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Bailén (Pérez Galdós)/XIV

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XIV

Antes de llegar a la posada, fuerte ruido de tambores y cornetas me anunció la salida del ejército. Corrí a buscar mis armas y mi caballo, y antes de que se notara mi falta, ya estaba en fila con el señorito conde de Rumblar, Marijuán y los demás de la partida. Era ya de noche cuando salimos, y el pueblo todo tomó parte en aquella espontánea fiesta de nuestra despedida: millares de luces se encendieron a nuestro paso en balcones y puertas; ninguna mujer dejó de saludarnos desde la reja, ya sin galán, y todoslos chicos engendrados por aquella fecunda generación, salieron delante de los tambores acompañándonos hasta más allá de la Puerta Nueva.

Anduvimos toda la noche, y al día siguiente, al salir del Carpio, nos desviamos del camino real de Andalucía tomando a la derecha en dirección a Bujalance. Durante esta primera jornada encontramos a Santorcaz, que había salido de Bailén para incorporarse a su cuadrilla, y a todos nos dio mucho gusto el verle.

-Aquí traigo varios regalitos que le manda a usted su señora mamá -dijo a mi amo, entregándole unos paquetes-. La señora estaba desazonada por no haber tenido noticias de Vd., y me encargó que le cuidase bien. ¿Hizo el señor conde las visitas que doña María le encargó?

-Puntualmente -contestó mi amo-. Y Vd., ¿por qué no ha venido antes?

-¡Qué demonio! -exclamó Santorcaz-. Con estas cosas ni tenemos posta, ni quien lleve una carta. Sin embargo, yo recibí las que esperaba, y aquí estoy al fin, deseando, como los demás, que tropecemos con los franceses.

Desde entonces fue Santorcaz el principal personaje de la cuadrilla después del amo, lugar que supo conquistarse con su desenvoltura y la amenidad subyugadora de su conversación. Él ponía todo su esmero en agradar a D. Diego, cosa fácil de conseguir;y siempre fijo al lado de este, cautivó prontamente el ánimo del buen chico, ya contándole hazañas y extraordinarios hechos, ya sugiriéndole con su fértil imaginación ideas y conceptos propios para enloquecer a un joven de chispa, pero muy atrasado en su desarrollo intelectual.

Y a todas estas, señores míos, ni una palabra os he dicho de aquel ejército, ni de su extraña composición; pero atended ahora, que lejos de ser tarde, es esta la ocasión propicia de hacerlo, según el refrán que dice: cada cosa en su tiempo y los nabos en adviento.

La base del ejército de Andalucía estaba en las tropas del campo de San Roque mandadas por Castaños, y en las que después trajo D. Teodoro Reding de Granada. Componíase de lo más selecto de nuestra infantería de línea, con algunos caballos y muy buena artillería, no excediendo su número de trece a catorce mil hombres. Agregáronse a aquellas fuerzas algunos regimientos provinciales y los paisanos que espontáneamente o por disposición de las Juntas, se engancharon en las principales ciudades de Andalucía. Difícil es conocer la cifra exacta a que se elevaron las fuerzas de paisanos armados; pero seguramente eran muchos, porque la convocatoria había llamado a todos los mozos de diez y seis a cuarenta y cinco años, solteros, casados y viudos sin hijos, de cinco pies menos una pulgada, medidos descalzos. Además de los notoriamente inútiles, como cojos, mancos, ciegos, etc., seexceptuaba a los que tenían su mujer embarazada o ejercían cargos públicos, así como a los ordenados de Epístola; pero no había excepción por razón de cosecha o labores del campo. Los únicos rechazados de las filas, sin tener aquellos reparos, eran los negros, mulatos, carniceros, verdugos y pregoneros. Con paisanos, pues, creó Sevilla cinco batallones y dos regimientos de caballería; Cádiz mandó el batallón de tiradores que llevaba su nombre, y las ciudades y villas de Utrera, Jerez, Osuna, Carmona, Jaén, Montoro y Cabra, enviaron cuerpos de infantería y caballería de número irregular.

Esto aumentó el ejército; pero aún debía crecer un poco más aquel que empezó enano y debía ser gigante terrible, si no por su tamaño, por su fuerza. Los militares españoles que el Gobierno de Madrid incorporaba a las divisiones de Moncey, de Vedel o de Lefebvre iban huyendo de sus traidoras filas en cuanto se les presentaba ocasión para ello, de tal modo que al verificar sus marchas aquellos ejércitos por parajes montuosos y accidentados, veían que los españoles se les escapaban por entre los dedos, como suele decirse. Los desertores acudían a engrosar las tropas del ejército de Blake, del de Cuesta o del de Castaños; y a Carmona y a Córdoba llegaron muchos, escapados de las filas de Moncey, así como casi todos los que hacían la campaña de Portugal con Junot. Aquellos oficiales y soldados al romper la disciplina literal quelos sujetaba a la Francia invasora para acudir al llamamiento de la disciplina moral de su patria oprimida, hacían el viaje disfrazados, traspasaban a pie las altas montañas y los ardientes llanos, hasta encontrar un núcleo de fuerza española. Daba lástima verles llegar rotos, descalzos y hambrientos, aunque su gozo por hallarse al fin en tierra no invadida les hacía olvidar todas las penas. Con estos desertores, entre quienes había guardias de corps, walones, ingenieros, y artilleros, aumentó un poco nuestro ejército.

Pero aún creció algo más. La Junta de Sevilla había indultado el 15 de Mayo a todos los contrabandistas y a los penados que no lo fueran por los delitos de homicidio, alevosía o lesa majestad divina o humana, y esto trajo una legión, que si no era la mejor gente del mundo por sus costumbres, en cambio no temía combatir, y fuertemente disciplinada, dio al ejército excelentes soldados. Ibros, lugar célebre en los fastos del contrabando; Jandulilla, Campillo de Arenas, y otras localidades, entregadas más tarde al sable de la guardia civil y de los carabineros, enviaron respetables escuadrones, con la particularidad de que por venir armados hasta los dientes, y ser todos unos caballeros de muy buen temple, que sabían dónde echaban la boca del trabuco, se les reputó como auxiliares muy eficaces del ejército. Cuerpos reglamentados españoles, con algunos suizos y walones; regimientosde línea que eran la flor de la tropa española; regimientos provinciales que ignoraban la guerra, pero que se disponían a aprenderla; honrados paisanos que en su mayor parte eran muy duchos en el arte de la caza, y por lo general tiraban admirablemente; y por último, contrabandistas, granujas, vagabundos de la sierra, chulillos de Córdoba, holgazanes convertidos en guerreros al calor de aquel fuego patriótico que inflamaba el país; perdidos y merodeadores, que ponían al servicio de la causa nacional sus malas artes; lo bueno y lo malo, lo noble y lo innoble que el país tenía, desde su general más hábil hasta el último pelaire del Potro de Córdoba, paisano y colega de los que mantearon a Sancho, tales eran los elementos del ejército andaluz.

Se formó de lo que existía; entraron a componer aquel gran amasijo la flor y la escoria de la Nación; nada quedó escondido, porque aquella fermentación lo sacó todo a la superficie, y el cráter de nuestra venganza esputaba lo mismo el puro fuego, que las pestilentes lavas. Removido el seno de la patria, echó fuera cuanto habían engendrado en él los gloriosos y los degenerados siglos; y no alcanzando a defenderse con un solo brazo, trabajó con el derecho y el izquierdo, blandiendo con aquel la espada histórica y con este la navaja.

En cuanto a uniformes y trajes, los había de todas las formas conocidas. Es prodigioso cómo se equipóaquel ejército de paisanos en diez y seis días. La administración actual, con todos sus recursos, es un sastre de portal comparada con aquel confeccionador que puso en movimiento millones de agujas en dos semanas. En cierto estado que la historia no ha creído digno de sus páginas, pero que existe aún, aunque en el olvido, se consigna el número de piezas de vestuario que hicieron gratuitamente las monjas y señoras de Sevilla. Dice así: «Por las comunidades y señoras de distinción se han hecho 3.335 camisas, 1.768 pantalones y 167 casacas de soldado: 1.001 camisas, 312 pantalones y 700 chalecos de sargento: 374 botines de paño, 149 sacos de caballería, 16 mochilas y 1.684 escarapelas». Las señoras de Alcolea, las de Carmona, Lora del Río y otros pueblos figuran en la cuenta con cifras parecidas.

Esta diversidad de manos en la hechura del vestuario indica que la voz uniforme, en lo tocante a voluntarios, era una palabra. Al lado de las casacas blancas con solapa negra, carmesí o azul que vestían la mayor parte de los regimientos de línea; al lado de las levitas azules con bandolera que vestían los walones y los suizos, veíamos los chaquetones de paño pardo con que se cubría la gente colecticia. Entre los altos morriones de la artillería y las gorras de los granaderos, llamaban la atención nuestros blancos sombreros portugueses y las gorras de cuartel y los tocados de innumerables clases con que cubrían suschollas los tiradores y voluntarios de los pueblos. Como antes he dicho, aquel ejército hacía reír.

¿Y el dinero para la guerra? Causa risa ver cómo se da hoy de calabazadas un ministro de Hacienda para arbitrar con destino a otra guerra unos cuantos millones que nadie quiere darle si no hipoteca hasta el último pingajo de la Nación. Aprended, generaciones egoístas. Leed las listas de donativos hechos por los gremios, por los comerciantes, por los nobles y hasta por los mendigos. ¡Aquel sí era llover de dinero, y reunirlo a montones, sin que ni un realito de vellón se escapase por entre los agujeros del cesto administrativo! En la lista de donaciones hay una partida conmovedora que dice así: «La señora condesa viuda de Montelirios ha entregado su toaleta de plata, manifestando el sentimiento de que sus medios no alcancen tanto como su voluntad».

¿Habrá hoy quien dé su toaleta?...