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Castelvines y Monteses/Jornada 2

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Jornada II

Sale TEOBALDO y FESENIO.

TEOBALDO:

  ¿Y queda ya en la iglesia Dorotea?

FESENIO:

En ella está; mas triste y con cuidado,
que dos Montesas: Dorida y Andrea,
de su lugar quitaron el estrado.

TEOBALDO:

¿No había un Castelvín allí?

FESENIO:

Aunque sea
de todo el bando el más determinado,
solo no ha de atreverse; y fuera desto,
no ha de ser en la iglesia descompuesto.
  Ya quise hablar con él, pero en un punto,
tantos Monteses juntos acudieron,
que parece que estaba el bando junto,
y así los Castelvines se rindieron.

TEOBALDO:

¿Cómo rendir?

FESENIO:

Callar.

TEOBALDO:

Eso pregunto,
y aun en solo callar cobardes fueron.
¿Y dónde está mi hija Dorotea?

FESENIO:

Callando está, que tu quietud desea.

TEOBALDO:

  En fin, ¿que las señoras Castelvines,
inferiores están a las Montesas?

FESENIO:

No es bien que de esa suerte lo imagines,
si en peso de la paz, tu quietud pesas.

TEOBALDO:

Apostaré que echaron los cojines
dos leguas del estrado.

FESENIO:

Si profesas
el sosiego y la paz de tus parientes,
¿por qué tu agravio en tanto estremo sientes?
  ¿Quieres dar ocasión a que por dicha
tomen las armas y se pierdan todos,
y se atribuya a ti tanta desdicha?

TEOBALDO:

¿Pues sufriré tan descorteses modos?

FESENIO:

Y si no hay libertad hecha, ni dicha...

TEOBALDO:

¿No es libertad hacerse de los godos,
y quitar un estrado de una dama
de nobles padres y de casta fama?

(Sale OTAVIO acompañando a JULIA, CELIA y CRIADOS.)

JULIA:

  ¿Y vuestra hermana ha venido?

OTAVIO:

Habrá una hora que salió.

JULIA:

¿Tanto madrugó?

OTAVIO:

Pensó
que te hubieran advertido
  de la fama deste padre
que hoy predica, y que vinieras
antes.

JULIA:

Si tú lo dijeras
a noche, primo, a mi madre,
  ya estuviéramos acá,
que es devota por estremo.

OTAVIO:

Que haya gente y damas temo.
Bien llena la iglesia está.

TEOBALDO:

  ¿Es mi hijo aquel?

FESENIO:

Sospecho
que la dama que acompaña
es su prima.

TEOBALDO:

Cosa estraña.

FESENIO:

Es ídolo de su pecho.
  Ya se entran.

TEOBALDO:

Di que le llamo.

FESENIO:

Voy.

TEOBALDO:

La deshonra me incita,
me premia y me solicita,
tanto esta gente desamo.
  Yo, que siempre a mis parientes
la paz les aconsejaba,
porque entonces no pasaba
por estos inconvenientes,
  agora a la guerra incito,
que en juzgar cosas ajenas
o propias, malas o buenas,
menos libertad permito.

(Salen OTAVIO y FESENIO.)

OTAVIO:

  Mi padre me llama.

FESENIO:

Aquí
te espera.

OTAVIO:

¿Qué es lo que mandas?

TEOBALDO:

¡Qué descuidado que andas
de lo que me importa a mí!
  Para acompañar tu prima,
gran punto y lisonja vana,
pero no para tu hermana,
que tu amor en tanto estima.
  ¡Oh, qué bien echa de ver
en esto tu liviandad!
La honra y la autoridad
dejas, Otavio, perder,
  por andar tras los antojos
de un imposible.

OTAVIO:

¿A qué efeto
me riñes?

TEOBALDO:

Yo te prometo
que no me faltan enojos,
  Otavio, por tu ocasión.
Si con tu hermana vinieras,
y que lo es tuya hicieras
alguna demostración,
  no me viera yo corrido,
ni en el estado que estoy.

OTAVIO:

¿Cómo corrido?, ¿pues hoy
qué puede haber sucedido?

TEOBALDO:

  Si yo tuviera tus años,
si yo tus fuerzas tuviera,
hoy, hijo, la patria viera
sucesos varios y estraños;
  y pues el tenerte amor
no me puede reportar,
ya debes de imaginar
que me han tocado al honor.

OTAVIO:

  ¿Qué dices?

TEOBALDO:

No te alborotes
hasta que me escuches bien.

OTAVIO:

Eso es bueno, y que también
de ser cobarde me notes.
  ¿Quién te ha ofendido? Habla presto.

TEOBALDO:

El estrado que a tu hermana
pusieron esta mañana,
le han quitado y descompuesto.

OTAVIO:

  ¿Quién?

TEOBALDO:

Tú lo sabrás allá.

OTAVIO:

Aguárdame, padre, aquí.

TEOBALDO:

No te animaba yo a ti
solo por quedarme acá;
  a tu lado estaré bien.

OTAVIO:

¿No has de entrar?

TEOBALDO:

Tengo de entrar.

FESENIO:

¡Que le ha querido incitar,
(Entrense los dos.)
y le vaya ayudar también!
  Por Dios que es poca prudencia.

(Entren ROSELO y ANSELMO.)

ROSELO:

Aquí ha entrado acompañada
de Otavio.

ANSELMO:

Por olvidada
la juzgaba en esta ausencia,
  que no me has escrito cosa
en que de Julia tratases.

ROSELO:

Porque no te alborotases,
o no te fuese enojosa,
  fuera de que tal secreto
no es para carta.

FESENIO:

Estos son
Monteses, triste ocasión
si el enojo llega a efeto.
  Quiero entrar a ver qué intenta
Otavio.

ANSELMO:

Secretos tienes
en su amor.

(Éntrese FESENIO.)

ROSELO:

A tiempo vienes,
que es forzoso el darte cuenta
  del estado de mi amor,
porque hay una historia rara,
después que fuiste a Ferrara.

ANSELMO:

Ya te escucho con temor.

ROSELO:

  La noche, Anselmo, que fuiste
a acompañarme contento,
para que pudiese hablarla
por las paredes del huerto,
concertamos que algún día
que pudiese, con secreto
ir a la iglesia, tuviese
para hacer el casamiento
prevenido o engañado
al beneficiado Aurelio,
porque quedasen allí
nuestros desposorios hechos.
Yo puse tanto cuidado,
que aunque él no pensaba hacerlo,
se dispuso a mi gusto,
con lágrimas y con ruegos.
Vino Julia a una capilla,
sola con Celia, diciendo
que quería confesarse.
Fuéronse los escuderos.
Entramos Aurelio y yo,
y la voluntad sabiendo
de los dos, nos dio las manos.

ANSELMO:

¡Qué notable atrevimiento!

ROSELO:

Porque si vio que los dos
habíamos presupuesto
la destruición de Verona;
si se escusaba de hacerlo,
porque si yo la robaba,
era poner a sus deudos
y los míos en peligro
de mil trágicos sucesos,
finalmente nos casó.

ANSELMO:

Mejor dijeras, Roselo

ROSELO:

No será queriendo el cielo.

ANSELMO:

¿Puede dejar entenderse,
Roselo, tu pensamiento,
ya paseando de día
su calle, a su reja atento,
ya, como agora, en la iglesia?

ROSELO:

En eso, Anselmo, procedo
con la cordura que basta.

ANSELMO:

¿Pues hay hombre, amando, cuerdo?

ROSELO:

No paseo yo su calle,
y de milagro a este templo
vengo a misa.

ANSELMO:

¿De qué suerte
os veis?

ROSELO:

Sin peligro, Anselmo.

ANSELMO:

¿Cómo?

ROSELO:

Poniendo una escala,
las más noches con silencio,
a la pared del jardín
de los naranjos y cedros,
bajo; y Celia, que me espera,
me guía hasta su aposento,
donde primero que el alba,
peine esos rubios cabellos.
Ya doy la vuelta a la escala,
donde Marín llega presto,
subo, y diciendo, y en casa
de día descanso y duermo.

ANSELMO:

¿Y eso no tiene peligro?

ROSELO:

No Anselmo, que cuando llego
todos duermen en Verona.

ANSELMO:

¿Y no está Otavio despierto?

ROSELO:

Otavio la quiere bien,
pero el peregrino ingenio
de Julia sabe engañarle.

ANSELMO:

¿Cómo?

ROSELO:

Por el mismo huerto,
desde las diez a las doce,
habla con él, y él con esto
vase acostar a su casa.

ANSELMO:

Ingenioso pensamiento;
con eso andará seguro.
¿Pero tú no tienes celos
de que hable con tu esposa?

ROSELO:

No, porque los oigo y veo
muchas veces, escondido,
y sé que es lenguaje honesto
el que pasa entre los dos.

ANSELMO:

¿Y el tuyo?

ROSELO:

Licencia tengo
de marido.

ANSELMO:

¿Luego ya
en la posesión te ha puesto?

ROSELO:

Pues si ya estamos casados,
¿quién nos obliga a respeto?

ANSELMO:

Tiemblo de lo que me dices.

ROSELO:

Yo con el calor no tiemblo.

ANSELMO:

¿No te da miedo la casa?

ROSELO:

Nada, Anselmo, me da miedo,
porque amor y posesión
son valientes en estremo.

ANSELMO:

Ya no sé qué aconsejarte.

ROSELO:

Mi bien no quiere consejo,
porque es llover en la mar
dar consejo a casos hechos.

ANSELMO:

¿Pues qué habéis de hacer ansí?

ROSELO:

Aguardar, Anselmo, al tiempo,
que levanta humildes valles
y humilla montes soberbios.

(Ruido de espadas dentro.)

ANTONIO:

  ¡Fuera, cobardes Monteses!

FABIO:

¡Fuera, infames Castelvines!

ROSELO:

¿Qué es esto?

TEOBALDO:

No te imagines
tan soberbio.

ANTONIO:

Aunque tuvieses
sobre ellos estos cojines,
de allí te los quitaría,
y en el infierno pondría.

FABIO:

¡Calla, que mientes!

ANTONIO:

Afuera.

ROSELO:

Mi padre es aquel.

ANSELMO:

Espera.

ROSELO:

¿Que espere?

ANSELMO:

Por vida mía.

(Salgan al teatro las espadas desnudas, y póngase a una parte ANTONIO, CASTELVÍN, TEOBALDO, OTAVIO y FESENIO ; y de la otra: FABRICIO, LIDIO, MARÍN y ANSELMO, y en medio solo ROSELO.)

ROSELO:

  Anselmo, a mi padre llega,
que Julia a ponerme obliga
en medio aunque me lo niega
la sangre.

ANSELMO:

No hay más que diga,
quien de amor tanto se ciega.

ROSELO:

  ¡Ah, caballeros!, teneos,
que aunque soy Montés y mozo,
no con tan malos deseos
que en vuestro daño me gozo
de vengativos trofeos.
  ¿Sobre qué fue la quistión?
¡Bueno está!, ¡bueno está ya!,
valga esta vez la razón,
pues que tan sigura está
la nobleza y la opinión.
  Todos sois tan bien nacidos
como Verona lo sabe,
todos fuertes y atrevidos.
¿Es el negocio muy grave?

OTAVIO:

Los nuestros, los ofendidos.

ROSELO:

  ¡Cuéntalo, Otavio, por Dios!

OTAVIO:

Mueran.

ROSELO:

Refiérelo, Otavio,
que no es eso de hombre sabio.

OTAVIO:

Mejor fuera entre los dos
averiguar este agravio,
  y que se fueran los viejos.

ROSELO:

Padre tengo aquí, y me holgara
ya mejor para consejos;
pero en que te amo repara,
aunque de amarme estas lejos.

OTAVIO:

  Que no quiero yo tu amor.

ROSELO:

Ni yo el tuyo.

OTAVIO:

Eres cobarde.

ROSELO:

Calla, Otavio, que es rigor
que me obligue a que te guarde
respeto tu mismo honor.

OTAVIO:

  Es bien que ponga su estrado
de mi hermana su criado,
y que el tuyo se le quite.

ROSELO:

Si satisfación permite,
no quedarás mal vengado.

FABIO:

  No era ese criado mío.

TEOBALDO:

¿Pues de quién era?

FABIO:

De Andrea.

ROSELO:

Si con la paz os porfío,
es porque aquí no se vea
un notable desvarío.
  Entrad, y pondré el estrado
yo mismo en mejor lugar.

OTAVIO:

Eso estará remediado,
pero el descompuesto hablar
hoy ha de ser castigado.

ROSELO:

  Si algo es agravio, eso sea
causa de paz.

TEOBALDO:

Bien lo anima.

ROSELO:

Cásate tú con Andrea,
y yo con Julia, tu prima.

OTAVIO:

Primero mi muerte vea.
¿Con Julia tú?

ROSELO:

Desta suerte
se escusará alguna muerte.

OTAVIO:

¡Cobarde, deja de hablar,
que te tengo de matar
como a mujer!

ROSELO:

¡Oye! ¡Advierte!

OTAVIO:

  No hay que advertir. Llega ya.

ROSELO:

Señores, séanme testigos
que provocándome está,
y que os quise hacer amigos,
y la ocasión que me da.

OTAVIO:

  ¡Llega, infame!

ROSELO:

Julia mía,
perdona, fuera villano,
que esto no fue cobardía,
sino tenerme la mano,
quien solamente podía.

OTAVIO:

Muerto soy.

TEOBALDO:

¿Matole?

ANTONIO:

Sí.

ROSELO:

Huye, padre, por aquí.

ANTONIO:

¡Aquí, Castelvines!

TEOBALDO:

¡Hijo!

OTAVIO:

¡Confesión!

ANTONIO:

¡Confesión dijo!

(Húyanse los Monteses.)

TEOBALDO:

Espiró. ¡Triste de mí!

ANTONIO:

  Entralde en la iglesia presto.
Remedie si quiera el alma.

TEOBALDO:

Que yo fui la causa desto.

FESENIO:

Teobaldo estaba en la calma,
y en la tormenta se ha puesto.
  Ello ha sido grande error,
pero pues tuvo la culpa,
pida disculpa a su honor,
pues a Roselo disculpa
su defensa y su valor.

(Sale el SEÑOR DE VERONA con una alabarda, y gente armada con él, y un CAPITÁN.)

VERONA:

  No ha de quedar un hombre solamente
de los culpados vivo.

CAPITÁN:

Del suceso,
Teobaldo Castelvín tuvo la culpa.

VERONA:

¿Quién hay heridos?

CAPITÁN:

Muchos de ambas partes.

VERONA:

¿Quién muerto?

CAPITÁN:

Otavio, de Teobaldo hijo.

VERONA:

¿Dónde está el cuerpo?

CAPITÁN:

Aquí, en la misma iglesia,
donde se ha confesado y le han absuelto,
en brazos de su padre y sus hermanas.

VERONA:

¿Quién le mató?

CAPITÁN:

Roselo Montés, hijo
de Fabricio Montés, mas todos dicen
que fue de Otavio el mozo provocado
una y mil veces, tanto porque esta ofensa,
más que delito, fue propia defensa.

VERONA:

¿Vós tenéis algo de Montés?

CAPITÁN:

No tengo
de Castelvín y Montés un átomo,
ni soy parcial de alguno de los bandos.

FESENIO:

Yo soy criado de Teobaldo, y quiero
a Otavio como a hermano, que en su casa
me dieron este ser, hasta ser hombre;
pero no dejaré por mi conciencia
de confesar que Otavio fue culpado,
provocando a Roselo con palabras
infames, de manera que Roselo
a todos dijo que testigos fuesen,
que solo su persona defendía
y la paz de Verona pretendía.

CAPITÁN:

Señor excelentísimo, no creo
que hallarás otra cosa.

FESENIO:

Excelso príncipe,
infórmate de todos los presentes.

VERONA:

¿Adónde está Roselo?

CAPITÁN:

En esta torre,
donde con un lacayo se ha subido,
que con piedras su dueño ha defendido.

VERONA:

¡Hola! Roselo, escucha.

(Sale ROSELO y MARÍN con piedras, en la torre.)

ROSELO:

¿Quién me llama?

CAPITÁN:

¿Ya no conoces al señor que tienes?

ROSELO:

¿Qué me manda, señor, vuesa excelencia?

VERONA:

Que bajes de la torre, que debajo
de mi palabra, bien seguro puedes.

ROSELO:

Si me la das, señor, de defenderme
de tantos enemigos que me cercan,
yo bajaré, y a tus reales plantas
las armas rendiré, de otra manera
aquí pienso morir con hambre o fuego,
mas no en poder de fieros Castelvines.

VERONA:

Baja seguro, que la doy al cielo
de defenderte contra todo el mundo.

ROSELO:

Yo bajo en tu palabra confiado.

MARÍN:

Mira primero cómo bajas.

ROSELO:

Calla,
que a nadie teme quien está inocente.

MARÍN:

Yo sé que tierra en medio es linda cosa,
y no que andemos llenos de papeles
con el procurador y el escribano,
sonando los dineros y los grillos,
a que jure un bellaco que lo ha visto,
y estaba cuatro leguas de la calle,
y aquel otro disponga el juramento
como se le pusiere en el capricho,
con mil veces el dicho y sobredicho.

(Mientras baja, salga JULIA y CELIA.)

JULIA:

  Ya no tengo que temer
vanos respetos de honor,
ni me queda qué perder.

CELIA:

Tente, que está aquí el señor.

JULIA:

Mas, ¿que le viene a prender?

CAPITÁN:

  ¿Quién va?

JULIA:

Julia Castelvín.

CAPITÁN:

Su hija de Antonio es.

JULIA:

(Aparte.)
Soy quien desea su fin.

(Metan a ROSELO y a MARÍN presos.)

GUARDIA:

Este es Roselo Montés.

ROSELO:

Aquí esta Julia Marín.

MARÍN:

  Vendrá a jurar contra ti.

VERONA:

Roselo, ¿mataste a Otavio?

ROSELO:

Si es muerto, digo que sí,
provocado y con agravio,
y defendiéndome a mí.

VERONA:

  Mira que está aquí presente
una prima del difunto,
que le amaba tiernamente.

ROSELO:

Y yo a la misma pregunto
si le maté, justamente.

JULIA:

  Aunque en Otavio perdí
gran señor, primo y marido,
digo que mil veces sí,
porque obligada he nacido
a esta verdad contra mí.

VERONA:

  ¿Vístelo?

JULIA:

Desde la puerta
de la iglesia; y en aquesto
toda Verona concierta
que ese hombre estaba dispuesto
a la paz segura y cierta,
  cuando Otavio le importuna
a que se maten los dos,
soberbio desde la cuna.
¡Ay Celia, mal me haga Dios
si he visto cosa ninguna!

VERONA:

  ¿Y qué dice esa mujer
que viene con Julia?

CELIA:

Digo
que le buscó desde ayer,
porque tras ser su enemigo,
celos debieron de ser.
  Para esto Otavio junta
sus deudos, con quien agora
a Roselo el pecho apunta,
mal me haga Dios, señora,
si sé lo que me pregunta.

CAPITÁN:

  Esto mismo te dirán
cuantos parientes están
en esta iglesia con él.

JULIA:

No hay testigo contra él.

VERONA:

¿Pues qué he de hacer, capitán?

CAPITÁN:

  Destiérrale de Verona,
porque será revolver
la ciudad, si se apasiona;
y es en peligro poner
tu autoridad y persona.
  Julia es su prima, y confirma
su ignorancia y su criada,
como lo has visto lo afirma.

VERONA:

Ese conceto me agrada.

CAPITÁN:

Dame un bando con tu firma,
  con que el vulgo se sosiegue.
Pena de muerte.

VERONA:

Sí haré.

CAPITÁN:

Y antes que el bando se llegue,
guarda a Roselo se dé,
que libre en Roma le entregue,
en Venecia o en Milán.

ROSELO:

No es menester, Capitán,
yo me sabré defender.

VERONA:

Con todo, es bien menester,
mientras airados están.
  Id vós, señora, en buen hora,
que yo llevaré a Roselo
a mi palacio.

JULIA:

¡Oh!, si agora
me sacara el alma el cielo
de la prisión en que mora.

VERONA:

  En mi palacio os tendré,
mientras os vais.

ROSELO:

Haz tu gusto.

JULIA:

Ven Celia, porque no dé
ocasión con mi disgusto
a más mal del que se ve.

CELIA:

  Si aquí paran los enojos
de la furia deste día,
no son muchos los despojos.

ROSELO:

¡Ay Julia del alma mía!

JULIA:

¡Ay Roselo de mis ojos!

(Váyanse, y entre[n] TEOBALDO y DOROTEA.)

TEOBALDO:

  Pues yo tuve la culpa, de ninguno
debo quejarme en desventura tanta.

DOROTEA:

Por venganza, a los cielos importuno.

TEOBALDO:

Que viva yo con tal dolor me espanta.
¿Escribiose jamás de padre alguno,
aunque al amor la honra se adelanta,
que provocase un hijo hasta la muerte,
o furor de venganza, pasión fuerte?

DOROTEA:

  Todos culpan a Otavio, que esto siento
en incitar a su enemigo manso,
que intentaba la paz, con pensamiento
de dar a nuestra patria algún descanso.
Vuélvese el incitado sufrimiento
furor mil veces... ¿Pero qué me canso
en lo que ya ningún remedio tiene?

TEOBALDO:

Que se pierda la patria me conviene,
  con el mismo vestido, espada y capa,
en la bóveda lóbrega y escura
de sus mayores, una cosa tapa
su verde edad, su joven hermosura.
Hija, si no es que aquel traidor se escapa
en las alas del viento, y su ventura
le lleva sin peligro a estraña tierra,
ya he dado la señal de guerra.
  Enterralle vestido significa
que sus deudos se obligan a vengalle.
Ya por todos mis deudos se publica.

(FESENIO entre.)

FESENIO:

Ya se cansan tus deudos en buscalle;
a Roma dicen que la posta pica
y que ha mandado el duque acompañarle
alguna armada gente hasta Ferrara,
con que la furia de las armas para.
  Dicen que ha sido acuerdo conviniente
para templar los Castelvines fieros,
y porque dice el vulgo que inocente
estaba el agresor para ofenderos,
todos culpan a Otavio de insolente,
y algunos envainaron los aceros,
en sabiendo...

TEOBALDO:

No pases adelante,
que no soy piedra yo, ni amor diamante.
  Bástame mi desdicha, sin que agora
me den la culpa, pues la pena tengo.
¡Oh, canalla cobarde, vil, traidora!
Pues muera yo si mi dolor no vengo.
¡Qué bien consuelan al que un hijo llora!
Pero, ¿cómo en vengarle me detengo?
Quejarme quiero al duque deste agravio.
No viva yo, pues he perdido a Otavio.

DOROTEA:

  Qué bárbaro anduviste.

FESENIO:

No he perdido
con la lisonja del servir, señora,
la verdad del honor con que he nacido,
que todos culpan a tu hermano agora.

DOROTEA:

Aunque a Otavio perdí, perdón le pido
a la sangre de hermano que le llora,
para alegrarme de que guarde el cielo
los tiernos años del Montés Roselo.

FESENIO:

  ¿Pues cómo dices eso?

DOROTEA:

Era estimado
Roselo de las damas de Verona,
y de las Castelvines celebrado.
Por su brío, su ingenio y su presencia,
yo sé que fue de Julia codiciado.

FESENIO:

Las cajas oigo, el bando se pregona.

DOROTEA:

Parte a saber lo que es, que no querría
perder tras tanto mal la patria mía.

(Sale ROSELO de camino, y MARÍN, a lo gracioso.)

ROSELO:

  ¿Recogiste las escalas?

MARÍN:

Ya señor las recogí.

ROSELO:

En fin, has entrado aquí.

MARÍN:

Tu amor me ha dado las alas;
  que te quiero defender,
si algún peligro se ofrece,
que quien la vida aborrece,
ya no tiene que temer.

ROSELO:

  Al amor que a Celia tienes,
y no al mío, lo atribuyo.

MARÍN:

Al tuyo, señor, y al suyo.

ROSELO:

¿Della a despedirte vienes,
  como de mi Julia yo?

MARÍN:

Celia sola no pudiera
traerme desta manera.
Todo, señor, se juntó;
  pero viéndome en el puerto,
tu amor me tiene admirado,
que no sé cómo has entrado
y nos has sido descubierto,
  tanto tiempo por aquí
entrase sin ser sentido.

ROSELO:

Mi dicha, Marín, ha sido;
mas ya todo el bien perdí.

MARÍN:

  Ruido siento.

ROSELO:

¿Prenden las armas?

MARÍN:

De aquestas fuentes,
pienso que son las corrientes.

ROSELO:

Mi Julia viene también.

(Sale JULIA y CELIA.)

JULIA:

  ¿Eres tú mi esposo amado?

ROSELO:

¡Ay, cielos, dadme paciencia,
que no me basta la vida
para perder la luz della!
Julia, yo soy, y tu esposo
en bien, en mal, gloria y pena.
Y como en presencia he sido,
el mismo seré en ausencia.
Pienso que tendrás llorada
nuestra desdicha; no seas
mi muerte llorando aquí,
ni des causa a que te sientan,
aunque si quieres que a entrambos
una misma espada sea
fin de desventuras tantas,
aquí estoy, las vidas mueran,
que no apartarán las almas
los que mi muerte desean;
porque los cuerpos dividan,
que no hay en las almas fuerza.
Esto no fue culpa mía;
si de mi espada te quejas,
vas contra toda opinión,
pues mil infamias y afrentas
por no perderte sufro
a su temeraria lengua.
Mas, si estimas a tu primo
más que a tu esposo, no tengas
suspensos nuestros dos bandos;
toma esta daga, y con ella
pasa este pecho y su furia,
si esta en mi muerte, sosiega.
¿No respondes?

MARÍN:

Si por dicha
estas enojada, Celia,
de que he sido tan gallina
que a penas vi la pendencia,
cuando me subí a la torre,
y en los chapiteles della
dije que era de corona
para provocar la iglesia,
vesme aquí: con esta daga
tu mismo pecho atraviesa,
porque si me das a mí,
no des lugar que te prendan.
¿No respondes?

JULIA:

¿Quién, esposo,
por ti tantas cosas deja?
¿En qué ha de estimar un primo,
ni cuando su padre fuera?
Si de todo mi linaje
quieres que la sangre vierta
la destas venas, mi bien,
te ofreceré después della.
Yo no tengo ya otro padre,
ni otro remedio me queda.
En ti consiste mi amparo,
basta que tú me defiendas.
Tú eres el bando que sigo,
no el que mis padres profesan.
Castelvín soy en el cuerpo
y en el alma soy Montesa.

CELIA:

Quien por ti, Marín querido,
de su casa no se acuerda,
ni estima su ropa blanca,
ni sus vidros de conservas.
¿Por qué he de querer, me di,
que bravo y valiente seas?;
que a serlo, pudiera ser
matarte en esta pendencia,
y no te gozara yo,
que me diera mayor pena.
Créeme que los galanes
han de ser de esa manera:
gallinas para durar,
y darlas para comerlas.
Los cobardes son secretos,
los bravos con sus bravezas
desvelan a la justicia,
y la vecindad despiertan;
mas te quiero yo gallina,
que si Rodamontés fueras,
las gallinas, Marín, ponen
vestidos, joyas, cadenas,
los gallos quitan y riñen,
celan, sacuden y mesan.
Matarte yo no es posible
de la suerte que me enseñas.
Aquí tengo a tu servicio
las llaves de la bodega.
Saca de lo tinto sangre,
que yo no tengo otra prenda
que me ampare: tú eres bando
que sigo para que creas
que soy Marina en el alma,
aunque en el cuerpo soy Celia.

ROSELO:

¿Qué quieres, mi bien, que haga
en tal desdicha?

JULIA:

Que vengas
con gran secreto a Verona
todas las noches que puedas,
hasta que llegue ocasión
que nos vamos a Venecia,
dando a estas paredes paso,
los de la escala de cuerdas,
que hasta que viva contigo,
¿cómo puedo estar contenta?
¿Cumplirasme esta palabra?

ROSELO:

¡Ay mi bien!, mucho me pesa
que pongas duda en mi amor.
Plega a Dios que nunca vea
en paz mi padre y sus deudos
destas vengativas guerras,
que llegue muerto a Ferrara,
o en el camino me prendan
celadas de Castelvines;
que para venganza fiera
me coman el corazón
y mi propia sangre beban,
si te faltare en algunas
de todas nuestras promesas.

CELIA:

¿Y él no ha de venir por mí?

MARÍN:

¡Plega al cielo que no vea
cosa que me disgustó!,
ni en el camino, en las ventas,
falten perdices que coma
y vino blanco que beba,
si hiciere cosa por ti
de que algún daño me venga.
¿Pero tú, tendraste firme?

CELIA:

No lo está tanto una rueda,
una nube, un viento, un dado,
como yo mientras tú quieras.

(Dentro.)

ANTONIO:

Muestra, Lucio, esa alabarda,
que sospecho que nos cercan
la casa.

JULIA:

Mi padre es este.

ROSELO:

Pon la escala.

MARÍN:

Salta.

CELIA:

Espera.

MARÍN:

Que no hay, Celia, que esperar.

JULIA:

¿Tienes fuera guarda?

ROSELO:

Y buena.

JULIA:

¿Quién?

ROSELO:

Anselmo y seis amigos.

JULIA:

Adiós.

ROSELO:

Lindo miedo llevas.

CELIA:

¿Qué has de decir a tu padre?

(Sale ANTONIO y LUCIO y TEODORO.)

LUCIO:

Gente está junto a las yedras.

ANTONIO:

Dispara.

JULIA:

Tente, señor.

ANTONIO:

¿Es Julia?

JULIA:

Yo soy.

ANTONIO:

No temas.
¿Y quién más está contigo?

JULIA:

Celia.

ANTONIO:

¿Pues desta manera
estás en tiempo como este?

JULIA:

¿Y en este quieres que duerma?

ANTONIO:

¿Qué hacías?

JULIA:

Llorar mi primo,
a donde nadie me oyera.

ANTONIO:

¿Resucitará por eso?

JULIA:

No señor, ¿pero qué piedra
estará sin sentimiento
en fortuna tan adversa?
Yo perdí marido en él.

ANTONIO:

¿Marido?

JULIA:

¿Pues no lo fuera?
Y si aun marido he perdido,
no te espantes que lo sienta.
Yo por mi marido lloro,
soy mujer y no es flaqueza,
sino razón y justicia.
Tú con tus venganzas fieras,
no sientes más que un diamante.
¡Plega Dios que tantas guerras
no paren en daño tuyo!

(Váyase.)

LUCIO:

Fuese llorando.

ANTONIO:

Oye, espera.

LUCIO:

  ¿De qué te espantas, pues te dice claro
que por vuestras venganzas ha perdido
marido de su sangre?

ANTONIO:

Ya reparo,
Teobaldo, en lo que dice de marido,
mas, pues yo me quedo, no le falta amparo.
Su padre soy en fin, y haber sabido
que amor tenía a mi sobrino Otavio,
no hubiera sucedido tanto agravio.
  Hartas veces mi hermano me rogaba
que por mujer a Otavio se la diera,
y que della jamás le presumiera.
El efeto a sus ruegos dilataba,
lo que a saber su voluntad no hiciera;
y es muerto Otavio, y más me pesa agora
que por marido, como veis, le llora.
  Mas yo soy padre, y padre que la quiero
con más estremo del que fuera justo.
Casarla quiero, y darla presto espero
marido noble, rico y de su gusto.
El conde Paris me pidió primero
que fuese a acompañar al duque Augusto
mi hija por mujer, y ya ha venido.
¿Paréceos que mejora de marido?

LUCIO:

  ¡Y cómo si mejora!, que es el Conde
gallardo caballero. Dile luego,
para ver si a su gusto corresponde,
el rico esposo que la das, te ruego.

ANTONIO:

Es en toda mujer sol que se esconde
el muerto esposo; todo queda ciego,
mas si otro sale en el siguiente día,
luego se olvida el que llorar solía.

(Váyanse, y entren el CONDE PARIS, y ROSELO y MARÍN.)

PARIS:

  Pesado estás en pesarte
de haber topado conmigo,
que yo no soy tu enemigo,
ni de la contraria parte.
  ¿Cuándo tú decir oíste
que el conde Paris trató
de ser Castelvín?

ROSELO:

Si yo,
tan desesperado y triste
  discursos pudiera hacer
de tu valor y mi pecho,
bien pasara satisfecho,
pero es forzoso el temer
  a un dudoso corazón,
a un pensamiento afligido.
Intercadencias han sido
del alma y de la razón.
  Voy, señor Conde, de suerte
que todo cuanto hay aquí,
pienso que es muerte, y en mí
todo es desear la muerte.
  No sé en qué estado me veo,
entre morir y vivir,
pues vengo yo mismo a hüir
de lo mismo que deseo.
  Crea vuestra señoría
que con desear mi fin
soy más cierto Castelvín
que el mismo que me seguía.

PARIS:

  Roselo, haberte amparado
en causa tan peligrosa
ha sido muy justa cosa,
y de que estoy muy pagado.
  Estimo en el camino
llegase a tal ocasión
que librase de traición
un hombre tan peregrino.
  Y aunque he sabido después
que has muerto un amigo mío,
sabiendo su desvarío
perdí mi propio interés.
  Verdad es que pretendí
casarme con Julia yo:
de Castelvín me quedó,
que algún tiempo la serví.
  Mas viendo la dilación
que en dármela el padre tuvo,
corrida algún tiempo estuvo
con mi valor mi afición.
  Yo soy ya Castelvín,
pues a Julia no me dieron.
Montés soy, pues me pusieron
entre enemigos, en fin.
  Si quieres que hasta Ferrara
acompañe tu persona,
dejaré de ir a Verona.

ROSELO:

Bien tu valor me declara,
  conde Paris, que naciste
de la sangre más real
que tuvo Italia, pues tal
para mis desdichas fuiste.
  Por esclavo tuyo quedo,
pues desta fiera celada
me sacó vivo tu espada,
que es lo más que decir puedo.
  De aquí a Ferrara no hay ya
cosa que pueda temer,
y bien te puedes volver,
que pienso que cerca está.
  Que no es razón que Verona,
alterada la ciudad,
en tanta necesidad
carezca de tu persona.
  Oí decir que trataste
casar con una señora
Castelvín, pero ya agora
que mi pecho aseguraste,
  más te tendré por Montés,
y escribiré desde aquí
esto que has hecho por mí.

PARIS:

¿Es gente?

(FESENIO, de camino.)

ROSELO:

¿Quién va?

FESENIO:

¿Quién es?

PARIS:

  El conde Paris.

FESENIO:

A ti
traigo esta carta, señor.

PARIS:

Roselo, no hayas temor,
yo estoy a tu lado aquí.
  ¿De quién es esta carta?

FESENIO:

Es de Antonio Castelvín.

MARÍN:

¿Matarele?

ROSELO:

No, Marín,
déjale que en paz se parta.

MARÍN:

  ¿Si en aquesta carta escribe
que en el camino te mate?

ROSELO:

Ojalá de hacerlo trate.
Bien muere quien triste vive.

MARÍN:

  Notables admiraciones
hace leyendo.

ROSELO:

Sin duda
quiere que a matar me acuda.

MARÍN:

A gran peligro te pones,
  si no le das de estocadas.

ROSELO:

¿Y podré matarle yo
si aquí la vida me dio?

MARÍN:

Cortesías escusadas.
  Por la vida no hay traición;
y el que en esto fue cortés,
tras quedar muertos después
deja en duda su opinión.

PARIS:

  Yo he leído, y porque veas
lo que esta carta contiene
y a lo que el crïado viene,
quiero que también la veas.
  Toma, Roselo, que es justo
tengas parte de mi bien,
y me des el parabién
de cosa de tanto gusto.
  Que no por ser yerno aquí
de aquel tu grande enemigo,
dejaré de ser tu amigo.

ROSELO:

¿Cómo?

PARIS:

Lee.

ROSELO:

Dice ansí:

|-
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(Lea.)

  «Si alguna cosa pudiera
consolarme en tal dolor,
será que vengas, señor,
donde esta casa te espera.
  Hónrala con tu persona,
porque a defender te inclines,
no solo a los Castelvines,
pero a tu patria Verona.
  Ya sabrás como Roselo
mató a mi sobrino Otavio,
cuya sangre y nuestro agravio
dan juntos voces al cielo.
  Todos te quieren aquí
por amparo y protector,
y yo por yerno y señor.
Julia te espera. ¡Ay de mí!
  Julia te espera. ¿Qué es esto?

PARIS:

¿De que te turbas?

ROSELO:

De ver
que si es Julia tu mujer,
en gran peligro estoy puesto.
  Toma, que no hay que pasar
adelante, pues en fin,
siendo conde Castelvín,
me has de procurar matar.

PARIS:

  No te receles, detente;
que aunque esta carta ha llegado
a tiempo que te habrá dado
sospechas forzosamente,
  no soy yo sangre tan ruin
que, por lo que hacen conmigo,
dejase de ser tu amigo,
aunque Julia Castelvín...
  Yo te hallé desamparado
antes que esta carta viese;
que allí te favoreciese
es porque estaba obligado
  por ley de ser caballero.
Desfavorecerte agora,
porque esta hermosa señora
por mujer estimo y quiero,
  desdice mucho a quien soy.
Vete, que pues desterrado
vas de donde estoy casado,
libre de ofenderte estoy.
  Fesenio hará como hidalgo,
pues este es gran testimonio,
en que a su señor Antonio,
si para servirle valgo,
  no diga que te amparé,
ni que dejé de matarte.

FESENIO:

Fuera señor de agradarte,
por mi voluntad lo haré,
  que aunque sirvo a Castelvín,
quiero en estremo a Roselo.

PARIS:

Roselo, guárdete el cielo
queda a Dios.

FESENIO:

Adiós, Marín.

PARIS:

  El miedo le tiene tal
que aun no responde.

FESENIO:

No importa.

PARIS:

Mucho el ver la muerte corta
de hombre más principal.

(Váyanse el CONDE y su gente, y FESENIO.)

MARÍN:

  ¿Echas acaso de ver
el peligro en que te hallas?
¿Sabes que nos pueden dar
mil muertes de aquí a Ferrara?
Deja el éxtasis de amor,
deja suspensiones vanas.
Cásese Julia en buen hora,
pues para su mal se casa.

ROSELO:

¿Que se case?

MARÍN:

¡Santo Dios,
que voces das!

ROSELO:

¿Quién pensara
que en aquel ángel, Marín,
hubiera tantas mudanzas?
Los cielos dicen que mueve
con velocidad tan rara
un ángel, que en solo un día
de un polo al otro los pasa;
o lo imitas, o lo eres,
pues en tan breve distancia,
las esferas del alma,
desde los cielos al infierno pasas.
Triste de mí, que creyendo
tus ojos que siempre engañan,
que también por hermosura
son cielos que nunca paran,
dejé llevar mis deseos
de aquella dulce esperanza
que halló su centro en tus ojos.
Niñas y ojos, todo es agua.
¡Agua, mis ojos, agua!,
que le abrasa la casa, y dentro el alma.
No fue locura quererte,
aunque ninguno te amara,
si no es el que agora estimas,
sin estarlo por tu causa.
De tu parte hubo hermosura,
de la mía lo que basta
para igualarte, no siendo
en lo que al cielo te igualas.
¿Quieres ver en quién has puesto
los deseos, Julia ingrata?
Mira que no te conoce,
pues yo sé que no te ama,
mientras tu padre, ambicioso
del honor que no le falta,
te hace su mujer, perdona
a un hombre que a Otavio mata.
Que si Paris te pretende
alegre, el ver que le llaman
es por ver que le desprecian,
que basta para venganza.
No como tú, que por ser,
aunque es muy noble tu casa,
mas señora que naciste,
te casas... ¿Direlo?

MARÍN:

Calla.

ROSELO:

¿Que calle?, ¿pues tú no ves
que en la creciente y mudanza
de la luna hablan los locos?

MARÍN:

Pues si lo confiesas, habla.

ROSELO:

Señora fueras conmigo,
y no menos estimada,
que títulos son mercedes
y la sangre antiguas armas;
que si no pongo en las mías
coroneles de oro y plata,
yo sé que traigo principio
de las coronas de Italia.
Espero que te arrepientas,
no lo tengas a arrogancia,
que no está el gusto en las honras,
sino en que le tenga el alma.
¿Qué importa el dosel de día,
cuyo cielo es sombra vana,
si lo parece de noche?
¿Quién lo ha de ser de tu cama?
Fuego, cielos, que mal da,
que hoy aborrece a quien ayer amaba.
¿Mas, para que me enternezco,
habiéndome dado causa
para maldecir tus bodas
ver mi esperanza burlada?
Pero no permita el cielo
que puedan tanto mis ansias,
que pierda aquella modestia
con que de tus cosas tratan.
Si porque maté a tu primo
tomas aquesta venganza,
¿cómo no mataste Julia,
que vengas con tu infamia?

MARÍN:

Calla, que no es de discretas
vengarse con las palabras.

ROSELO:

Podré vengarme con obras.

MARÍN:

¿Pues no? En llegando a Ferrara.

ROSELO:

¿Cómo?

MARÍN:

Casándote en ella.

ROSELO:

Bien dices.

MARÍN:

Camina.

ROSELO:

Aguarda,
aguarda, Julia ingrata:
Ley es de amor que agravie a quien me agravia.