Cuentos de color de rosa/A Teresa

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A Teresa

Estos cuentos te dedico, amor mío, porque son lo más honrado que ha salido de mi pluma, y porque tu alma angelical y enamorada me ha hecho sentir mucho de lo hermoso y puro y santo que he pretendido trasladar a ellos.

Llámoles CUENTOS DE COLOR DE ROSA, porque son el reverso de la medalla de la literatura pesimista que se complace en presentar el mundo como un infinito desierto en que no brota una flor, y la vida como una perpetua noche en que no brilla una estrella.

Yo, pobre hijo de Adán, en quien la maldición del Señor a nuestros primeros padres no ha dejado de cumplirse un solo día desde que, niño aún, abandoné mis queridos valles de las Encartaciones; yo tendré amor a la vida y no me creeré desterrado en el mundo mientras en él existan Dios, la amistad, el amor, la familia, el sol que me sonríe cada mañana, la luna que me alumbra cada noche, y las flores y los pájaros que me visitan cada primavera.

En el momento en que esto te digo, a ambos nos sonríe a esperanza más hermosa de mi vida: antes que el sol canicular marchite las flores que están brotando, refrescarán nuestra frente las auras de las Encartaciones. El noble y sencillo anciano, que ya se honra y te honrará dándote el nombre de hija, recorre alborozado la aldea, y con el rostro bañado en lágrimas de regocijo, dice a los compañeros de mi infancia:

-¡Mis hijos vienen! ¡Mi hijo vuelve a saludar estos valles con el ardiente amor que les tenía al darles la despedida más de veinte años ha!

Y los compañeros de mi infancia, que, como yo, siguen la jornada de la vida glorificando a Dios, que les da aliento para no desmayar en ella, participan del regocijo de nuestro padre.

Y nuestro padre y nuestros hermanos piensan a todas horas en nosotros, y utilizan todas las galas de la pobreza para embellecer la morada que han de ofrecernos, y cada vez que se asoman a la ventana esperan vernos aparecer por aquella colina por donde me vieron desaparecer más de veinte años ha.

Si hasta al alcance de los que son tan pobres como nosotros pone Dios en el mundo esta felicidad que tú y yo sentimos, ¿qué es lo que quieren del mundo esos insensatos que se juzgan desterrados en él? Si esperaban hallar en la tierra el cielo, ¿qué es lo que esperaban hallar después de la vida?

Aceptemos, amor mío, el camino tal como Dios nos le ofrece, que, esperándonos al fin de la jornada un eterno paraíso, bastante ha hecho Dios con poner a nuestro paso un manantial y un árbol donde se refrigere el alma y descanse el cuerpo: la religión y la familia.

Al escribir los CUENTOS DE COLOR DE ROSA, cuyo mérito consiste para mí en ir unida a ellos tu memoria y la de mis valles nativos, esto pensaba y esto sentía tu


ANTONIO.


Madrid, abril de 1859.