Carta (Escrita de Londres a París por un americano a otro)
Es fuerza que te diga, caro Olmedo,
que del dulce solaz destitüido
de tu tierna amistad, vivir no puedo.
¡Mal haya ese París tan divertido,
y todas sus famosas fruslerías,
que a soledad me tienen reducido!
¡Mal rayo abrase, amén, sus Tullerías,
y mala peste en sus teatros haga
sonar, en vez de amores, letanías!
Y, cual suele el palacio de una maga,
a la virtud de superior conjuro,
toda esa pompa en humo se deshaga.
Y tú, al abrir los ojos, no en oscuro
aposento, entre sábanas fragantes,
te encuentres, blando alumno de Epicuro;
Sino, cual paladín de los que errantes
de yermo en yermo, abandonando el nido
patrio, iban a caza de gigantes.
Te halles al raso, a tu sabor tendido,
rodeado de cardos y dejaras,
cantándote una rana a cada oído.
Y suspirando entonces por las caras
ondas del Guayas (Guayaquil un día,
antes que al héroe de Junín cantaras),
Digas: «¡Oh! venturosa patria mía,
¿quién me trajo a vivir do todo es hecho
de antojos, de embeleco y de falsía?
A Londres de esta vez, me voy derecho,
donde, aunque no me aguarda el beso amante
de mi Virginia, ni el paterno techo,
Me aguarda una alma fiel, veraz, constante,
que al verme sentirá más alegría
de la que me descubra en el semblante.
Con él esperaré que llegue el día
de dar la vuelta a mi nativo suelo,
y a los abrazos de la esposa mía;
Y mientras tanto bien me otorga el cielo,
¡oh Musas! ¡oh amistad! a mis pesares
en vuestros goces hallaré consuelo».
Ven, ven, ¡ingrato Olmedo! ¡Así los mares
favorables te allanen su ancha espalda,
cuando a tu bella patria retornares;
Y cuanta fresca rosa la esmeralda
matiza de sus campos florecidos,
Guayaquil entreteja a tu guirnalda;
Y a recibirte salgan los queridos
amigos con cantares de alegría,
por cien bocas y ciento repetidos!
Ven, y de nuestra dulce poesía
al apacible y delicioso culto,
vuelva ya tu inspirada fantasía.
Otro se goce en el feroz tumulto
de la batalla y la sangrienta gloria,
a la llorosa humanidad insulto;
Otro encomiende a la tenaz memoria
de antiguos y modernos la doctrina,
de absurdos y verdades pepitoria;
mientras otro que ciego se imagina
en sólidos objetos ocupado,
y también a su modo desatina,
intereses calcule desvelado,
y por telas del Támesis o el indo,
cambie el metal de nuestro suelo amado.
Te manda el cielo que el laurel del Pindo
trasplantes a los climas de occidente,
do crece el ananás y el tamarindo;
do en nieves rebozada alza la frente
el jayán de los Andes, y la vía
abre ya a nuevos hados nueva gente.
¡Feliz, oh Musa, al que miraste pía
cuando a la nueva luz recién nacido
los tiernezuelos párpados abría!
No llega nunca al pecho embebecido
en la visión de la ideal belleza
de insensatas contiendas el rüido.
El Niño Amor la lira le adereza;
y díctanle cantares inocentes
virtud, humanidad, naturaleza.
Huye el loco tumulto de las gentes;
y a los dolores que codicia irrita,
prefiere el campo, y árboles, y fuentes.
O por mejor decir, un mundo habita
suyo, donde más bello el suelo y rico
la edad feliz del oro resucita;
donde no se conoce esteva o pico,
y vive mansa gente en leda holgura,
vistiendo aún el pastoral pellico;
ni halló jamás cabida la perjura
fe, la codicia o la ambición tirana,
que nacida al imperio se figura;
ni a la plebe deslumbra, insulsa y vana,
de la extranjera seda el atavío,
con que tal vez el crimen se engalana;
ni se obedece intruso poderío,
que, ora promulga leyes, y ora anula,
siendo la ley suprema su albedrío;
ni al patriotismo el interés simula,
que hoy a la libertad himnos entona,
y mañana al poder, sumiso, adula;
ni victorioso capitán pregona
lides que por la patria ha sustentado,
y en galardón le pide la corona.
¡Oh! ¡cuánto de este mundo afortunado
el fango inmundo en que yacemos dista,
para destierro a la virtud criado!
Huyamos dél, huyamos do a la vista
no ponga horror y asombro tanta escena
que al bien nacido corazón contrista.
¿Ves cómo en nuestra patria desenfrena
sus furias la ambición, y al cuello exento
forjando está otra vez servil cadena?
¿No gimes de mirar cuál lleva el viento
tantos ardientes votos, sangre tanta,
cuatro lustros de horror y asolamiento,
Campos de destrucción que al orbe espanta,
miseria y luto y orfandad llorosa,
que en vano al cielo su clamor levanta?
Como el niño inocente, que la hermosa
fábrica ve del iris, que a la esfera
sube, esmaltado de jacinto y rosa,
Y en su demanda va por la pradera,
y cuando cree llegar, y a la encantada
aparición poner la mano espera,
Huye el prestigio aéreo, y la burlada
vista le busca por el aire puro,
y su error reconoce avergonzada;
Así yo a nuestra patria me figuro
que, en pos del bien que imaginó, se lanza,
y cuando cree que aquel feliz futuro
de paz y gloria y libertad alcanza,
la ilusión se deshace en un momento,
y ve que es un delirio su esperanza;
fingido bien que ansioso el pensamiento
pensaba asir, y aéreo espectro apaña,
luz a los ojos y a las manos viento.
Huyamos, pues, a do las auras baña
de alma serenidad lumbre dichosa,
que, si ella engaña, dulcemente engaña;
y este triste velar por la sabrosa
ilusión permutemos, que se sueña
en los floridos antros de tu diosa.
dame la mano; y sobre la ardua peña
donde el sagrado alcázar se sublima,
podrán dejar mis pies alguna seña;
mas ¡ay! en vano mi flaqueza anima
tu vuelo audaz, que, al fatigado aliento,
pone pavor la levantada cima.
Sigue con generoso atrevimiento
a do te aguarda, en medio el alto coro
de las alegres Musas, digno asiento.
Ya para recibirte su canoro
concento se suspende, y la armonía
de las acordes nueve liras de oro.
Y llegas, y te sientas, y Talía,
que al áureo cinto arregazó la falda,
la copa te presenta de ambrosía.
Y ciñe tu cabeza con guirnalda
de siempre verde lauro que matiza
purpúrea flor, y azul, y roja, y gualda.
Y luego que las cuerdas armoniza,
el coro celestial en nuevo canto
celebra tu llegada, y solemniza.
«Alma eterna del mundo, numen santo,
tutela del Perú (cantan ahora,
y su onda Castalia enfrena en tanto),
«Envía sin cesar luz bienhechora,
que cesó de tu tierra la rüina,
y libre ves al pueblo que te adora.
«La libertad, amable peregrina,
su templo allí plantó; y allí su llama
hermosa arde otra vez, pura y divina.
«Y en todos sus oráculos proclama
que al Magdalena y al Rimac turbioso
ya sobre el Tíber y el Garona ama».
A encontrar vuela el himno melodioso,
la hueste de los vates inmortales,
el cielo, el agua, el viento, el bosque umbroso;
Y vestida de diáfanos cendales,
ocupa el aire en torno al Inca santo
bella visión de cándidos cristales
que con etérea voz repite el canto.