Carta del ex Jefe de Departamento del Distrito Federal Manuel Camacho Solís al ex presidente Carlos Salinas de Gortari, con motivo de sus declaraciones al diario El Universal
Carta Publicada en el diario El Universal el 13 de febrero de 2014.
Al expresidente Carlos Salinas se le puede aplicar lo dicho por su tocayo, el canciller francés Charles Marie de Talleyrand cuando, al regreso de los borbones al poder, declaró: no aprendieron nada, siguen actuando como si no hubiera ocurrido una revolución (como si la monarquía estuviera intacta).
Así pasa con él. Padece de amnesia, de pérdida parcial de la memoria. Y no es por razones de salud —que serían respetables— sino por una soberbia que desafortunadamente no aprendió a dominar, a pesar de haber sido jefe de Estado y haber vivido situaciones muy dolorosas cuando dejó de serlo. Su soberbia ha terminado por imperar por encima de su habilidad política.
¿Qué se le ha olvidado al expresidente?
De su mente están borradas:
- Las dificultades de la elección de 1988.
- Los graves hechos de corrupción que ocurrieron en su gobierno.
- Que la crisis de 1994, por mucho que se puedan criticar los errores de diciembre (que los hubo), no se puede ocultar que el alza en las tasas de interés en EU provocó salidas de capital, o que el crecimiento desproporcionado de los tesobonos (obligaciones de corto plazo en dólares) y el hecho de que el nuevo gobierno recibió unas reservas que se habían reducido a la mitad, hacían probable un aterrizaje forzoso. En todo caso, la responsabilidad fue compartida.
- Que la reforma política de 1994 —que inició la autonomía del IFE con los consejeros ciudadanos— no fue una decisión por él prevista. ¿Por qué no la hizo antes? ¿Por qué después de 1988 nunca aceptó pactar la transición con Cuauhtémoc Cárdenas, quien encabezaba la inconformidad? La apertura electoral que llevó a hacer una reforma constitucional en medio del proceso electoral fue el resultado de la presión del EZLN y de un acuerdo entre los candidatos a la presidencia —LDC, DFC, CCS— para contribuir a la paz en Chiapas (con la cual Salinas estuvo de acuerdo).
- Que es falso el informe que le entregué sobre los acontecimientos de Chiapas y que fue publicado por Reforma, en su revista R, con una entrevista del periodista Ernesto Núñez. ¿Ni siquiera reconoce su propia letra que aparece en la carátula (Informe, junio 6 de 1994)?. Por lo demás, en ese texto le reconocí al presidente el acierto de sus decisiones para frenar la guerra y le advertí de los riesgos para la Nación de que el gobierno se cerrara ante las demandas zapatistas y obstruyera las vías de la inclusión social.
- Que la imagen de reformador que trata de rehabilitar, él fue el primero en destruirla. No se podía pretender ser un reformador como Lázaro Cárdenas y al mismo tiempo ser el impulsor de un capitalismo oligárquico.
- Su lectura del 94, la turbulencia como expresión de la lucha de los viejos intereses contra las reformas (de los «malos» de entonces contra el «reformador»), no es más que un mensaje con el que busca congraciarse con el presidente Enrique Peña Nieto, a quien advierte: «cuidado, a ti —que eres un gran reformador— los malos te querrán derribar». No sería más honesto con su aliado político prevenirlo del verdadero peligro que es concentrar el poder y perder la capacidad de escuchar.
- Y respecto a que yo saqué menos del 1% de los votos en las elecciones de 2000; tiene razón. Sí pero mi mayor victoria es que puedo defender con libertad las causas en las que creo y caminar solo, libremente, por las calles de nuestra ciudad y nuestro país, a pesar de los enfrentamientos políticos que he tenido.
Pensará Carlos Salinas que si entonces no le funcionó ser el Jefe Máximo (callista) para con los siguientes presidentes, ahora le conviene dar la impresión de que él es el Jefe; que, como lo resalta el periodista Rogelio Cárdenas Estandía, en El Universal, es «el hombre de poder». ¿Lo es?
No tiene sentido querer insistir en acontecimientos que la historia ya juzgó, cuando la situación actual es grave y requerirá de una enorme responsabilidad para reconstruir en la pluralidad la autoridad política.