque Pulqueria poseyese, no ya sólo este planeta que habitamos, sino todos los demás planetas, y los astros, y los cielos, no poseería más que un burdo remedo del Universo, tal como el Demiurgo le contempla en el Paradigma, antes de sacar la copia o el traslado. Pero me inclino a sospechar que eres un majadero, y que no entiendes ni entenderás jamás estas cosas.


EUMORFO.- No te sulfures, maestro. Si yo no entiendo esas cosas, entiendo otras más fáciles y agradables de entender. Asclepigenia tendrá quizá su Demiurgo y su Paradigma misteriosos que tú entiendes y posees; pero sus cielos, sus planetas y sus estrellas son míos desde hace algunos meses.


PROCLO.- ¿Qué palabra dijiste?


EUMORFO.- Dije que Asclepigenia filosofa contigo; que contigo no quiere ni quiso nunca peligrar; pero que conmigo no hay peligro que no arrostre.


PROCLO.- Por las divinidades superiores e inferiores, que en larga serie proceden del Uno, confieso que me duele lo que acabas de descubrirme. Sin embargo, todo se explica satisfactoriamente dentro de mi sistema. Las cosas son como son, y no pueden ser mejores de lo que son, porque, como son, son perfectas según su grado.


EUMORFO.- Consuélate con ese trabalenguas.


PROCLO.- ¿Y por qué no consolarme? Asclepigenia y yo, con el libre albedrío de nuestras almas, dispusimos amarnos, y nos amamos y seguimos y seguiremos amándonos eternamente, ayudados del favor divino, que acude a nosotros en virtud de la plegaria. Contra esto nada puedes tú; nada pueden tus iguales. Hay, a pesar de todo, en la efusión de las potencias del alma, algo de corporal que está sujeto al hado. Esto es lo que he perdido en Asclepigenia. La fatalidad me lo roba. El libre albedrío de ella no ha sido bastante brioso para defenderlo con heroicidad. Pero la discordia entre el libre albedrío y el hado será al fin dominada por la Providencia, la cual lo purificará todo, reduciéndolo a la celestial y maravillosa armonía, que casi toca y se confunde con el Uno hiperhipostático.


EUMORFO.- Tu discurso suena tan peregrino en mis profanas orejas, que me induce a creer o que eres un prodigio de prudencia semi-divina, o que estás loco de atar.