Carlo Lanza/Un pichon de banquero
El señor Cánepa habia tragado bien la historia que le habia contado Lanza.
Lo creia un jóven de familia rica que no queria comprometer un capital sin conocer bien el negocio en que se metia, y tenia verdadero gusto en servirlo.
La casa de Caprile y Picasso estaba entónces en el apogeo de sus negocios.
Los bancos no habian establecido los descuentos de la manera que están en el dia, el comercio con la Italia habia tomado ya un gran incremento, y por su casa se hacian valiosos giros y operaciones de todo género.
La misma gente de trabajo depositaba allí su dinero, porqué tenia mas confianza en la casa de Caprile y Picasso que en el mismo Banco de la Provincia.
El comercio italiano remitia por su intermedio los giros y la correspondencia, y entre los mismos hombres de trabajo no se conocia mas correo ni mas nada que la casa de Caprile y Picasso.
En los días de salida de paquete, la casa de Caprile y Picasso era una verdadera administracion de correos, por la gran cantidad de correspondencia que recibia para todos los puntos de la Italia.
La mayoría de aquella gente de trabajo se hacia hasta escribir sus cartas allí y leer las contestaciones que recibia, de modo que era preciso tener tres ó cuatro dependientes dedicados exclusivamente a la correspondencia.
Uno solo no mas era el encargado de remitirla al correo, siendo esta precisamente la vacante que debia ocupar Carlo Lanza por intermedio de su amigo Cánepa.
La correspondencia se echaba en una enorme bolsa que se llevaba al correo y que este recibia al peso en conjunto, y como en el escritorio se cobraba el porte por separado de cada carta, esta sola diferencia en el porte venia á constituir un buen negocio.
Hombres inteligentes y de una probidad especial, los señores Caprile y Picasso habian sabido dar á su casa un incremento poderoso.
Cánepa habia hecho á Lanza esta explicacion minuciosa y era por esto que el jóven estaba tan empeñado en entrar á ella.
Porqué á pesar de no tener un centavo en el bolsillo, Lanza estaba persuadido que habia de llegar á ser banquero, y banquero capaz de hacer la competencia á los mismos Caprile y Picasso.
Con un afan inmenso, se entregó al aprendizage del manejo de los libros que le enseñaba Cánepa, sin descuidar por esto las atenciones de su empleo en la tienda de Costa.
Los dias fuéron pasando hasta que Lanza, sin ser por esto un gran tenedor de libros, supo lo bastante, á juicio de su protector, para ocupar el puesto que le habia prometido.
Y como Cánepa habia hablado ya de Lanza al señor Caprile en los mejores términos, su admision no ofreció la menor dificultad.
Lanza, loco de alegría cuando supo esto, se despidió de sus patrones bajo el pretexto de que iba á establecerse con dinero que le habia enviado su familia, saliendo de la casa en la mayor armonía y mejor amistad.
Como él gastaba mas de lo que ganaba, de la manera que hemos indicado, su situacion financiera no era de las mas consoladoras.
Pero esto ¿qué podia importarle en el momento en que precisamente creia haber agarrado el cielo con la mano?
Aun en una situacion peor no se hubiera afligido, pues siquiera ahora tenia casa donde dormir, buenas relaciones como Cánepa y algunos pesos en el bolsillo, del arreglo de cuentas con sus patrones.
Estos habian hecho á Lanza proposiciones muy ventajosas para que quedase en la casa, porqué aquel dependiente representaba una buena clientela.
Pero Lanza las rehusó todas con el mejor modo posible, haciendo esta promesa:
—Yo les aseguro que si me fuera mal en los negocios y tuviera que volver al trabajo, siempre serian ustedes los preferidos por mí, porqué en ninguna parte he de estar mejor que con ustedes.
Lanza fué á ocupar su nueva colocacion como un vencedor que vá á posesionarse de país conquistado.
Y con su aspecto de gran persona y su exterior simpático atrayente, engañó á sus nuevos patrones como habia engañado á todo el mundo.
Explicadas claramente sus obligaciones, se hizo cargo de su puesto con la mayor confianza de servirlo bien, pues siempre tenia á su lado la poderosa ayuda del amigo Cánepa.
Por otra parte era bien fácil lo que tenia que hacer.
Atender la clientela de la correspondencia, recibir los pequeños giros y cuidar que todo fuera remitido al correo á su debido tiempo.
Su conveniencia, bajo todo punto de vista, era portarse bien, para prosperar en la casa y para hacerse querer de toda aquella clientela de obreros á quienes miraba ya como á la suya propia.
Estos estaban locos con el nuevo dependiente de la casa, por la paciencia que este les tenia, el cariño con que los servia y la soberbia redaccion de las cartas que les escribia.
Las explicaciones que le pedian, se las daba con un minucioso detalle, y les leia la correspondencia cuantas veces querian.
El señor Caprile pensaba que hubiera dado con el dependiente que necesitaba, agradeciendo á Cánepa la buena ocurrencia de haberselo traido.
Lanza tenia mucho tiempo libre para pasear y divertirse, pero lo empleaba por el momento, de la manera que mas convenia á sus intereses.
Siempre frecuentaba la casa de Cánepa, por que era una relacion que le convenia de todas maneras, al extremo de que en ella era mirado como un miembro de la familia.
Tenia sus pretensiones amorosas con una bella hija de su amigo, pero estas pretensiones las ocultaba profundamente, esperando el momento oportuno para revelarlas.
Sin haber roto con las francesas sus amigas, habia dejado enfriar la relacion que con ellas lo ligaba.
Así se libraba de un estorbo que podia ser sério en cierto modo.
Tambien cultivaba sus relaciones con las modistas y costureras marchantas de la tienda de Costa, que habian lamentado su salida de aquel negocio y que no podian olvidar los muchos servicios que les habia hecho.
No queria frecuentar las diversiones públicas, porqué esto podia traerle algun perjuicio en la confianza del señor Caprile, y se dedicaba á estas buenas relaciones privadas que no podian serle perjudiciales en manera alguna.
En un mes Lanza estaba perfectamente al corriente en el manejo no solo de su empleo sinó de toda la marcha general de la casa, al extremo de que sin la menor dificultad se hubiera podido poner á su frente.
Entendia á las mil maravillas á toda aquella runfla de napolitanos que en solo un mes se habian habituado de tal manera á su modo de ser, que solo con él querian entenderse.
Porqué él les entendia todas sus mañas y sus dobleces y los complacia en todo.
En cuanto á sus especulaciones particulares, poco podia hacer Lanza, porqué en la casa todo estaba debidamente controlado, al extremo de que no se movia una paja sin que quedara constancia en los libros.
Para un hombre de la inventiva de Lanza no habia nada imposible.
El no se contentaba con su sueldo limpio, pero era preciso maniobrar con mucha cautela, si queria hacer las cosas de manera que no las sintiera la tierra.
En el manejo de todo, pronto encontró la fuente de recursos extraordinarios, de manera que el mas buzo no lo pudiera descubrir.
Despues de hecha la correspondencia para Europa y perfectamente franqueada, le sacaba las estampillas á una buena cantidad de cartas, quedándose con ellas para venderlas en el próximo franqueo.
Siendo él el que embolsaba la correspondencia, en la casa no podian notar la falta, y como en el correo tomaban la bolsa al peso bruto, y cerrada, tampoco notaban la falta.
De este modo se abria una fuente de recursos pequeña, pero en la esperanza de que despues podria ser mas vasta.
Como él abria el escritorio, podia pasar la mañana sin ningun género de fiscalizacion de otros dependientes y estudiar entónces la manera de dar rienda suelta á sus pequeñas especulaciones.
Caprile tenia tal confianza en su dependiente, que ni siquiera se le ocurrió jamas la menor duda sobre su integridad.
Es que él cuidaba de ser exactísimo en el cumplimiento de sus obligaciones.
Siempre demostraba para todo la mejor voluntad posible, y por excesivo que fuera el trabajo, siempre se mostraba alegre para desempeñarlo.
En las vísperas de salida de paquete, el trabajo aumentaba al extremo de tenerlos ocupados la mayor parte de la noche.
Y Lanza, siempre alegre, siempre contento de poder ser útil, era el primero en entrar y el último en salir, sin que jamas se le hubiera visto ni siquiera un gesto de impaciencia ó de mala voluntad.
Por la mañana conversaba largamente con los napolitanos que acudian al escritorio, conviniendo con ellos que las comisiones que allí se les cobraban eran demasiado fuertes y que era muy conveniente para ellos que se estableciera otra casa del mismo género, que tal vez él fundaria si encontraba apoyo.
Los napolitanos lo escuchaban convencidos plenamente de sus razones, é instándolo muchos de ellos para que se decidiera pronto.
Como al fin y al cabo era él quien les manejaba su dinero y su correspondencia, le tenian una confianza ilimitada y lo creian el brazo derecho de la casa.
De este modo Lanza preparaba lo que él llamaba su clientela del porvenir.
Y les recomendaba la mayor reserva sobre lo que habian hablado, diciéndoles:
—No hay que decir nada de esto á nadie, porqué como si yo me establezco esta casa se viene al suelo, si saben que yo tengo ese propósito, me ván á hacer una guerra bárbara.
Y los napolitanos le guardaban fiel reserva por la cuenta que les tenia, instándolo para que se fuese cuanto ántes y se estableciera en el mismo negocio, porqué no querian pagar mas aquella enormidad de comisiones.
Ni Caprile, ni los demas dependientes de la casa podian sospecharse de lo que pasaba, pues los napolitanos guardaban un silencio profundo por la cuenta que les tenia.
¿Quién los habia de servir mejor que aquel jóven, que ya les conocia todos sus asuntos y hasta su modo de ser?
Como se vé, Lanza procedia con la mayor astucia.
Si él hubiera tenido capital, se habria establecido en el acto, seguro de llevarse gran parte de la clientela.
Pero la cuestion era establecerse sin capital y conseguir lo mismo.
Esto era lo que él queria y tras de lo que andaba.
No teniendo el trabajo de atraer clientela haciendo grandes aparatos de escritorios y dinero, no necesitaria mas capital, para empezar, que el mismo que le llevaran sus primeros clientes.
Luego los napolitanos son naturalmente desconfiados respecto al dinero.
Les cuesta muchas privaciones y trabajos poderlo agarrar, y no lo exponen así no mas en negocios ó malos depósitos.
Es muy difícil conquistarse la confianza de los trabajadores napolitanos, pero una vez que se ha conseguido, se tiene sin limitacion de ninguna especie.
Así es que la única manera de formar clientela entre aquella gente, era la que Lanza habia puesto en práctica.
Y un cliente hoy, y otro en la siguiente semana, iba comprometiendo para la nueva casa á los clientes de sus patrones.
Lanza tenia que proceder con aquella lentitud, porqué no hablaba del asunto á ninguno, sin estar ántes bien seguro del secreto.
La menor indiscrecion de aquellos podia costarle la salida de la casa ántes de haber podido realizar su propósito.
Era un asunto en el que habia de obrar con astucia y piés de plomo.
Otra cosa hacia Lanza para ir prestigiando su casa al mismo tiempo que desacreditaba la de Caprile, para que los clientes estuvieran descontentos.
Y esto tenia que hacerlo con una cautela infinita para no ser descubierto en ningun caso.
Aquellas contestaciones de gran interés para ciertos clientes, porqué eran acuses de dinero recibido ó de noticias de gran interés de familia, las sustraia de la correspondencia al recogerla del correo.
De modo que cuando el cliente iba por ella, era natural responderle que para él no habia nada.
Lanza les decia entónces confidencialmente que aquello sucedia porqué la casa era un bochinche, que no cuidaba á sus clientes de la manera que debia.
—Yo me encargo de hacerte venir la contestacion, le decia, porqué tengo muy buenes corresponsales particulares, y escribiré que vean á tu familia y le encarezcan la respuesta.
Pero es preciso que guardes silencio, porqué si sospechan que yo ando en estas cosas, pueden echarme á la calle y ustedes entónces se perjudicarian á la par mia.
Lanza hacia el aparato de escribir á su corresponsal y mientras Caprile no podia decirles por qué razon no habian contestado, Lanza les entregaba la carta deseada, que extraia de un sobre con su nombre, para hacerles creer que la carta venia bajo su cubierta.
Y siempre los que se entendian con Lanza y tenian con él amistad, eran los mejor atendidos y los que mas pronto recibian contestacion, gracias á sus supuestos corresponsales.
Esto le daba gran prestigio entre aquella su futura clientela, con perjucio de la casa de Caprile, que no se sospechaba la clase de enemigo que tenia con aquel dependiente de tanta confianza.
Esta confianza la aumentaba diariamente el jóven con una conducta ejemplar y una rara dedicacion al trabajo.
Sus libros estaban mas que al dia, al momento, puede decirse, pues no hacia operacion sin asentarla inmediatamente.
En la apariencia, era un hombre exclusivamente dedicado al trabajo.
Nunca se le veia en los teatros ni en sitio alguno de pública diversion.
La primera parte de la noche la pasaba en la casa de su amigo Cánepa, conversando con la familia y sosteniendo aquella intimidad cariñosa que tenia con ella.
Se retiraba á una hora conveniente bajo el pretexto de que tenia que levantarse temprano al siguiente dia.
Pero en vez de recogerse, como se creia, iba á visitar á sus otras amigas las modistas, pues sus ocupaciones del escritorio y lo de formarse una clientela futura, no le impedian hacer la cama á alguna modista rica, aunque vieja, con el cristiano intento de soplarle el capital.
En el cultivo de esta otra clase de relaciones que podian dejarle un buen provecho, pasaba la segunda parte de la noche.
A casa de las mas accesibles, llevaba fiambres y vino, improvisando alegres y memorables cenas que le daban un prestigio de gran señor.
Los timbres postales sustraidos á la correspondencia eran los que cubrian los gastos extraordinarios.
Su sueldo se dividia religiosamente entre las francesas que le daban de comer y el sastre que lo vestia.
Porqué Lanza por nada de este mundo abandonaba el cuidado de su persona exterior.
Siempre andaba correctamente vestido y hasta con lujo.
—Estas son las ventajas de la vida arreglada, decia á sus compañeros de escritorio de manera que lo oyera Caprile.
Lo que ustedes gastan en teatro y farras de tono género, yo lo gasto en ropa, porqué me gusta andar bien vestido.
Ya tendré tiempo de divertirme, no hay cuidado, ahora solo debo pensar en trabajar y tener contentos á mis patrones.
Es que su famoso exterior era con lo que Lanza contaba para todos sus propósitos amorosos.
La casa de Cánepa le servia para aparentar una vida arreglada y juiciosa, que le daria un triunfo seguro en sus planes amorosos matrimoniales.
Con las modistas, aquel exterior paquete le daba un aspecto de hombre de posicion desahogada, que podia atender cómodamente hasta las frivolidades de la vida de soltero.
Habia una modista vieja en la calle de las Artes, á quien Lanza habia puesto sus puntos de explotacion.
Sabiendo que Lanza estaba en una casa de giros, la vieja le habia encargado varias veces la remision de dinero, que Lanza tuvo cuidado de hacer religiosamente, trayéndole la contestacion tan pronto como habia llegado.
Era esta una cliente segura para el porvenir, y cliente importante, porqué podia recomendarlo á otras modistas y amigas que remitieran dinero.
Pero esto no era bastante; Lanza queria asegurarla amorosamente y hacer suyo la mayor parte del capital de la vieja.
—Si yo llego á pescarla, decia, no me ha de suceder lo que con doña Emilia, ¡no hay cuidado! no me he de meter en enredos que me hagan perder la masa de trabajo que me hizo perder aquella mentecata con quien me metí en mala hora.
Pero la vieja era mas despierta que un zorro, y aunque le halagaba profundamente el cariño que el jóven le demostraba, este halago no era suficiente para hacerle perder el juicio y la bolsa.
Tenia en Lanza la confianza suficiente para encargarle la remision de cualquiera suma de dinero, sin exigirle el menor recibo ni constancia.
Pero una cosa era darle dinero como banquero, para remitir á Europa, y otra cosa era dárselo como amante y para que le diera el giro que quisiese.
Lanza tenia que ser rigurosamente íntegro en toda remision de dinero que se le confiase, porqué esto estaba en sus intereses y en el crédito personal que debia hacerle á su futura casa, así es que sin peligro de ningun género podia confiársele toda clase de intereses.
Pero él queria disponer del capital de la vieja, no con intencion de quedarse con él por el momento, sinó porqué aquel capital le habria servido para establecerse de una manera segura y rápida.
Pero la vieja no queria entender sus indirectas y hábiles insinuaciones.
—Su capital bien girado, le decia Lanza, puede darle mayores utilidades que la casa de modas; para hacer producir el dinero, no hay como el dinero mismo.
Pero la vieja sonreia astutamente, diciéndole aquello de «mas vale pájaro en mano que buitre volando.»
Es que aquel capital, para formarlo, le habia costado veinte años de trabajo ímprobo y asíduo y no queria arriesgarlo en una especulacion, no porqué no tuviera confianza en Lanza, sinó porqué no la tenia en ningun género de especulaciones.
La buena vieja habia tenido por marido á tal lámina, que la habia curado de especulaciones y negocios.
Escuchaba con sumo agrado los amores del jóven, se dejaba querer en todos los tonos, y correspondía á aquel amor con todo género de atenciones cariñosas, pero nada mas.
Eso de especular con el dinero ganado á fuerza de tanto trabrajo, no estaba en sus libros.
Lanza se desesperaba y trataba de estudiar el lado flaco de la vieja para entrarle por allí, pero todo era inútil.
Una vieja que no la vence el amor de un jóven interesante como Lanza, no la vence nada en esta vida.
Pero Lanza no era hombre de abandonar su presa á dos tirones, ni de renunciar á un proyecto cuya realizacion podia ser la realizacion de sus sueños, si la vieja consentia solamente en que le manejara su capital.
Entretanto iba aumentando dia á dia el capital de estimacion y aprecio que le tenian en casa de Caprile, y el cariñoso interés con que lo trataban en casa de Cánepa, donde estaban los verdaderos intereses de su corazon.
Por supuesto que no por eso se descuidaba en la formacion de la clientela segura para lo que él llamaba su futuro banco.
La mayor parte de la mañana estaba solo en el escritorio, pues él lo abria bien temprano so pretexto de trabajar en los libros.
A esa hora de la mañana caian los clientes que tenian ocupado su dia en el trabajo.
Y este era el tiempo que aprovechaba para todas sus maquinaciones diabólicas, cuyo fin era el de prepararse una clientela.
En tres meses de escritorio, Lanza habia adquirido una práctica fabulosa en el manejo de los negocios, conocia todas las especulaciones á que estos se prestaban, y hasta tenia pensados mil otros negocios en los que la casa no especulaba, porqué le sobraba trabajo.
Ascendiendo poco á poco, Lanza habia llegado hasta recibir el dinero para los giros, siendo sus apuntes y operaciones tan claras, que podian verse al primer golpe de vista, con solo mirar su libro que estaba siempre al dia.
En el negocio de las letras, él hacia sus pequeñas especulaciones por su cuenta, que le daban buenos resultados para sus entradas extraordinarias.
Daba por ejemplo dinero de ménos en cantidades gruesas que devolvia.
Si el cliente se apercibia y reclamaba, Lanza decia:
—Tenga paciencia, que cuando balancee la caja á la tarde, ha de aparecer de mas el dinero que le he dado de ménos.
Y como en el balance aparecia la suma, la restituia íntegramente.
Si el cliente no se apercibia, era una utilidad que ingresaba á sus fondos particulares.
Estos golpes no los repetia con demasiada frecuencia, pues la frecuencia era muy bien una delacion ó un alerta sospechoso dado á clientes y patron.
Solo lo hacia en las letras muy valiosas, en cuyo vuelto una falta de dinero podia muy bien disculparse, mas en los dias de mucho despacho.
Así, cuando alguno se presentaba al escritorio diciendo que el jóven le habia dado dinero de ménos, ni el reclamante ni nadie sospechaba que aquello pudiera ser intencional, ménos oyendo á Lanza que respondia muy tranquilamente:
—No digo que no, puede ser muy bien, porqué ni el Papa mismo es infalible, aunque pretenda serlo.
Tenga paciencia hasta la tarde en que balancee mi libro, él me dirá si me he equivocado en mi cuenta.
Y al practicar aquella operacion con la mayor tranquilidad, se le sentia exclamar:
—Decididamente soy un animal, un gran animal y merezco que me lo digan á cada momento.
Aquí está el dinero que he dado de ménos.
Y cuando volvia el cliente se lo devolvia propinándose los mas duros calificativos.
—No se trate así, amigo, le decia el cliente mortificado con aquella aparente afliccion, cuaiquiera se equivoca en una cuenta.
—Pero ese cualquiera es siempre un bruto, decia Lanza, y dá lugar á que se crea otra cosa.
Caprile tenia tal confianza en el jóven, que nunca revisaba su libro; era preciso que él se lo mostrase y lo obligara á verlo.
Por el lado del escritorio Lanza estaba asegurado y por el lado de los clientes mas aun, porqué estos le tenian una confianza ilimitada y creian como un evangelio lo que él les decia.
Habia entre ellos un napolitano muy desconfiado y tacaño, que en cuestiones de dinero no se tenía fé ni á sí mismo.
Era este un jorobado que tenia cincuenta oficios y vivia en la mayor miseria para hacer economías y juntar dinero, que remitia á Europa por la casa de Caprile, pues no tenia confianza ni en el mismo Banco de la Provincia.
Antes de entregar á Lanza el dinero, lo contaba cincuenta veces y de cincuenta modos distintos y asimismo nunca estaba conforme, siempre temia haberse equivocado.
Lanza se propuso vencer la desconfianza del jorobado, y muy pronto llegó á ello, con general asombro, pues muchos habian ya renunciado á entenderse con él por su avaricia desmedida.
Entregaba su dinero y lo seguia en las manos del dependiente hasta el cajon, obligándolo á sacarlo muchas veces, para hacer un recuento.
Lanza se reia mucho del jorobado, y le decia que era necesario que tuviera confianza en él que era mas práctico y ménos susceptible de equivocarse, porqué no solo tenia mas práctica sinó ademas el control de sus libros, que le rectificaban cualquier error al interrogarlos en su balance.
Pero el jorobado se desentendia de estos argumentos y seguia siempre en sus febriles recuentos.
Una tarde de mucho apuro, el jorobado le dió cuatrocientos patacones para remitir, suma que habia contado tantas veces que sabia de memoria la clase de billetes que la componian.
Lanza tomó la suma, la contó rápidamente y la echó al cajon.
Pero como si tratara de rectificar algo, la sacó en seguida y se puso á contarla nuevamente.
Víspera de paquete, habia ese dia mucha gente delante del mostrador.
Viendo el jorobado que el jóven recontaba el dinero con cierta atencion, le dijo sonriendo:
—No te aflijas, que lo he contado yo, y mas fácil es que haya dinero de mas que de ménos.
—Precisamente por esto recuento, dijo Lanza, porqué si dices que me dás cuatrocientos patacones, hay dinero de mas.
Al oir esto el jorobado abrió enormemente sus ojos y los fijó en los billetes, diciendo:
—No puede ser, seria la primera vez de mi vida que me sucede semejante cosa.
Lanza estrujó entónces dos billetes como si tratase de despegarlos y una vez logrado esto, apartó un billete de doscientos pesos.
Concluido el recuento dijo al jorobado: pues ahí tienes, mi amigo, ese billete está de mas.
El jorobado tomó entónces el dinero con ademan tembloroso y lo contó á su vez, hallando el mismo resultado, doscientos pesos de mas.
Entónces miró á Lanza, expresando en aquella mirada toda la suprema admiracion que sentia, y le dijo:
—Pues amigo, es usted el hombre mas honrado que he conocido en mi vida.
Y como quien dá un pedazo de cielo, sacó del bolsillo del chaleco veinte y cinco pesos que dió á Lanza, diciéndole: partamos la diferencia, estas acciones no deben quedar sin recompensa.
Como Lanza rehusara la dádiva alegando que no habia por que hacer semejante cosa, el jorobado pensó que seria por poco y dobló la suma.
Pero su admiracion no conoció limites cuando sintió que el jóven le decía:
—Mi integridad está ya pagada con mi sueldo por el señor Caprile, y yo no admito dádivas por cumplir con mi deber.
El jorobado guardó su dinero y desde aquel dia miró á Lanza con un respeto fabuloso.
Un mes despues de esto, el jorobado llevó cinco mil pesos para ser remitido á Europa.
Lanza tomó el dinero y lo echó sin contar al cajon.
Sabia que el jorobado era muy avaro, pero muy íntegro.
—Disculpa que no cuento, le dijo, porqué estoy muy ocupado; ya lo habrás tú contado.
El jorobado sonrió y dijo: no hay cuidado, no has de volver á hallar dinero de mas.
Dos dias despues, cuando el jorobado fué por el recibo que Lanza no habia podido darle aquel dia, casi se cayó de espaldas al oir que el jóven le decia:
—Aquí tienes el recibo y estos cien pesos que venian de mas, como la vez pasada, en dos billetes pegados.
¿Con qué diablos aprietas el dinero que así está pegado?
Aquel era el colmo de la honradez.
Devolverle dinero cuando Lanza podia haberse quedado con él sin que nadie lo sospechara siquiera, era para el jorobado una accion incomparable.
Y tal fué su asombro, que á pesar de su proverbial miseria, quiso regalar á Lanza aquellos cien pesos, diciéndole: guárdelos, porqué me enojo.
—Aunque te enojes no los tomo, he cumplido con mi deber y ya te he dicho que para eso me paga mi patron.
No habiendo en el escritorio mas que el jorobado, aquella negativa de Lanza no podia ser por temor de que lo vieran, sinó por pura honradez, y el jorobado desde aquel dia tuvo en Lanza mas confianza que en sí mismo.
Si Lanza le hubiera dicho «faltan mil pesos en tu dinero,» los hubiera pagado sin vacilar.
—Tu confianza me cuesta trescientos pesos, decia Lanza para sí, pero los doy por bien empleados, pues los que vean que tú me tienes tal confianza, ni en sueños podrán dudar de mi integridad.
Porqué aquellos dos errores del jorobado habian sido una especulacion de Lanza para granjearse su confianza.
Y habia puesto de su bolsillo aquellos dos billetes que apareciéron de mas en las dos cantidades.
Para que el jorobado se equivocara en su contra hubiera sido necesario que hubiese perdido el juicio, y no presentaba ningun síntoma de locura.
Y nadie podia sospechar que aquello habia sido hecho expresamente, porqué al mas perspicaz hubiera escapado el interés que en hacerlo tenia Lanza.
Su fama de honradez fabulosa cundió por toda aquella gente obrera á quien el jorobado referia el cuento lleno de admiracion, y aquellos fuéron otros tantos clientes del futuro con quienes, sin decirles una palabra, podia contar Lanza cuando abriera su famoso banco en competencia con Caprile, á quien no pensaba dejar un cliente ni para remedio.
El gran escollo donde se estrellaba el ingénio de Lanza era en el bolsillo de la vieja modista.
Todos sus proyectos y combinaciones le salian admirablemente bien hasta entónces.
Solo sus planes sobre los fondos de la modista no le daban un resultado satisfactorio.
Habia llegado á hacerse amar sin otro interés que el de su cariño.
La vieja le consultaba todos sus planes y negocios, siguiendo ciegamente sus consejos.
Cada vez que tenia que enviar dinero, á él se lo entregaba sin el menor recelo, pero tratándose de entrar en especulaciones ó dar dinero al jóven, ya era otro cantar.
La mujer se mostraba mas agarrada que garrapata en la oreja de un perro.
—Basta con las especulaciones en que me metió mi marido, le decia, y sin las cuales hoy yo sería riquísima.
—No hay mejor especulacion que el banco, créeme, y si dispones de dinero propio sigue mi consejo.
Debia ser muy agarrada la vieja ó muy escamada, cuando á pesar de su situacion respecto á Lanza, á pesar de estar perdida de orgullo por el amor del jóven, le hacia hasta resistencia en sus intereses.
No por esto se acobardó Lanza ni renunció á sus planes.
Por el contrario, hizo con la vieja todo el aparato posible para convencerla de su amor profundo, y especulativamente no le habló jamas una palabra de intereses.
—No hay nada que venza a la constancia mia, pensaba, ella caerá cuando menos lo piense y caerá en toda regla.
La tengo amarrada por el lado del corazon, que era lo mas difícil, lo demas vendrá por sí solo.
La vieja es astuta y desconfiada, pero si he vencido la desconfianza del jorobado, con mas razon he de vencer la de la vieja cuando apele á mis grandes recursos que aun no me conviene poner en juego.
Y siguió visitando asíduamente á la vieja y regalándole flores y perfumes, miéntras ella le regalaba algo mas sólido.
Tenia su encanto y su orgullo en la paquetería de Lanza, le gustaba enormemente verlo vestido con aquella correccion y le habia regalado un riquísimo reloj y un anillo con brillante, que Lanza tenia muy buen cuidado de no usar sinó cuando á visitarla.
Todos sabian que él no podia gastar en esas prendas y trató siempre de ocultarlas.
El amor de la vieja fué el golpe de gracia para las planchadoras de fino, que no lo veian sinó muy de tarde en tarde, porqué todo su tiempo lo dedicaba al amor de la vieja modista.
Sin embargo las planchadoras de fino no por esto se mostraban mayormente irritadas.
Cuando se presentaba Lanza en la casa, era siempre el bienvenido, todo para él eran buenos modales y atenciones.
Es que Lanza, si faltaba en persona, no faltaba en dinero al fin del mes, pues aquellas mujeres le cuidaban la ropa y era siempre un refugio que tenia para huir á cualquier calamidad que pudiera sucederle.
Por esto no queria dejar de llenar con ellas sus modestos compromisos y tener seguro aquel refugio contra cualquier contratiempo.
Lanza se habia hecho de muchos amigos en el escritorio de Caprile, pero aunque á todos atendia cariñosamente, no tenia mucho tiempo que dedicarles, porqué el dia lo ocupaba en absoluto en sus ocupaciones y la noche la repartia en aquellas visitas que le conocemos.
Amigo íntimo de algunos cronistas de diarios, nunca le faltaban un par de entradas á los teatros con su correspondiente asiento, que distribuia por turnos entre la modista y las planchadoras, haciéndoles creer que las habia comprado expresamente para ellas, porqué la funcion era buena.
Siempre en su manía de ocultar las diversiones á que asistia, él no iba al teatro sinó á la hora de salida para acompañar á las invitadas hasta su casa, haciéndoles creer que habia estado sumamente ocupado en el escritorio, lo que realzaba el mérito de la invitacion.
Con muchos clientes de la casa de Caprile, colocados en el comercio, mantenia amistad estrecha, pero tenia buen cuidado de mostrarse con ellos lo mas sério que le era posible y hombre absolutamente de trabajo.
No habia una sola persona que lo conociera, que no se asombrara de su dedicacion al trabajo y de su conducta ejemplar, porqué jóven, paquete y buen mozo como era, tenia todos los elementos necesarios por haber llevado una existencia felizmente galante.
Esto era la disculpa á muchas cosas, del dinero que gastaba y al lujo relativo con que andaba, porqué entónces podia decir que cuanto ganaba se lo echaba encima.
El señor Caprile seguia cada vez mas contento de su dependiente, por sus excelentes disposiciones y por su conducta invariable é intachable.
Sus clientes se entendian con él en preferencia á ningun otro, y sus obligaciones eran siempre correctamente cumplidas.
Es que Lanza tenia un doble motivo, una doble razon para portarse bien.
Primero, la conveniencia del momento, de conservar el empleo en el escritorio é ir prosperando en él, y segundo que su conducta presente sería su crédito para el futuro y la base en que reposarian los grandes negocios que proyectaba.
Aquel negocio era soberbio; con solo una buena conducta tendria cuanto quisiera, y podria disponer de sumas incalculables, pues era el crédito que tuviese y la confianza que inspirara, los que habian de llevar á su escritorio el dinero.
Por esto es que ya la cuestion del capital no lo preocupaba tanto como al principio.
El verdadero capital estaba en sus clientes, y estos no se atraian con dinero sinó inspirándoles una confianza absoluta.
Al mismo tiempo que preparaba sus clientes aquí, era necesario que preparara los corresponsales con quienes habia de entenderse en Europa, y esto tambien lo hacia con cierta habilidad.
Ciertas cartas que le encargaba escribir su patron, las escribia dobles, para firmar él una é irse haciendo conocer de esta manera, como dependiente de toda confianza en una casa de tan vasto crédito.
Otras cartas las escribia por cuenta propia, y mandaba bajo su firma y directamente las sumas que le entregaba la vieja modista y otras que le eran encargadas por intermedio de esta.
Así se iba haciendo conocer poco á poco, de manera á poder entenderse directamente con las relaciones comerciales del señor Caprile, las cuales su firma y sus órdenes no las tomarian como nuevas.
A su familia le habia escrito ya, exagerando su posicion comercial y social.
—Soy un comerciante de importancia, le decia, y la fortuna me sonríe de todos modos.
En cuanto pueda desenvolverme un poco de mis negocios iré á hacerles una larga visita al mismo tiempo que visite las personas con quienes mantengo relacion comercial.
Era imposible prepararlo todo con mayor habilidad que lo que hacia Lanza.
La cuestion era ahora, cuando lo tuviera todo preparado, poder salir honradamente del escritorio y en buena armonía con el señor Caprile, para que este no pudiera enrostrarle nada y no tuviera motivo para desacreditarlo en su negocio.
Mas práctico que todos los otros dependientes en el manejo de la casa, no tendria la menor dificultad en la suya, pudiéndola hacer trabajar como una casa vieja desde el primer momento que la estableciera.
Las cosas que de mas necesidad podian serle en los primeros momentos, como sellos postales y letras en blanco, las iba tomando lentamente del escritorio y acopiándolas en su casa.
Y como su salida de la casa podia tener lugar de un momento á otro, habia alquilado dos piezas en la calle de Tacuarí 81, piezas que habia ido amueblando lentamente, para darles el aspecto de escritorio á una y de habitacion á otra.
Cuando algun cliente tenia alguna dificultad pequeña que él trataba de hacer muy grande, le decia:
—Vaya esta nóche á mi escritorio, Tacuarí 81, y allí le allanaré toda dificultad.
El cliente iba y Lanza le arreglaba su dificultad, con tanta complaciencia y tino, que lo dejaba prendado.
Muchos preferian ir directamente á su escritorio á arreglar sus negocios, porqué lo hacian con mas comodidad y sin imponer de ello á tanta gente como se reunia siempre en el escritorio de Caprile, quien jamas pudo sospecharse del juego de entretelones que le hacia Carlo Lanza.
¿Cómo iba á sospecharlo si la primer condicion que imponia á la gente que servia era la de que guardasen la mayor reserva?
Y con ellos desacreditaba hábilmente la casa de su patron para recomendar la suya.
—Allí les cobran una comision enorme por cada giro, les decia, y esto es casi una explotacion.
Estoy deseando abrir mi casa para que puedan palpar con hechos lo enorme de los precios que les cobra Caprile.
Muchas veces á mí mismo me dá pena hacerles los descuentos que cobran allí, pero no me es posible conducirme de otro modo.
Como yo no soy el dueño de la casa, no puedo hacer rebajas por mas deseos que tenga, porqué tengo que ceñirme á las órdenes recibidas, si no quiero que me echan á la calle, lo que me perjudicaria en mi crédito de negociante.
De todos modos, cuando Caprile sepa que yo he abierto casa y que no cobro la barbaridad de sus comisiones, me vá á hacer la guerra.
Pero esto poco me importará, porqué ya ustedes conocen el motivo y me conocen á mí lo bastante para tenerme confianza á pesar de todo lo que se diga.
De este modo Lanza paraba con anticipacion todos los golpes que pudieran dirigirle, desde que ellos nunca podrian dirigirse contra su crédito ni conducta.
Era en los clientes nuevos, sobre todo, entre los que Lanza tenia mayor influencia, conquistada con su mas hábil procedimiento.
Cuando aparecia algun cliente nuevo á tomar informaciones sobre remision de dinero ó encargos á Europa, Lanza lo mandaba á su escritorio, donde le daria, decia, toda clase de informaciones, haciéndole presente la manera mas cómoda y económica de mandar su dinero.
—Si usted no tiene mucho apuro, le decia, dentro de algunos meses se lo podré enviar yo mismo, porqué estoy arreglando un servicio de corresponsales.
Ahora, si usted está apurado, yo le haré la primer remesa por el escritorio donde estoy empleado.
Le costará un poco mas, pero el dinero irá pronto y seguro.
Y prévio discurso de no decir nada á nadie, pues no queria aun enemistarse con la casa en que estaba hasta que abriera la suya, despedia al nuevo cliente que salia prendado de los modos atentos y agradables de Carlo Lanza.
Algunos hacian su remesa por la casa de Caprile y por intermedio del mismo Lanza, y otros se resolvian, no estando apurados, á esperar que éste abriera su casa bancaria.
Entre los vueltos que podia morder, algo de mas que cobraba á los poco prácticos y su negocio de las estampillas, se juntaba una buena mensualidad, que á veces le alcanzaba para gastar y aun guardar un poco.
Y como todo aquello era hecho con suma habilidad, no podia ser pillado en manera alguna.
En las cartas que escribia á Europa valiéndose de su posicion de empleado de Caprile, tenia buen cuidado de indicar su domicilio de la calle Tacuarí, para evitar así que una carta abierta por error ó por intencion fuera á descubrir el vasto plan de sus operaciones extra legales.
Cánepa, que cada vez tenia mas motivos de aprecio por Lanza, lo recomendaba contínuamente á sus patrones, haciéndole entrever un buen porvenir en la casa de Caprile, porqué á él mas que á nadie ocultaba el jóven su proceder poco correcto.
¿Cómo iba á sospecharse Cánepa los enredos de Lanza, si éste aparentaba pasar en su casa el tiempo que le dejaba libre el escritorio?
Así, Lanza era para ellos el colmo del juicio y de la conducta tranquila; lo que los asombraba enormemente dada la edad del jóven y su modo de ser eminentemente alegre.
Era realmente un fenómeno que un jóven de aquellas condiciones no fuese al teatro, ni á bailes, ni á centro alguno de diversion.
¡Cómo se habrian quedado si hubieran visto á Lanza en un diálogo amoroso con su vieja modista, tratando de seducirle el bolsillo!
Lanza habia comprometido en esa aventura, no solo el amor al dinero de la modista, sinó su mismo amor propio, por lo mismo que la mujer se resistia de aquella manera.
Ella estaba enamorada de él al extremo de regalarle alhajas de valor; tenia en él una confianza absoluta, puesto que sin recibo alguno le confiaba sumas de dinero para remitir á Europa, ¿por qué no le aflojaba tambien la jareta de la bolsa?
Y Lanza se hacia esta pregunta y no podia conformarse con su impotencia á este respecto.
Y por mas que le estudiaba á la modista sus lados vulnerables, no podia dar con el que debia abrirle la bolsa.
El no necesitaba dinero para el hecho material de abrir su casa, porqué ya hemos visto que habia preparado los clientes y las cosas de tal manera, que sin un centavo en el bolsillo hubiera ganado dinero desde el primer dia, sin contar que las primeras sumas que se le confiaran, las podia haber girado á su gusto y conveniencia, demorándolas un poco de tiempo, lo suficiente para servirse de ellas sin perjudicar su crédito.
El hubiera deseado un capital de cierta importancia para remitirlo como adelanto á las casas de crédito en Italia contra las que pensaba hacer sus giros.
De este modo su casa habria podido funcionar desde el primer momento como una casa vieja, sin entorpecimiento de ningun género y con tanta rapidez como la mejor montada.
Por esto hacia el amor á la bolsa de la modista, pues este dinero le hubiera servido para ese provechoso fin.
Al fin se convenció que toda gestion en este sentido era perfectamente inútil y se dedicó solo á la pequeña explotacion de los regalos que aquella le hacia y á lo que podia chuparle en la remision de los fondos que le daba.
Tocante á capital, no habia que tener esperanzas.