Coloquios espirituales y sacramentales y poesías sagradas/Introducción

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​Coloquios espirituales y sacramentales y poesías sagradas​ (1877) de Fernán González de Eslava
Editado por Joaquín García Icazbalceta
INTRODUCCION.

L

a gran popularidad que alcanzaron en España las representaciones religiosas, especialmente en los siglos xvi y xvii, época de su mayor lustre, es un hecho innegable que bastaria para justificar el interes con que hoy se mira esa rama importantísima de la literatura española, aun cuando no lo aconsejaran así razones de mayor peso. No es mi ánimo relatar el origen y vicisitudes de esos espectáculos, y ménos calificar el mérito y oportunidad de ellos. Vasto asunto es ese, que ha dado ocupacion á escritores distinguidos.[1] Pero al reproducir una colección mexicana de obras de ese género, me considero casi obligado a decir algo acerca de las representaciones religiosas de México, en los años que mediaron entre la

conquista y el fin del siglo xvi.

Católicos fervientes los conquistadores y primeros vecinos de esta tierra, no podian ménos de continuar en ella las fiestas religiosas de su patria. Pero habia aquí nuevas razones para celebrarlas con mayor solemnidad. El pueblo idólatra cuya conversion se procuraba con tanto empeño, estaba habituado á las frecuentes fiestas de su cruenta religion, y no era bastante haberlas abolido, sino que convenia mucho sustituirlas con otras que ocuparan la imaginacion de aquellos neófitos, y que, por el contraste con las antiguas, les hicieran comprender, hasta de un modo externo y material, la inmensa ventaja que los nuevos dogmas llevaban á las erradas creencias en que ántes hablan vivido. ¿Quién, por rústico que fuera, no habia de notar la diferencia entre el devoto sacerdote católico, revestido de sus simbólicos ornamentos, y el feroz ministro de Huitzilopochtli, greñudo, tiznado y cubierto con la ensangrentada piel del prisionero que acababa de inmolar? ¿Qué comparación cabia entre la horrenda piedra de los sacrificios, siempre destilando sangre humana, y la purísima ara donde era ofrecido el Cordero sin mancilla? ¿Cómo no preferir los acentos de música acordada, al lúgubre tañido del teponaxtli, precursor de la matanza? ¿Cómo no sentir aliviado de un gran peso el ánimo al ver por todas partes flores, luces, adornos, danzas y regocijo, en vez de inmundicia, sangre, tormentos y muertes? Y sobre todo, ¿era posible que álguien recordara entonces sin horror aquellos festines de antropófagos, digno remate, no de fiestas sino de abominables crímenes, cuando la nueva religion venia á ofrecerle la participacion del Sagrado Pan Eucarístico en el sacrificio incruento del Altar? Bien hicieron, pues, los misioneros en ostentar á la vista del pueblo, poco ántes infiel, todo el brillo de las ceremonias cristianas. Para ello aprovecharon cuantos medios les sugirió su celo, y dieron, con justicia, lugar preeminente á los autos ó representaciones de asuntos sagrados, no ya tan solo por seguir el uso de la madre patria, sino más todavía para que «la indocta muchedumbre apreciara y comprendiese debidamente los grandes misterios de la religion cristiana, y hallase en representaciones vivas la saludable doctrina»[2] que por la escasez de operarios evangélicos no podia difundirse con la presteza necesaria entre unos conversos que, sobre ser innumerables, hablaban lenguas muy diversas, y no conocian el maravilloso arte de la escritura. Faltando el auxilio de los libros, era muy del caso poner en acción lo que ellos enseñaban.

Dos pueblos, del todo distintos y apartados, ocupaban entonces este suelo, y de ahí resultó forzosamente la necesidad de apropiar las fiestas al estado social de cada uno, y á su idioma. Los españoles avecindados en México continuaron, como era natural, celebrándolas á su modo; pero los misioneros tuvieron que modificarlas en cuanto á lo externo y material. Desde luego se vieron precisados á componer ellos mismos las piezas que habian de representarse, ó por lo ménos á traducirlas y acomodarlas á la capacidad de los oyentes; tarea en que más adelante les ayudaron los colegiales indios de Tlatelolco. Tambien el lugar de la escena era muy otro. Los templos, aunque grandes y suficientes para los dias ordinarios, no bastaban á contener el numeroso concurso de las grandes solemnidades, y fué preciso inventar las capillas de muchas naves con el frente descubierto, para que la multitud congregada en los amplísimos atrios, gozara de las ceremonias y festejos. Modelo de tales capillas fué la famosa de S. José de México, construida por Fr. Pedro de Gante, y que venia á ser como la catedral de los indios; tan superior á la de los españoles, que estos mismos la preferian para sus fiestas extraordinarias. En ella se hicieron el año de 1559 las suntuosas exequias del Emperador Cárlos V. Pero ni ese ensanche bastó á los indios, quienes acabaron por sacar á campo abierto el regocijo que no cabia ya en templos ni atrios, aprovechando la carrera de las procesiones, para ostentar en toda ella sus invenciones de enramadas, arcos de flores, altares, músicas y danzas. Así pudieron también aumentar el aparato de las representaciones, y elegir asuntos que no se avenian á encerrarse en las iglesias ó en los patios. Los indios mismos eran, por supuesto, los actores, y parece que no desempeñaban mal sus papeles [3]; pero no hallo mencion de actrices, que acaso se suplian con muchachos. No era extraño, por otra parte, á los indios el oficio de representante, porque en su gentilidad le usaban, haciendo entremeses ó farsas, en que algunas veces se disfrazaban de animales; costumbre que conservaron aun en las fiestas cristianas. [4]

En casi todas estas se representaban pasajes de la Escritura, [5] y nunca se omitia el auto del ofrecimiento de los Reyes Magos al Niño Dios, en el dia de la Epifanía: festividad que los indios consideraban como propia suya, por ser la de la vocación de los gentiles á la fe. [6] Las crónicas antiguas no nos han trasmitido únicamente la noticia general de las representaciones sacras de los indios, sino que dan tambien la relacion particular de varias de ellas; y aunque carecemos del texto de las piezas, se sabe lo bastante para comprender su argumento y estructura. A juzgar por los datos conocidos, no eran propiamente piezas dramáticas, ni se ocurria á la intervención de personajes alegóricos, sino que se reducian á poner en escena el hecho, tal como se encontraba referido, ó se suponía que debiera acontecer.

Fué famosa entre todas la fiesta que los tlaxcaltecas hicieron el dia de Corpus Christi del año de 1538, [7] cuya descripcion nos ha trasmitido el P. Motolinia; y si bien no se habla en ella de representación de autos me parece oportuno trasladarla aquí, para que se vea cómo acostumbraban los indios realzar la pompa de sus solemnidades religiosas.

«Llegado (dice nuestro autor) este santo dia del Corpus Christi del año de 1538, hicieron aquí los tlaxcaltecas una tan solemne fiesta, que merece ser memorada, porque creo que si en ella se hallaran el Papa y Emperador con sus córtes, holgaran mucho de verla; y puesto que no habia ricas joyas ni brocados, habia otros aderezos tan de ver, en especial de flores y rosas que Dios cria en los árboles y en el campo, que habia bien en que poner los ojos, y notar cómo una gente que hasta ahora era tenida por bestial, supiesen hacer tal cosa.

«Iba en la procesión el Santísimo Sacramento, y muchas cruces y andas con sus santos: las mangas de las cruces y los aderezos de las andas hechas todas de oro y pluma, y en ellas imágenes de la misma obra de oro y pluma; que las bien labradas se preciarian en España más que de brocado. Habia muchas banderas de santos. Habia doce apóstoles vestidos con sus insignias: muchos de los que acompañaban la procesión llevaban velas encendidas en las manos. Todo el camino estaba cubierto de juncia y de espadañas y flores, y de nuevo habia quien siempre iba echando rosas y clavellinas, y hubo muchas maneras de danzas que regocijaban la procesión. Habia en el camino sus capillas con sus altares y retablos bien aderezados, para descansar, adonde salian de nuevo muchos cantores cantando y bailando delante del Santísimo Sacramento. Estaban diez arcos triunfales grandes muy gentilmente compuestos; y lo que era más de ver y para notar era, que tenian toda la calle á la larga hecha en tres partes como naves de iglesias: en la parte de en medio habia veinte piés de ancho; por esta iba el Santísimo Sacramento y ministros y cruces con todo el aparato de la procesion, y por las otras dos de los lados, que eran de cada quince piés, iba toda la gente, que en esta ciudad y provincia no hay poca; y este apartamiento era todo hecho de unos arcos medianos, que tenian de hueco á nueve piés; y de estos habia por cuenta mil y sesenta y ocho arcos, que como cosa notable y de admiracion, lo contaron tres españoles y otros niuchos. Estaban todos cubiertos de rosas y flores de diversas colores y maneras: apodaban (calculaban) que tenia cada arco carga y media de rosas (entiéndese carga de indios), y con las que habia en las capillas, y las que tenian los arcos triunfales, con otros sesenta y seis arcos pequeños, y las que la gente sobre sí y en las manos llevaban, se apodaron en dos mil cargas de rosas; y cerca de la quinta parte parecía ser de clavellinas de Castilla, y hánse multiplicado en tanta manera, que es cosa increible: las matas son muy mayores que en España, y todo el año tienen flores. Habia obra de mil rodelas hechas de labores de rosas, repartidas por los arcos; y en los otros arcos que no tenian rodelas habia unos florones grandes hechos de unos como cascos de cebolla, redondos, muy bien hechos, y tienden muy buen lustre: de estos habia tantos, que no se podian contar.

«Una cosa muy de ver tenian. En cuatro esquinas ó vueltas que se hacian en el camino, en cada una su montaña, y de cada una salia un peñón bien alto; y desde abajo estaba hecho como prado con matas de yerba, y flores, y todo lo demás que hay en un campo fresco; y la montaña y el peñon tan al natural como si allí hubiese nacido. Era cosa maravillosa de ver, porque habia muchos árboles, unos silvestres y otros de frutas, otros de flores, y las setas y hongos y vello que nace en los árboles de montaña y en las peñas, hasta los árboles viejos quebrados: á una parte como monte espeso, y á otra más ralo; y en los árboles muchas aves chicas y grandes: habia halcones, cuervos, lechuzas, y en los mismos montes mucha caza de venados y liebres y conejos y adiyes, y muy muchas culebras: estas atadas y sacados los colmillos ó dientes, porque las más de ellas eran de género de víboras, tan largas como una braza, y tan gruesas como el brazo de un hombre por la muñeca. Tómanlas los indios con la mano como á los pájaros, porque para las bravas y ponzoñosas tienen una yerba que las adormece, la cual tambien es medicinal para muchas cosas: llámase esta yerba picietl (tabaco). Y porque no faltase nada para contrahacer á lo natural, estaban en las montañas unos cazadores muy encubiertos, con sus arcos y flechas, que comunmente los que usan este oñcio son de otra lengua (otomíes), y como habitan hácia los montes, son grandes cazadores. Para ver estos cazadores habia menester aguzar la vista: tan disimulados estaban, y tan llenos de rama y de vello de árboles, que á los así encubiertos, fácilmente se les vendria la caza hasta los piés: estaban haciendo mil ademanes antes que tirasen, con que hacian picar á los descuidados. Este dia fué el primero que estos tlaxcaltecas sacaron su escudo de armas que el Emperador les dió cuando á este pueblo hizo ciudad; la cual merced aun no se ha hecho con ningun otro de indios sino con este, que lo merece bien, porque ayudaron mucho, cuando se ganó toda la tierra, á D. Hernando Cortés por S. M. Tenían dos banderas de estas, y las armas del Emperador en medio, levantadas en una vara tan alta, que yo me maravillé adónde pudieron hallar palo tan largo y tan delgado: estas banderas tenian puestas encima del terrado de las casas de su ayuntamiento, porque pareciesen más altas. Iba en la procesion capilla de canto de órgano, de muchos cantores, y su música de flautas, que concertaban con los cantores, trompetas y atabales, campanas chicas y grandes, y esto todo sonó junto, á la entrada y salida de la iglesia, que parecia que se venia el cielo abajo.»

Si en ese dia no hubo representacion, acaso por falta de tiempo, bien reparada quedó luego la omision, porque el lúnes siguiente, diade S. Juan Bautista, hubo cuatro. Así lo refiere el mismo cronista, cuyas palabras sigo trasladando.

«Porque se vea la habilidad de estas gentes, diré aquí lo que hicieron y representaron luego adelante, en el dia de S. Juan Bautista, que fué el lúnes siguiente, y fueron cuatro autos, que solo para sacarlos en prosa, que no es ménos devota la historia que en metro, fué bien menester todo el viérnes, y en solo dos dias que quedaban, que fueron sábado y domingo, lo deprendieron, y representaron harto devotamente la anunciacion de la Natividad de S. Juan Bautista, hecha á su padre Zacarías, que se tardó en ella obra de una hora, acabando con un gentil motete en canto de órgano. Y luego adelante, en otro tablado, representaron la Anunciacion de Nuestra Señora, que fué mucho de ver, que se tardó tanto como en el primero. Despues, en el patio de la iglesia de S. Juan, á do fué la procesion, luego en allegando, antes de misa, en otro cadalso, que no eran poco de ver los cadalsos cuán graciosamente estaban ataviados y enrosados, representaron la Visitacion de Nuestra Señora á Santa Isabel. Despues de misa se representó la Natividad de S. Juan, y en lugar de la circuncision, fué bautismo de un niño de ocho dias nacido, que se llamó Juan; y antes que diesen al mudo Zacarías las escribanías que pedia por señas, fué bien de reir lo que le daban, haciendo que no le entendian. Acabóse este auto con Benedictus Dominus Deus Israel; y los parientes y vecinos de Zacarías, que se regocijaron con el nacimiento del hijo, llevaron presentes y comidas de muchas maneras, y puesta la mesa asentáronse á comer, que ya era hora.»

No fué menos solemne la fiesta que celebraron el dia de la Encarnacion, precedida de una copiosa limosna, para santificar más el piadoso regocijo con la práctica de la caridad. Dejo hablar otra vez al apostólico padre Fr. Toribio, á fin de que el lector no pierda nada de tan bello trozo descriptivo.

«Lo más principal he dejado para la postre, que fué la fiesta que los confrades de Nuestra Señora de la Encarnacion celebraron; y porque no la pudieron celebrar en la cuaresma, guardáronla para el miércoles de las octavas. Lo primero que hicieron fué aparejar muy buena limosna para los indios pobres, que no contentos con los que tienen en el hospital, fueron por las casas de una legua á la redonda á repartirles setenta y cinco camisas de hombre, y cincuenta de mujer, y muchas mantas y zaragüelles: repartieron también por los dichos pobres necesitados diez carneros y un puerco, y veinte perrillos de los de la tierra, para comer con chile, como es costumbre. Repartieron muchas cargas de maíz y muchos tamales en lugar de roscas, y los diputados y mayordomos que lo fueron á repartir no quisieron tomar ninguna cosa por su trabajo, diciendo que antes habian ellos de dar de su hacienda al hospicio, que no tomársela.

«Tenian su cera hecha, para cada cofrade un rollo, y sin estos, que eran muchos, tenian sus velas y doce hachas, y sacaron de nuevo cuatro ciriales de oro y pluma, muy bien hechos, más vistosos que ricos. Tenian cerca de la puerta del hospital para representar aparejado un auto, que fué la caida de nuestros primeros padres, y al parecer de todos los que lo vieron, fué una de las cosas notables que se han hecho en esta Nueva España. Estaba tan adornada la morada de Adan y Eva, que bien parecía paraíso de la tierra, con diversos árboles con frutas y flores, de ellas naturales, y de ellas contrahechas de pluma y oro; en los árboles mucha diversidad de aves, desde buho y otras aves de rapiña, hasta pajaritos pequeños, y sobre todo tenian muy muchos papagayos, y era tanto el parlar y gritar que tenian, que á veces estorbaban la representacion: yo conté en un solo árbol catorce papagayos, entre pequeños y grandes. Habia también aves contrahechas de oro y pluma, que era cosa muy de mirar. Los conejos y liebres eran tantos, que todo estaba lleno de ellos, y otros muchos animalejos, que yo nunca hasta allí los habia visto. Estaban dos ocelotles atados, que son bravísi- mos, que ni son bien gato ni bien onza; y una vez descuidóse Eva, y fué á dar en el uno de ellos, y él de bien criado, desvióse: esto era antes del pecado, que si fuera despues, tan en hora buena ella no se hubiera llegado. Habia otros animales bien contrahechos, metidos dentro unos muchachos; estos andaban domésticos, y jugaban y burlaban con ellos Adan y Eva. Había cuatro rios ó fuentes que salian del paraíso, con sus rétulos que decian Phison, Gheon, Tigris, Euphrates; y el árbol de la vida en medio del paraíso, y cerca de él el árbol de la ciencia del bien y del mal, con muchas y muy hermosas frutas contrahechas de oro y pluma.

«Estaban en el redondo del paraíso tres peñoles grandes y una sierra grande: todo esto lleno de cuanto se puede hallar en una sierra muy fuerte y fresca montaña, y todas las particularidades que en Abril y Mayo se pueden hallar, porque en contrahacer una cosa al natural, estos indios tienen gracia singular. Pues aves no faltaban, chicas ni grandes, en especial de los papagayos grandes, que son tan grandes como gallos de España: de estos habia muchos, y dos gallos y una gallina de las monteses, que ciertos son las más hermosas aves que yo he visto en parte ninguna: tendria un gallo de aquellos tanta carne como dos pavos de Castilla......

«Habia en estos peñoles animales naturales y contrahechos. En uno de los contrahechos estaba un muchacho vestido como leon y estaba desgarrando y comiendo un venado que tenia muerto: el venado era verdadero, y estaba en un risco que se hacia entre unas peñas, y fué cosa muy notada. Llegada la procesion, comenzóse luego el auto; tardóse en él gran rato, porque antes que Eva comiese, ni Adán consintiese, fué y vino Eva, de la serpiente á su marido, y de su marido á la serpiente, tres ó cuatro veces, siempre Adan resistiendo, y como indignado, alanzaba de sí á Eva: ella rogándole y molestándole decia, que bien parecia el poco amor que le tenia, y que más le amaba ella á él, que no él á ella; y echándole en su regazo, tanto le importunó, que fué con ella al árbol vedado, y Eva en presencia de Adán comió, y dióle á él también que comiese; y en comiendo, luego conocieron el mal que habian hecho; y aunque ellos se escondian cuanto podian, no pudieron hacer tanto, que Dios no los viese; y vino con gran majestad, acompañado de muchos ángeles; y después que hubo llamado á Adan, él se excusó con su mujer, y ella echó la culpa á la serpiente, maldiciéndolos Dios y dando á cada uno su penitencia. Trajeron los ángeles dos vestiduras bien contrahechas, como de pieles de animales, y vistieron á Adán y á Eva. Lo que más fué de notar fué el verlos salir desterrados y llorando: llevaban á Adan tres ángeles, y á Eva otros tres, é iban cantando en canto de órgano Circumdederunt me. Esto fué tan bien representado, que nadie lo vió que no llorase muy recio: quedó un querubin guardando la puerta del paraíso, con su espada en la mano. Luego allí estaba el mundo, otra tierra cierto bien diferente de la que dejaban, porque estaba llena de cardos y de espinas, y muchas culebras: tambien habia conejos y liebres. Llegados alli los recien moradores del mundo, los ángeles mostraron á Adan cómo habia de labrar y cultivar la tierra, y á Eva diéronle husos para hilar y hacer ropa para su marido é hijos; y consolando á los que quedaban muy desconsolados, se fueron cantando por desechas,[8] en canto de órgano, un villancico que decía:

«Para qué comió
«La primer casada,
«Para qué comió
«La fruta vedada.
«La primer casada,
«Ella y su marido,
«A Dios han traido
«En pobre posada,
«Por haber comido
«La fruta vedada.

«Este auto fué representado por los indios en su propia lengua, y así muchos de ellos tuvieron lágrimas y mucho sentimiento, en especial cuando Adán fué desterrado y puesto en el mundo.»

Es digno de notar que se cantaran esos versos castellanos por remate de un auto en lengua mexicana; y más cuando esta se prestaba bien á la forma poética. De todas maneras, ese villancico de 1538 es la muestra más antigua que conozco de la poesía colonial.

A todas las fiestas referidas excedió en aparato la que los mismos indios de Tlaxcala celebraron «por las paces hechas entre el Emperador y el rey de Francia:» alusion que sin duda se refiere á la tregua de diez años ajustada entre ambos soberanos el 18 de Junio de 1538. Los indios, para aumentar el brillo de su función, determinaron hacerla el dia de Corpus: no dice el cronista de qué año, pero fué indudablemente de 1539, porque la obra de que tomamos esta noticia se escribió en 1540. Los españoles habian representado, con igual ocasión, la conquista de Rodas[9], y los indios determinaron representar la de Jerusalen: «pronóstico que Dios cumpla en nuestros dias,» dice el cronista, [10] pero cuyo cumplimiento aun no vemos.

La primera parte de la fiesta, aunque pasó delante del Santísimo Sacramento, que estaba puesto en un tablado ó cadalso y acompañado de Papa, cardenales y obispos fingidos, no fué propiamente un auto, sino un simulacro de la deseada y no verificada conquista de Jerusalen por el Emperador Cárlos V. Al efecto aprovecharon los indios unos edificios comenzados á levantar en una llanura inmediata a Tlaxcala, y destinados para nueva casa de cabildo. Hincheron de tierra la parte ya labrada, que tenia de altura un estado, y sobre ese terraplen levantaron cinco torres: la más alta en el centro, y las otras en los ángulos. Enlazaba las torres una cerca almenada, y toda la fábrica estaba muy adornada de flores. Aquella especie de castillo representaba la ciudad de Jerusalen. Enfrente, á la parte oriental, se hallaba aposentado el Emperador: á la derecha de Jerusalen quedaba el real del ejército español: al otro lado el de las tropas de Nueva España. En medio de la plaza estaba Santa Fé, nombre que traia luego á la memoria la conquista de Granada por los Reyes Católicos, y allí habia de situarse el Emperador con su ejército. Todos estos lugares estaban cercados á imitación de fortalezas.

Llegada la hora de comenzar el espectáculo, y sentados en el tablado del Santísimo Sacramento los que componian la procesion, comenzó á entrar en la plaza el ejército de España, en que se distinguian las banderas de sus diferentes provincias, y en la retaguardia iban los alemanes é italianos. «Habia entre todos pocas diferencias de trajes, porque como los indios no los han visto ni lo saben, no lo usan hacer, y por eso entraron todos como españoles soldados, con sus trompetas contrahaciendo las de España, y con sus atambores y pífanos muy ordenados: iban de cinco en cinco en hilera, á su paso de los atambores.» Era general de este ejército D. Antonio Pimentel, conde de Benavente.

Entró en seguida el de la Nueva España, repartido en diez capitanías, y los que las formaban vestidos con ricos trajes, «porque todos cuantos en este auto entraron eran señores y principales.» Iban en la vanguardia Tlaxcala y México; seguian los huaxtecos, zempoaltecos, mixtecos, colhuaques, y unos «que se decian los del Perú é islas de Santo Domingo y Cuba.» Cerraban la marcha tarascos y cuautemaltecos, y capitaneaba á todos D. Antonio de Mendoza, virey á la sazon de la Nueva España.

Bien se deja entender, que ni el conde de Benavente, que nunca vino á México, ni un personaje como el virey Mendoza, tomaron parte personalmente en aquel simulacro, sino que algunos señores indios los representaban. Lo propio sucedia con los gefes de los infieles; estos eran, según el cronista, D. Hernando Cortés, que hacia oficio de Soldan y D. Pedro de Alvarado, capitan general. Habia en esto último una doble ficcion, porque ni los conquistadores podian capitanear infieles, ellos que hablan venido á plantear aquí la verdadera fe, ni las personas que desempeñaban esos papeles eran los conquistadores mismos. No se alcanza la razón que los religiosos, autores ú ordenadores de todas las fiestas, tuvieron para agraviar á los conquistadores, poniéndolos por gefes en el bando de los moros; ni cómo se toleraba tan poco honrosa ficcion, aun por los mismos tlaxcaltecas, que no hacia mucho habian peleado de veras al lado de los que ahora, en el simulacro, tenian al frente como enemigos.

El ejército español fué el primero en salir al campo, encaminándose en derechura á Jerusalen, y el Soldan D. Hernando Cortés le salió al encuentro con su gente ataviada á manera, de moros. Pelearon un rato, y los enemigos cedieron, retrayéndose á la ciudad.

Igual cosa sucedió con el ejército de Nueva España, que vino á pelear despues. Mas presto se trocaron los papeles, porque habiendo recibido los moros un gran refuerzo, hicieron una salida, y vencieron, uno en pos de otro, á los dos ejércitos. Sus capitanes, el conde de Benavente y el virey Mendoza, participaron al Emperador lo sucedido, por medio de cartas que el cronista copia textualmente, así como las respuestas del soberano. Este acudió en persona al socorro de los suyos, acompañado de los reyes de Francia y de Hungría, «con sus coronas en las cabezas,» y fué á aposentarse á Santa Fe. Sin desalentarse por el pasado revés, acometieron todos á los moros, quienes no solamente se defendieron bien, sino que verificaron otra salida, y rechazaron de nuevo á los españoles. En tal aprieto, escribió el Emperador al Papa la noticia de lo ocurrido, concluyendo con pedirle que rogara á Dios por el buen suceso de sus armas, «pues estaba determinado de tomar a Jerusalen y á todos los otros Santos Lugares, ó morir en la demanda.» El Papa, consultado el caso con los cardenales, contestó al Emperador, díciéndole que ya mandaba hacer plegarias en todas partes, y conce- día un gran jubileo á toda la cristiandad.

Viéndose por dos veces rechazados, acudieron tambien los españoles á la oración, y fueron á arrodillarse ante el Santísimo Sacramento, con el Papa y cardenales. Aparecióseles entonces un ángel para decirles, que Dios habia oido sus oraciones: que no desmayasen, porque al fin conseguirian victoria; y que «para más seguridad» les enviaria el Señor á su patrono Santiago. Luego á la hora entró el apóstol en un caballo «blanco como la nieve,» y los españoles le siguieron contra los moros, que aun estaban fuera de Jerusalen: estos se retrajeron á la ciudad, y los españoles se volvieron á su real. Acometieron entonces á su vez los de la Nueva España; pero los moros salieron contra ellos, y los obligaron tambien á retirarse.

Como la ayuda del apóstol Santiago no habia sido de provecho, fué preciso ocurrir de nuevo á la oracion. De nuevo apareció el ángel, á participarles que Dios habia permitido fuesen humillados, á fin de probarlos y hacerles ver que sin su ayuda nada valian; pero que ya vendría al socorro el abogado y patrono de la Nueva España, San Hipólito. A la promesa siguió el cumplimiento, porque llegó el santo mártir en un caballo morcillo; juntóse con Santiago, y á la cabeza ambos de toda la gente, española é india, emprendie- ron un furioso ataque á la ciudad. «Todos juntos, dice el autor que seguimos, comenzaron la batería, de manera que los que en ella estaban, aun en las torres, no se podian valer, de las pelotas y varas que les tiraban. Por las espaldas de Jerusalen, entre dos torres, estaba hecha una casa de paja, harto larga, á la cual, al tiempo de la batería, pusieron fuego, y por todas las otras partes andaba la bateria muy recia, y los moros, al parecer, con determinación de ántes morir, que entregarse á ningun partido. De dentro y de fuera andaba el combate muy recio, tirándose unas pelotas grandes, hechas de espadañas, y alcancías de barro secas al sol, llenas de almagre mojado, que al que acertaban parecia que quedaba mal herido y lleno de sangre, y lo mismo hacian con unas tunas coloradas. Los flecheros tenian en las cabezas de las viras unas bolsillas llenas de almagre, que doquiera que daban parecia que sacaban sangre: tirábanse también cañas gruesas de maiz. Estando en el mayor hervor de la batería, apareció en el homenaje[11] el arcángel San Miguel, de cuya voz y vision, así los moros como los cristianos, espantados, dejaron el combate é hicieron silencio. Entonces el arcángel dijo á los moros: «Si Dios mirase á vuestras maldades y pecados, y no á su gran misericordia, ya os habria puesto en el profundo del infierno, y la tierra se hubiera abierto y tragadoos vivos; pero porque habeis tenido reverencia á los Lugares Santos, quiere usar con vosotros su misericordia y esperaros á penitencia, si de todo corazon á él os convertís; por tanto, conoced al Señor de la Majestad, Criador de todas las cosas, y creed en su preciosísimo Hijo Jesucristo, y aplacadle con lágrimas y verdadera penitencia;» y esto dicho des- apareció.»

Las palabras del arcángel produjeron el efecto negado á las armas, porque los moros reconocieron su error, é hicieron señal de paz. Envió el Soldan un parlamentario con carta para el Emperador en que se reconocia vasallo suyo; y recibida, se acercó el Emperador á la ciudad, cuyas puertas encontró ya abiertas: á ellas salió el Soldán á recibirle y prestarle vasallaje. Tomóle el Emperador de la mano, le llevó adonde estaban el Papa y cardenales, delante del Sacramento, y allí dieron todos gracias á Dios por tanta merced. Lo más singular de este simulacro fué su remate. Traia consigo el Soldán muchos al parecer moros, pero que no eran sino indios adultos, prevenidos al intento, los cuales pidieron el bautismo al Papa, y fueron luego allí mismo real y verdaderamente bautizados. Solo las circunstancias especiales de la época y del país hacian posible ese fin de fiesta, que dudo se haya visto en otra parte.

Puesto feliz término al simulacro con la victoria fingida y la regeneracion verdadera de aquellos infieles en las aguas del bautismo, continuó su marcha la procesion, cuya carrera estaba adornada de arcos y flores, casi lo mismo que el año anterior, siendo lo más notable seis capillas con sus retablos, y tres montañas muy al natural, en las cuales se representaron «tres autos muy buenos.»

Corresponde de derecho al misionero cronista hacer la relacion de ellos, y volvemos á dejarle la palabra.

«En la primera (montaña) que estaba luego abajo del patio alto, en otro patio bajo á do se hace una gran plaza, aquí se representó la tentacion del Señor, y fué cosa en que hubo mucho que notar, en especial verla representar á indios. Fué de ver la consulta que los demonios tuvieron para ver de tentar á Cristo, y quién seria el tentador. Ya que se determinó que fuese Lucifer, iba muy contrahecho ermitaño, sino que dos cosas no pudo encubrir, que fueron los cuernos y las uñas; que de cada dedo, así de las manos como de los piés, le salian unas uñas de hueso tan largas como medio palmo: y hecha la primera y segunda tentacion, la tercera fué en un peñon muy alto, desde el cual el demonio, con mucha soberbia, contaba á Cristo todas las particularidades y riquezas que habia en la provincia de la Nueva España, y de aquí saltó á Castilla, adonde dijo, que además de muchas naos y gruesas armadas que traia por la mar, con muchas riquezas, y muy gruesos mercaderes de paños y sedas y brocados, habia otras muchas particularidades que tenia; y entre otras dijo que tenia muchos vinos, y muy buenos, á lo cual todos picaron, así indios, como españoles, porque los indios todos se mueren por nuestro vino. Y despues que dijo de Jerusalen, Roma, África, y Europa y Asia, y que todo se lo daria, respondiendo el Señor, Vade, Sathana, cayó el demonio; y aunque quedó encubierto en el peñón, que era hueco, los otros demonios hicieron tal ruido, que parecia que toda la montaña iba con Lucifer á parar al infierno. Vinieron luego los ángeles con comida para el Señor, que parecia que venian del cielo, y hecho su acatamiento, pusieron la mesa y comenzaron á cantar.

«Pasando la procesion á la otra plaza, en otra montaña se representó cómo S. Francisco predicaba á las aves, diciéndoles por cuántas razones eran obligadas á alabar y bendecir á Dios, por las proveer de mantenimientos, sin trabajo de coger ni sembrar, como los hombres, que con mucho trabajo tienen su mantenimiento; asimismo por el vestir de que Dios les adorna, con hermosas y diversas plumas, sin ellas las hilar ni tejer, y por el lugar que les dió, que es el aire, por donde se pasean y vuelan. Las aves, llegándose al santo, parecian que le pedian su bendicion, y él se la dando, les encargó que á las mañanas y á las tardes loasen y cantasen á Dios. Ya se iban; y como el santo se abajase de la montaña, salió de traves una bestia fiera del monte, tan fea, que á los que la vieron asi de sobresalto les puso un poco de temor; y como el santo la vió, hizo sobre ella la señal de la cruz, y luego se vino para ella, y reconociendo que era una bestia que destruia los ganados de aquella tierra, la reprendió benignamente, y la trajo consigo al pueblo á do estaban los señores principales en su tablado, y allí la bestia hizo señal que obedecia, y dio la mano de nunca más hacer daño en aquella tierra; y con esto se fué la fiera á la montaña.

«Quedándose alli el santo, comenzó su sermón diciendo, que mirasen cómo aquel bravo animal obedecia la palabra de Dios, y que ellos que tenian razon y muy grande obligacion de guardar los mandamientos de Dios..... y estando diciendo esto, salió uno fingiendo que venia beodo, cantando muy al propio que los indios cantaban cuando se embeodaban, y como no quisiese dejar de cantar y estorbase el sermon, amonestándole que callase, si no, que se iria al infierno, y él perseverase en su cantar, llamó S. Francisco á los demonios de un fiero y espantoso infierno, que cerca á ojo estaba, y vinieron muy feos, y con mucho estruendo asieron del beodo, y daban con él en el infierno. Tornaba luego el santo á proceder en el sermon, y salian unas hechiceras muy bien contrahechas..... y como tambien estorbasen la predicacion, y no cesasen, venian también los demonios, y poníanlas en el infierno. De esta manera fueron representados y reprendidos algunos vicios en este auto. El infierno tenia una puerta falsa, por donde salieron los que estaban dentro; y salidos los que estaban dentro, pusiéronle fuego, el cual ardió tan espantosamente, que pareció que nadie se habia escapado, sino que demonios y condenados todos ardian, y daban voces y gritos las ánimas y los demonios, lo cual ponia mucha grima y espanto, aun á los que sabian que nadie se quemaba. Pasando adelante el Santísimo Sacramento, habia otro auto, y era del sacrificio de Abraham, el cual por ser corto, y ser ya tarde, no se dice más de que fué muy bien representado. Y con esto volvió la procesión á la iglesia.»

Es muy probable que todas estas fiestas de Tlaxcala fueron dispuestas por el P. Fr. Toribio de Motolinia, guardian de aquel convento; y señaladamente parece haber sido suya la del simulacro de la conquista de Jerusalen. Hácelo creer así la circunstancia de figurar en él, como capitan general de los españoles, el conde de Benavente, señor del pueblo natal del padre, y á quien este dedicó su, Historia de los Indios de Nueva España. Si los demás escritores hubieran puesto igual cuidado en trasmitirnos la relacion circunstanciada de las fiestas de otras partes, tendríamos hoy gran copia de datos para escribir la historia de las representaciones sacras en México. Mas no fué así, pues por lo comun se contentaron con la mencion general de ellas. Algo se encuentra, sin embargo; y esto poco se aumentaria, sin duda, con un detenido exámen de nuestras inestimables crónicas monásticas.

No en los pueblos solamente, sino también en la capital México, hacian los indios sus representaciones de asuntos sagrados. Fué muy célebre la del Auto del Juicio final, compuesto en lengua mexicana por el gran misionero Fr. Andrés de Olmos, y representado en la capilla de S. José de Naturales[12], á presencia del virey D. Antonio de Mendoza, del obispo D. Fr. Juan de Zumárraga, y de un gran concurso de gente, así de la ciudad como de la comarca. Causó grande edificacion a todos, indios y españoles, «para darse á la virtud y dejar el mal vivir, y á muchas mujeres erradas, para, movidas de temor y compungidas, convertirse á Dios.» La mayor parte de los españoles quedarian ayunos, por no entender la lengua, y de seguro así sucedió al virey y al obispo. No se asigna fecha á esta fiesta; mas como Mendoza llegó en 1535 y el Sr. Zumárraga murió en 1548, hubo de verificarse forzosamente en uno de los años intermedios.

En la Historia de Dávila Padilla[13] encuentro mencionadas las fiestas hechas por los dominicos en Etla, pueblo de Oajaca, el año de 1575, que terminaron, por cierto, trágicamente. Era entonces guardian de aquel convento el P. Fr. Alonso de la Anunciacion, y dispuso para el dia del Corpus una representación de la Sagrada Escritura «que sirviese para declaracion del misterio,» por ser «cosa muy acomodada al natural de los indios, representarles con estas cosas exteriores las que profesan en la fe.» Fuera del patio de la glesia, á la parte de oriente, hicieron de prisa un corredor ó soportal, para que sirviese de abrigo al Santísimo Sacramento, durante la representacion del auto. Salió la procesión con la pompa acostumbrada, llevando la Custodia Fr. Alonso, y cuando llegó al corredor, se colocaron bajo su sombra las cruces, las andas y el Santísimo Sacramento. Sentáronse también allí Fr. Alonso, otro religioso su compañero, y todos los principales del pueblo; pero cargó tanta gente sobre el techo, que se vino al suelo en medio de la representacion, cogiendo debajo á cuantos habia cobijado su maléfica sombra. Ciento veinte fueron los muertos, muchos más los heridos, y entre ellos el P. Fr. Alonso, á quien sacaron de entre los escombros con las piernas quebradas por varias partes, y rotos ó desencajados casi todos los demas huesos. El otro religioso, que estaba menos lastimado, por haberse colocado algo afuera, acudió a sacar el Sacramento, á pesar de que aun caian vigas y piedras. Tuvo la dicha de encontrar intacta la Custodia, y aunque cayó con ella al salir, logró ponerla en salvo. Fr. Alonso sobrevivió solamente dos horas á aquel funesto acontecimiento, que llenó de luto y consternacion al pueblo.

Terminaba ya el siglo décimosexto, cuando el franciscano Fr. Francisco de Gamboa instituyó en México una cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad, cuyo asiento era en la capilla de S. José, y ordenó á los naturales la estacion de los viérnes, de que formaba parte un sermón, y durante él se representaba algun paso de la Pasión de Nuestro Señor. Serian indudablemente representaciones mudas, pues de otra suerte eran incompatibles con el sermon. Por aquel mismo tiempo introdujo el historiador Fr. Juan de Torquemada unos autos, á que dieron el nombre de neixcuitilli, que en lengua mexicana significa «dechado» ó «ejemplo.» Hacíanse los domingos por la tarde, después del sermon, y se acostumbraban todavía un siglo despues.[14] El mismo historiador compuso, en lengua de los indios, muchas de las piezas que se ejecutaron, y algunas escribió su maestro, el gran nahuatlista y fecundo escritor Fr. Juan Bautista. De todas, y de otras de propia cosecha, se aprovecharon los demas religiosos en los diversos lugares donde introdujeron la propia costumbre; pero no ha llegado á nosotros el texto de ninguna.[15]

Las representaciones de pasos de la Pasion continuaron por largo tiempo, aun despues de haber cesado las de autos sacramentales, y llegaron hasta nuestros dias, suprimida la parte hablada, como en las del P. Gamboa, y conservando solo la figurativa, acompañada de sermones. Conforme lo pedia el contexto de estos, se iban ejecutando las acciones. Todos recordamos haber visto, no há muchos años, el prendimiento, las tres caidas, y el descendimiento y otras escenas de la Pasion figuradas al vivo, aun dentro de la capital y en los pueblos comarcanos: último recuerdo de aquellas alegres y devotas solemnidades establecidas por los antiguos misioneros. El refinamiento de nuestros dias condenaba esas fiestas, considerándolas como farsas grotescas, indignas de una sociedad culta, y muy ajenas del respeto debido a la Divinidad. Juzgábase con espíritu muy diverso del que animaba á los que tomaban parte en ellas. Lo que para los escrupulosos, ó tal vez incrédulos, no pasaba de un espectáculo ridículo, era para el sencillo pueblo un recuerdo vivo del incomprensible sacrificio del Hombre—Dios, y un acto de verdadero culto á que contribuian con afectuosa devocion. Mas como no solian participar de ella todos los espectadores, especialmente en las ciudades, habría convenido que la autoridad competente suprimiera tales espectáculos; y también porque algunos excesos, inevitables, por lo demás, en toda reunion numerosa, daban gran pábulo á la censura, que en otra materia se habría mostrado menos severa. Al fin, no un afectado escrúpulo, como sucedió con los autos sacramentales, ni el deseo de evitar desórdenes, que en otras cosas se toleran, sino una persecucion descarada á la Iglesia, vino á cortar la discusion, y puso término á las representaciones religiosas, dejando en cambio entera libertad á las profanas para llegar á la más asquerosa inmoralidad.

Pero hagamos á un lado reminiscencias enfadosas, para tomar de nuevo el hilo de la narracion, y referir cómo celebraban aquí los españoles la fiesta del Corpus Christi. No puede caber duda de que quedaria establecida luego que se fundó la nueva ciudad; pero la primera mención que encuentro de ella está en el acta del cabildo de 9 de Enero de 1526. Ese dia se presentaron los sastres pidiendo un solar para edificar á su costa una ermita y un hospital, en que se albergasen los pobres, y de donde «saliesen sus oficios el dia de Corpus Christi,» lo cual da á entender que ya desde antes se acostumbraba hacer la procesion. Para salir en ella estaban reunidos los concejales en la iglesia mayor el 31 de Mayo del mismo año, cuando recibieron la carta de Cortés en que les avisaba su regreso de la expedicion de las Hibueras.

Tres años después, á 24 de Mayo de 1529, se arregló el orden en que habian de ir los oficios, esto es, los oficiales de las diversas artes mecánicas, capitaneados por sus alcaldes y llevando las imágenes de sus santos patronos. Motivo del acuerdo fué que habia habido diferencia, ó sea disputas, entre los oficios, acerca del lugar que habian de ocupar en la procesion, y se mandó expresamente que «los armeros fueran junto al arca del Santísimo Sacramento.» En 1533 se repitió el acuerdo más circunstanciadamente, como se ve en el acta de 10 de Junio, que dice así: «Este dia dijeron, que por cuanto es necesario haya orden en cómo han de ir los oficios é oficiales que los sacan, en la fiesta de Corpus Christi, porque de no la haber ha habido diferencia entre los dichos oficiales los años pasados, mandaron que la óorden que en lo susodicho se ha de tener sea, que despues de los oficios é juegos de los indios, vayan delante los primeros en la dicha procesion los hortelanos, y tras ellos los jigantes y tras los jigantes los zapateros, y tras los zapateros los herreros y caldereros, y tras estos los carpinteros, y tras los carpinteros los barberos, y tras los barberos los plateros, y tras los plateros los sastres, y tras los sastres los armeros; y mandaron que los oficiales de los dichos oficios vayan con los dichos oficios en procesion, en los lugares dichos; é que todos los oficios vengan é se pongan el dicho dia, luego de mañana, en la plaza mayor, y entren en la iglesia por la puerta que está á la dicha plaza, y hecho su acatamiento al Santo Sacramento, salgan de la dicha iglesia por la puerta que está hácia el corral de los toros, y vayan en la dicha procesion por la orden dicha.» Siguen las penas contra los que faltasen á lo mandado. La preferencia dada á los armeros sobre los demas artesanos, revela el espíritu de la época; mas no la conservaron mucho tiempo, porque en 1537 (18 de Mayo) pasó á los plateros, en razon á que sacaban la imágen de S. Hipólito, patrono de la ciudad, y era justo honrarle.

El acuerdo antes copiado demuestra que en la procesion habia jigantes (y probablemente tarasca),[16] y que salian en ella, no solo los españoles con sus oficios, sino tambien los indios con los suyos. Figuraba ademas en ella el diablo cojuelo.[17] El camino que todos seguian. era entrar por la puerta de la antigua iglesia mayor que miraba al sur, y salir por la que daba al Empedradillo, donde estaba situado el corral de los toros.

Ese mismo año de 1533 hubo grandes discordias entre el ayuntamiento y la Audiencia, sobre quiénes habian de llevar las varas del palio en la procesion. Aunque la ciudad sostenia que esa prerogativa le tocaba, por ser así costumbre en las ciudades de España, se mostró llana á cederla en favor del presidente y oidores, lo cual les hizo presente por medio de un escrito. Mas la Audiencia dispuso que el palio tuviera ocho varas, y de ellas llevasen cuatro los oidores, y las otras cuatro los oficiales reales, tesorero, contador, factor y veedor: ordenó tambien que cuando sobrasen varas ó las dejasen los que tenian derecho á ellas, el cabildo proveyera. Insistió la ciudad en su acuerdo, considerándose agraviada por el del Audiencia; pero deseando evitar disputas, ocurrió al provisor para informarle de lo que pasaba, porque a «ellos no entendían de ir en la dicha procesion, hasta que S. M. lo envíe proveido.» La determinacion era grave, si se atiende á la importancia que tenia entonces la municipalidad de México, y estuvo á punto de ocasionar un tumulto. No aparece en el Libro de Cabildo lo que por aquella vez se ejecutó; pero al año siguiente se repitieron las desavenencias y volvió á alterarse el pueblo. La ciudad se quejaba, en uno de sus cabildos, de que el presidente y oidores habian dado las varas del palio «a quien quisieron, contra lo que en esto los dichos presidente é oidores tienen mandado: todo en ofensa é injuria desta dicha ciudad, justicia é regidores é república de ella,» y protestaron defender por justicia sus derechos. Mal salieron al fin en el negocio, porque, como refiere Herrera,[18] informado el rey de esas diferencias, «de que le pesó mucho, porque demas de ser cosa en que Dios era muy deservido, no era buen ejemplo para los naturales,» mandó, en 1534, que «siempre que se hallasen presentes el presidente y el Audiencia Real, que representaban la persona del rey, el dicho presidente diese las varas á quien le pareciese, prefiriendo el presidente, prelados y señores de título, marqués y conde, y despues á los oidores, y luego los oficiales propietarios, y después los regidores más antiguos, sin escándalo ni desasosiego alguno.» Para tan pocas varas era mucha gente esa, y rara vez podrían los capitulares alcanzar parte en aquella honrosa distinción.[19] A muchos parecerán hoy frívolas tales disputas, y no es extraño, cuando la devocion y el espíritu de cuerpo han dejado el puesto á la descreencia, y á la sed de provecho personal.

En los libros de Actas del Ayuntamiento de México, correspondientes á los años de 1524 á 1542, únicos que han estado á mi alcance, nada hay referente á representaciones sacramentales; pero sobran pruebas de su antigüedad entre nosotros. Ya el austero D. Fr. Juan de Zumárraga, primer obispo de México, «habia vedado, por causas justas que le movieron, los bailes y danzas profanas y representaciones poco honestas, que se hacian en la procesion general de la fiesta de Corpus Christi, donde tanta atencion y reverencia se requiere. Y aun, para dejar más fundada esta reformacion, juntamente on una muy provechosa doctrina cristiana que él mismo compuso, hizo imprimir un tratado de Dionisio Cartujano, del modo cómo se deben hacer las procesiones con reverencia y devoción.»[20] Existe, en efecto, ese tratado, y no una sola edicion de él, sino dos: en la segunda, más copiosa, é impresa probablemente en 1544 ó 1545, añadió el Sr. Zumárraga un apéndice, del cual extractamos lo que hace á nuestro propósito, no solo como dato histórico, sino tambien para muestra del vigoroso y castizo estilo de aquel venerable varón, tan calumniado como digno de respeto. Dice asi: «Y cosa de gran desacato y desvergüenza parece que ante el Santísimo Sacramento vayan los hombres con máscaras y en hábitos de mujeres, danzando y saltando con meneos deshonestos y lascivos, haciendo estruendo, estorbando los cantos de la Iglesia, representando profanos triunfos, como el del Dios del Amor, tan deshonesto, y aun á las personas no honestas, tan vergonzoso de mirar; cuánto más feo en presencia de nuestro Dios; y que estas cosas se manden hacer, no á pequeña costa de los naturales y vecinos, oficiales y pobres, compeliéndolos á pagar para la fiesta. Los que lo hacen, y los que lo mandan, y aun los que lo consienten, que podrían evitar y no lo evitan, á otro que Fr. Juan Zumárraga busquen que los excuse. Y por estas burlerías, y por nuestros pecados permite Dios tantas herejías cerca de este Santísimo Sacramento. En verdad, corazón lastimado que teme el castigo de Dios, hace decir esto. Y si después de visto y entendido este tratado, alguno osase favorecer estas cosas así condenadas, yo me escandalizaria del tal, y le ternia no sé por quién, y no seria en poco perjuicio de su alma, y de la doctrina que se enseña á estos naturales. Y por solo esto, aunque en otras tierras y gentes se pudiese tolerar esta vana y profana y gentílica costumbre, en ninguna manera se debe sufrir ni consentir entre los naturales de esta nueva Iglesia. Porque como de su natural inclinacion sean dados á semejantes regocijos vanos, y no descuidados en mirar lo que hacen los españoles, antes los imitarian en estas vanidades profanas, que en las costumbres cristianas. Y demás de esto hay otro mayor inconveniente por la costumbre que estos naturales han tenido de su antigüedad, de solemnizar las fiestas de sus ídolos con danzas, sones y regocijos, y pensarían, y lo tomarian por doctrina y ley, que en estas tales burlerías consiste la santificacion de las fiestas; y solo este inconveniente es bastante para que no haya semejantes vanidades en esta nueva Iglesia. Mas que todo se haga á honra y servicio de Jesucristo, á quien sea la gloria para siempre. Amen.»

Severo en verdad se muestra el Sr. Zumárraga en su censura de los regocijos que solían añadirse á las fiestas religiosas. Llevado de su celo, y juzgando por los abusos que presenciaba, no se detenia en condenar absolutamente todo lo que no fuera ceremonia religiosa, prescrita por la Iglesia. Su opinion, sobre todo en lo relativo á la influencia perjudicial de tales espectáculos en la fe de los conversos, es contraría á la que antes hemos manifestado, conformándonos con la de todos los misioneros. Mas no es imposible conciliarias. La descripcion misma que el Sr. Zumárraga hace de los festejos que reprueba, patentiza que eran indecorosos y censurables. No hallamos tales vicios en las fiestas de los misioneros, sino antes bien regocijo honesto y útil enseñanza. El celoso obispo se refiere claramente á ciertas solemnidades de los españoles, y esas prohibió con justicia, porque danzas deshonestas, máscaras, trueques de trajes y farsas del triunfo del Amor profano, no podian ménos de ser de dañoso ejemplo para los naturales, y no eran de permitirse nunca. Pero de esto á la representacion devota de asuntos sagrados para instruccion de un pueblo que no sabia leer, hay distancia infinita, y el abuso no es regla para condenar también el uso provechoso.

La prohibicion del Sr. Zumárraga continuó en vigor hasta su muerte, acaecida el 3 de Junio de 1548. En la sede vacante volvió á permitir el cabildo los bailes y representaciones de la fiesta del Corpus; y á este propósitp cuenta un antiguo cronista, que estando todo dispuesto para dar principio á la funcion, y aparejados los representantes llovió tanto por la mañana (cosa poco común en México)» que no fué posible sacar la procesion ni hacer fiesta alguna. Tomó aquello el cabildo por un aviso del cielo, y revocó el permiso, dejando en pié, mientras duró la vacante, el mandamiento del venerable señor obispo.

No sabemos cuándo volvió á quedar sin efecto; pero en 1565, el cabildo eclesiástico estaba tan lejos de la opinion contraria á los autos, que el 18 de Mayo acordó dar cada año «una joya de oro ó plata, de valor de hasta treinta escudos, á la mejor representacion ó letra que se hiciese para representarse el dia de Corpus.» Y el ayuntamiento, por su parte, ofrecia tambien joyas con igual destino.[21] La disposición del Sr. Zumárraga fué al fin reducida á sus justos límites por el Concilio tercero mexicano, celebrado en 1585, el cual, siguiendo el ejemplo de otros concifios y prelados, prohibió en las iglesias «las danzas, bailes, representaciones y cantos profanos aun en el dia de la Natividad del Señor, en la fiesta del Corpus y otras semejantes.» La prohibicion, como se ve, no era absoluta, porque se referia únicamente, y con mucha razon, á los regocijos profanos que se hacian en las iglesias dejando en uso los demas. Así lo confirman las palabras que siguen: «Pero si hubiere de representarse alguna historia sagrada, ú otras cosas santas y útiles al alma, ó cantarse algunos devotos himnos, preséntense un mes antes al obispo, para que sea examinado y aprobado por él.»[22]

En tranquila posesion quedaron las representaciones piadosas, y por todo el siglo siguiente las vemos continuar figurando, así en la festividad del Corpus, como en la octava de la misma, en las entradas de vireyes, y en casi todos los festejos destinados á celebrar sucesos faustos. Ya en 1578, entre otras grandes y aparatosas demostraciones hechas para recibir las reliquias que el Papa Gregorio XIII envió á los padres jesuitas de la provincia de México, representaron los colegiales una Tragedia en cinco actos, que existe impresa, intitulada Triunfo de los Santos, en que se representa la persecución de Diocleciano, y y la prosperidad que se siguió con el imperio de Constantino. Figuran en esa obra S. Silvestre, papa; Constantino, Daciano, adelantado, Cromacio, presidente; S. Pedro, S. Doroteo, S. Juan y S. Gorgonio; dos caballeros llamados Albinio y Olimpo; un Nuncio y su secretario; dos alguaciles; la Iglesia, la Fe, la Esperanza y la Caridad; la Gentilidad, la Idolatría y la Crueldad.[23]

Dónde, cómo y por quién se representaban aqui en el siglo xvi, los autos sacramentales, son puntos envueltos en grande oscuridad. Lo probable es que, como en todas partes, comenzaran por encontrar asilo en los templos, y actores entre las personas eclesiásticas. Así lo indica González de Eslava en su Coloquio X, haciendo decir á la Presunción, que iba á la iglesia á ver los monacillos que recitaban el Esgrima, título de ese coloquio. Después salieron las piezas á la calle, y las ejecutaban representantes de profesion, según se ve en documentos del siglo xvii. [24]

Respecto al aparato escénico, ó sea lo que entonces se llamaba las apariencias, no sé sino lo que se desprende de las acotaciones de los Coloquios de Eslava. A juzgar por ellas, no faltaba tramoya. Para la representacion del Coloquio V se necesitaron siete fuertes; igual número de puertas, con sus geroglíficos y letras, exige el Coloquio XVI. En el VIII se ve la figura del Apocalipsis; en el IX, al mismo tiempo que se abre la tierra y sale de ella la Verdad aparece en lo alto una nube que tambien se abre para dejar ver la Justicia: en el XI hay asimismo un lagar que se abre, y descubre la imagen del Crucificado. Pero hay cosas en las tales acotaciones, que no se alcanza cómo pudieran ejecutarse con perfeccion: tales son, en el Coloquio III, la aparicion de dos perros, que á vista del público dan muerte á la Adulación y la Vanagloria, y en el XVI, la cacería en que sale gran multitud de aves y animales, huyendo de los cazadores, de los perros y de los halcones. A tal punto grave es la dificultad de poner todo eso en escena, que hasta podria dudarse si el Coloquio se llegó á representar realmente. Mas aquellos sencillos espectadores no eran tan exigentes como los de nuestros dias, y es de creer que dos muchachos se encargarían de desempeñar el papel de los perros del Coloquio III, de la misma manera que contrahacian otros animales en las fiestas de los indios; asi como que la cacería del XVI se reduciria á unas pocas figuras de bulto y á alguna tela en que estuviera pintado lo demás. No era entonces más aventajado el aparato escénico de otros pueblos, y es comun hallar en las acotaciones de las piezas dramáticas, frases como estas: «salgan los que pudieren,» ó a «hágase esto lo más al propio que se pueda.» En el auto del Hijo Pródigo, del maestro Valdivieso (posterior á Eslava), pide el argumento que salga el protagonista «con una artesa y unos lechones tras él, acosándole,» y hay una nota concebida en estos términos: «Dentro el Pródigo, sino es que se pudiesen vestir unos muchachos de lechones, que saliesen y le estorbasen la comida.»

Aun más interesante que esto, seria el averiguar cuáles eran las piezas que entonces solian representarse, y los nombres de sus autores. Confieso mi ignorancia en este punto. Acaso alguna vez se echarla mano de las piezas más aplaudidas en España; pero no faltaban, por cierto, en México, antes sobraban, [25] ingenios floridos que escribieran obras apropiadas al carácter y costumbres del nuevo pueblo, haciendo excusada la repeticion de las ya conocidas. Que asi pasaba, bien lo dan á entender los premios que ambos cabildos ofrecian á la mejor composición poética, y se confirma con otros datos. Mas son muy escasas las muestras que nos han quedado de las poesías del siglo xvi, y no tenemos colegidas en un cuerpo, aunque no completas, sino las de nuestro Hernan Gonzalez de Eslava. No nos faltaba noticia del autor y de sus obras. Eguiara le dio lugar en su Bibliotheca Mexicana,[26] y Beristain le mencionó tres veces en la suya;[27] pero ni uno ni otro nos dicen nada de su vida. El P. Bustamante, su amigo y editor, malgastó el prólogo del libro, llenándole con lugares comunes en loor de la amistad, y olvidó totalmente informarnos de lo que más nos interesaba. Eguiara, tan puntual en citar sus autoridades, ninguna señala á su artículo: es visto que le formó únicamente con lo que pudo sacar de la obra misma, y no hizo más que adornar esos pobres datos con su habitual verbosidad. Beristain nada adelantó, y por mi parte, nada tampoco he encontrado en cuantos autores antiguos he recorrido. Me admiraria ese silencio, tratándose de un poeta tan notable, si no estuviera yo acostumbrado ya á la suma escasez de nuestras noticias históricas y literarias. Sospechas tengo, y nada más, de que Eslava era andaluz, y tal vez de Sevilla: las fundo en la mención que hace del campo de Tablada; en el uso de algunos provincialismos andaluces, en que con frecuencia hace rimar palabras con s y con z, dando á entender que para él era una misma la pronunciacion de ambas letras, y sobre todo, en que casi siempre atribuye aspiracion á la h. De todas maneras, no puede quedar duda de que estos Coloquios y Poesías se escribieron en México: así lo patentizan la mezcla de algunas palabras aztecas, y las continuas alusiones á sucesos, lugares ó costumbres del país. A veces puede señalarse fecha aproximada á las composiciones, y de ello resulta que se escribieron entre 1567 y 1599 ó 1600. Coloquios hay que no se conforman con la definicion que de los Autos Sacramentales nos da el Sr. Gonzalez Pedrozo, diciendo que son «obras dramáticas en un acto, en loor del Misterio de la Eucaristía.»[28] Tenemos, en primer lugar, que no todos son precisamente en loor de ese Misterio, y luego, que el III y el XVI no constan de un solo acto, sino que el uno tiene siete jornadas, y el otro dos, que valen por las siete. Así es que hizo bien Eslava en no llamarlos Autos, sino Coloquios Espirituales y Sacramentales, y título que corresponde perfectamente al contenido de la primera parte del volúmen. Conformándose con el uso generalmente admitido en su tiempo, no economizó el autor las figuras alegóricas, que tanto escandalizaban á los críticos del renacimiento ó afrancesamiento de la literatura española, y casi siempre introdujo el personaje del Bobo ó Simple, indispensable entonces, y cuyo principal objeto era provocar la risa del espectador y divertirle, como el mismo Eslava lo declara:

«Sale luego un Simple á caza,»

«No más de para reir.»

Aunque se podrán notar defectos en los Coloquios, y más si se cae en el error de juzgarlos conforme á las reglas del gusto dominante en nuestra época, tampoco será difícil señalar en ellos bellezas que compensen con usura los defectos; y de todas maneras constituyen un monumento muy importante en la historia de la literatura mexicana, ó de la española, que es lo mismo.

Hace más de un siglo que el libro de Eslava era ya sumamente raro. Eguiara no conocia otro ejemplar que el suyo, y yo no logré hallar ninguno hasta el año de 1867 en que vi el que entonces pertenecia al Sr. Pro. D. Agustin Fischer, y después fué vendido en Londres. [29]

El corto tiempo que tuve en mi poder aquel ejemplar no me alcanzó más que para formar un juicio muy superficial de la obra; pero bastó para dejarme persuadido de su mérito, y ponerme deseo de salvarla de una inminente desaparicion, dándola de nuevo á la prensa. Aquello no pudo pasar por entonces de deseo, porque los tiempos no eran propios para tales empresas, y además, el único ejemplar conocido, que pudiera servir de original, habia pasado al extranjero para no volver más. Lamentaba tal pérdida, y el naufragio total de mi proyecto, cuando habrá unos cuatro ó cinco años, mi buen amigo el Sr. D. José María Andrade, tan afortunado en esos hallazgos como digno de ellos, me invitó á examinar un monton de libros viejos que acababa de comprar. Claro es que no rehusé la invitación, y casi al comenzar el registro de aquellos pergaminos, tuvimos la satisfacción de dar con un excelente ejemplar completo de los Coloquios de Eslava, que por una singular coincidencia era el mismo que habia pertenecido á Eguiara, cuya firma tiene en la portada y en algun otro de sus folios. Para no maltratar el precioso original y evitar errores de los cajistas, comencé por copiarle enteramente de mi propio puño, arreglándole á la ortografía moderna, salvo cuando la antigua produce cambio en el sonido, y corrigiendo la puntuacion, que estaba en completo desórden. Por lo demas, se ha conservado con nimia escrupulosidad el texto original, y aun la fisonomía de su portada, fielmente reproducida, por mi hijo Luis, en fotolitografía. Dudé algun tiempo si incluiria en mi edicion el libro segundo de poesías sueltas, ó la reduciria á los Coloquios. Tuve al fin por mejor no omitir nada, considerando, que si bien los Coloquios son de mayor mérito é interés, las poesías no carecen de uno y otro. Por otra parte, si se dejaba pasar esta ocasion de conservarlas, era segura su pérdida total, y no creo que debamos desperdiciar nada de lo poco que nos han dejado nuestros poetas del siglo xvi. Las mismas razones me hicieron no omitir las poesías del P. Bustamante que se encuentran hácia el fin de la coleccion.

Aunque el impresor de los Coloquios Espirituales promete «las obras á lo humano» del autor, que pronto saldrian á luz, y aunque Beristain las menciona como impresas en un tomo, no sé que exista ejemplar de ellas, ni que alguien las haya visto. Lo que conozco de las poesías profanas de Gonzalez de Eslava se reduce á dos sonetos, y no malos, en elogio del Tratado breve de Medicina, del Dr. Fr. Agustin Farfan, impreso cuatro veces, en 1579, 1592, 1604 y 1610. Son los siguientes, que copio de la edicion de 1592:

AL DOCTOR FR. AGUSTIN FARFAN,

AUTOR DE ESTE LIBRO,

Del Padre Hernan Gonzalez de Eslava.

SONETO.

Del alma la herida penetrante
Mostrástes á curar, doctor famoso,
Con reglas del estado religioso,
Remedios con que sana se levante.
Pasó la perfección tan adelante.
Que al cuerpo que está en trance peligroso
Le dais aqueste libro provechoso.
Aviso de salud muy importante.
Imitador del Médico divino
Que á cuantos visitó en aqueste suelo
Curó siempre los cuerpos y las almas:
Ilustre y gran Farfan, por ser tan digno.
En premio se os dará en la tierra y cielo
Dos glorias, dos coronas y dos palmas.



Del Padre Hernán González de Eslava.

DIÁLOGO ENTRE EL AUTOR Y LA ENFERMEDAD.

EN ALABANZA DEL DR. FR. AGUSTÍN FARFAN.

SONETO.

¿Dó vas. Enfermedad?—Voy desterrada.
—¿Quién pudo contra ti dar tal sentencia?
—El gran doctor Farfan con pura ciencia.
En quien virtud del cielo está encerrada.
—¿Dó queda la Salud?—Triunfando honrada.
—¿De quién pudo triunfar?—De la Dolencia.
—¿De un fraile vas huyendo?—En su presencia,
Mi fuerza y mi poder no vale nada.
—¿Adónde quieres ir?—A reino extraño.
—Allá te ofenderán los que te vieren,
Que en todas partes hay tambien doctores.
—Farfan solo me causa el mal y daño.
Pues cuantos de su libro se valieren
De vida y de salud le son deudores.


En el tomo I del Ensayo de una Biblioteca de Libros raros y curiosos, por los Sres. Zarco del Valle y Sancho Rayon, col. iooi, número io46, se menciona un códice MS. de la Biblioteca Nacional, recopilado en México el año de 1577, é intitulado Flores de varia poesía. Entre los poetas que en él figuran hay un Hernan Gonzalez, que muy bien pudiera ser nuestro autor: convienen á lo ménos el tiempo y el lugar. A falta de datos biográficos, que no he logrado adquirir, harian buena compañía al libro de Eslava un juicio critico y un amplio comentario histórico y literario. Pero bien examinado el punto, á la luz del precepto de Horacio,

..... Versate diu quid ierre recusent,
Quid valeant humeri»

determiné no emprender tales trabajos, contentándome con unas breves notas destinadas á declarar vocablos antiguos, ó á explicar alusiones locales: aun creo que perdería poco el libro, si esa añadidura se le quitara. Veia también que para dar mayor extension á las notas se requería mucho tiempo, y aquí venian á confirmarme en mi resolucion las atinadas observaciones que los Sres. Marqués de la Fuensanta del Valle y D. J. Sancho Rayon hacen en la advertencia preliminar de su preciosa edicion del Cancionero de Stúñiga: «Lo importante es (dicen) publicar sin dilación todo lo inédito que se pueda y lo merezca (y lo rarísimo añado yo), salvando así del olvido, de un incendio, de una inadvertencia ó de una infamia, tantos y tantos inapreciables manuscritos y códices, como luchan todavía con el polvo y los gusanos. Ahora bien, cuando estos monumentos literarios estén ya resucitados mediante la imprenta; cuando ya pertenezcan al dominio público, enhorabuena que entonces personas competentes los estudien, comenten é ilustren, según la obra ó el género lo requiera ó demande.»

Siguiendo tan acertado consejo, me he apresurado en lo posible á reimprimir un libro cuya suma rareza le hace comparable á un manuscrito. He querido librar del olvido á un poeta notable, versificador fácil, teólogo entendido, y asociarme, con este pequeño tributo, al ilustrado afan de resurrecciones literarias, que afortunadamente se nota hoy en España, y al cual debemos, además de muchas obras sueltas, colecciones tan preciosas como la de «Libros de Antaño,» la de «Libros Españoles raros y curiosos,» la de los «Bibliófilos Españoles,» y otras. Me conducia á ello, además, el deseo, antiguo y arraigado, de hacer ver, hasta donde pueda, que México, en el primer siglo de su civilizacion cristiana, en esa época mal llamada de oscurantismo, puede figurar, y de un modo no despreciable respecto á la época, en todos los ramos del saber humano. Tal fué el fin que me propuse al reimprimir, con traduccion y largas notas, los Diálogos latinos de Cervantes Salazar: el mismo llevo al dar de nuevo á luz los Coloquios Espirituales de Eslava, y no me propongo otro en un trabajo más importante que ahora me ocupa, aunque con pocas probabilidades de llevarle á buen término.

Otro motivo, quizá más poderoso, me ha impulsado á emprender la presente edicion. Tengo contraida una gran deuda con la Real Academia Española, por la bondad con que me abrió sus puertas, y por la exquisita benevolencia con que siempre ha recibido mis pobres trabajos, estimando en ellos más, sin duda algona, la buena intencion, que el desempeño. Esperanza de pagar, no puede caber en mí; pero de algon modo debo manifestarle que reconozco la obligacion, y que la satisfaria, si pudiera. Imposibilitado de ofrecerle algo de propia cosecha, quise contribuir, á mi manera, al desempeño de la tarea de reproducir los poetas y escritores selectos españoles de todos los siglos, que le encomiendan sus Estatutos. Natural era, por lo mismo, dedicarle la nueva edicion, para lo cual solicité, como era debido, el correspondiente permiso: excusado es decir que la ilustre corporacion recibió con agrado mi súplica, y me autorizó para, poner al frente de este libro su respetable nombre, con lo cual ba empeñado nuevamente mi gratitud.

México, 25 de Febrero de 1877.

  1. Véase, por ejemplo, el excelente prólogo que el Sr. D. Eduardo Gonzalez Pedroso puso al frente de la colección de Autos Sacramentales, que forma el tomo lviii de la Biblioteca de Autores españoles, de Rivadeneyra.
  2. Cañete, Discurso acerca del Drama religioso español, pág. 8.
  3. Motolinia, Historia de los Indios de Nueva España, trat. I, cap. 15.
  4. Acosta, Historia Natural y Moral de las Indias, lib. V, cap. 29.
  5. Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, lib. IV, cap. 19.
  6. Motolinia, Hist. de las Ind., trat. I, cap. 13.
  7. Motolinia, Op. cit. —Torquemada, en el lib. XVII, cap. 9, de su Monarquía Indiana copia, en sustancia, la relacion de la fiesta; pero asigna á su elebración la fecha de 1536. El Sr. D. José Fernando Ramírez, en la Noticia de la Vida y Escritos de Fr. Toribio de Motolinia, con que enriqueció el tomo I de mi Coleccion de Documentos para la Historia de México (pág. liii), notó la discrepancia; mas no decidió cuál era la fecha verdadera; porque no habia podido depurar (dice) el único dato que hallaba para fijarla, y era la noticia de que ese dia «fué el primero en que los tlaxcaltecas sacaron el escudo de armas que el Emperador les dió cuando á su pueblo hizo ciudad.» El Sr. Ramírez no había logrado encontrar la cédula de esas mercedes, para ver su fecha, ni yo tampoco he dado con ella; pero hay otro dato que no sé cómo se ocultó á la sagacidad del Sr. Ramírez, y que resuelve la cuestion. El P. Motolinia dice allí mismo, que «luego adelante, el dia de San Juan Bautista, que fué el lúnes siguiente, se representaron cuatro autos.» Ahora bien: si el 14 de Junio, dia de San Juan Bautista, fué lúnes, el juéves anterior, dia de Corpus, corresponde al 20 del mismo mes. Esa fecha del año de 1536 cayó en mártes, y no pudo ser dia de Corpus; mientras que, haciendo el cómputo pira el año de 1538, hallamos que la Pascua cayó á 21 de Abril, y por consiguiente el Corpus á 20 de Junio, quedando así demostrado que el error es de Torquemada, ó tal vez del impresor.
  8. Desecha es «un cierto género de cancioncita con que se acaba el canto.» Y desecha vale despedida cortés. (Covarrubias, Tesoro) El Diccionario vulgar no ha conservado esta acepcion.
  9. En las Actas del Ayuntamiento de México hay memoria de esta fiesta de los españoles. En 27 de Marzo de 1539 se «mandaron a librar á Alonso de Avila ciento é cuatro pesos y medio de oro de los que corre, que dió por memoria de haber gastado en nueve varas de damasco y nueve de tafetan y de paño, y una gorra de terciopelo, y naguas é camisas y otras cosas que se le mandaron comprar para el palio é fiestas que esta cibdad hizo de las paces, é se gastaron en ellas, y de madera é clavazon que se compraron para los tablados» &c. La fecha de este acuerdo demuestra que la fiesta de los tlaxcaltecas se verificó en el año de 1539, cuyo dia de Corpus cayó á 5 de Junio.
  10. Motolinia, Op. cit, trat. I, capítulo 15.
  11. Esto es, «en la torre del homenaje;» la que estaba en el centro de la fortaleza.
  12. Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, lib. V, pte. I, cap. 34,—Betancurt, Menologio, 8 de Agosto, y cap. de los Varones ilustres.—Clavijero, Storia Antica del Messico, lib. VII. Éste último dice que el auto fué representado en la iglesia de Tlatelolco
  13. Lib. II, cap. 48. Tambien Burgoa, Geográfica descripcion, cap. 40.
  14. 1690.—Enero 17. «Hubo en dicho hospital de Jesus Nazareno nescuitile en mexicano, del padre Zappa.» Diario de Robles, tom. II, pág. 30.
  15. Torquemada, Monarquía Indiana, lib. XX, cap. 79.—Betancurt, Menologio, 22 de Julio.
  16. Las noticias ciertas acerca de la tarasca, no se remontan más de un año de 1701. «Salió ayer tarde y hoy (26 de Mayo) tarasca nueva de siete cabezas, y anduvo dentro de la Catedral (dicen no haberse hecho otra vez) al tiempo de las vísperas. Los jigantones salieron con muy buenas galas nuevas.» Diario de Robles
  17. Debemos á Eslava la noticia de la presencia de este personaje en la procesion:
    "¿Sabes qué parece aquesta?
    A aquel diablo cojuelo
    Que anda el dia de la fiesta." (Pág. 172.)

    «¿Luego vos sois el diablo cojuelo tan nombrado en el mundo?—El mismo, que cada año salgo en esta fiesta por el más señalado de todas las religiones infernales.» (Pág. 214)
  18. Historia General de los hechos de los Castellanos, Déc. V, lib. 6, cap. 14.
  19. No fueron estas las únicas desavenencias á que dió motivo la procesion del Corpus: húbolas más adelante en 1651, por haber dispuesto el virey conde de Alvadeliste, que fueran seis de sus pajes junto á la Custodia, alumbrando al Sacramento.—Diario de Guijo, apud Documentos para la historia de México (1853). 1ª serie, tom. I, pág. 179.
  20. Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, lib. V. pte. I, cap. 29. La primera edicion del tratado es de 1544; la segunda, impresa con los mismos caractéres, no tiene fecha: ambas son en 4°, letra gótica, y salieron de las prensas de Juan Cromberger.
  21. Véase en este libro el Coloquio xii, pág. 156, col. 12
    "¿Esta es joya? No es verdad;
    Y si es joya es la de antaño,
    Que no la dió la ciudad"

    El premio se llamaba joya, cualquiera que fuese su naturaleza: dinero, ropa alhaja, &c.

  22. Libro III, tít. 18, § 10 (Edicion de Barcelona, 1870.) El traductor castellano omitió las palabras in Ecclesiis que están en el texto latino, y hacen tanta falta para la recta inteligencia del cánon.
  23. Carta del Padre Pedro de Morales, de la Compañía de Jesús, para el M. R. P. Everardo Mercuriano, General de la misma Compañía. Es que se da la relacion de la festividad que en esta insigne ciudad de México se hizo este año de setenta y ocho en la colocacion de las Santas Reliquias que nuestro muy Sancto Padre Gregorio XIII les envió. México, por Antonio Ricardo, 1579, en 80—Nunca he visto este libro: á un amigo residente en Europa, que posee un ejemplar, debo la noticia de la tragedia y de sus personajes.
  24. 1651. 8 de junio (dia de Corpus).—«Pusieron la Custodia en el lugar acostumbrado para la comedia, y oyóla el virey, audiencia y tribunales, y algunos prebendados.»
    1653. (Octava de Corpus.)—«Estuvo el tablado donde se representó la comedia, al lado izquierdo de las andas donde estaba el Santísimo Sacramento.»
    Id., 3 de Agosto. (Entrada del Sr. Arzobispo D. Marcelo López de Ascona.)—«Prosiguió la procesion hasta la puerta de la Catedral, y en ella explicó la fábula de. ..., que eran las figuras del arco, un representante llamado Medina.»
    1660. «La ciudad de México celebró la fiesta de Corpus este año como se acostumbra, y no se puso el tablado para las comedias en el cementerio de la Catedral, sino en los portales de la Audiencia de abajo.» (La Casa de Cabildo.)—Diario de Guijo, págs. 182, 243, 251, 442.
  25. Con palabras más enérgicas que pulcras, pondera Eslava la abundancia de poetas. En el Coloquio XVI, dice Doña Murmuración á Remoquete: «¿Ya te haces coplero? Poco ganarás á poeta, que hay más que estiércol: busca otro oficio: más te valdrá hacer adobes en un dia, que cuantos sonetos hicieres en un año.» Véase pág. 229.
  26. El artículo de Eguiara se encuentra en la arte de su Biblioteca que no se imprimió. Por eso le traslado aquí integro:
    «D. Ferdinandus Gonzales de Eslava, nationes, ut videtur, mexicanus, presbyter sæcularis, jam olim poetica laude ita Mexici excelluit, ut Divini agnomen vatis ea ætate retulerit. Assertoris nostri ac vindicia mysteria, actaque aliquot hispanis concinuit numeris, prout oblatæ sibi occasiones fuere. Viros quoque Principes nostrates Pro–reges D. Martinum Henriquez, D. Ludovicum de Velasco, Comitem Coruña, aliosque pro meritis honestavit, calente numine: in solemni D. D. Petro Moya de Contreras, Archiepiscopi Mexicani inauguratione apposite scripsit, variique poemata argumenti, propitiis Musis effudit, e quibus sacra multa fuere uno comprehens volumine in 40 quod posthumus exiit, cura et studio Patrus Ferdinandi Vello de Bustamante, Ordinis S. Augustini Provinciæ Mexicanæ, totis retro annos XLIII intima amicitia conjunctus auctori, ut in prœmio ad lectorem scribit, de amicitiæ legibus apophthegmata memorans, quibus facturus satis præmortui Ferdinandi nomen excitaturus, ejusdem schedas undique conquisitas redegit in ordinem, et duobus tomis compaginavit, quoerum primus ita habet:
    «Colloquia Spiritualia et Sacramentalia, canticaque divina. Mexici, ex typographia Didaci Lopez Davalos, 1610, in —40.
    «Secundus tomus Opuscula ejusdem auctoris prophana complexurus, a typographo promissu, in calce Indicis primi, utrum lucem viderit lete nos, qui exemplari potimur tomi primi, præter quod nullum alibi esxtat a nobis vissum»
  27. Una en el tomo I, pág. 171, bajo el nombre del P. Bello de Bustamante; otra en el mismo tomo, pág. 470, art. Eslava (D. Fernando Gonzalez); y la tercera en el tomoII, pág 48, art. Gonzalez (D. Fernando). El primero de estos artículos revela que Beristain no habia visto el libro, porque despues de apuntar su título, añade: «Dícese que es una coleccion de las poesías que compuso el presbítero Hernan Gonzalez;» lo cual no impide que en la pág. 470 dé por impreso el tomo de las poesías profanas, en la misma oficina, dicho año. ¿Podemos creer que le vió?
  28. Prólogo al tom. LVIII de la Biblioteca de Rivadeneyra, pág. xlv
  29. La venta de la coleccion de dicho señor se hizo por los libreros Puttick y Simpson en los días 1⁰ de Junio y siguientes del año de 1869. El Eslava, aunque picado, alcanzó el precio de doce guineas ($63). Le adquirió el librero Quaritch, del mismo Londres, y al año siguiente le anunció en uno de sus catálogos, al precio de diez y seis guineas. No sé dónde pára hoy.