Daguerre y la Fotografía
Nota: se han modernizado los acentos.
El siglo actual está llamado, más que a hacer grandes descubrimientos, a realizar grandes aplicaciones. Mirando con imparcialidad cuanto le han legado los siglos anteriores, todo lo examina, lo escudriña y compara; y tan exento de preocupaciones como de febril entusiasmo, de ideas sueltas forma sólidos y admirables sistemas; de hechos inconexos, de experimentos aislados, deduce beneficios y populares descubrimientos. El estado actual de las ciencias morales y físicas confirma la verdad de nuestras palabras. Todo cuanto hay de bueno en nuestros sistemas filosóficos y de gobierno, en lo antiguo tiene su raíz; y los telégrafos eléctricos y los caminos de hierro, son aplicaciones del vapor y de la electricidad, fenómenos observados y estudiados hace miles de años.
Daguerre, cuya biografía es objeto de este artículo, encontró también ya preparados los elementos que habían de servir para su admirable invento: él los estudió, los reunió, los combinó y con su poderoso genio, proporcionó al mundo uno de los descubrimientos de más extensas, útiles, y agradables aplicaciones.
Véanse los precedentes de este descubrimiento. El físico napolitano J. B. Porta, que vivió en el siglo XVII, observó que haciendo un agujerito en la ventana cerrada de un cuarto perfectamente a oscuras, todos los objetos que se reflejan en el agujero de la ventana, se pintan en la pared de la habitación que está en frente, con mayores o menores dimensiones, según su distancia respectiva. Este fue el origen de la cámara oscura.
Fabricio, en 1566, advirtió también el primero que las sales de plata cambian de color por efecto de la acción de la luz.
De estas dos observaciones, física una, química la otra, había de salir la fotografía; pero estamos seguros de que la idea de esta se hallaría muy lejos de la mente de ambos observadores.
El químico Charles en el siglo XVIII, hizo algunas aplicaciones de la observación de Fabricio, en el conservatorio de París, valiéndose de papel enyesado para formar algunos contornos por la acción de la luz.
En 1802, Wedgwood, publicó una memoria en que se especificaba el procedimiento empleado por él para copiar las pinturas de los vidrios de las iglesias, sobre papel preparado con cloruro o nitrato de plata; pero observaba que las imágenes de la cámara oscura eran demasiado débiles para producir en corto espacio de tiempo efecto sobre el nitrato de plata.
Estábase ya en el camino que había de llevar a la fotografía; pero faltaba mucho que andar, y la vía presentaba obstáculos al parecer insuperables.
M. Niepce, de nación francés, dio un paso más que sus predecesores. En 1827, presentó una memoria a la Sociedad real de Londres acerca de sus trabajos fotográficos, y algunas pruebas hechas sobre metal que manifiestan que en lo tocante a la reproducción del grabado, había superado a cuantos antes que él habían hecho ensayos en esta materia. En efecto, la luz al caer sobre la plancha preparada con el nitrato o cloruro de plata, la oscurecía más o menos según la cantidad de rayos luminosos que recibía; las partes muy iluminadas, tomaban inmediatamente el color pardo oscuro; los puntos a que correspondían sombras, quedaban intactos, y las medias tintas tomaban solo una pequeña sombra. Se ve, pues, que los efectos en la plancha, eran precisamente opuestos a los que la naturaleza presenta. M. Niepce consiguió el primero que al copiar un objeto los fenómenos de la luz se imprimiesen tal como la vista nos los ofrece.
Pero no era M. Niepce el destinado por la Providencia para dar cima al descubrimiento de la fotografía, aunque esta le deba mucho. Otro fue el que con su constante observación, aprovechando todo lo anteriormente descubierto y añadiendo nuevos elementos, demostró la posibilidad y la facilidad de hacer que la luz dibujase por sí misma los objetos. Este admirable descubridor, fue Mr. Daguerre. Su biografía no ofrece los contrastes de la del hombre público, los peligros y peripecias de la del guerrero: es solo la marcha constante y no interrumpida tras una idea, marcha llena de alegrías y pesares, de esperanzas y de contratiempos, unas y otros ignorados del público, que no se cura ni atiende sino a lo estrepitoso.
L. Santiago-Mandé Daguerre, nació en Cameilles a pocas leguas de París, el año 1789. Desde muy joven se dedicó a la pintura, en particular a la de decoraciones. Tuvo por maestro a Degotti, decorador italiano, a quien estaba encomendada la dirección del decorado del teatro de la ópera en París. Daguerre manifestó desde un principio las más felices disposiciones, y por su viva y precoz inteligencia, se puso en breve en estado de ayudar a su maestro. Era este, hombre que tenía una elevada idea de su arte; pocos comprendían como él el conjunto de una decoración, ni disponían más armoniosamente sus efectos. Pero si las cualidades de su imaginación eran grandes, no lo era tanto su habilidad en ejecutar. Daguerre suplió más de una vez lo que le faltaba a su maestro. Sus obras fueron admiradas por el público, y el joven pintor se vió solicitado para que se encargase de la pintura de las decoraciones del teatro del Ambigú Cómico. Las que preparó para el Sueño, el Belvedere, los Macabeos, contribuyeron en gran parte al éxito de estas obras; pero la que más llamó la atención dejando duraderos recuerdos, fue la decoración del segundo acto de Calas, que representaba un efecto de luna. Los aplausos coronaron su habilidad.
Al ejecutar estas obras Daguerre, fijaba ya seriamente toda su atención en la distribución de la luz. Pintar una decoración no era para él más que la mitad del trabajo; la otra mitad, tan importante o más que la primera, era combinar la claridad con las sombras, lo luminoso y lo opaco. De aquí partió el joven pintor para hacer sus admirables descubrimientos sobre la pintura y la luz, a los cuales debe tanto el arte del decorado. Daguerre fue el primero que empleó los tapices en la escena, y contribuyó más que otro alguno a la sustitución de las bambalinas.
Al mismo tiempo que por los progresos que hacía en su arte, engrandecía Daguerre el teatro, sus continuos estudios le encaminaban hacia dos maravillosos descubrimientos, por los cuales había de colocarse en puesto eminente entre los artistas y los sabios.
Fue el primero la formación de un Diorama, vasta exposición de cuadros, en la cual rivalizaba su pincel con la verdad de la naturaleza.
El 11 de julio de 1822 abrió Daguerre por primera vez al público su Diorama, y los resultados obtenidos por tan grande artista causaron vivísima admiración. EI Valle de Sarnem en Suiza, la Abadía de Roslyn, la Aldea de Entersen, la Capilla de Holyrood, cuya superior ejecución valió a Daguerre la cruz de la legión de honor; en una palabra, los sitios más célebres de Europa reproducidos con todas sus bellezas, eran admirados en el Diorama con insaciable y siempre creciente curiosidad.
Pero aunque el éxito del Diorama hubiera satisfecho al más descontentadizo, para Daguerre no era aun bastante y quiso buscar algo más completo. Después de largos experimentos sobre la descomposición de los rayos luminosos, pudo ofrecer al público de París, nuevos y maravillosos cuadros, cuyo aspecto se modificaba incesantemente, pasando por las tintas más variadas, desde el día más brillante a la noche más oscura, desde la galanura y verdor de la primavera, a la aridez y copiosas nieves del invierno.
Aunque entregado al parecer enteramente a los trabajos del Diorama, Daguerre no obstante se ocupaba también en perfeccionar otra invención que había de hacer su nombre imperecedero. Un deplorable suceso le decidió a dedicar todo su tiempo al procedimiento hoy tan justamente admirado con su nombre. A principios del mes de marzo de 1839, un voraz incendio consumió en dos horas las magníficas pinturas que hacía diez y ocho años eran admiradas por nacionales y extranjeros. Daguerre no quiso volver a establecer el Diorama, y como antes hemos indicado, dedicó toda su atención al perfeccionamiento de la fotografía, en cuyo trabajo tuvo un colaborador tan entusiasta como inteligente.
Para la más completa claridad de estos apuntes, es preciso que volvamos algunos años atrás. En 1826 por indiscreción de un óptico de París, supo M. Niepce que Daguerre se ocupaba en buscar el medio de fijar las imágenes de la cámara oscura. Como ya hemos dicho, M. Niepce iba también en busca del mismo descubrimiento. La casualidad reunió a estos dos hombres y creemos que esta unión fue beneficiosa para la ciencia. En 1829 formaron sociedad para la explotación en común de los métodos fotográficos. Daguerre comunicó sus observaciones a Niepce y el resultado primero fue reproducir las imágenes con una prontitud ochenta veces mayor que la que hasta entonces se había alcanzado. Niepce había limitado el empleo de la fotografía a la reproducción de grabados: Daguerre la hizo extensiva a la de toda clase de objetos.
No es este el lugar de seguir paso a paso los diversos ensayos por donde Daguerre vino a perfeccionar la fotografía; para esto sería menester mayor espacio del que disponemos. Baste decir que en agosto de 1839, sometió su descubrimiento a la Academia de Ciencias y que el Estado le compró el secreto de la fotografía tal como hoy se conoce.
Pocos descubrimientos han hecho en el público impresión tan viva como la del daguerrotipo. Los amantes de las ciencias y de lo maravilloso no han experimentado nunca ansiedad mayor que la que causó el admirable invento por medio del cual pueden reproducirse cuantos objetos se presentan a nuestra vista con sus más minuciosos pormenores. El palacio del Instituto donde se proclamó al mundo el resultado de los trabajos de Daguerre se hallaba inundado de gente. Divulgado el procedimiento, todos querían ponerlo en práctica y las tiendas de los ópticos de París se veían atestadas de personas que suspiraban por un daguerreotipo.
Creyóse en un principio que la fotografía no serviría para hacer retratos. M. Arago demostró lo contrario, y después de mil ensayos, y cuando se descubrieron las sustancias aceleratrices se consiguió retratar perfectamente a una persona sin pedirla más que algunos instantes de inmovilidad.
Las Cámaras francesas votaron una pensión anual y vitalicia de 6,000 francos para M. Daguerre; y los trabajos de M. Niepce que había ya fallecido fueron recompensados en la persona de su hijo, asignándole otra pensión de 4,000 francos.
Desde Daguerre acá son muchos los adelantamientos hechos en la fotografía, tanto por lo tocante a la disposición de la cámara oscura, como en lo relativo a las diferentes sustancias que se emplean para fijar los rayos luminosos, y a la plancha en que se pinta el objeto.
Talbot descubrió el medio de preparar el papel para producir y fijar las imágenes; Bayard aplicó también este método con algunas modificaciones: Martens dio al objetivo de la cámara un movimiento de rotación; Gaudin, Claudet de Lyon y Fizeau, han preparado de diferente manera los reactivos: dada por Daguerre la clave del enigma, cada día se va explicando más.
Inútil es ponderar las inmensas aplicaciones de la fotografía: la astronomía, la historia natural, las bellas artes le deben ya grandes adelantamientos. Las fotografías acompañadas de un estereoscopio son la mejor ilustración que puede darse a un libro. El primero que así lo ha realizado ha sido el profesor Piazzi Smyth, publicando sus observaciones astronómicas hechas en Tenerife. Las fotografías están encuadernadas en la página que les corresponde como una lámina cualquiera y el lector con el estereoscopio en la mano, se forma la idea más completa que pueda darse de los lugares que el autor va describiendo; los ve aparecer y tomar cuerpo ante su vista.
Otros fotógrafos de Londres han comisionado a varios artistas para que recorran el Egipto y la Palestina, tomando los puntos más notables de su viaje y ya se han empezado a publicar las fotografías dispuestas para estereoscopio.
¿Qué más? En París y en Londres ven ya la luz pública dos periódicos con fotografías estereoscópicas, y no hay en Europa ceremonia notable, escena interesante, monumento célebre que no sea inmediatamente reproducido por la invención de Daguerre. ¿Quién sabe hasta dónde se llegará todavía? La imprenta vino a fijar las ideas: el daguerreotipo dará permanencia a todo lo que caiga bajo la inspección del más importante de los sentidos.