Cosas de Blasco
Nota:se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
En muchas ocasiones he hablado de Eusebio Blasco, en todas acercándome a los hombres que a este nuestro pueblo gobiernan para interesarles que en una de nuestras estas congregasen a sus preclaros hijos, ilustres escritores más celosos bienhechores de su tierra que todas las comisiones, conspícuos y más conspicuos que a la Corte han acudido en demanda de algo para Aragón.
Luis Royo Villanova, en Blanco y Negro; Eusebio Blasco, en cien periódicos, Mariano de Cávia en El Liberal primero, y en El Imparcial actualmente, no han cesado de llevar a todas partes con el ingenio de sus brillantes plumas, el amor que sentían por su Zaragoza.
¡Pobre Luis y pobre Eusebiol
Los dos habéis muerto pensando en este pueblo que os vió nacer, ingrato para vosotros en todo tiempo.
Cierto también, que no son los hijos de Zaragoza los culpables de la falta.
Por desidia ó apatía natural en los hijos de este suelo, no son los de casa los que mangonean en las cosas de la ciudad. ¡Así brillan sus cariños, sus recuerdos!
Zaragoza debe sentir orgullo de tener por suyos aquellos nombres aumentados con los de Zapata, Pradilla, Unceta, Ramón y Cajal, Alonso Pérez, Villagrasa y algunos más que lejos de nosotros honran con sus talentos á esta tierra.
Eusebio Blasco, con haber escrito tanto, y haber dado al teatro obras a cientos, acaso lo tendrán que enterrar de limosna.
Todo lo dió al primero que a él se acercaba.
Iba yo con él una mañana por la carrera de San Jerónimo, en Madrid, se paró ante un escaparate de bastones, le gustó uno de ellos y dijo señalando con el dedo:
—Hombre, voy a comprar ese bastón.
El bastón costaba cuarenta pesetas y no llevaba en el bolsillo más que 25.
Entonces le dijo al vendedor—¿usted no tendrá inconveniente en darme el bastón dejándole a deber 15 pesetas?
—No señor; le conozco a usted, usted es don Eusebio Blasco.
Salió a la calle con su bastón y a pocos pasos de la tienda encontró dos amigos que le saludaron cariñosamente diciéndole:
—¡Qué bastón más bonito, amigo Blasco!
—Te gusta, pues tómalo...
—Pero hombre...
—Nada, nada, no quiero privarte de ese gusto.
Resultado: que se quedó sin las 25 pesetas, dejó a deber 15 en la bastonería y se quedó sin bastón y... tan campante.
Eusebio Blasco, en París, era redactor de Le Fígaro, y en este importante periódico escribía el francés como el mejor de sus compañeros, con el pseudónimo Mondragón. El año 1890, en el mes de junio, fué prendido en la Habana el célebre criminal Eraud, asesino de un rico notario. Eusebio Blasco hizo un número especial para Le Fígaro que se vendió a millares.
El director jefe del periódico le gratificó aquel día con 1.500 francos por el éxito alcanzado al dar a la publicidad asunto de tanto interés en París.
La célebre comedia El vecino de enfrente, tuvo que venderla a un editor en un puñado de pesetas, para enterrar a su hermana, fallecida en Madrid.
Eusebio Blasco debe poseer un gran álbum en el cual, se ven firmas del papa Pío IX, de soberanos, príncipes, de Víctor Hugo y de cien artistas y literatos de todo el mundo
Eusebio Blasco en París era el amparo de todo español; era el padre de todo necesitado de ayuda, buscando colocación para todo aquel que se acercaba a su modesta habitación de la calle de Jouffroy, 68 bis.
A esta casa acudí yo con cuatro amigos más en la exposición de 1889.
Después de los saludos cariñosos, nos dijo aquel gran zaragozano
— Pues ya lo sabéis amigos y paisanos del alma, aquí vendrís a comer; aquí a cenar y para todo, cuando me necesitéis en París estoy a toda hora a vuestra disposición. Hasta las dos de la tarde no me muevo de casa, de esta hora a las ocho en el Fígaro. Mañana venid a comer una paella de la tierra, tengo una cocinera navarra que se pinta sola para los guisos de alté-...
Y cumplimos la palabra, y si nosotros gozamos con el delicado obsequio rodeados de todos los suyos en aquella espléndida mesa, él, ¡pobre Eusebio! reía y gozó mucho oyéndonos hablar con el acento de su pueblo.
—Desde mañana tendréis un ujier del Fígaro en vuestra residencia, que os llevará entradas a diario para todos los espectáculos de París, aquí no os habéis de gastar un chavo en esos sacaineros...
Y en efecto, a las nueve de la mañana durante nuestra permanencia en París, el elegante é inmenso ujier del Fígaro traía un sobre con el billetaje de uno ó dos espectáculos del día, diciéndonos: de monsieur Mondragón.
Él nos acompañó un día y otro a ver lo más saliente de la capital de Francia; él nos proporcionó un intérprete hijo de Portugal que no quiso por ningún medio aceptar nada; él, en fin, nos despidió en la estación de Orleans a nuestro regreso a España, diciéndonos entre abrazos y lágrimas...
—Id de mi parte a ver la virgen del Pilar, decidle que que de escribir para su fábrica un libro en verso que se venderá los días de las fiestas de octubre...
¡Pobre Eusebio! siempre pensando en Zaragoza y morir sin volver a ella!