Ir al contenido

Atalaya de la vida humana/Libro I/III

De Wikisource, la biblioteca libre.
II
Atalaya de la vida humana
de Mateo Alemán
III
IV

III

Cuenta Guzmán de Alfarache lo que le aconteció con un capitán y un letrado en un banquete que hizo el embajador

Son tan parecidos el engaño y la mentira, que no sé quién sepa o pueda diferenciarlos. Porque, aunque diferentes en el nombre, son de una identidad, conformes en el hecho, supuesto que no hay mentira sin engaño ni engaño sin mentira. Quien quiere mentir engaña y el que quiere engañar miente. Mas, como ya están recebidos en diferentes propósitos, iré con el uso y digo, conforme a él, que tal es el engaño respeto de la verdad, como lo cierto en orden a la mentira, o como la sombra del espejo y lo natural que la representa. Está tan dispuesto y es tan fácil para efetuar cualquier grave daño, cuanto es difícil de ser a los principios conocido, por ser tan semejante a el bien, que, representando su misma figura, movimientos y talle, destruye con grande facilidad.

Es una red sutilísima, en cuya comparación fue hecha de maromas la que fingen los poetas que fabricó Vulcano contra el adúltero. Es tan imperceptible y delgada, que no hay tan clara vista, juicio tan sutil ni discreción tan limada, que pueda descubrirla; y tan artificiosa que, tendida en lo más llano, menos podemos escaparnos della, por la seguridad con que vamos. Y con aquesto es tan fuerte, que pocos o ninguno la rompe sin dejarse dentro alguna prenda.

Por lo cual se llama, con justa razón, el mayor daño de la vida, pues debajo de lengua de cera trae corazón de diamante, viste cilicio sin que le toque, chúpase los carrillos y revienta de gordo y, teniendo salud para vender, habla doliente por parecer enfermo. Hace rostro compasivo, da lágrimas, ofrécenos el pecho, los brazos abiertos, para despedazarnos en ellos. Y como las aves dan el imperio a el águila, los animales a el león, los peces a la ballena y las serpientes a el basilisco, así entre los daños, es el mayor dellos el engaño y más poderoso.

Como áspide, mata con un sabroso sueño. Es voz de sirena, que prende agradando a el oído. Con seguridad ofrece paces, con halago amistades y, faltando a sus divinas leyes, las quebranta, dejándolas agraviadas con menosprecio. Promete alegres contentos y ciertas esperanzas, que nunca cumple ni llegan, porque las va cambiando de feria en feria. Y como se fabrica la casa de muchas piedras, así un engaño de otros muchos: todos a sólo aquel fin.

Es verdugo del bien, porque con aparente santidad asegura y ninguno se guarda dél ni le teme. Viene cubierto en figura de romero, para ejecutar su mal deseo. Es tan general esta contagiosa enfermedad, que no solamente los hombres la padecen, mas las aves y animales. También los peces tratan allá de sus engaños, para conservarse mejor cada uno. Engañan los árboles y plantas, prometiéndonos alegre flor y fruto, que al tiempo falta y lo pasan con lozanía. Las piedras, aun siendo piedras y sin sentido, turban el nuestro con su fingido resplandor y mienten, que no son lo que parecen. El tiempo, las ocasiones, los sentidos nos engañan. Y sobre todo, aun los más bien trazados pensamientos. Toda cosa engaña y todos engañamos en una de cuatro maneras.
La una dellas es cuando quien trata el engaño sale con él, dejando engañado a el otro. Como le aconteció a cierto estudiante de Alcalá de Henares, el cual, como se llegasen las pascuas y no tuviese con qué poderlas pasar alegremente, acordóse de un vecino suyo que tenía un muy gentil corral de gallinas, y no para hacerle algún bien. Era pobre mendicante y juntamente con esto grande avariento. Criábalas con el pan que le daban de limosna y de noche las encerraba dentro del aposento mismo en que dormía. Pues, como anduviese dando trazas para hurtárselas y ninguna fuese buena, porque de día era imposible y de noche asistía y las guardaba, vínole a la memoria fingir un pliego de cartas y púsole de porte dos ducados, dirigiéndolo a Madrid a cierto caballero principal muy nombrado. Y antes que amaneciese, con mucho secreto se lo puso a el umbral de la puerta, para que luego en abriéndola lo hallase. Levantóse por la mañana y, como lo vio, sin saber qué fuese, lo alzó del suelo. Pasó el estudiante por allí como acaso, y viéndolo el pobre le rogó que leyese qué papeles eran aquellos. El estudiante le dijo: «¡Cuales me hallara yo agora otros! Estas cartas van a Madrid, con dos ducados de porte, a un caballero rico que allí reside, y no será llegado cuando estén pagados.» A el pobre le creció el ojo. Parecióle que un día de camino era poco trabajo, en especial que a mediodía lo habría andado y a la noche se volvería en un carro. Dio de comer a sus aves, dejólas encerradas y proveídas y fuese a llevar su pliego. El estudiante a la noche saltó por unos trascorrales y, desquiciando el aposentillo, no le tocó en alguna otra cosa que las gallinas, no dejándole más de solo el gallo, con un capuz y caperuza de bayeta muy bien cosido, de manera que no se le cayese, y así se fue a su casa. Cuando el pobre vino a la suya de madrugada y vio su mal recaudo y que había trabajado en balde, porque tal caballero no había en Madrid, lloraban él y el gallo su soledad y viudez amargamente.

Otros engaños hay, en que junto con el engañado lo queda también el engañador. Así le aconteció a este mismo estudiante y en este mismo caso. Porque, como para efetuarlo no pudiese solo él, siéndole necesario compañía, juntóse con otra camarada suya, dándole cuenta y parte del hurto. Éste lo descubrió a un su amigo, de manera que pasó la palabra hasta venirlo a saber unos bellaconazos andaluces. Y como esotros fuesen castellanos viejos y por el mesmo caso sus contrarios, acordaron de desvalijarlos con otra graciosa burla. Sabían la casa donde fueron y calles por donde habían de venir. Fingiéronse justicia y aguardaron hasta que volviesen a la traspuesta de una calle, de donde, luego que los devisaron, salieron en forma de ronda con sus lanternas, espadas y rodelas. Adelantóse uno a preguntar: «¿Qué gente?» Pensaron ellos que aquél era corchete y, por no ser conocidos y presos con aquel mal indicio, soltaron las gallinas y dieron a huir como unos potros. De manera que no faltó quien también a ellos los engañase.

La tercera manera de engaños es cuando son sin perjuicio, que ni engañan a otro con ellos ni lo quedan los que quieren o tratan de engañar. Lo cual es en dos maneras, o con obras o palabras: palabras, contando cuentos, refiriendo novelas, fábulas y otras cosas de entretenimiento; y obras, como son las del juego de manos y otros primores o tropelías que se hacen y son sin algún daño ni perjuicio de tercero.

La cuarta manera es cuando el que piensa engañar queda engañado, trocándose la suerte. Acontecióle aquesto a un gran príncipe de Italia -aunque también se dice de César-, el cual, por favorecer a un famosísimo poeta de su tiempo, lo llevó a su casa, donde le hizo a los principios muchas lisonjas y caricias, acompañadas de mercedes, cuanto dio lugar aquel gusto. Mas fuésele pasando poco a poco, hasta quedar el pobre poeta con solo su aposento y limitada ración, de manera que padecía mucha desnudez y trabajo, tanto que ya no salía de casa por no tener con qué cubrirse. Y considerándose allí enjaulado, que aun como a papagayo no trataban de oírle, acordó de recordar a el príncipe dormido en su favor, tomando traza para ello. Y en sabiendo que salía de casa, esperábalo a la vuelta y, saliéndole a el encuentro con alguna obra que le tenía compuesta, se la ponía en las manos, creyendo con aquello refrescarle la memoria. Tanto continuó en hacer esta diligencia, que como ya cansado el príncipe de tanta importunación lo quiso burlar, y habiendo él mismo compuesto un soneto y viniendo de pasearse una tarde, cuando vio que le salía el poeta a el encuentro, sin darle lugar a que le pudiese dar la obra que le había compuesto, sacó del pecho el soneto y púsoselo en las manos a el poeta. El cual entendiendo la treta, como discreto, fingiendo haberlo ya leído, celebrándolo mucho, echó mano a su faltriquera y sacó della un solo real de a ocho que tenía y dióselo a el príncipe, diciendo: «Digno es de premio un buen ingenio. Cuanto tengo doy; que si más tuviera, mejor lo pagara.» Con esto quedó atajado el príncipe, hallándose preso en su mismo lazo, con la misma burla que pensó hacer, y trató de allí adelante de favorecer a el hombre como solía primero.

Hay otros muchos géneros destos engaños, y en especial es uno y dañosísimo el de aquellos que quieren que como por fe creamos lo que contra los ojos vemos. El mal nacido y por tal conocido quiere con hinchazón y soberbia ganar nombre de poderoso, porque bien mal tiene cuatro maravedís, dando con su mal proceder causa que hagan burla dellos, diciendo quién son, qué principio tuvo su linaje, de dónde comenzó su caballería, cuánto le costó la nobleza y el oficio en que trataron sus padres y quiénes fueron sus madres. Piensan éstos engañar y engáñanse, porque con humildad, afabilidad y buen trato fueran echando tierra hasta henchir con el tiempo los hoyos y quedar parejos con los buenos.

Otros engañan con fieros, para hacerse valientes, como si no supiésemos que sólo aquéllos lo son que callan. Otros con el mucho hablar y mucha librería quieren ser estimados por sabios y no consideran cuánta mayor la tienen los libreros y no por eso lo son. Que ni la loba larga ni el sombrero de falda ni la mula con tocas y engualdrapadas será poderosa para que a cuatro lances no descubran la hilaza. Otros hay necios de solar conocido, que como tales o que caducan de viejos, inhábiles ya para todo género de uso y ejercicio, notorios en edad y flaqueza, quieren desmentir las espías, contra toda verdad y razón, tiñéndose las barbas, cual si alguno ignorase que no las hay tornasoladas, que a cada viso hacen su color diferente y ninguna perfeta, como los cuellos de las palomas; y en cada pelo se hallan tres diferencias: blanco a el nacimiento, flavo en el medio y negro a la punta, como pluma de papagayo. Y en mujeres, cuando lo tal acontece, ningún cabello hay que no tenga su color diferente.

Puedo afirmar de una señora que se teñía las canas, a la cual estuve con atención mirando y se las vi verdes, azules, amarillas, coloradas y de otras varias colores, y en algunas todas, de manera que por engañar el tiempo descubría su locura, siendo risa de cuantos la vían. Que usen esto algunos mozos, a quien por herencia, como fruta temprana de la Vera de Plasencia, le nacieron cuatro pelos blancos, no es maravilla. Y aun éstos dan ocasión que se diga libremente dellos aquello de que van huyendo, perdiendo el crédito en edad y seso.

¡Desventurada vejez, templo sagrado, paradero de los carros de la vida! ¿Cómo eres tan aborrecida en ella, siendo el puerto de todos más deseado? ¿Cómo los que de lejos te respetan, en llegando a ti te profanan? ¿Cómo, si eres vaso de prudencia, eres vituperada como loca? ¿Y si la misma honra, respeto y reverencia, por qué de tus mayores amigos estás tenida por infame? ¿Y si archivo de la sciencia, cómo te desprecian? O en ti debe de haber mucho mal o la maldad está en ellos. Y esto es lo cierto. Llegan a ti sin lastre de consejo y da vaivenes la gavia, porque a el seso le falta el peso.

Al propósito te quiero contar un cuento, largo de consideración, aunque de discurso breve, fingido para este propósito. Cuando Júpiter crió la fábrica deste universo, pareciéndole toda en todo tan admirable y hermosa, primero que criase a el hombre, crió los más animales. Entre los cuales quiso el asno señalarse; que si así no lo hiciera, no lo fuera. Luego que abrió los ojos y vio esta belleza del orbe, se alegró. Comenzó a dar saltos de una en otra parte, con la rociada que suelen, que fue la primera salva que se le hizo a el mundo, dejándolo immundo, hasta que ya cansado, queriendo reposar, algo más manso de lo que poco antes anduvo, le pasó por la imaginación cómo, de dónde o cuándo era él asno, pues ni tuvo principio dél ni padres que lo fuesen. ¿Por qué o para qué fue criado? ¿Cuál había de ser su paradero?

Cosa muy propia de asnos, venirles la consideración a más no poder, a lo último de todo, cuando es pasada la fiesta, los gustos y contentos. Y aun quiera Dios que llegue como ha de venir, con emmienda y perseverancia, que temprano se recoge quien tarde se convierte.

Con este cuidado se fue a Júpiter y le suplicó se sirviese de revelarle quién o para qué lo había criado. Júpiter le dijo que para servicio del hombre, refiriéndole por menor todas las cosas y ministerios de su cargo. Y fue tan pesado para él, que de solamente oírlo le hizo mataduras y arrodillar en el suelo de ojos; y con el temor del trabajo venidero -aunque siempre los males no padecidos asombran más con el ruido que hacen oídos, que después ejecutados- quedó en aquel punto tan melancólico cual de ordinario lo vemos, pareciéndole vida tristísima la que se le aparejaba. Y preguntando cuánto tiempo había de durar en ella, le fue respondido que treinta años. El asno se volvió de nuevo a congojar, pareciéndole que sería eterna, si tanto tiempo la esperase. Que aun a los asnos cansan los trabajos. Y con humilde ruego le suplicó que se doliese dél, no permitiendo darle tanta vida, y, pues no había desmerecido con alguna culpa, no le quisiese cargar de tanta pena. Que bastaría vivir diez años, los cuales prometía servir como asno de bien, con toda fidelidad y mansedumbre, y que los veinte restantes los diese a quien mejor pudiese sufrirlos. Júpiter, movido de su ruego, concedió su demanda, con lo cual quedó el asno menos malcontento.

El perro, que todo lo huele, había estado atento a lo que pasó con Júpiter el asno y quiso también saber de su buena o mala suerte. Y aunque anduvo en esto muy perro, queriendo saber -lo que no era lícito- secretos de los dioses y para solos ellos reservados, cuales eran las cosas por venir, en cierta manera pudo tener excusa su yerro, pues lo preguntó a Júpiter, y no hizo lo que algunas de las que me oyen, que sin Dios y con el diablo, buscan hechiceras y gitanas que les echen suertes y digan su buenaventura. ¡Ved cuál se la dirá quien para sí la tiene mala! Dícenles mil mentiras y embelecos. Húrtanles por bien o por mal aquello que pueden y déjanlas para necias, burladas y engañadas.

En resolución, fuese a Júpiter y suplicóle que, pues con su compañero el asno había procedido tan misericordioso, dándole satisfación a sus preguntas, le hiciese a él otra semejante merced. Fuele respondido que su ocupación sería en ir y venir a caza, matar la liebre y el conejo y no tocar en él; antes ponerlo con toda fidelidad en manos del amo. Y después de cansado y despeado de correr y trabajar, habían de tenerlo atado a estaca, guardando la casa, donde comería tarde, frío y poco, a fuerza de dientes royendo un hueso roído y desechado. Y juntamente con esto le darían muchas veces muchos puntillones y palos.

Volvió a replicar preguntando el tiempo que había de padecer tanto trabajo. Fuele respondido que treinta años. Malcontento el perro, le pareció negocio intolerable; mas confiado de la merced que a el asno se le había hecho, representando la consecuencia suplicó a Júpiter que tuviese dél misericordia y no permitiese hacerte agravio, pues no menos que el asno era hechura suya y el más leal de los animales; que lo emparejase con él, dándole solos diez años de vida. Júpiter se lo concedió. Y el perro, reconocido desta merced, bajó el hocico por tierra en agradecimiento della, resinando en sus manos los otros veinte años de que le hacía dejación.

Cuando pasaban estas cosas, no dormía la mona, que con atención estaba en asecho, deseando ver el paradero dellas. Y como su oficio sea contrahacer lo que otros hacen, quiso imitar a sus compañeros. Demás que la llevaba el deseo de saber de sí, pareciéndole que quien tan clemente se había mostrado con el asno y el perro, no sería para con ella riguroso.

Fuese a Júpiter y suplicóle se sirviese de darle alguna luz de lo que había de pasar en el discurso de su vida y para qué había sido criada, pues era cosa sin duda no haberla hecho en balde. Júpiter le respondió que solamente se contentase saber por entonces que andaría en cadenas arrastrando una maza, de quien se acompañaría, como de un fiador; si ya no la ponían asida de alguna baranda o reja, donde padecería el verano calor y el invierno frío, con sed y hambre, comiendo con sobresaltos, porque a cada bocado daría cien tenazadas con los dientes y le darían otros tantos azotes, para que con ellos provocase a risa y gusto.

Éste se le hizo a ella muy amargo y, si pudiera, lo mostrara entonces con muchas lágrimas; pero llevándolo en paciencia, quiso también saber cuánto tiempo había de padecerlo. Respondiéronle lo que a los otros, que viviría treinta años. Congojada con esta respuesta y consolada con la esperanza en el clemente Júpiter, le suplicó lo que los más animales y aun se le hicieron muchos. Otorgósele la merced según que lo había pedido y, dándole gracias, le besó la mano por ello y fuese con sus compañeros.

Últimamente, crió después a el hombre, criatura perfeta, más que todas las de la tierra, con ánima immortal y discursivo. Diole poder sobre todo lo criado en el suelo, haciéndolo señor usufrutuario dello. Él quedó muy alegre de verse criatura tan hermosa, tan misteriosamente organizado, de tan gallarda compostura, tan capaz, tan poderoso señor, que le pareció que una tan excelente fábrica era digna de immortalidad. Y así suplicó a Júpiter le dijese, no lo que había de ser dél, sino cuánto había de vivir.

Júpiter le respondió que, cuando determinó la creación de todos los animales y suya, propuso darles a cada uno treinta años de vida. Maravillóse desto el hombre, que para tiempo tan corto se hubiese hecho una obra tan maravillosa, pues en abrir y cerrar los ojos pasaría como una flor su vida, y apenas habría sacado los pies del vientre de su madre, cuando entraría de cabeza en el de la tierra, dando con todo su cuerpo en el sepulcro, sin gozar su edad ni del agradable sitio donde fue criado. Y considerando lo que con Júpiter pasaron los tres animales, fuese a él y con rostro humilde le hizo este razonamiento: «Supremo Júpiter, si ya no es que mi demanda te sea molesta y contra las ordenaciones tuyas -que tal no es intento mío, mas cuando tu divina voluntad sea servida, confirmando la mía con ella en todo-, te suplico que, pues estos animales brutos, indignos de tus mercedes, repudiaron la vida que les diste, de cuyos bienes les faltó noticia con el conocimiento de razón que no tuvieron, pues largaron cada uno dellos veinte años de los que les habías concedido, te suplico me los des para que yo los viva por ellos y tú seas en este tiempo mejor servido de mí.»

Júpiter oyó la petición del hombre, concediéndole que como tal viviese sus treinta años, los cuales pasados, comenzase a vivir por su orden los heredados. Primeramente veinte del asno, sirviendo su oficio, padeciendo trabajos, acarreando, juntando, trayendo a casa y llegando para sustentarla lo necesario a ella. De cincuenta hasta setenta viviese los del perro, ladrando, gruñendo, con mala condición y peor gusto. Y últimamente, de setenta a noventa usase de los de la mona, contrahaciendo los defetos de su naturaleza.

Y así vemos en los que llegan a esta edad que suelen, aunque tan viejos, querer parecer mozos, pulirse, aderezarse, pasear, enamorar y hacer valentías, representando lo que no son, como lo hace la mona, que todo es querer imitar las obras del hombre y nunca lo puede ser.

Terrible cosa es y mal se sufre que los hombres quieran, a pesar del tiempo y de su desengaño, dar a entender a el contrario de la verdad, y que con tintas, emplastos y escabeches nos desmientan y hagan trampantojos, desacreditándose a sí mismos. Como si con esto comiesen más, durmiesen más o mejor, viviesen más o con menos enfermedades. O como si por aquel camino les volviesen a nacer los dientes y muelas, que ya perdieron, o no se les cayesen las que les quedan. O como si reformasen sus flaquezas, cobrando calor natural, vivificándose de nuevo la vieja y helada sangre. O como si se sintiesen más poderosos en dar y tener mano. Finalmente, como si supiesen que no se supiese ni se murmurase que ya no se dice otra cosa, sino de cuál es mejor lejía, la que hace fulano o la de zutano.

No sin propósito he traído lo dicho, pues viene a concluirse con dos caballeros cofrades desta bobada, por quien he referido lo pasado. El embajador mi señor, como has oído, daba plato de ordinario, era rico y holgaba hacerlo. Y como no siempre todos los convidados acontecían a ser de gusto, acertó un día, que hacía banquete a el embajador de España y a otros caballeros, llegársele dos de mesa.

Eran personas principales: uno capitán, el otro letrado; pero para él enfadosísimos y cansados ambos y de quien antes había murmurado comigo a solas. Porque tanto cuanto gustaba de hombres de ingenio, verdaderos y de buen proceder, aborrecía por el contrario todo género de mentiras, aun en burlas. No podía ver hipócritas ni aduladores; quería que todo trato fuera liso, sencillo y sin doblez, pareciéndole que allí estaba la verdadera ciencia.

Y aunque había causas en éstos para ser aborrecidos, tengo también por sin duda que hay en amarse o desamarse unos más que otros algún influjo celeste. Y en éstos obraba con eficacia, porque todos los aborrecían.

Bien quisiera mi amo escaparse dellos; mas no pudo, a causa que se le llegaron en la calle y lo vinieron acompañando. Hubo de tenerles el envite por fuerza, trayéndolos, a su pesar, consigo. Que no hay peso que así pese, como lo que pesa una semejante pesadilla.

Luego como entró por la puerta de casa, le conocí en el rostro que venía mohíno. Mirélo con atención y entendióme. Hízome señas, hablándome con los ojos, mirando aquellos dos caballeros, y no fue más menester para dejarme bien satisfecho y enterado de todo el caso.

Callé por entonces y disimulé mi pesadumbre. Púseme a imaginar qué traza podría tener para que aquestos hombres que tan disgustado tenían a mi amo, le pudieran ser en alguna manera entretenimiento y risa, pagando el escote. Tocóme luego en la imaginación una graciosa burla. Y no hice mucho en fabricarla, porque ya ellos venían perdigados y la traían guisada. Esperé la ocasión, que ya estaba muy cerca, y guardéme para los postres, por ser mejor admitido. Que para que la boca se hincha de risa no ha de estar el vientre vacío de vianda, y nunca se quisieron bien gracias y hambre: tanto se ríe cuanto se come.

Las mesas estaban puestas. Vinieron sirviendo manjares. Brindáronse los huéspedes. Y cuando ya vi que se les calentaba la sangre a todos y andaba la conversación en folla tratando de varias cosas, antes de dar aguamanos ni levantar los manteles, lleguéme por un lado a el capitán y díjele a el oído un famoso disparate. Él se rió de lo que le dije y, viéndose obligado a responderme con otro, me hizo bajar la cabeza para decírmelo a el oído. Y así en secreto nos pasaron ciertas idas y venidas.

Y cuando me pareció tiempo a propósito, levanté la voz muy sin él, diciendo con rostro sereno, cual si fuera verdad que de lo que quería decir hubiéramos tratado y dije:

-¡No, no, esto no, señor capitán! Si Vuestra Merced se lo quiere decir, muy enhorabuena, pues tiene lengua para ello y manos para defenderlo; que no son buenas burlas ésas para un pobre mozo como yo y tan servidor del señor dotor como el que más en el mundo.

Mi amo y los más huéspedes dijeron a una:

-¿Qué es eso, Guzmanillo?

Yo respondí:

-¡No sé, por Dios! Aquí el señor capitán, que tiene deseo de verme de corona, me ordena los grados y anda procurando cómo el señor dotor y yo nos cortemos las uñas metiéndonos en pendencia.

El capitán se quedó helado del embeleco y, no sabiendo en lo que había de parar, se reía sin hablar palabra. Mas el embajador de España me dijo:

-Guzmán amigo, por mi vida, ¿qué ha sido eso? Sepamos de qué te ríes y enojas en un tiempo, que algo debe tener de gusto.

-Pues Vuestra Señoría metió su vida por prenda, dirélo, aunque muy contra toda mi voluntad. Y protesto que no digo nada ni lo dijera con menos fuerza, si me sacaran la lengua por el colodrillo. Sabrá Vuestra Señoría que me mandaba el señor capitán que hiciese a el señor dotor una burla, picándole algo en el corte de la barba. Porque dice que la trae a modo de barba de pichel de Flandes y que la mete las noches en prensa de dos tabletas, liada como guitarra, para que a la mañana salga con esquinas, como limpiadera pareja y tableada, los pelos iguales, cortados en cuadro, muy estirada porque alargue, para que con ella y su bonete romano acrediten sus letras pocas y gordas, como de libro de coro. ¡Cual si fuera esto parte para darlas y no se hubiesen visto caballos argeles, hijos de otros muy castizos; y muy grandes necios de falda, mayores que la de sus lobas! Y son como melones, que nos engañan por la pinta: parecen finos y son calabazas. Esto quería que yo le dijese como de mío. Por eso digo que se lo diga él o haga lo que mandare.

Santiguábase riendo el capitán, viendo mi embuste, y todos también se reían, sin saber si fuese verdad o mentira que tal nos hubiese pasado. Mas el señor dotor, con su entendimiento atestado de sopas, no sabía si enojarse o llevarlo en burlas. Empero, como lo estaban los más mirando, asomóse un poco y, haciendo la boca de corrido, dijo:

-Monsiur, si mi profesión diera lugar a la satisfación que pide semejante atrevimiento, crea Vuestra Señoría que cumpliera con la obligación en que mis padres me dejaron. Mas, como Vuestra Señoría está presente y no tengo más armas que la lengua, daráseme licencia que pregunte a el señor capitán y me diga la edad que tiene. Porque, si es verdad lo que dice, que se halló en servicio del emperador Carlos quinto en la jornada de Túnez, ¿cómo no tiene pelo blanco en toda la barba ni alguno negro en la cabeza? Y si es tan mozo como parece, ¿para qué depone de cosas tan antiguas? Díganos en qué Jordán se baña o a qué santo se encomienda, para que le pongamos candelitas cuando lo hayamos menester. Aclárese con todos. Tenga y tengamos. Pues ha salido de un triunfo, hagamos ambos bazas; que no será justo, habiendo metido prenda, que la saque franca.

Todos los convidados volvieron a refrescar la risa, en especial mi amo, por haberse tratado de dos cosas que le causaban enfado y deseaba en ellas reformación. Y viendo lo que había pasado, me dijo:

-Di agora tú, Guzmanillo, ¿qué sientes desto? Absuelve la cuestión, pues propusiste el argumento. Yo entonces dije:

-Lo que puedo responder a Vuestra Señoría sólo es que ambos han dicho verdad y ambos mienten por la barba.