Bug-Jargal (Alcalá Galiano tr.)/Capítulo XX
XX
El castillo de Galifet quedaba arruinado, nuestras haciendas habían desaparecido, y era tan excusado cuanto imposible permanecer por más largo tiempo entre aquellos escombros. En la tarde misma regresamos al Cabo.
Llegados allí, una fiebre ardiente se apoderó de mí. Los esfuerzos que hube intentado para domar mi desesperación eran demasiado violentos, y la cuerda, estirada sin mesura, saltó, y caí en un profundo delirio. Todas mis esperanzas burladas, mi amor profanado, mi amistad vendida, mi porvenir perdido, y, sobre todo, los implacables celos, trastornaron mi juicio, y juzgaba sin cesar que veía las llamas circular por mis venas. La cabeza se me partía y las furias me desgarraban las entrañas. Me representaba a María en poder de otro dueño, de otro amante; en poder de un esclavo, de Pierrot. Dicen que en aquellos momentos me arrojaba del lecho, y eran necesarios seis hombres para impedir que me deshiciera el cráneo contra las paredes. ¡Ah! ¿Por qué no me dejaron entonces morir?
La crisis pasó. Los médicos, los cuidados de Tadeo y no sé qué fuerza vivificante de la juventud vencieron el mal, aquel mal que hubiera podido ser un bien tan grande. Curé al cabo de diez días, y no me afligí por ello. Me alegré de poder vivir algún tiempo más para vengarme.
Apenas convalecido, fuí a solicitar del señor De Blanchelande que me pusiese en servicio activo, y quiso él confiarme la defensa de algún punto fortificado; pero yo le supliqué que me agregara en clase de voluntario a cualquiera de las columnas volantes que acostumbraban a hacer expediciones contra los negros para barrer el país. Mientras tanto, se había fortificado de ligero la ciudad del Cabo, y la insurrección seguía haciendo espantosos progresos. Los negros de Puerto Príncipe empezaban a conmoverse; Biassou hacía de cabeza de los del Limbé, el Dondon y el Acul; Juan Francisco se había declarado generalísimo de los rebeldes de las vegas de Maribarou; Bouckmann, famoso más adelante por su trágico fin, recorría con sus secuaces las riberas de la Limonade, y, por último, las bandas de Morne-Rouge habían aclamado por caudillo a un negro llamado Bug-Jargal.
El carácter de este último, a dar crédito a lo que de él se decía, contrastaba de una manera extraordinaria con la ferocidad de sus iguales. Al paso que Bouckmann y Biassou inventaban mil géneros de muerte para los prisioneros que caían entre sus garras, Bug-Jargal se apresuraba a facilitarles medios para salir de la isla. Los primeros celebraban contratos con las lanchas españolas que cruzaban por la costa y les vendían de antemano los despojos de los desgraciados a quienes precisaban a la fuga; Bug-Jargal, por el contrario, había echado a pique varios de estos piratas. M. Colas de Maigné y otros ocho hacendados de distinción fueron desatados por su mandato de la rueda donde los tenía ya ligados Bouckmann para darles tormento, y se contaban de él otros mil actos de generosidad que serían demasiado largos de referir.
Sin embargo, mi sed de venganza no parecía próxima a saciarse, pues no había vuelto a oír hablar de Pierrot. Los rebeldes, al mando de Biassou, seguían hostigando al Cabo, y aun tuvieron una vez el arrojo de subir al cerro que domina la ciudad, costando no poco trabajo el rechazarlos a los cañones de la ciudadela. Entonces el gobernador resolvió acorralarlos hacia lo interior de la isla. La milicia del Acul, el Limbé, Ouanaminta y Maribarou, unidas al regimiento del Cabo y a las terribles compañías de Dragones amarillos y encarnados, formaban nuestro ejército de operaciones. La milicia del Dondon y de Quartier-Dauphin, reforzadas con un cuerpo de voluntarios a las órdenes del comerciante Poncignon, guarnecían la plaza. El gobernador trató primero de desembarazarse de Bug-Jargal, quien le incomodaba en sus movimientos y le alarmaba con sus diversiones. Envió, pues, en su busca la milicia de Ouanaminta, con un batallón del Cabo; pero la columna regresó a los dos días en completa derrota. El gobernador se obstinó en destruir a Bug-Jargal, y mandó salir a las mismas tropas con cincuenta dragones amarillos y cuatrocientos milicianos de Maribarou de refuerzo. Esta segunda expedición quedó más maltratada aún que la primera, y Tadeo, que formaba parte, concibió tal despecho, que me juró, ya de vuelta, vengarse de Bug-Jargal...—
Una lágrima brotó de los párpados de D’Auverney; cruzó los brazos y pareció durante algunos minutos como arrobado en dolorosa distracción; mas al fin prosiguió así.