Colón

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Poesías sueltas de José Zorrilla
Colón

Colón[editar]

¿Quién es? —Para mí un dédalo: la encarnación de un siglo,
la cifra de un conjuro, de enigmas una red,
el paso de un cometa, la aparición de un genio
del paraíso echado, un ser, en fin, a quien
vi siempre con asombro, mas de sus fases múltiples
razón no me di nunca, ni dármela podré;
su colosal, heroica y olímpica grandeza
no abarcará impotente jamás mi pequeñez.
Cuando a Colón me nombran, su imagen en mi mente
surgir hace de ideas informes un tropel,
y de una pesadilla me causan el mareo
como el que en mar picada, de un buque da el vaivén.
Colón, devoto, ascético y místico hasta el éxtasis,
vidente visionario de intensa lucidez,
por Dios tal vez dotado de intuición profética,
adivinó con ella cuanto debió saber.
Como un novicio dócil, audaz como un marino,
sumiso como un mártir, altivo como un rey,
creyente sincerísimo, de buena fe cristiano
y alerta siempre y siervo tenaz de su deber,
para cumplir su sino, para alcanzar su empresa
y en sus tribulaciones para encontrar sostén,
buscó en la cruz amparo y pan pidió al convento;
consejo pidió al monje, se confesó con él,
con firme fe en sí mismo y en Dios con la esperanza,
ceder no quiso un ápice ni paso atrás volver.
Nutrido y saturado de aquella ciencia errónea
que en fábulas y absurdos tenía su escabel,
acaso Dios le hacía de la verdad el lampo
detrás de aquella ciencia caótica entrever.
Y de esta portentosa leyenda colombina
he aquí lo de que darme razón no más logré.

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Problema era de entonces la forma de la tierra,
cosmógrafos y teólogos al dar su parecer
en pro de sus asertos apoyo a pedir iban,
la Biblia torturando, al Sol y a Moisés.
Y estábase el problema sin despejar su incógnita:
Colón, que no alardeaba de sabio de cartel,
pero que en Dios y en su ánimo e intuición fiaba,
en cuanto pudo, echóse del mar a sorprender
aquel secreto cósmico, que consistir debía
según del haz del agua la curva redondez,
en que la tierra era no más que un astro, como
los que rodar del cielo por el azul se ven.
No vió él en el Océano un mar sin fin ni límite,
sino un camino fácil para que en un baje
bogara un buen marino que hasta saber bogara
allende si había tierra: que sí la había de haber.
Y al mar se echó; y bogando, bogando día y noche
y una semana y otra, y cuatro y todo un mes,
y dos… y más, sufriendo ya de su gente, (falta
de su tenaz constancia e incontrastable fe),
murmuraciones, quejas, audacias, rebeldías,
y aun luchas a que había la fuerza que oponer,
tras de razones, ruegos, promesas y castigos,
y de una congojosa navegación después,
y haber comido en ella su pan con hez de acíbar
y haberle remojado con lágrimas y hiel,
de haber ya vacilado en si volver las proas,
y en fin, de haber dudado hasta de Dios tal vez…
en una noche tibia, serena, transparente,
azul, risueña, diáfana, sin par en limpidez;
de aquellas de los trópicos, que no hay en nuestros cielos
de Europa y que allí azulan su celestial dosel,
y en que se ve en la atmósfera sin menester de luna,
y en la agua reflejarse los barcos del revés,
y cabrillear los astros en el turquí del fondo,
y culebrear la estela fosfórica del pez…
ante Colón le plugo al Dios que allí le enviaba
abrir al fin el virgen americano edén.
Colón sintió una brisa de aromas impregnada
y un aleteo de aves en torno del bajel,
después un cañonazo, al fin la voz de ¡tierra!…
Cuando él la vió, empezaba ya el día a amanecer.

Resuelto había el problema y abierto la epopeya:
el mar tenía orillas, y tras el mar también
estaba aquella tierra que su geografía
situaba allí extraviada la errónea incompletez.
Para el problema daba los mismos resultados
de América el hallazgo; y el mar, ya a la merced
del Genio, era una vía de alfombra azul tendida
para llevar la ofrenda de América a Isabel.
¡Maravilloso hallazgo, trascendental poema,
que en conmoción hondísima dos mundos va a poner:
que va a cambiarlo todo del mar en ambas costas,
que nuevo rumbo a todo va a dar, nuevo interés,
y nuevos objetivos, y nuevos ideales
y aspiraciones nuevas, luz nueva y nuevo ser,
y a abrir en era nueva la cuenta de los siglos;
dejando a los dos pueblos britano y portugués
detrás del de Castilla confusos y envidiosos,
los mapas trastornados, la Europa en desnivel,
cubierto el mar de flotas, de ejércitos la tierra,
la sociedad sin rumbo, la ciencia de través,
la Iglesia estupefacta, los reyes espantados,
la tierra dando vueltas, y atónita la fe.

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Y de eso el Centenario; la apoteosis póstuma
del semidios, del Genio de luz que vino a ser
del nuevo medio mundo por Dios predestinado,
el redentor humano por la segunda vez;
porque del nuevo mundo, que Dios había tenido
allende el mar oculto, el redentor él fué.
Colón al mar por Cristo lanzó sus carabelas,
con una idea fija la mar al trasponer;
la de encontrar el paso de la región del oro,
para allegar tesoros y ejércitos con que
reconquistar de Cristo la tumba, y la Sagrada
Jerusalem de manos del musulmán infiel,
que fué en aquel entonces universal anhelo
y aspiración unánime de la cristiana grey.
Colón es el gigante que redondeó la tierra
partida en dos mitades, sin que desde Noé
supiera alma viviente de tal mitad del globo
hallada por el viejo piloto genovés.

Y al mar avasallando, Colón volviendo a unirlas,
unificó sus razas de Dios bajo la ley:
dió a la familia humana la cruz de unión por signo
y dió a Jesús y a España del orbe a conocer.
La humanidad le debe su fraternal espíritu,
la sociedad el culto progreso en que se ve,
el revelarse en toda su esplendidez América,
y España dos centurias de universal poder.
Colón, como iba Cristo, por donde fué, fué dando
albricias y esperanzas, promesas de un edén,
y mártir como Cristo subió por un calvario
de ingratitud al Gólgota de la vulgar sandez.
La ciencia doctrinaria, los pueblos siempre indoctos,
la humanidad rebelde a la verdad y al bien,
la luz, la fe, lo excelso, lo espiritual, lo sumo,
han siempre años y siglos tardado en comprender:
pero a Colón y a Cristo justicia al fin se ha hecho,
y por los hombres puestos al fin tendrán que ser
de religión divina y humana como símbolos,
Jesús en los altares, Colón sobre el pavés.

¡Blasfemia! ¡A un ser humano parangonar con Cristo!…
¡Es sacrilegio!… ¡Es irse detrás de Lucifer!
Jesús es Dios: no hay hombre ni ser en lo creado
que pueda ni con alas alzarse a su nivel.
Pero Colón me ofusca; y en él, cuando en él pienso,
veo algo que trastorna mi juicio; y ya lo veis,
cuando hablo de él me obceco, blasfemo y prevarico,
porque en Colón hay algo que me hace enloquecer;
y si el contorno quiero fijar de su figura
o un punto de su historia dar luz sobre el papel,
ni doy con las ideas, ni acierto con las frases,
y al ir tras él no encuentro donde fijar mis pies.
¡Oh! Sí: ¡Pesó un mal sino sobre Colón! Él solo
el Mane, Thezel, Phares, del grande enigma lee:
sólo él quien el arcano de la verdad penetra
y él quien de luz despuntes en sus tinieblas ve.
Él solo contra todos, tenaz, incontrastable,
tras sí arrastrando a todos, concluye por vencer;
y acaba la proeza más brava y memorable
que vieron las edades a un hombre acometer.
Y sin embargo, a él nada de nada le aprovecha;
predestinado a mártir y a redentor con él,
sólo él descubre mundos, y de ahí reparte reinos,
que a él todos le disputan y él solo no posee.
De todos, solo, triunfa: y la mitad del mundo
reciben de sus manos Fernando e Isabel;
¡la más sin par conquista y el más glorioso triunfo!
y de su triunfo vuelve con grillos en los pies.
¡Oh! Sí: bajo un mal sino vivió Colón: él solo
lo que ha hecho y donde ha ido se ha muerto sin saber:
y aún hoy no estamos ciertos de dónde tuvo cuna,
ni dónde expira y yace probar podemos bien.
A él todo se le exige, y nada se le otorga;
de su conciencia en lo íntimo se mete el escalpel;
él ser debió intachable, perfecto y hasta santo,
y en contra suya todos razón quieren tener.
Mas si desvanecerle o perturbarle pudo,
o darle el triunfo vértigos de olímpica embriaguez;
si altivo con los unos, fué ingrato con los otros,
y a algunos vió con ira, y a algunos con desdén,
de la flaqueza humana no había nacido exento;
y al ajustarle cuentas, en cuenta hay que tener
que fueron sus proezas mayores que sus faltas,
que en pro de España todas las hizo; que por él
en la mitad del mundo se habla hoy en castellano
(y la mitad del mundo no es una media nuez);
y que cuando iba en busca del mundo americano,
de aquél y de su flota como Almirante y juez,
señor iba de todos y no sumiso a nadie
y no iba para santo, sino para virrey;
y en su gestión omnímoda, entonces como ahora,
lealtad pedirle, bueno: mas santidad ¿por qué?
Ni es juicio equitativo ni proceder hidalgo:
del siglo en el criterio es ruin tal estrechez;
los cazadores de águilas no cazan nunca moscas,
nadie es más grande al grande por empequeñecer,
y a los que ya los pueblos han puesto en pedestales,
ya en alto al sol y al aire o a sombra de dosel,
de lejos y de abajo a arriba hay que mirarles
y no se les ven nunca las pecas de la tez.

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Esto es su Centenario: Colón reconocido
con la verdad de Cristo y en gloria por doquier,
y hombre es de tan gran talla y tal es su epopeya,
que para ingenios hueros ni medianías no es.
colón y su epopeya exigen homenaje
mejor que versos míos así tan a granel:
hasta Colón no alcanza la petulancia cursi,
ni la pueril soberbia, ni mi senil chochez.
Para mi barca vieja, ya es mar de mucho fondo:
para mis viejas alas ya mucho viento es:
yo no me lanzo en aires en que volar no puedo,
ni me aventuro en aguas en que nadar no sé.


SÍNTESIS

Ante Jesús me postro y ante Colón me pasmo:
adoro y rezo a Cristo, y callo ante Colón:
a aquél elevo mi alma, ante éste me entusiasmo:
pero con ambos habla no más mi corazón.