Estoy del Conde ofendida,
si no me estaba bien,
pues no dio muerte a Roselo
pudiendo.
ANTONIO:
No quiere el cielo,
hija, que muerte le den.
De todo peligro escapa.
JULIA:
No se escapara aquel día
del Conde, pues no tenía
más que su espada y su capa.
ANTONIO:
¿Tanto a tu primo quería,
que porque no le mató
no te casas con él?
JULIA:
Yo
disimulé muchos días,
por mi propia honestidad,
mas no me siento tan fuerte
que pueda sufrir su muerte,
ni es ahora liviandad.
ANTONIO:
Bien estoy con tu venganza;
pero puédesla tener,
siendo del Conde mujer,
con más segura esperanza;
que él ha de ser nuestro amparo,
y en sabiendo que deseas
que le dé muerte, no creas
que halle en el mundo reparo.
Él te matará a Roselo.
Cásate con él, y advierte
que le he llamado, y que es fuerte
la palabra.
JULIA:
¡Ay, santo cielo!
ANTONIO:
Si tu voluntad supiera,
jamás al Conde llamara,
ni en casamiento le hablara,
ni como a yerno escribiera.
Ya es hecho, ya lo escribí,
ya lo dije, ¿qué he de hacer?
Tú eres del Conde mujer.
¿Qué respondes?
JULIA:
¡Ay de mí!
ANTONIO:
Hija, no estés de esa suerte,
ni seas crüel conmigo,
que no soy yo tu enemigo,
ni el que a Otavio he dado muerte.
Mira que salir no puedo
de mi promesa, y que soy
hombre principal.
JULIA:
¿Que estoy,
cielos, temblando de miedo?
¿La muerte no sabré darme?
¿Pues que temo.
ANTONIO:
No responde.
¿Qué he de decir al Conde?
JULIA:
Señor, ya quiero casarme.
Vengan esta tarde aquí,
que yo le daré la mano.
ANTONIO:
¿Será cierto?
JULIA:
Fuera en vano,
señor, resistirme a ti,
y más tocando a tu honor,
porque yo debo perder
mi gusto. Ya soy mujer
del Conde.
ANTONIO:
Julia, mi amor
has de manera aumentado,
si es que se pueda aumentar,
que sin lo que te he de dar,
y tu madre te ha dejado,
seis mil ducados te doy
en dos joyas de diamantes.
Y a tu esposo para guantes
otros seis mil.
JULIA:
[Aparte.]
Muerta soy.
ANTONIO:
Voy a concertar que sea
esta noche por lo menos
el concierto.
JULIA:
¿Qué venenos
mi pensamiento desea
más que mi propio dolor?
ANTONIO:
Fesenio, Fesenio, aprisa;
los Castelvines avisa,
vengan a cobrar su honor.
JULIA:
Porcia puede buscar ardiente fuego;
yerro Lucrecia; Dido, espada en mano,
reliquias dulces del traidor troyano,
que al mar de Italia dio su llanto y ruego.
Ifis cordel, por Anaxarte ciego,
y por las amenazas del romano.
Veneno Sofonisba, y agua en vano
Hero en la torre, y arrojarse luego
la punta al pecho, y el aliento en calma.
Tisbe en la sangre mísera resbale,
del que muriendo fue de amantes palma,
que a mí, ni fuego ni cordel me vale,
pues un acto de amor degüella el alma,
y no hay cuchillo que al dolor se iguale.
(CELIA entre.)
CELIA:
Aurelio, señora, hablé
y tu billete le di.
JULIA:
¿Leyole?
CELIA:
Sí.
JULIA:
¿Todo?
CELIA:
Sí,
y de verle me espanté
llorar con notable afecto,
dando más suspiros juntos
que tiene letras y puntos.
Fuese a su estudio, en efeto,
y al cabo de más de una hora
este pomillo me dio
para que le bebas.
JULIA:
¿Yo?
CELIA:
Tú, dijo.
JULIA:
¿Yo?
CELIA:
Sí señora.
JULIA:
Pues escríbole que estoy
determinada a matarme
antes, Celia, que casarme,
y asegúrole que voy
derecha a un yerro o cordel.
Conoce mi amor, y sabe
que antes que el papel acabe,
mi vida acaba con él.
¡Y envíame confecciones!
CELIA:
Ya sabes que es el más sabio,
sin hacer, señora, agravio
a los antiguos varones
que ha celebrado la fama,
de cuantos su templo tiene.
JULIA:
Bien sé, Celia, que nos llama
hijos a mí y a Roselo,
y él solo este caso nuestro,
desde su principio, sabe.
Sé que es filósofo grave,
y en aguas y yerbas diestro;
pero temo que no sea
alguna cosa tan fuerte
que amor del Conde despierte,
por el bien que me desea,
y de Roselo me olvide.
CELIA:
Eso es desatino grave.
Vuestro casamiento sabe,
y antes el segundo impide.
Él sabe que estás casada
y que no puedes casarte,
y pues para remediarte
esta confección le agrada.
Cierra los ojos y mira
en el peligro que estás.
JULIA:
Bien dices: ni ha de ser más
el mal cuando el cuerpo espira.
Y pues no puedo crecer,
tomo el agua, Celia. Adiós.
CELIA:
¿Adiós? ¿Luego ya las dos
no nos habemos de ver?
Calla, que es para esforzarte
en tantas melancolías.
JULIA:
¡Ay de las entrañas mías,
Celia, el alma se me parte!
¡Jesús!, ¿qué es lo que me has dado?
CELIA:
Señora, lo que me dio
Aurelio.
JULIA:
Pues pienso yo
que habrá las aguas errado,
y que esta debió de ser
de algún vaso de veneno.
CELIA:
¿Qué viste?
JULIA:
El pomo nos llevó.
Triste, ¿qué tengo de hacer?
CELIA:
¿Qué sientes?
JULIA:
Que me han rompido
del cuerpo todas las venas,
y que tengo aliento apenas,
acabado y oprimido.
Siento sobre el corazón,
¡ay Jesús!, un grave peso,
Celia.
CELIA:
Señora...
JULIA:
¡Qué exceso
de rabia!
CELIA:
¡Estraña traición!
¡Nunca yo hubiera nacido
para ser la mensajera
de tu muerte!
JULIA:
A Dios pluguiera
que antes la hubiera traído.
¡Yo muero!, dile a Roselo
si le vieres.
CELIA:
¡Ay de mí!
JULIA:
Dile que su esposa fui.
Dile que le guarde el cielo.
Dile que muero por él
y por no ser de otro; y di
que no se olvide de mí.
CELIA:
¡Qué congoja tan crüel!
¡Qué color y qué sudor!
JULIA:
No puedo tenerme en pie.
CELIA:
¿Quiéreste acostar?
JULIA:
No sé.
¡Qué triste fin de mi amor!
Pero ya voy consolada
con que mi Roselo vive.
Celia, mi muerte le escribe.
CELIA:
¿Qué dices?
JULIA:
No digo nada.
¡Ay, ay, ay de mí, que muero!
CELIA:
¡Ven a tu cama!
JULIA:
Ya voy.
Padre, de Roselo soy.
CELIA:
Calla.
JULIA:
¡Ni puedo, ni quiero!
(Váyanse, y entren FERNANDO y RUTILO, caballeros, con unos músicos.)
FERNANDO:
Aquí podréis cantar.
RUTILO:
Y vive enfrente
el mismo que si saliera agora
fueran sus rejas las del mismo Oriente.
MÚSICO:
Un forastero en ellas enamora,
y aun a fe que le miran tiernamente,
y él dice en sus papeles que la adora.
FERNANDO:
¿Es de Verona?
MÚSICO:
Sí.
FERNANDO:
¿Quién es?
RUTILO:
Roselo.
FERNANDO:
¿De tantas gracias le haya dotado el cielo?
RUTILO:
Sí, pero es vida que ningún discreto
fundara en ella...
FERNANDO:
¡Basta!, ya lo entiendo.
RUTILO:
Yo sé que le persiguen de secreto
los Castelvines.
FERNANDO:
Vana empresa emprendo.
RUTILO:
Dio muerte a Otavio. Vive tan sujeto,
que de que compitáis con él me ofendo.
FERNANDO:
Canten algo los músicos.
RUTILO:
Detente,
que pasa gente.
FERNANDO:
Y forastera gente.
(ROSELO y MARÍN, de noche.)
MARÍN:
¿Cómo te va de amor?
ROSELO:
Soy principiante,
y entra con sangre la primera letra,
fuera de que no soy tan de diamante,
que aquel agravio el alma me penetra.
MARÍN:
¡Que se casase Julia!
ROSELO:
No te espante,
mas si del cielo un gusto amor impetra,
Marín, venganza yo la pido al cielo.
MARÍN:
Los cielos te la den.
RUTILO:
¿Este es Roselo?
FERNANDO:
Si fuera Castelvín, no me parece
que era mala ocasión.
RUTILO:
Llega, Fernando,
y sepamos que busca.
MARÍN:
Aquí se ofrece
gente, Roselo, que te está mirando.
ROSELO:
Caballeros: si puede y si merece
pedir un forastero, caminando,
que le dejéis la plaza, eso pregunto.
MARÍN:
Bien has hecho, que viene el mundo junto.
FERNANDO:
La playa, hidalgo forastero, queda
en el fin de esa calle que pasaste.
ROSELO:
Dadme licencia que buscarla pueda.
FERNANDO:
En buena hora volved por donde entrastes.
ROSELO:
Si este es Roselo, del valor que hereda
a su linaje, mal os informastes.
FERNANDO:
Como le siguen tantos, aunque es hombre,
¿no os espantéis que de morir se asombre?
MÚSICO:
¿Cantaremos?
ROSELO:
No Silvio, que allí suenan,
o me engaño, gentiles cuchilladas.
FERNANDO:
Las piedras rompen, y la calle atruenan.
RUTILO:
Vamos alla, sacando las espadas.
MÚSICO:
Para estas ocasiones se condenan,
Rutilo, las guitarras más templadas.
RUTILO:
¿Ya es mal broquel, Mauricio, un instrumento?
MÚSICO:
Yo tengo por mejor un aposento.
(Vuelvan ROSELO y MARÍN, las espadas desnudas.)
ROSELO:
Bien se fingió la cuestión.
MARÍN:
Y allá van a ver lo que es.
SILVIA:
¡Ah, caballeros!
ROSELO:
Después
te diré, Marín, quién son.
SILVIA:
¡Ah, gentiles hombres!
MARÍN:
A ti
de aquel balcón te han llamado;
que si el hombre he tomado
desde aquí gentil nací.
ROSELO:
¿Qué manda vuesa merced?
SILVIA:
¿Quién son los de la cuestión?
ROSELO:
Si calláis, diré quién son.
SILVIA:
Sí haré, si me hacéis merced.
ROSELO:
Sabed que somos los dos,
y estos los mismos aceros,
para que seáis majaderos
dejase de hablar con vós.
Ellos van a ver lo que es,
y nosotros nos volvimos
donde hablaros merecimos.
SILVIA:
¿Quién es?
ROSELO:
Roselo Montés.
SILVIA:
Vós seáis muy bien venido,
mas mirad que os atrevéis
a mucho.
ROSELO:
Vós me debéis,
señora, el ser atrevido.
SILVIA:
¿Qué hay de cosas en Ferrara?
ROSELO:
¡Ay!, que Julia se casó.
SILVIA:
¿Con suspiro?
ROSELO:
Nunca yo
tuve en Julia fe tan rara.
Déjelo así, por memoria
de mis enemigos fieros.
SILVIA:
Aquí me pesa de veros.
ROSELO:
No hay pena con tanta gloria.
(ANSELMO entre.)
SILVIA:
Aquí dicen que he de hallar
a Roselo en su posada.
MARÍN:
La gente desengañada
vuelve a su puerto a causar.
Retírate.
ROSELO:
Silvia bella,
gente vuelve, no es razón
que los habléis.
SILVIA:
El balcón
cierra.
MARÍN:
¿Que hablaste con ella?
ROSELO:
¡Qué sé yo!, que estoy de suerte,
que no doy paso, Marín,
sin ser de mi vida fin
y principio de mi muerte.
MARÍN:
Vámonos si estás sin gusto.
ROSELO:
Así entretengo mi mal;
pero como estoy mortal,
todo me causa disgusto.
¡Ay Julia!, amor me combate,
aunque el agravio me sigue.
MARÍN:
Un hombre llega.
ROSELO:
Llegue,
y plegue a Dios que me mate.
MARÍN:
¿Quién va?
ANTONIO:
¿Quién le pregunta?
MARÍN:
Si no tiene
que hacer en esta calle, tome margen.
ANTONIO:
Seguros pueden en cualquiera parte
hablar vuesas mercedes; que he llegado
de fuera en este punto y busco un hombre.
ROSELO:
Aquella voz parece que conozco.
¿De dónde sois, señor?
ANTONIO:
Soy de Verona
y aquí en Ferrara busco cierto hidalgo.
Él es, no hay que dudar, Anselmo mío.
¿Es Roselo?
ROSELO:
Yo soy.
ANSELMO:
¡Ah, buena suerte
tengo el haberte hallado!
ROSELO:
¿Qué hay de nuevo?
ANSELMO:
Las cosas más estrañas y esquisitas
que han sucedido eternamente.
ROSELO:
¿Cómo?
¿Casose Julia ya?
ANSELMO:
No.
ROSELO:
¿Pues qué cosas
estrañas puede ser si no se casa?
ANSELMO:
Diré hasta el fin, sin que te cause pena,
y sabrás a que vengo, y lo que pasa.
ROSELO:
Comienza Anselmo, y vamos poco a poco
a la posada.
ANSELMO:
Escucha...
ROSELO:
Estoy muriendo,
todo el sentido de tu voz suspendo.
ANSELMO:
Propuso a Julia su hija,
ha tratado casamiento
Antonio de Castelvín,
pero ni el paterno imperio,
ni los ruegos de su tío
y regalos de sus deudos
fueron parte a dar el sí;
mas como el padre soberbio
le hiciese fuerza, y quedase
hecho, Roselo, el concierto,
para la siguiente noche,
cuando estaban previniendo
libreas, vestidos, hachas,
y la nobleza y el pueblo
aguardando a ver al Paris
robador de tus deseos,
Julia, con mortales ansias,
cayó difunta en el suelo.
ROSELO:
¿Qué dices?
ANSELMO:
Ya te previne
que me aguardaras primero.
ROSELO:
¿Qué te tengo de aguardar,
si mi Julia es muerta, Anselmo?
ANSELMO:
Aguarda, que Julia vive.
ROSELO:
Sí vive, vivo y espero.
ANSELMO:
Toda lo noche lloraron
con notable sentimiento,
padres, deudos y ciudad.
ROSELO:
Anselmo, amanece presto,
que se me acaba la vida.
ANSELMO:
Amaneció, pero viendo
que no habló, ni tenía
calor.
ROSELO:
Anselmo, ¿qué es esto?
para anochecer cansado,
amaneciste muy necio,
si aun no vive, no es de día.
ANSELMO:
El día pasó, y creyendo
su muerte.
ROSELO:
Si pasa el día,
mira Anselmo que soy muerto.
ANSELMO:
A las cinco de la tarde
se previno el triste entierro.
ROSELO:
Si entierras, Anselmo, a Julia,
¿qué aguardo, Anselmo, y espero?
ANSELMO:
No se ha visto en la ciudad
tan notable enterramiento.
ROSELO:
Mas que nunca para verle
ojos le dieran los cielos.
ANSELMO:
Iban llorando detrás
niños, mancebos y viejos.
ROSELO:
¿Qué aguardo que no me doy
la muerte que ya deseo?
ANSELMO:
Espera.
ROSELO:
¿Qué he de esperar?
O estás loco, o no te entiendo.
¿Después de enterrada Julia,
dices que espere?
ANSELMO:
No pienso,
que tal historia se ha visto.
ROSELO:
Ni en mí mayor sufrimiento
pensarás tú que he de ver.
Que no se case me alegro,
por muerte de un ángel.
ANSELMO:
Oye.
ROSELO:
¿Qué hay más que oír?
ANSELMO:
Mucho.
ROSELO:
Temo
que, como sangría, a pausas,
por mensajero discreto
me das Anselmo el dolor,
para que no pierda el seso.
ANSELMO:
Yo que estaba en mi posada...
ROSELO:
¿Aun queda más?
ANSELMO:
Esto es bueno.
Lo que queda es lo que importa.
ROSELO:
Si queda, estareme quedo.
ANSELMO:
Escucha, pues.
ROSELO:
Ya te escucho.
ANSELMO:
Enviome a llamar Aurelio,
y díjome desta suerte:
«Todo su triste suceso,
Anselmo, me escribió Julia,
y al fin me dijo: Yo entiendo
que cuando el papel acabes,
acabaré, porque tengo
hierro y cordel en las manos.
Yo, viendo tan grave yerro,
dia Celia un pomo de agua,
que es un notable veneno
que dos días naturales
infunde un helado sueño.
Llevole, y tomole Julia,
pensando morir más presto.
Parte volando a Ferrara,
y dile, Anselmo, a Roselo,
que queda Julia en su iglesia,
en la bóveda que han hecho
sus pasados, en que está
de Otavio su primo el cuerpo.
Que venga y de allí la saque,
donde con mucho secreto,
viva en Francia o en España.»
ROSELO:
Anselmo, de oírlo tiemblo,
si despertase entre tanto,
como es fuerza, pues sospecho
que no podremos llegar,
aun por los aires, a tiempo,
y se hallase a escuras Julia,
entre tantos cuerpos muertos,
no se morirá de espanto.
ANSELMO:
No, que es mujer; caminemos,
que Aurelio tendrá cuidado.
ROSELO:
Marín, ¿qué dices?
MARÍN:
Que el miedo
no me deja respirar.
ROSELO:
Si he nacido para ejemplo
de amadores desdichados,
¡cielos!, ¿en qué me detengo?
Julia, aguarda.
MARÍN:
Anselmo, espera.
ANSELMO:
¿Qué quieres?
MARÍN:
¿Hay muchos muertos
en esa bóveda?
ANSELMO:
Muchos.
MARÍN:
Pues a la puerta me quedo.
(El CONDE PARIS, con luto, y el SEÑOR DE VERONA.)
PARIS:
Por imposible tengo que mi vida
pueda alegrarme.
VERONA:
Conde, el que es discreto
sabe que la fortuna esta subida
sobre un globo que baña el inquieto,
con esto de las ondas impedida,
ya con alegre, ya con triste afecto,
conduce nuestras vidas a la muerte,
los males junta y los contentos vierte.
PARIS:
Crea vuesa excelencia que si fuera
dueño de mil tesoros, y del mundo,
y por sus inconstancias lo perdiera,
fuera en reír Demócrito segundo.
Mas para ver que un ángel, que me hiciera
dichoso Paris, con dolor profundo
de toda esta ciudad, difunto quede,
falta el valor, porque el dolor excede;
y así fuera después de la alegría
que da la boda a los recién casados,
un año, un mes, una semana, un día,
templara este consuelo mis cuidados.
Para que al dar el sí la mano fría,
responda, que la fuerza de sus hados
la lleva a los umbrales de la muerte.
¿Qué bronce habrá para sufrir lo fuerte?
VERONA:
Antes fue más ventura que de un año,
de un mes, de una semana, ni de un día,
porque el amor creciera y fuera el daño
mayor.
PARIS:
Ya fuera tal la dicha mía.
No puede hacer a mi dolor engaño,
consuelo alguno, aunque el valor porfía.
(Un CRIADO.)
[CRIADO]:
Antonio Castelvín hablar os viene.
VERONA:
Tomad ejemplo del valor que tiene.
(Entre ANTONIO.)
ANTONIO:
No vengo a lamentarme de mi suerte,
ni a enterneceros con mi justo llanto,
ni a deciros el hierro de la muerte
en perdonar quien ha vivido tanto.
Dicen que amor y muerte, en tiempo fuerte
de invierno caminaban; no me espanto
que caminase amor con quien podía
templar su ardor, que es en estremo fría.
Dicen que en una venta que pararon,
durmieron juntos, y que al despedirse,
los arcos y las flechas se trocaron,
que la luz comenzaba a descubrirse;
con esto amor y muerte dispararon,
los mozos comenzaron a morirse
y los viejos después a enamorarse,
porque nunca pudieron destrocarse.
Esto se vee en mi casa, pues es muerta
Julia, mi hija, cuando a Otavio amaba,
y yo, porque mi casa está desierta
de quien sus mayorazgos heredaba,
o por que así mi hermano lo concierta,
pues en los dos la sucesión se acaba,
con su hija y mi sobrina me es forzoso
casarme en esta edad.
PARIS:
¡Cuento donoso!
ANTONIO:
Yo que pensaba descansar contento,
casada Julia, ¡ay cielos con el Conde!,
con Dorotea trato casamiento;
y a Julia, como veis, la tierra esconde.
Este es el mundo. Sabe Dios que siento
el ver que Dorotea corresponde
al gusto de su padre, que ya toma
cuidado de ir por la dispensa a Roma.
VERONA:
Si no hay otro remedio conviniente
para las dos haciendas, será justo
que os caséis, pues no hallaréis otro pariente
que venga como vós, Antonio, al justo.
Vuestra sobrina, en vós tendrá presente
a su padre, y hará también su gusto,
pues muerto Otavio y Julia, a vuestra hacienda
no se podrá dar tal y igual prenda.
PARIS:
Lo mismo digo yo que vuecelencia,
y que os gocéis, Antonio, muchos años.
En vós está mejor que en mí la herencia.
ANTONIO:
No está, pero reparo ansí mis daños.
Vine a pediros a los dos licencia
y a daros de sucesos tan estraños
la cuenta, que es razón.
VERONA:
Soy en efeto
hombre de edad, de canas y respeto.
Mal dije hombre de edad, respeto y canas;
mas no está aquí vuestra querida esposa;
que todo ha de encubrise...
ANTONIO:
A las livianas;
que no a quien es doncella virtüosa.
PARIS:
A todas es razón.
VERONA:
Primas hermanas
la edad y la injuria.
PARIS:
Es cierta cosa.
ANTONIO:
Venid los dos a ver a Dorotea.
PARIS:
Con todo mi pesar, para bien sea.
(Vanse, y entre JULIA.)
JULIA:
¿Adónde me ha traído
mi desventura? ¿Cómo, si soy muerta,
hablo y tengo sentido?
¿Adónde estoy?, ¡o, sin ventana, o puerta,
en tinieblas escuras!
Me niega el cielo ver sus lumbres puras.
Que soy muerta es sin duda.
Mas, ¡ay de mí!, ¿cómo no estoy agora
de carne y voz desnuda?
¿Qué casa es esta, y quién en ella mora?
Mas, tan escura y fuerte,
sin duda que es la estancia de la muerte.
Paréceme que toco
cuerpos aquí y allí. ¡Cielos!, ¿qué es esto?
Vuestra piedad invoco.
Si a caso no soy muerta, ¿quién me ha puesto
donde los muertos viven,
y en sus heladas cuevas me reciben?
Y si, como me acuerdo,
Aurelio me mató con aquel pomo,
¿cómo, cielos, no pienso
este cuerpo mortal que tengo; y cómo
hablo y siento, y me asombro,
todas las veces que la muerte nombro?
Allí una lumbre veo:
mira yo si en el infierno vivo,
si he pasado el Leteo,
y aquí la pena de mi amor recibo.
La luz se va acercando,
si no soy muerta, moriré temblando.
(Sale ROSELO con una linterna, y MARÍN, detrás, lleno de miedo.)
MARÍN:
¿No me dejarás a mí,
y fuera mayor cordura,
a que la puerta guardara?
ROSELO:
Anselmo basta que acuda
a cualquier caso, Marín,
entra pues. ¿De qué te turbas?
MARÍN:
¿No fuera mejor, señor,
que entrara acá dentro el cura,
con el hisopo y el agua?
ROSELO:
Sube esa grada.
MARÍN:
¿Que suba?
ROSELO:
Pues bien, ¿quién te ha de comer?
MARÍN:
¡Santo Dios!, ¿quién me rempuja?
(Caigan, y maten la luz.)
ROSELO:
¡Maldito seas, amén,
que habemos quedado a escuras!
JULIA:
¡Virgen santa, socorredme,
que donde estoy es sin duda
túmulo de mis mayores!
ROSELO:
Hablan.
MARÍN:
¿Oyes voz alguna?
JULIA:
Sin duda el pomo de Aurelio
era confección infusa
en algún sueño, y mi padre
me ha enterrado en esta tumba.
ROSELO:
¡Otra vez vuelven a hablar!
MARÍN:
¡San Pablo! Et ne nos inducas…
ROSELO:
Toma Marín esta vela,
y en la capilla segunda
de la iglesia enciende presto.
MARÍN:
¿Qué dices?
ROSELO:
Esto que escuchas.
MARÍN:
¿Cómo he de poder ir solo?
¿No adviertes que me despulsa
el miedo?
ROSELO:
Acaba, cobarde.
MARÍN:
¡Otra vez! ¿Quién me rempuja?
ROSELO:
Quédate aquí, que yo iré.
MARÍN:
¿Aquí solo?
ROSELO:
¡Qué locura!
MARÍN:
¿Pues qué purga de riobarbo
fuera más corriente purga?
JULIA:
A donde la luz estaba,
oigo una voz que murmura,
y aun parecen dos personas,
si hablan después de difuntas.
ROSELO:
¿No sientes la voz agora?
MARÍN:
La sangre dicen que busca
el corazón, mas la mía
ya pasa de la cintura.
ROSELO:
Paréceme que allí hablan.
MARÍN:
¿Piensas tú que no se juntan
cuatro muertos habladores,
que no hay diablo que los sufra?
ROSELO:
¿Cómo haremos?
MARÍN:
Yo qué se.
ROSELO:
¿Tientas pared?
MARÍN:
En la nuca
he topado cierto muerto...
¡San Antón, San Blas, San Lucas!
ROSELO:
¿Qué hay?
MARÍN:
Topé con la barriga.
¡Gordo estaba! ¡Brava enjundia!
Aquí está una calavera,
pero parece de mula.
¡Jesús, Jesús, que me muerde!
ROSELO:
¿Qué es eso?
MARÍN:
Todo me ofusca.
el dedo metí, Señor...
ROSELO:
¿Cómo?
MARÍN:
Entre dos tablas juntas,
y pensé que me mordían.
ROSELO:
¿Qué atientas?
MARÍN:
¿Quién me rempuja?
ROSELO:
¿Dónde pusieron a Otavio?
MARÍN:
¿Eso me acuerdas? ¡Ayuda!
ROSELO:
¿Qué quieres?
MARÍN:
¡Misericordia,
que no he tomado la bula!
Perdóname.
ROSELO:
¿Yo de qué?
MARÍN:
De que me comí las truchas
que faltaron la otra tarde,
y las peras en azúcar.
ROSELO:
Acaba, necio.
JULIA:
[Aparte.]
¡Ay de mí!
Ya no hay a donde me encubra.
Ya se acercan, ya no hay
más lugar a donde huya.
Hombres, ¿sois vivos o muertos?
(Caigan juntos.)
MARÍN:
¡Muerto soy!
ROSELO:
Mi muerte anuncia.
¿Diéronte con algo?
MARÍN:
Sí.
Si desta me escapo, nunca
a bóvedas, ni bobadas.
ROSELO:
¡O amor, con tu luz me alumbra!
MARÍN:
Sin duda que aqueste muerto,
como el abejón, se burla,
que llama con la derecha
y sacude con la zurda.
ROSELO:
Quiero animarme a llamar
a Julia, a mi bien, Julia.
MARÍN:
¿Cosa que despierte Otavio
con treinta muertos de runfla?
ROSELO:
¡Julia mía!
JULIA:
[Aparte.]
Aquella voz
parece que me asegura;
pero si es la voz de Otavio...
Mas quiero llamarle en duda.
¡Otavio!
MARÍN:
A Otavio llamaron.
¡Agora nos desconjuntan!
ROSELO:
No soy Otavio.
JULIA:
¿Pues quién?
ROSELO:
Roselo.
JULIA:
¿Roselo?
ROSELO:
¿Dudas?
JULIA:
Dame unas señas.
ROSELO:
Anselmo
me dijo que la profunda
ciencia de Aurelio hizo el agua
que fingió la muerte tuya;
y él mismo a llamar me envía,
porque mientras se deslumbra
con este engaño, te saque
de aquesta bóveda escura.
JULIA:
¿Qué te di yo aquella noche,
para nuestra desventura
la primera?
ROSELO:
Unas reliquias.
JULIA:
¿Y tú a mi?
ROSELO:
Dos piedras juntas
en un maridaje de oro.
JULIA:
¿Y a la mañana?
ROSELO:
Una pluma
que llevaba de diamantes.
JULIA:
Las señas son muy seguras;
pero en el primer papel,
¿qué te escribí?
MARÍN:
¿Más preguntas?
ROSELO:
«Al esposo de mi alma».
MARÍN:
¡O, qué linda doña nutria!,
diga si es viva o si es muerta,
que hay entre los muertos nutrias
que no son carne, ni huesos.
ROSELO:
Déjame.
MARÍN:
¿Qué te apresuras?
JULIA:
Llega, esposo de mi alma.
ROSELO:
Tu voz en mi pecho infunda
la que me falta.
MARÍN:
Acabose;
aquí el dolor se resuma.
Pero mirad que parece
muy tarde.
ROSELO:
Fuera locura
decirte que tengo seso.
MARÍN:
Salid, porque no os descubra
la luz del alba al salir.
ROSELO:
¿Dónde iremos?
JULIA:
Si procuras
que estemos más encubiertos,
hasta que la suerte cumpla
sus términos en nosotros,
y aquellas venganzas duran,
en la hacienda de mi padre
nos librarán de su injuria
dos hábitos de villanos.
ROSELO:
¡Ay!, temo que tu hermosura
descubra nuestro concierto.
JULIA:
¿Cómo, si muerta me juzgan?
ROSELO:
Bien dices, sal por aquí.
MARÍN:
Aguardad.
ROSELO:
¿Qué quieres?
MARÍN:
Nunca
soy amigo de ir detrás.
ROSELO:
Ayúdenos la fortuna.
(Dos labradores, padre y hijo, BELARDO y LORETO.)
LORETO:
Digo que vienen acá,
y que ya partir los vi.
BELARDO:
¡Tantos señores aquí!,
el cortijo es corte ya.
LORETO:
Vós, con vuestra siega y poda
y libros de cultivar,
no habéis querido escuchar,
Belardo, la nueva boda.
BELARDO:
Hijo, ya no es para mí
otro cuidado ni fiesta;
pero di: ¿qué boda es esta,
si antiyer entierros vi?
LORETO:
De esos entierros nació
a la fe, padre, esta boda.
BELARDO:
¿Cómo, si la ciudad toda
esta desgracia lloró?
LORETO:
Antonio, mueso señor,
quedó sin Julia.
BELARDO:
Es verdad.
LORETO:
Su hermano con cantidad
de hacienda, y de igual valor...
BELARDO:
También.
LORETO:
Tiene a Dorotea;
y esta quiere hacer mujer
de su tío, para hacer
que uno el mayorazgo sea,
y de su casa no salga,
y a aquesto vienen acá.
BELARDO:
La razón entiendo ya,
y es buena, así Dios me valga
como Julia no apetezca
después algún mozo rubio,
y se lleve algún diluvio
la hacienda, y todo perezca.
LORETO:
¡Pardiez, padre! mejor fuera
que con ella me casara.
BELARDO:
¿Tú?
LORETO:
¿Pues quién?
BELARDO:
Bien se empleará.
LORETO:
¿Y es mejor
que a un hombre quiera
que tiene dos treinta y nueves
sin poderse descartar?
BELARDO:
Llama a Tamar.
LORETO:
¡Ah, Tamar!
(TAMAR, villana, entre.)
TAMAR:
Que soy sorda, pensar debes.
LORETO:
Señor me mandó llamarte.
TAMAR:
No te mandó darme voces.
LORETO:
Por no verte tirar coces,
muero, Tamar, por casarte.
TAMAR:
¿Tú me has de casar a mí?
LORETO:
Yo tengo por mujer,
que no me habrás menester.
TAMAR:
¿Llámasme padre?
BELARDO:
Sí,
límpiese toda esa casa,
que viene el mundo a la güerta.
TAMAR:
¿Quién, padre, si es Julia muerta?
BELARDO:
Tamar, su padre se casa
con la hija de su hermano.
TAMAR:
¿Pues a qué vienen acá?
BELARDO:
Mientras a pedir se va
al Pontífice romano
licencia y dispensación.
Querrán que no esté en Verona.
TAMAR:
Todo la sangre lo abonas.
No ha sido mala invención;
mas yo sola no podre
acudir a tantas cosas.
BELARDO:
Dos mozas, las más curiosas
destas haciendas, traeré
que te ayuden.
TAMAR:
Eso sí.
BELARDO:
Vamos, Loreto, a buscallas,
a aquesto bien vas y callas.
LORETO:
Tierno soy, de vós nací.
BELARDO:
¿Fui yo muy tierno?
LORETO:
En verdad,
que corazón tan movido
no se ha visto, si se ha oído.
BELARDO:
Viví conforme a mi edad.
(Váyanse los dos.)
TAMAR:
Todo el mundo se casa, y todo el mundo
anda al revés, los mozos a la tierra
y los viejos al tálamo. No envidio
la boda de la hermosa Dorotea,
que más tengo en tener buena esperanza,
que quien ruin posesión tiene y alcanza.
(Entren de villanos ANSELMO, ROSELO, MARÍN y JULIA, con sus hoces y sombreros.)
ANSELMO:
Paz sea en esta casa.
ROSELO:
Dios la guarde
a la señora della.
MARÍN:
Dios prospere
el pan y el vino; amén.
JULIA:
Dios la dé un novio,
señora, si está en cierne de casada,
que se le envidien las que ya lo fueren,
y las que no, de pura rabia lloren.
TAMAR:
El cielo, buena gente, los bendiga.
¿Son desta tierra?
ROSELO:
Somos de Ferrara.
TAMAR:
Quitaos, por vida mía, labradora,
el velo del rebozo y del sombrero.
JULIA:
No puedo agora, que la noche toda
he caminado y vengo descompuesta.
En tocándome, estoy para serviros.
TAMAR:
¿Y de cuál de los tres es la señora?
MARÍN:
Mía.
TAMAR:
Pardiez, que vós podéis ser bella,
pero que ya tenéis bellaco gusto.
¿Esto escogistes, donde están dos mozos
cual los que veis?
JULIA:
¿Y vós cuál escogiérades?
TAMAR:
Al mayor, por el talle y brío.
ROSELO:
¿A mí?, ¿no era mejor mi compañero?
JULIA:
Aunque esto burla es, de celos muero.
TAMAR:
Perdone Dios a Julia, mi señora,
que tanto cuanto semejáis la cara;
mas, ¿qué es lo que buscáis?
ANSELMO:
Labor buscamos.
TAMAR:
Mi padre no está aquí, que él y mi hermano
van a buscar dos mozas que me ayuden,
que vienen a esta hacienda sus señores.
JULIA:
¿Sus señores acá?
TAMAR:
Como se ha muerto
Julia, la hija de mi amo, quiere
su hermano que se case con su hija,
y en tanto que les da licencia el Papa,
no quiere el viejo que en Verona viva,
porque no se le antoje algún mancebo.
ROSELO:
¿Oyes aquesto?
JULIA:
¡Ay, triste!
ANSELMO:
Si se casa
tu padre, vuestra hacienda se destruye,
y yo quedo también sin Dorotea,
que desde el día del sarao la sirvo.
JULIA:
Mejor lo haga el cielo; pues, hermosa,
ya que habemos venido a tan buen tiempo,
yo la quiero ayudar, y estos zagales
la mano probarán por esas mieses.
TAMAR:
Pues alto vós subid a ese aposento,
y ellos prueben la mano.
JULIA:
Adiós, señores.
ROSELO:
Adiós, Marcela.
ANSELMO:
Adiós.
MARÍN:
Estraño cuento.
¿Qué fin han de tener vuestros amores?
(Éntrense los cuatro, y salgan ANTONIO y LIDIO.)
ANTONIO:
Que lleguen tarde a nuestra hacienda.
LIDIO:
¿Y no es mejor, si están los labradores
descuidados, señor, de tu venida?
ANTONIO:
¡Tamar!
TAMAR:
¡Señor Antonio de mi vida!
ANTONIO:
¿Sabe tu padre que a esta casa vengo?
TAMAR:
Sabe tu casamiento, y le desea.
Solo tiene el cuidado que yo tengo
de que tan presto como dicen sea.
ANTONIO:
Lo que me puede suceder, prevengo.
Soy viejo y es muchacha Dorotea;
que si un año las bodas dilatara,
nuestra esperanza y sucesión burlara.
Bien quisiera avisaros; no he podido,
que luego al punto me mandó mi hermano
sacar a Dorotea.
TAMAR:
Justo ha sido,
que no es lícito el trato cortesano
a quien ha de esperar viejo marido;
que al bozo rubio siempre envidia el cano.
ANTONIO:
¿Soy muy viejo, Tamar?
TAMAR:
No eres muy viejo.
¿Nunca tus canas te mostró tu espejo?
ANTONIO:
Vete a hacer tus haciendas.
TAMAR:
En tratando
de los años, a un viejo pierde el seso.
(Váyase.)
ANTONIO:
Ve, Lidio, a ver si vienen.
LIDIO:
Voy volando.
(Váyase.)
ANTONIO:
Bien sé que en esta edad ha sido exceso;
pero voy el remedio procurando
de nuestra sucesión; y no es suceso
en el mundo tan nuevo; que esta culpa,
en mil ejemplos hallará disculpa.
Bajando va la fría, escura noche,
por las gradas de sierras enlutadas
en su medroso coche, y nuestro coche
no llega a estas paredes enramadas,
pues no es razón que Dorotea trasnoche.
Estas palabras son enamoradas.
No hay cana edad que tanto enmudezca. (Ruido en alto.)
¡Válgame el cielo!, ¿qué ruido es este?
Pues no son truenos del airado cielo;
parece que la máquina celeste,
rota de sus dos quicios, viene al suelo.
Valor mi sangre en tanta edad me preste,
¡Qué triste voy! Todo me eriza el pelo.
(Arriba, JULIA.)
JULIA:
¡Padre!
ANTONIO:
La voz conozco, muerto quedo.
JULIA:
¡Padre!
ANTONIO:
Esta es Julia, o me la forma el miedo.
JULIA:
Oye, ingrato padre mío,
si acaso sentido tienes,
estas últimas palabras,
aunque después de mi muerte.
ANTONIO:
Hija, ¿eres tú?
JULIA:
¿No conoces
mi voz? Pero bien parece
que hasta mi voz olvidaste.
ANTONIO:
Hija, ¿adónde estas? ¿Qué quieres?
JULIA:
Padre, pues del otro mundo
vengo a hablarte; escucha, atiende...
ANTONIO:
Hija, aunque tu voz conozco,
el no verte me entristece.
JULIA:
¿Quieres que salga en la forma
que estoy, y a ti me presente?
ANTONIO:
No, hija, que no me siento
con fuerzas. Háblame y vete.
JULIA:
Yo me maté por tu causa.
ANTONIO:
¿Por mi causa?
JULIA:
Claramente.
Tú me casabas por fuerza.
ANTONIO:
Mi intento fue bueno.
JULIA:
Advierte
que el Conde me merecía,
mas no quiso amor que fuese
mi esposo, porque ya estaba
casada.
ANTONIO:
Culparte debes
a ti misma en no decirme
lo que tan tarde me ofreces.
Dijérasme: «Padre mío,
yo soy mujer flaca y débil;
caseme contra tu gusto,
yerros de amor oro tienen.»
Perdonárate yo entonces,
que no es posible eligieses
hombre tan vil, siendo cuerda,
y en virtud y ingenio un fenis.
JULIA:
Cualquier hombre te dijera,
por vil y bajo que fuese;
y no puede el que me dio
para marido mi suerte.
Casome Aurelio con él,
que hasta tanto que tuviese
la bendición de la iglesia,
no fue posible moverme.
Dos meses fue mi marido.
ANTONIO:
¿Que no se supo en dos meses?
JULIA:
No padre, porque el peligro
no hay cosa que más enfrene.
Pues como me vi casada,
y que casarme pretendes,
dime la muerte, y estoy
a donde imaginar puedes.
Pues te casas, padre mío,
yo te doy mil parabienes,
que no es mi intención agora
que tu casamiento dejes.
Solo te pido que honres,
y que en paz y amistad quedes
con el que fue mi marido,
y que su muerte no intentes,
que si lo haces te juro
que los días que vivieres,
con el fuego que me abrasa
cada noche te atormente.
(Váyase.)
ANTONIO:
Pues dime quién es el hombre.
JULIA:
El que a Otavio dio la muerte,
el hijo del que sustenta
tus enemigos Monteses,
Roselo, padre, se llama.
ANTONIO:
Oye hija, escucha. Fuese.
¡Roselo!, ¡quién tal pensara!,
el nombre solo me ofende;
mas yo te doy la palabra
de respetarle y tenerle,
por haber sido tu esposo,
por hijo mientras viviere.
(Entren TEOBALDO y DOROTEA, el CONDE PARIS, y alabardas, ANSELMO y ROSELO y MARÍN, atados.)
TEOBALDO:
Pasad adelante, infames.
ANTONIO:
¿Qué es esto?
TEOBALDO:
Tu buena suerte.
Alégrate, que ya el cielo
en tu favor amanece.
ANTONIO:
¿Qué gente es aquesta, hermano?
PARIS:
¿No conoces esta gente?
Roselo es este.
ANTONIO:
¿Roselo?
TEOBALDO:
Roselo Montés es este;
que, en el hábito que miras,
el cielo quiso que fuese
de mi gente conocido.
No le he muerto, por hacerte
deste y de sus dos amigos,
como a yerno, igual presente.
Belardo, que viene aquí,
con solo no conocerle,
de tenerle se disculpa
en tu hacienda.
BELARDO:
Bien entiendes
que si yo le conociera,
te escusara de ponerte
en ocasión de matarle.
TEOBALDO:
Si ofender al cielo temes,
mira, hermano, de qué modo
pretendes que le atormenten:
¿Quieres que a un árbol le liguen?,
¿quieres que todos le flechen?,
¿quieres que le tiren balas?
Habla, pues. ¿Qué te suspendes?
ANTONIO:
Paris, Teobaldo y vosotros,
todos los que estáis presentes
oigo.
TEOBALDO:
¿Qué muerte?
ANTONIO:
Ninguna;
que Roselo vivir tiene.
Mi hija, amigos, mi hija,
a donde estáis me aparece,
y me dice que Roselo
era su esposo.
TEOBALDO:
Detente.
ANTONIO:
No hay que detener, Teobaldo,
por no sufrir que la fuerce
al casamiento del Conde,
con ponzoña se dio muerte.
Dice que ha de atormentarme,
si más su enemigo fuere,
con el fuego que la queme.
TEOBALDO:
Sospecho que te arrepientes,
y que esas quimeras finges.
ANTONIO:
Hermano, si no lo crees,
esta noche, y aun agora,
podrá ser que venga a verte.
TEOBALDO:
No, no, Antonio, estese allá.
Yo lo creo.
ANTONIO:
Pues advierte
que Roselo fue mi hijo,
y que serlo tuyo tiene.
Hoy le has de dar a tu hija,
yo no la quiero, ni verme
en mas desdichas.
TEOBALDO:
Mi hija.
ANTONIO:
Tu hija, para que quede
hoy nuestra paz confirmada.
PARIS:
Cuando los cielos decreten
que las paces destos bandos
desta suerte se comiencen,
no hay que replicar, Teobaldo.
A Roselo le promete
tu hija.
TEOBALDO:
Sin nuestras paces,
así el cielo ordena y quiere.
Yo se la doy.
(JULIA salga.)
JULIA:
Eso no,
¡oh, traidor, con dos mujeres!
DOROTEA:
¿Es esta Julia?
TEOBALDO:
Ella es.
JULIA:
Nadie huya.
PARIS:
Julia, tente.
JULIA:
Padre, mira que estoy viva.
Vuelve tío, padre vuelve.
TEOBALDO:
¿Qué nos quieres, Julia, di?
PARIS:
Dime, esposa, ¿qué nos quieres?
JULIA:
No soy tuya, conde Paris,
de Roselo soy.
PARIS:
No pienses
que te quiero ni verte yo.
JULIA:
Viva estoy.
ANTONIO:
Hija, si vives
en el alma sola, ¿qué intentas?
¿Quieres que otra vez te entierren?
JULIA:
Viva estoy, que aquel morirme
fue por un veneno fuerte.
Roselo me trujo aquí.
Habla, esposo, que ya puedes.
ROSELO:
Yo la saqué del sepulcro,
y así es mi mujer dos veces.
PARIS:
Y yo digo que otras tantas
de derecho se le debe.
ANTONIO:
Dale la mano, y a mí
los brazos.
JULIA:
Padre, detente,
porque primero a mi prima
cases con quien la merece.
TEOBALDO:
¿Quién es?
JULIA:
Anselmo.
ANSELMO:
Yo soy,
mis partes sabréis en breve.
ANTONIO:
No es tiempo, dale las manos.
MARÍN:
¿Y a mí no hay quien me consuele?
¿No hay quien me paga el sacar
esta muerte?
JULIA:
Razón tiene.
Celia es suya y mil ducados.
ROSELO:
Senado, pues ya se entiende
lo demás, aquí dan fin
Castelvines y Monteses.