Capítulos que se le olvidaron a Cervantes/Capítulo VII

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Capítulos que se le olvidaron a Cervantes
Capítulo VII - Donde continúa el festín del cura, dado con la ocasión que ya sabemos
de Juan Montalvo
Capítulo VII

Capítulo VII

Las razones de don Quijote eran muy bien pesadas en ciertas materias; pero como lo que los clérigos querían era hacerle desbarrar, el más socarrón le dijo:

-Si vuestra merced da por punto indiscutible la existencia de las hechiceras, no dudará tampoco de las gigantas.

-Ahí está Batayaza -respondió don Quijote-; ahí está Gregasta; ahí están Gadalesa y Gadalfea. Y la hermosa jayana Pintiquiniestra ¿no es bien conocida en el mundo?

-¿Quién es esa Pintiquiniestra? -preguntó el vicario-: trabajo le mando al señor don Quijote de que nos enseñe ese nombre en el santoral.

-Lo hallará vuesa merced en el santoral de las amazonas -replicó el hidalgo-, de quienes fue reina esa princesa; y «era hermosa como un ángel» y tenía los ojos grandes como estrellas.

-¿Las amazonas -tornó a preguntar el vicario- no son esas gentes a quienes llaman de menguadas tetas?

-Sí, señor -respondió don Quijote-, a causa que se cortan la una, para disparar la flecha con más comodidad.

-Pero no solamente la Iglesia, mas también el poder civil se declaran contra esas peligrosas fantasías, señor don Quijote: en prueba de esta aserción, no tengo sino echar mano por cualquier códice de España.

Y levantándose el vicario con el permiso de sus comensales, tomó de su estante un libro, desempolvolo con alentar en él, lo hojeó no sin maestría, y leyó: «Otrosí decimos que está muy notorio el daño que hace a hombres mozos e a doncellas e a otros géneros de gentes leer libros de mentiras, como son Amadís y todos los que después dél se han fingido de su calidad y letura, coplas de amores, farsas y otras vanidades; y aficionados los tales hombres mozos y las tales doncellas a esas fantásticas sotilezas, cuando algún caso se ofrece ansí de armas como de amores, danse a ellos con más rienda suelta que si no los oviesen leído: y muchas veces deja la madre la hija encerrada en casa, creyendo la deja recogida, y queda leyendo en estos libros semejantes del demonio, embelesados en aquellas maneras de hablar, e aficionados a aquellas cosas».

-Así pues, vuesa merced, como buen cristiano, ha de atenerse a los preceptos de nuestra santa madre Iglesia, la cual no cree en magia negra ni blanca, en caballería andante ni echante, sino en la Santísima Trinidad y en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

-Si fuera que vuesa merced -respondió don Quijote- hablara yo con más seso y puntualidad. Caballería echante, será la de los que lo pasan entre flores, sin más imposición que la cura de almas, echados o sentados, solos o en buena compañía.

-Mire vuesa merced este capón -le dijo su vecino en voz apacible para amansarle-, cuán bien tostado aparece, y cómo provoca su pechuga blanca y sedosa: acéptelo, y luego estas albondiguillas que no hay más que apetecer, tras las que vendrá oliendo a poleo un traguito de ese moscatel añejo.

-No más que por reducir a vuesas paternidades al trance de una batalla -repuso don Quijote- negaré por un instante la existencia de San Pedro, si me apuran con esto de albondiguillas.

-¿Y no temerá vuesa merced incurrir en pena de comunión latae sententiae? -preguntó en tono de amenaza uno de los clérigos.


«El papa cuando lo supo
Al Cid le ha descomulgado:
Sabiéndolo el de Vivar
Ante el Papa se ha postrado:
Absolvedme, dijo, Papa,
Si no seraos mal contado»,


respondió don Quijote con cierto retintín que harto estaba demostrando su intención.

-Todo lo que aquí se ha dicho ha sido en vía de pasatiempo -dijo el vicario- y a manera de controversia pacífica, por atersar el ingenio, el que suele empañarse cuando no se le rebruñe con la disputa. Pero dudar de la caballería andante, allá se iría con dudar del ave Fénix. Sólo sí deseara yo que el señor don Quijote se retractara de lo que ha dicho respecto de San Pedro, por si en ello consistiese la salvación de su alma.

-En esto de cantar la palinodia -respondió don Quijote- suele haber un tanto de vergüenza, aunque el que la canta obra influido, no por el interés y la amenaza, sino por la manifestación de la verdad. Los hombres somos así: lo que una vez afirmamos lo sostenemos a capa y espada, como si en el dar un paso atrás fuese de la honra y no de la negra honrilla. Yo tengo para mí que presupone más valor el combatirse uno consigo mismo y vencerse en pro de la justicia, que el llevar adelante errores declarados o necias pretensiones. En este concepto, si algo senté de pecaminoso, me desdigo: la andante caballería en ninguna manera se opone a la doctrina cristiana; antes los más renombrados caballeros han sido, no sólo creyentes humildísimos, sino también rezadores y devotos. Don Belianís de Grecia, en medio de la fogosidad de su carácter, dando y recibiendo cuchilladas, era un santo. Florindo de la Extraña Ventura hacía milagros, ni más ni menos que San Diego. «Mi Dios y mi damas» es nuestra divisa; y primero que embistamos con el enemigo, es obligación nuestra encomendarnos a ellos.

-Conforme a ese principio -dijo uno de los religiosos- vuesa merced debe de tener su dama, ya que sin el nombre de ella, la divisa sería incompleta. ¿O es por ventura caballero novel y solitario?

-Si la modestia no me lo estorbara -respondió don Quijote- diría que soy de los más provectos y enamorados; mas como las alabanzas propias deslustran hasta los timbres verdaderos, me he de contentar con decir a vuesa merced que no hay caballero andante sin dama, y que la de mis pensamientos es la nata de la hermosura.

-Sea vuesa merced servido -tornó a decir el fraile- de ponernos al corriente del nombre y la prosapia de esa gran señora. ¿Debe de pertenecer a la gran casa de Béjar, si ya no fuese de la de Benavides de León?

-Nada de eso: la mía es la sin par Dulcinea del Toboso.

-¿Duquesa de Arjona o del Infantado, o marquesa de Algaba y de los Ardales? Dígame vuesa merced la nariz que tiene, si aguileña, si arremangada, y al punto declaro a cuál de las casas grandes de España pertenece.

-Los duques de Medina de Rioseco la tienen un tanto repulgada; indicio de altivez, mas no de malevolencia. Los de Pastrana, al contrario, la suelen inclinar hacia la boca. La familia de los Portocarreros de Varón, condes de Medellín, la usan con las ventanas más que medianamente abiertas, lo que indica sangre ardiente e impetuosidad amorosa. La de los Men Rodríguez de Sanabria tiene el tabique echado hacia fuera, y con esto manifiesta la soberbia de su raza; mientras que en los marqueses de Carcasena, ella es chupada como fuelle dormido, señal de blandura de genio, aunque no de prodigalidad. Los Ladrones de Guevara, condes de Oñate, son de nariz combada como si hubieran nacido para el trono -respondió don Quijote con oportunidad, y alzados los manteles, se levantaron los señores, después de una corta dación de gracias al que nos ofrece el pan de cada día. El cura invitó al caballero a visitar su fábrica, en donde le haría ver, dijo, una capilla famosísima que había quedado en pie por milagro especial del santo dueño de ella.