Buenos Aires desde setenta años atrás/Capítulo III
I
Nos hemos ocupado del aspecto que ofrecía la ciudad desde la rada deteniéndonos luego en la ribera y sus inmediaciones; tenga ahora el lector la complacencia de penetrar con nosotros a la ciudad de aquellos tiempos.
En el local en que se encuentra en el día la Casa o Palacio del Gobierno Nacional, se hallaba entonces el antiguo Fuerte o Fortaleza, donde existían también las Oficinas de la Casa de Gobierno. En ella residieron por varios años los gobernadores en tiempo de la Patria, como lo habían hecho anteriormente los Virreyes.
Este edificio siniestro y sombrío, sobre cuyos muros se destacaban varias bocas de cañón, tenía por entrada un enorme portón de hierro con un puente levadizo a través de un ancho foso que circundaba todo el edificio.
En este foso, depósito eterno de inmundicias, se veían jugando a la baraja o tirando la taba, o echados al sol en invierno, algunos soldados de los que formaban la guarnición, bastante mal vestidos, muchas veces descalzos, con el pelo largo y desgreñado. Por añadidura, nunca faltaba un buen número de muchachos holgazanes, de los que en todas épocas abundan y que hacían una rabona muy cómoda en el zanjón.
II
Nos encontramos, pues, en la plaza del 25 de Mayo, llamada por espacio de algunos años después de 1810, plazoleta de la Fortaleza, completamente destituida de todo adorno, con sólo unos pocos asientos de ladrillo (poyitos) inmediatos al foso, semejantes a los de la Alameda, sin empedrado y sucia como el resto de la ciudad.
En esta plazoleta tenían lugar las ejecuciones de criminales o de los sentenciados por causas políticas; allí, inmediato al foso, se colocaban los banquillos; en algunos casos era suspendido en la horca después de la ejecución el cuerpo del criminal.
Más tarde las ejecuciones se efectuaban en la localidad en que se había cometido el crimen, o en donde la autoridad designase.
La primera ejecución que tuvo lugar en nuestro país por falsificación fue en febrero de 1825 en la plaza del Retiro. El falsificador era el joven Marcelo Valdivia. Ya anteriormente había sido condenado a la misma pena por igual delito, pero se le conmutó, debiendo ponerse en expectación en la plaza, prisión por 8 años y destierro por el resto de su vida. En julio de 1824 ejecutó la primera parte de su condena, sentándolo por 4 horas en la plaza pública, con los billetes que había falsificado, colgados sobre el pecho.
Estando preso emprendió una nueva falsificación, en la que comprendía la orden de su libertad. Pero dejemos tan tristes recuerdos y volvamos a la plaza 25 de Mayo.
III
En cuanto al frente que separa esta plaza de la de la Victoria, (Recoba vieja), no hay alteración substancial que notar.
En el frente opuesto acabamos de citar el Fuerte, muestra de la época colonial, y que hoy se encuentra convertido parte en Palacio del Gobierno Nacional o Casa Rosada, como suele llamarse, con sus lindos jardines, sus departamentos y sus espaciosas oficinas, y parte en el monumental edificio o Casa de Correos y Telégrafos, de la que nos ocuparemos más adelante.
La plaza hoy adornada con jardines, calles de árboles y ostentando en su centro la magnífica estatua ecuestre del general Belgrano, era allá por el año 1815 mercado. La carne se vendía donde hoy es el Congreso, las perdices y mulitas (de las que entonces se traían muchas), en el costado del foso; la verdura bajo los altos de Escalada. Como no estaba preparada la plaza para este objeto, careciendo de edificios aparentes, compradores y vendedores tenían que refugiarse en tiempo de lluvia bajo la Recoba.
Nos refieren un suceso que no dejó de producir excitación. Sería por el año 16 o 18 que concurría un gran número de negras que se estacionaban reunidas en el mercado, vendiendo esta patas de vaca cocidas, aquella huevos, la de más allá chicha, tortas, etc., siendo negras también las sirvientas que con sus tipas de cuero acudían a mercar.
Sucede que la familia de Morel, que vivía allí inmediato, poseía un enorme mono, y escapándose cierto día atropelló el campamento de las negras esparciendo en él el terror; al fin agarró una de ellas y la tuvo a mal traer, salvando gracias al pronto y eficaz socorro que recibió. Fácil es concebir la batahola que este suceso produjo.
El costado izquierdo, partiendo de la plaza de la Victoria en dirección al río, ha variado considerablemente de aspecto, debido principalmente al gran edificio que constituye el Teatro de Colón, y los almacenes en la parte baja, en los que hoy hay varias agencias marítimas y más adelante mercerías y no pocos cuartos de remate, desde cuyo mostrador el rematador aturde al transeúnte con los golpes de su martillo y sus repetidos alaridos atrapando de vez en cuando algún incauto.
Toda esta parte ha cambiado de un modo notable, pues que antiguamente sólo se veían cuartos inmundos, en donde se expendían bebidas y donde concurrían los marineros, casi siempre en estado de embriaguez. Lo que aún subsiste, y afea ese frente son unas caballerizas sucias y de lóbrega apariencia al lado de lo que fue Hotel del Congreso; establecimiento que no tenía otra cosa de que hacer alarde sino de su nombre y que hoy es Imprenta del Correo Español. Termina este frente la Gran Casa Amueblada de pésima fama, esquina de Rivadavia y 25 de Mayo.
Creemos que fue por el año 23 o 24 que el entonces célebre Hotel de Faunch, del que también hemos de volver a hablar, se encontraba en la Plaza 25 de Mayo, entre la calle de la Paz (hoy Reconquista) y 25 de Mayo, inmediato a las caballerizas de Crow y de Malcolm, y de la sastrería (quizá la única inglesa en este tiempo) de Coyle.
IV
Vamos ahora al último frente, o sea el costado derecho de la plaza.
Existe tal cual existía, hará tal vez más de 70 años, la casa de altos de Escalada, que haciendo ángulo con la plaza de la Victoria, va a formar una tercera parte del frente correspondiente a la del 25 de Mayo.
Lo que tiene de remarcable ese edificio es que, aun después de una serie tan larga de años, haya escapado de los cambios y transformaciones de la época y que continúe prestando aún, el mismo servicio para el que fue construido, es decir -casa de inquilinato- siendo sus moradores principalmente artesanos y personas de cortos posibles.
Tiene el edificio un extenso pasillo o balcón corrido que da a las calles Victoria y Defensa, sirviendo para desahogo de los innumerables inquilinos que ocupan piezas independientes.
Allá por el año veintitantos había en la casa varios fondines; entre éstos uno muy acreditado, llamado de la Catalana, propiedad de una rechoncha hija de Barcelona, en donde iban a comer los tenderos de esas inmediaciones, españoles los más. El mondongo a la Catalana, según es fama, se servía con mucho esmero y era muy celebrado por los epicúreos de aquella época; decíase por lo menos que los tenderos concurrían allí atraídos sin duda por el mondongo de la Catalana; sea de ello lo que fuere, la fonda era objeto de grandes y honrosas alabanzas.
Después de los altos de Escalada sigue una serie de cuartos bajos en los que hoy hay diversa clase de negocios; y luego tenemos inmediato ya a la calle Balcarce, el Congreso Nacional, del que podemos decir hasta cierto punto lo que Ochoa del Palacio de Luxemburgo: «residencia de María de Médicis y luego de tantos poderes efímeros; ya Cárcel, ya Cámara de Pares, hoy Senado...»
En efecto, nuestro Congreso fue carnicería; ya Cuartel de caballería, ya de infantería, ya de escolta de Gobierno; especie de mercado y hoy... Congreso.
El frontis es sencillo y no de mal gusto; pero el edificio es mal ventilado y se sube a la barra por una escalerita estrecha que apenas estaría bien en la casa de inquilinato de Escalada, que acabamos de citar.