Bellaco sois, GómezBellaco sois, GómezTirso de MolinaActo I
Acto I
Salen doña ANA, de hombre,
como de camino,
con la cruz de San Juan al pecho,
y BOCEGUILLAS, gracioso
BOCEGUILLAS:
Ésta es la venta maldita
que intitulan de Viveros,
con su alameda, que enana,
ha sido a tanto suceso
otra selva de aventuras.
Aquí tienen su colegio
los grajos de esta comarca,
cuyos pollos los venteros
bautizan en palominos;
y a todo escolar hambriento
le dan grajuna fiambre
en lugar de perro muerto;
aquí cuantos se ensotanan,
se matriculan primero;
en todo dama bullaque
todo jácaro cochero;
aquí, en fin, si hacemos noche,
te espera, cuando cenemos,
vino del Monte Calvario,
pan como un veintidoseno;
rocín-ternera en adobo,
barbo, esto sí, jarameño,
corto mantel de la Mancha,
pie de taza por salero,
y, en llegando el tanto monta
aceitunas de reniegos.
ANA:
¡Ay, francesas hosterías!
BOCEGUILLAS:
Dicen que el rico avatiento
fue de Francia.
ANA:
Anda, borracho,
Pilatos, sí.
BOCEGUILLAS:
Soy un necio.
Dentro voces y riña
ESTUDIANTE 1:
¡Aquí de todo el Alcarria!
COCHERO 1:
¡Aquí del cochero gremio!
¿Ramos? ¿Garrancho? ¿Palomo?
¿Juan el Zurdo? ¿Gil el Tuerto?
ANA:
¿Por quí serán estos gritos?
Salen con terciados tres ESTUDIANTES
con giferos, tres COCHEROS
y MONTILLA con daga, riñendo
BOCEGUILLAS:
Pendencia es, sin duda, en cueros,
vel jarros, pan cotidiano
de sopistas y cocheros.
Calla y verás maravillas.
ANA:
Pues aquí nos retiremos,
que gusto de carambolas
semejantes.
BOCEGUILLAS:
Toma puesto.
ESTUDIANTE 1:
¡Fuera dije!
COCHERO 1:
¡Vive Cristo!
¡Téngase todo gifero,
todo gorrista terciado,
todo bribón de convento!
¡El codillo ha sido burro
a pagar de mi dinero!
ESTUDIANTE 1:
Pues repóngalo.
MONTILLA:
¿Qué llama
reponer, aunque sobre eso?
ESTUDIANTE 1:
No hay sobre eso o sobre esotro;
yo soy juez y lo sentencio.
MONTILLA:
Aunque lo sentencien cuantos
aran y cavan.
Sale don GREGORIO
GREGORIO:
¿Qué es esto,
Montilla? Pues tú alborotas
la venta.
MONTILLA:
Quieren con fieros,
porcionistas y arremulas,
meternos aquí los dedos
por los ojos.
COCHERO 2:
A él le digo
tenga un poco de respeto,
que aquí toda es gente honrada.
MONTILLA:
¿Quién lo niega?
GREGORIO:
¿Por qué es ello?
ESTUDIANTE 1:
No es más que por treinta cuartos.
GREGORIO:
¿De qué los debe?
ESTUDIANTE 2:
Del juego.
GREGORIO:
¿A qué jugabas?
MONTILLA:
Al hombre,
y oiga vuested si los debo.
Yo era, postre; salió un cinco
de bastos; robéle en premio
de que me entró el as garrote,
el rey, la sota y, con ellos,
el tres, que hacen cinco triunfos;
baldéme de copas luego,
porque ya lo estaba de oros;
los otros dos compañeros
casi todos carta blanca
pasaban; pero, soberbio
el que era mano, se hizo hombre
cuando se vio, escuche el cuento,
con la trinca coronada,
malilla, espada y tras éstos,
otros dos con el caballo
el el as de oros. Dijo, "Empiezo,"
sacó el rey doblón, ahorquéle;
el cinco, de espadas juego;
atraviesa el socio un triunfo
con que el hombre sin remedio
se halló de otro rey baldado;
lo mismo fue el rey tercero,
de copas, que imitó a Judas,
ahorcado de pie de perro;
vuélvole por las espadas,
que se llevó sin remedio
el tal hombre, atravesando
entonces los cuatro leños;
triunfa con la espada; sirvo
con el cinco; hago lo mesmo
con la sota, a la malilla;
y quedóse el pobre guero
con sólo un triunfo a caballo,
mas con el rey se le pesco;
vióse el dicho con tres bazas,
con un par los compañeros,
yo con tres, y faltaba una
tan solamente. Aquí es ello.
Enseñéles en la mano,
para rematar el pleito,
por última carta el basto.
Dicen, pues porque me meto,
habiéndole visto todos
en la baraja y no le echo.
en la mesa, que fue burro;
que el codillo por él pierdo
y que reponga la polla.
¿Sentenciara tal Gayferos?
ESTUDIANTE 2:
Sentenciáralo una mula.
MONTILLA:
¿Por qué?
ESTUDIANTE 1:
Porque dio recelos
de que jugó con diez cartas
y, la décima, encubriendo
debajo del basto, quiso
darnos papilla, con miedo
de que, echando los dos naipes
en la tabla, y manifiesto
el burro, no le pagase.
GREGORIO:
Ahora, amigos, chico pleito;
sirva por mí este doblón
de montante.
Eche acá esos huesos,
que es muy honrado el Montila,
y, esta pendencia mojemos.
MONTILLA:
Yo, por mí.
ESTUDIANTE 1:
Pues, yo, por mí.
Danse las manos
COCHERO 2:
Chata, saca vino y queso.
ESTUDIANTE 2:
¡Victor el dona pecúnias!
¡Víctor el accipe argentum!
COCHERO 1:
¡Víctor también en romance!
¡Vive el coime!
ESTUDIANTE 1:
¿No bebemos?.
Éntranse ESTUDIANTES y COCHEROS
BOCEGUILLAS:
En estacadas viciosas
no hay otras leyes del duelo
más de que, herido sin culpa,
ponga la sangre un pellejo.
ANA:
Boceguillas, mal aliño
en la dicha venta vemos
para pedir gollerías.
Luna hace.
BOCEGUILLAS:
¿Y es barro el fresco?
ANA:
Pues, alto de aquí. ¡A ensillar!
GREGORIO:
¿Vais a Madrid, caballero?
ANA:
Voy; muy a vuestro servicio.
GREGORIO:
Si desde aquí a allá merezco
aliviaros lo penoso
de la soledad, lo mesmo
quisiera excusar con vos.
ANA:
Interesado lo acepto.
GREGORIO:
¿De dónde venís?
ANA:
De Italia
y Nápoles, por lo menos.
¿Y vos?
GREGORIO:
De Calatayud
agora; aunque ha poco tiempo
que milité en Lombardía.
ANA:
¡Oh! Pues, siendo ansí, tendremos,
para tres leguas que faltan,
gustoso entretenimiento.
Ea, no hay sino picar.
GREGORIO:
Sufríos un poco y cenemos.
ANA:
En venta y con tanta bulla
hallaréis mal aparejo.
GREGORIO:
Yo traigo lo que nos baste
para tomar un refresco.
¡Montilla! Dentro ese bosque,
que más parece bosquejo,
cenaremos sin ruido.
Busca el sitio más a cuento
y más libre de embarazos,
y en él la cena prevennos.
MONTILLA:
A registrar las bizaras
voy como un lebrel.
GREGORIO:
Traemos
con cuatro frascos de vidrio,
agua, vino y nieve en ellos,
un corcho de Zaragoza
que, empegado por de dentro
y de baqueta el ropaje,
juzgo que no echaréis menos
cantimploras cortesanas.
ANA:
Son prevenciones de cuerdo.
GREGORIO:
Acompáñale un jamón
de Molina, y os prometo
que a Rute y las Algarrobillas
se las apuesta.
ANA:
Os lo creo.
GREGORIO:
Cocióse éste en vino blanco,
clavos, canela, romero;
y está tierno como un agua.
ANA:
Me aplico mucho a lo tierno.
GREGORIO:
Vitela o ternera en pan,
del mismo modo un conejo
y una caja para postre.
ANA:
Lo dulce es lindo. Laus Deo.
GREGORIO:
Anda, pues, y date prisa.
ANA:
Ayúdale tú.
BOCEGUILLAS:
Para eso
hallárame todo rumbo
haldas en cinta.
ANA:
Acabemos.
Vanse BOCEQUILLAS y MONTILLA
GREGORIO:
¿Es vuestro nombre?
ANA:
Don Gómez
Dávalos.
GREGORIO:
La que en el pecho
noblemente os califica
abona blasones vuestros.
ANA:
Nací en Nápoles. Mis padres
de Ruy López descendieron,
el que en Castilla a validos
dejó lástimas y ejemplos.
Pero ¿cómo os llamáis vos?
GREGORIO:
Don Gregorio de Toledo
y Leiva.
ANA:
¿Cómo dijistes?
GREGORIO:
Toledo y Leiva soy.
ANA:
(¡Cielos! (-Aparte-)
¿Qué es lo que oigo?) A él
Originario
sois de España; pero deudos
en Nápoles, generosos,
conozco yo que, herederos
de aquel don Antonio, pasmo
de Francia, por quien vio preso
el alcázar de Madrid
al Valois de más esfuerzo,
se juzgan ya italianos.
GREGORIO:
Uno, don Gómez, soy de ésos;
más que noble, venturoso,
si serviros a vos puedo.
ANA:
Bésoos las manos; querría,
en fe de lo que ya os debo,
que algún buen hado me trujo
a este sitio a conoceros,
saber de vos cierta cosa.
GREGORIO:
Llave tenéis de mi pecho,
basta ser Ávalos vos.
ANA:
La mano otra vez os beso.
GREGORIO:
Es para mí ese apellido
fatal.
ANA:
Y viene con eso
lo que yo he de preguntaros.
GREGORIO:
Decid, pues, que estoy suspenso.
ANA:
Para más claras noticas,
don Gregorio, lo primero
que supongo es que en Milán
servicios de vuestro acero
os granjearon las plazas
más honradas, y, ascendiendo
por ellos, fuistes dos años
maese de campo de un tercio
de española infantería.
¿No es ansí?
GREGORIO:
Estáis en lo cierto.
ANA:
Lo segundo que supongo
es que, mediando ambos deudos,
pretendistes desposaros
en Nápoles ese tiempo
sin haberla jamás visto,
con una dama, que os puedo
afirmar que en lo virtuoso
fue el prodigio de aquel reino.
Doña Ana Dávalos tuvo
por nombre, que ya recelo
que desaires no ajustados
a vuestros nobles empeños
la tienen sin nombre y vida.
GREGORIO:
Sentiríalo en extremo,
que es doña Ana el sol de Italia;
pero mejor lo hará el cielo.
ANA:
Ahora, pues, que confesastes
todos estos presupuestos,
decidme, ¿con qué motivo,
habiéndola, en nombre vuestro,
dado la mano de esposo,
ausente vos, un tercero,
rehusastes ejecuciones
en cosa de tanto peso,
desacreditando fácil
la fe vuestra y su respeto?
Pues si os admitió doña Ana,
no por amor, que, sin veros,
mal pudiera enamorarse,
sino obediente a consejos
de canas, por quien se rige,
todos cuantos se los dieron
a instancia vuestra, agraviados,
no juzgan vuestro desprecio
menos que con causa mucha.
Y el escándalo, que ciego
echa siempre a la peor parte
con cualquiera fundamento,
en desdoro de doña Ana,
osa eclipsar el espejo
más claro que vio la corte
napolitana.
GREGORIO:
Diréos,
ya que como consanguíneo
tan de parte suya os veo,
tres suficientes motivos
con que quedéis satisfecho,
y yo, con vos, disculpado.
Escuchad.
ANA:
¿Tres por lo menos
suficientes, Don Gregorio?
Decid, decid.
GREGORIO:
El primero,
y que es más considerable,
fue el saber los galanteos,
después que por otra mano
me vi en sus coyundas preso,
del marqués Pompeyo Ursino,
siendo relator él mesmo,
que vino a ver nuestro campo,
de favores que excedieron
permisiones cortesanas,
y aunque muchas veces celos
en quien ama perdidoso,
suelen alargar el freno
a la pasión destemplada,
y está indiciado Pompeyo,
como mozo, en esta parte
más que debiera, no es cuerdo
quien ignora que en los puntos
del honor siempre valieron,
si hay indicios opinables,
más los dichos que los hechos.
ANA:
¿Pompeyo favorecido
jamás de doña Ana?
GREGORIO:
Aquesto
me afirmó no una vez sola.
Servíos, para que demos
fin a cuentos tan pesados,
no interrumpir los progresos
que me mandáis que os resuma.
ANA:
Proseguidlos, que, si puedo,
me templaré lo que duren.
GREGORIO:
Yo, pues, no a su amor sujeto,
como ni esa dama al mío,
pues, como advertís, sin vernos
fuera difícil amarnos,
y las sospechas tras esto,
de lo referido tuve
noticia de que, saliendo
de la esfera esa señora
que piden las de su sexo,
no bastidores, no agujas,
no estrados nobles y quietos,
no galas, común hechizo
en beldades de años tiernos,
su inclinación adulaban,
sino en el bridón travieso,
con la escopeta y el dardo,
persiguiendo al lobo, al ciervo,
al jabalí, al gamo, al oso,
discurrir bosques y cerros,
volar la garza, la grulla,
matar la perdiz al vuelo;
hojear en la quietud
de las tinieblas cuadernos
filósofos, comentarlas,
soltarles los argumentos
y, hecha academia su casa,
las noches de los inviernos,
en disputas semejantes
hurtar las horas al sueño.
GREGORIO:
Yo, que imaginaba entonces
ser marido de un sujeto
proporcionado a los nudos
del fecundo sacramento,
rehusé esposa que usurpase
las aciones a su dueño,
y con mujer para tanto
juzgué el tálamo molesto.
Salióme a esta coyuntura,
en la corte de estos reinos,
el lance más venturoso
que pude pedir al cielo,
porque doña Petronila
Leiva y Osorio, que a empeños
de amistad con un tío suyo
añade el del parentesco,
le hereda en un mayorazgo
cuantioso; y agora el viejo
castellano de Milán
la enriquece en su gobierno;
éste, que es íntimo mío,
ha sazonado deseos,
de que me acerque a su sangre
con vínculo más estrecho,
persuadiendo a su sobrina
lazos que alegren mi cuello
al tálamo, ya aceptado,
y, en fin, el último pliego
la posesión me asegura
con un retrato tan bello
que, cuando a costa del oro
mienta el pincel lisonjero,
no la opinión, no la fama,
que es, don Gómez, la que creo,
y me la pinta el milagro
de Madrid. Voy, en efeto,
a llamarme esposo suyo;
pues siendo vos tan discreto
tendréis estos tres motivos
por suficientes. Cenemos.
ANA:
Tiene más dificultades
la cena, que ya no acepto,
de lo que habéis vos juzgado,
y en ella el plato primero
ha de ser reconveniros
en los desalumbramientos,
indignos de vuestra sangre,
con que avergonzaros pienso.
Intimaréoslos ahora,
estéis a no estéis atento,
y Dios sabe, en acabando,
quién cenará o no. Yo vengo
desde Malta en vuestra busca,
donde, aunque mozo, año y medio
cumplí con obligaciones
del hábito que profeso.
Doña Ana fue hermana mía.
GREGORIO:
¡Doña Ana! Eso no, que tengo
certidumbre que ella sola
nació en su casa.
ANA:
Esto es cierto,
y falsa esa certidumbre;
el mucho amor que la debo,
porque heredase a mis padres,
me obligó a la cruz que al pecho
el yugo excluye amoroso.
Baste lo dicho en cuanto a esto,
y en lo demás escuchadme,
veréis cuán sin fundamento
estriban vuestros engaños
en los motivos propuestos.
Pompeyo Ursino, que supo
la fama que en menosprecio
de mi hermana publicastes,
y del debido respecto
que se debe a tal Ursino,
afirma con juramento,
no sólo que no os ha hablado
en su vida acerca de esto,
más que nunca el competiros
le pasó por pensamiento;
porque, sin tener noticia
de mi hermana, otros empleos
a su amor proporcionados
le llevaron los afectos.
Sobre el caso os desafía
en una carta que dejo
en la maleta, y no sé
si habrá de dárosla tiempo;
veis aquí el primer motivo,
contra vos tan manifiesto,
que en lugar de acreditaros
os añade vituperios.
ANA:
Como también el segundo,
porque en Italia no es nuevo.
Las mujeres de alta sangre
desmentir ocios molestos
en la caza y en los libros,
porque de pocas sabemos,
de las prendas de mi hermana,
que no alcancen, cuando menos,
a entender letras latinas
y ejercer por pasatiempo
ya el cañón, que imita al rayo;
ya el venablo y ya el acero.
No privó Dios a las tales
los ejercicios honestos
de las letras y las armas
si discurrir por ejemplos
sólo, entre las maldiciones
que en el delito primero
echó a la primera madre,
fue el sujetarla al imperio
del varón, consorte suyo;
y sé yo que este precepto
nadie con vos le guardara
cual mi hermana, a ser su dueño.
Luego viene a reducirse
en el motivo tercero
todo cuanto caviloso
en los dos habéis propuesto.
Y este también, vedlo vos,
más parece fiscal vuestro
que agente en vuestras disculpas;
porque si, como os concedo,
el no haber visto a mi hermana
fue causa que los incendios
de su amor no os abrasasen,
ausente en Milán, ¿qué fuego
amoroso os dio sus alas
para que, volando a tiento
a ver vuestra Petronila,
os hechizase tan presto?
ANA:
Diréis que el verla en retrato.
Diré yo lo que vos mesmo;
que son flojos incentivos
los pinceles y los lienzos.
El mayorazgo en la corte,
el interés avariento,
por más que aleguéis excusas,
hizo vuestro amor logrero.
Ya mi hermana, don Gregorio,
murió. Ya pide en el cielo
satisfacción de su agravio;
y yo, que en su nombre quedo
sucesor de sus injurias,
por ella y por mí pretendo
acreditar sus desdoros,
probándoos no lo haber hecho
según las obligaciones
que a toda mujer debieron
conservándoles la fama
los nobles y caballeros.
Desnudad la espada agora,
que en la justicia que alego, Sácala doña ANA
fío que iréis a cenar
al otro mundo. ¡Ea!
GREGORIO:
Templo,
rapaz, en fe de mis años,
vuestros mozos desaciertos
por los pocos, aún no abriles,
que precipitáis soberbio.
Andad con Dios a la corte
y en ella me poned pleito.
Iráos mejor con letrados
que aquí con armas y fieros.
ANA:
¡Don Gregorio! ¡Don Gregorio!
Si acostumbrado a desprecios
con bellezas de mi sangre
presumís hacer lo mesmo
con los Ávalos, varones,
engañáisos. ¡Vive el cielo,
sino sacais la cuchilla,
que os mate!
GREGORIO:
Escarmentaréos Sácala
con ella, como a un muchacho.
Riñen. Sale BOCEGUILLAS.
Éntranse los dos acuchillando
y luego sale doña ANA envainando
BOCEGUILLAS:
¡Fuera dije! ¿Qué es aquesto?
GREGORIO:
¡Jesús! ¡Muerto soy!
BOCEGUILLAS:
Ahorróse
de Avicenas y Galenos.
¡Para tanto, y tan lampiño!
ANA:
Su soberbia es quien le ha muerto.
Métele en esa espesura,
no den con él al encuentro,
y enfrena a prisa.
BOCEGUILLAS:
¡Bien dicho!
Que la bulla de allá dentro,
entre la taza y los naipes,
guarda a esta hazaña el silencio.
Acógete tú entretanto.
ANA:
Junto a la puente te espero.
Vase doña ANA
BOCEGUILLAS:
Desmentiremos caminos
echando hacia Paracuellos.
Vase. Salen doña PETRONILA
y don FRANCISCO
PETRONILA:
Diéraos los brazos yo agora,
en albricias de la vida
que juzgaba en vos perdida,
a ser de ellos tan señora
como otras veces.
FRANCISCO:
Pues ¿quién
los brazos os enajena?
PETRONILA:
Quien, porque puede, me ordena
que a nuevo dueño se den.
Toda la corte ha creído
que en Tarragona os mataron.
FRANCISCO:
Si envidiosos desearon
que lo hiciese vuestro olvido,
gracias, mi señora, a Dios,
vivo vuelvo, a que podáis,
con las nuevas que me dais,
matarme de celos vos.
Si del modo que os oí
más de una vez, me hospedara
vuestro pecho, conservara
las finezas que os creí,
y el alma, que no se inclina,
si bien quiere, a falsedades,
pronosticara verdades
por la parte de divina
que tiene. Echárame menos
y, adelantándoos enojos,
no os consintiera los ojos
tan alegres y serenos.
Vos, sí, me matáis de veras,
no asaltos, tiros ni balas.
PETRONILA:
De las nuevas, cuando malas,
siempre se creen las primeras;
las que tuvimos de vos fueron
de que os habían muerto;
quiseos bien, sabéis que es cierto;
pero no estando los dos
desposados, si exteriores
demonsiraciones hiciera,
motivo a malicias diera
de atentos censuradores.
Venís vivo. ¡Dios os guarde!
Falsas nuevas desmentís;
pero, aunque vivo venís,
para amarme venís tarde.
Hame casado en Milán
mi tío; acepté el contrato;
sustituyóme un retrato;
es noble, es rico, es galán.
Júzgole ya tan cercano,
que, si en la corte no está,
brevemente llegará
a ejecutarme en la mano.
Ved, pues, si es lance forzoso
cumplir esta obligación,
vos muerto en la estimación,
y él de próximo mi esposo.
FRANCISCO:
Gustosa habéis enviudado
en la voluntad primera,
pues el medio año siquiera
el luto no habéis guardado.
Muchos años os gozad,
ya que en vos mi amor expira,
que quien me mató en mentira
hará que salga verdad.
Porque, volviéndome loco
los desengaños que escucho,
no harán en matarme mucho
si en fingirlo hicieron poco.
Hace que se va
PETRONILA:
Oíd, don Francisco, oíd.
Esperad, que la templanza
logra tal vez su esperanza.
Dejad que llegue a Madrid
el tal vuestro opositor,
y ambos a dos litigad,
que siempre es la voluntad
tibia sin competidor.
Alegue él en su derecho
la acción que le da mi tío;
que libre está mi albedrío
confesándoos que, en mi pecho,
antes que a él os dio lugar;
quíseos bien, y al forastero
ni le aborrezco ni quiero,
porque sin ver no hay amar.
Luego hasta aquí preferido,
estáis en la antelación
de mi primera afición,
y retiraros vencido,
cuando con ventajas tantas
podéis litigar, sería
desairosa cobardía.
FRANCISCO:
¡Ay, Petronila, que encantas
y enamoras con rigores!
¿Quién de ti pudo creer
que en mi ofensa había de hacer
pleito tu amor de acreedores?
Sale MELCHORA
MELCHORA:
Esta carta con su porte
me dio un mozo para ti. Dásela
¡Jesús! ¿Don Francisco aquí?
¿Vivo, sano y en la corte?
¡Válgame Dios, y qué susto
me ha dado vuesa mesté.
FRANCISCO:
Vivo no, que mal podré
vivir si mata un disgusto.
Sano tampoco, Melchora,
pues en la cama caí
del desengaño; mas sí
en la corte, que cada hora
muda amantes como galas.
MELCHORA:
Llorado le hemos las dos
más de un mes. Líbrenos Dios
de nuevas que son tan malas.
PETRONILA:
(¡Si fuese de don Gregorio (-Aparte-)
la tal carta!)
MELCHORA:
En buena fe
que esta noche le soñé
que estaba en el Purgatorio.
FRANCISCO:
No hay muerte como una ausencia
pues que las vidas aparta.
PETRONILA:
Lo que contiene esta carta
veré con vuestra licencia.
Ábrela
FRANCISCO:
Será del dueño felice
que ya tan cerca esperáis.
¡Adiós!
PETRONILA:
No quiero que os vais;
escuchadla, que así dice: Lee
"Don Gregorio, mi señor,
que iba a serviros y a veros,
en la venta de Viveros,
según nos dice el doctor,
dará fin triste a su amor;
porque de una leve herida
está al Laus Deo de la vida
y ya el aliento le falta.
Diósela un capón de Malta
que sobra para homicida. Asústase
Tómanle la sangre aquí
y el dinero. Llevaráse
a Rejas y cuidaráse
de su cuerpo y alma allí.
Corre la cuenta por mí
de dárosla. Un pasajero
es de aquésta el mensajero,
por cuya prisa concluyo,
Montilla, lacayo suyo,
y de hoy más vuestro escudero."
¡Válgame Dios, qué desgrácia!
FRANCISCO:
No la tengo por tal yo.
MELCHORA:
Ni el que la carta escribió,
que, a fe que estaba de gracia.
PETRONILA:
¿Qué haremos, Melchora, en esto?
MELCHORA:
Sea mentira o sea verdad,
el caso es de calidad,
que en virtud de él te amonesto
vayas a Rejas al punto.
PETRONILA:
¿Y si éste algún cómo
fuese?
MELCHORA:
Dado que así sucediese,
o le hallásemos difunto,
lucirá más la fineza
de quien dueño le aguardaba.
PETRONILA:
¡Que este susto me esperaba!
MELCHORA:
Cuando por ellos empieza
amor y se muestra arisco
dicen que después se deja
ensillar.
PETRONILA:
¿Qué me aconseja
en tal caso don Francisco?
FRANCISCO:
Mi amor, que no vais allá;
y que sí, mi cortesía.
PETRONILA:
La vuestra, desde este día,
en mi estimación tendrá
el abono que merece.
¡Qué cuerdo y qué generoso!
FRANCISCO:
Será el ir con vos forzoso,
por lo que un camino ofrece.
PETRONILA:
Tan obligada lo acepto
como habéis de hallar después.
Sale doña ANA,
de hombre, alborotada
ANA:
¡Señores! Si es interés
de nobles, que en un aprieto
fortuito y peligroso
se socorra a un desgraciado,
a un hombre la muerte he dado
contra mi honor alevoso;
viene tras mí la justicia
y en sus manos casi estoy;
amparadme, pues os doy
de mis desgracias noticia.
PETRONILA:
Entraos en ese aposento. Éntrase
¿Otra desdicha, Melchora?
MELCHORA:
Vienen a pares cada hora.
PETRONILA:
Ciérrale en él al momento.
FRANCISCO:
Alabo vuestra piedad.
PETRONILA:
¡Qué mozo es el delincuente!
FRANCISCO:
Siempre el agravio es valiente
y suple cualquiera edad.
Salen un ALGUACIL y tres ESBIRROS
ALGUACIL:
Aquí entró. No hay escaparse.
PETRONILA:
¿En mi casa la justicia?
Señores, ¿qué es esto?
ALGUACIL:
Casos
que forzosamente obligan
a no mirar en respectos.
Vuesas mercedes me digan
dónde un mozo se escondió,
de un caballero homicida,
que en la venta de Viveros
será milagro que viva.
PETRONILA:
¡Ay, cielosl ¿Quién es el muerto?
ALGUACIL:
Si su desgracia os lastima,
el herido es don Gregorio
de Leyva Toledo y Silva.
PETRONILA:
¡Desdichada de mi! Que ése
que decís a ser venía
mi esposo desde Milán.
ALGUACIL:
Vengad, pues, vuestra desdicha
manifestándome al reo.
A don FRANCISCO y a MELCHORA quedo
PETRONILA:
¡Pluguiera á Dios! Nadie diga
que sabe de él.
ALGUACIL:
¿Dónde está?
PETRONILA:
No ha entrado aquí; que la vida
diera yo por la venganza
de tal insulto.
ALGUACIL:
La vista
no es posible que se engañe.
Por aquestas puertas mismas
entró, huyendo de nosotros.
MELCHORA:
Debió de subirse arriba
o esconderse tras la puerta.
PETRONILA:
Los cuartos altos habita
un conde. Búsquenle en ellos;
que yo prometo en albricias
de su prisión un diamante.
ALGUACIL:
Será, pues, cosa precisa
registrar toda esta casa,
ya que, por ser compasiva,
sois crüel con vuestro esposo.
PETRONILA:
Perdónoos esa malicia;
mas mirad que a la en que estáis
se le guardan cortesías
ALGUACIL:
No es agora tiempo de ellas.
Suban al cuarto de arriba
y examinen sus rincones. Vanse los dos ESBIRROS
Entre conmigo Valdivia.
Abras esta puerta.
MELCHORA:
(¡Ay cielos! (-Aparte-)
El pobrecito peligra.
Abren la puerta por donde entró
doña Ana, y éntranse el ALGUACIL,
MELCHORA y el ESBIRRO
FRANCISCO:
No hará tal viviendo yo;
que quien los estorbos quita
a mi amor, e impide celos,
mi amistad y espada obliga.
PETRONILA:
Don Francisco, ¿estáis en vos?
¡Tenéos!
FRANCISCO:
Doña Petronila,
o he de morir o librarle.
Salen MBLCHORA y doña ANA de mujer
con un serenero en la cabeza
MELCHORA:
Siempre el mal se multiplica.
ANA:
¡Hasta mi cama dos hombres!
¿Esto ha de sufrirse, prima?
¿Y en casa vuestra?
¿Qué es esto?
MELCHORA:
(¡Disfraces por tropelía!) (-Aparte-) Anda el ALGUACIL entrando y saliendo como que busca al reo
ANA:
¿Tenéis tan poca confianza
de lo que mi honor estima
su crédito, que las noches
que al reposo me retiran
me echáis la llave vos propia,
y hasta las once del día
no consentís que me vea
el sol, con no ser su ninfa;
y cuando a dormir la siesta
me encierro, medio vestida,
dais en mi aposento entrada
a dos hombres?
FRANCISCO:
La justicia
tiene licencia, señora,
para tales demasías.
No os asustéis, que no es nada.
A doña PETRONILA
Suplícote que prosigas
con esta ficción sabrosa;
pues es la persona digna
que la inventó, por su ingenio
de todo amparo y estima.<poem>
PETRONILA:
¡Qué cansada melindrizas!
Ya te han dicho que no es nada.
Éntrate allá.
Salen los dos ESBIRROS
ESBIRRO 1:
No hay quien diga
cosa en casa de provecho.
No he perdonado oficina,
pieza, jardín, cofre, pozo,
hasta la caballeriza,
hasta debajo las camas;
pues--¡por Dios!--que no alucinan
mis ojos, y que te vieron
entrar por aquí.
ESBIRRO 2:
Allá arriba
todos se hacen ignorantes;
si bien una berberisca,
esclava en el apariencia,
no sé que pasos afirma
que sintió en los corredores,
como de quien huye a prisa,
pero piensa que jugaban
algunos de la familia.
ESBIRRO 1:
Saltaría a esotra casa.
ESBIRRO 2:
Es sin duda.
PETRONILA:
No te diga
tercera vez que allá te entres.
Acabemos ya.
ANA:
¡Qué esquiva!
Ya recelarás que el conde,
a título de visita,
me ha de robar con los ojos;
pues sosiéguese tu envidia
y acaba ya de casarte
con él, sin que me persigas.
Pues todo se cae en casa
y en esotro cuarto habita.
Ven tú a tocarme, Melchora.
Vase doña ANA
MELCHORA:
(Sazonado hermafrodita, (-Aparte-)
¿quién te reveló mi nombre?)
Vase MELCHORA
ALGUACIL:
Hecho habemos exquisitas
diligencias, aunque en vano.
Perdonad, señora mía;
que en ministerios como éste
no cumple quien no averigua.
Vanse el ALGUACIL y los ESBIRROS
PETRONILA:
¿Oístes vos en novela,
por sazonada aplaudida,
suceso a éste semejante?
FRANCISCO:
La necesidad afila
los aceros al ingenio,
y el riesgo le sutiliza
desenvoltura agradable.
PETRONILA:
Cuando debiera, ofendida,
aborrecerle, me alegro
viendo que por mí se ibra.
FRANCISCO:
Yo, a lo menos, seré ingrato
si, con la hacienda y la vida,
desde hoy más no le agradezco
medras de su bizarría.
Llamémosle; mas él sale.
Sale doña ANA, de mujer,
y MELCHORA
ANA:
Si plumas no os eternizan,
si no os celebran, señora,
por la fénix de Castilla,
no hay conocimiento en ella,
ni en mí, desde aqueste día,
sangre que noble me llame,
fe que, como esclava, os sirva
si, ingrato a tantas mercedes,
toda el alma no os dedica,
la voluntad, la memoria,
el aliento que respira,
los pensamientos que engendra
y las potencias que anima.
PETRONILA:
No os quiero empeñado tanto,
que a mí propia me debía
el socorro que aquí hallastes
y me le pago a mí misma,
si bien tiene circunstancias.
ANA:
Melchora me dio noticia
de ellas, y sé que de Italia
caminaba el que venía
a intitularos su prenda;
mas, si no desacreditan
la verdad enemistades,
creed que no os merecía
y que, en Nápoles casado,
debéis estar a la herida
que le dieron mis ofensas
de algún modo agradecida.
Sabréis el por qué a su tiempo.
FRANCISCO:
¿Qué mejor que éste? Decidla
mucho de eso, ilustre joven.
Proseguid siguiera en cifra,
desempeñaréis deseos
que no ha mucho se ofrecían
por vos a cualquiera lance.
ANA:
Tendré el serviros a dicha.
PETRONILA:
Quédese eso por agora;
que estimo en más vuestra vida
que esa relación; no obstante
lo que me importa el oírla.
Mirad que aquí corréis riesgo.
ANA:
Siendo vos la imagen mía
del socorro, no osará
ofenderla la justicia.
PETRONILA:
¡Qué bien el traje os asienta!
Si yo ignorara el enigma,
¡qué de celos fulminara
de vos!
ANA:
Basta, que fulminan
rayos, señora, esos ojos
que agradezco, mientras miran
a este caballero afables.
FRANCISCO:
Si los vuestros patrocinan
ansí mi desvalimiento,
mi esperanza resucita.
PETRONILA:
¿Quién os dijo a vos que un conde
sobre estas piezas habita,
y el nombre de esa criada?
ANA:
¿Quién, mi señora? Vos misma
al alguacil, deslumbrando
violencias de su pesquisa,
y mandando que Melchora,
hasta en aquesto advertida,
con llave me asegurase.
PETRONILA:
Decís bien; pero me admira
que os vistiesedes tan presto,
y que cuando lo examina
todo el interés, pues siempre
dicen que es lince en la vista,
no reparase en la ropa
que os quitastes.
ANA:
Mal podía,
si me la puse debajo;
cerróme el temor y prisa
en esa cuadra, hallé en ella
ropa, jubón y basquiña;
esta curiosa toalla
las almohadas cubría,
que haciéndola serenero,
los ministerios duplica;
sirvió la capa de enaguas;
acomodé luego encima
lo femenil, y al sombrero
un clavo tras las cortinas
de la cama; espada y daga
también escrúpulos quitan,
durmiendo entre los colchones;
revuelvo sábanas limpias
entre la colcha y frazadas
de manera que atestiguan
que me levantaba entonces;
entra la turba ministra,
asústome a lo doncello
salgo, si descolorida
o no del tal sobresalto
los que lo vieron lo digan,
y quedo libre y sin costas
por vos, señora divina,
y por este caballero.
Ya la noche nos avisa
que restituya disfraces;
sácame, Melchora amiga, Va por ello
sombrero, daga y espada,
que apenas dará la risa Desnuda el traje de mujer
del alba mañana al campo
los gajes que le matizan, Desnudándose
cuando volveré gozoso
a haceros una visita.
Queda en cuerpo, la capa como faldellín
que se pone en su lugar; y tiene la cruz
de San Juan en ella
PETRONILA:
Cumplidlo ansí, que hasta entonces
tengo de juzgar prolija
la noche.