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David perseguido y montes de Gelboé/Acto I

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David perseguido y montes de Gelboé
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen ZAQUEO y el VEJETE, cada uno por su parte. Tocan dentro música, y clarines a la otra parte.
VEJETE:

  ¡Ah, gentil hombre!

ZAQUEO:

Eso es,
llamarme gentil a mí,
y yo judío nací
de la cabeza a los pies.

VEJETE:

  ¿Y de qué tribu es, amigo,
si admite conversación?

ZAQUEO:

Mi tribu es tribulación
en riñendo alguien conmigo.

VEJETE:

  Pues díganos sin reñir.

ZAQUEO:

Cosa es que me está muy bien.

VEJETE:

¿Quién causa en Jerusalén
las fiestas que llego a oír?

ZAQUEO:

  Sin duda eres peregrino,
pues la causa me preguntas
de haber tantas fiestas juntas.

VEJETE:

Vengo ahora de camino.

ZAQUEO:

  Y vendrás muy bien cansado.

VEJETE:

Y vengo muy bien curioso.

ZAQUEO:

El vejezuelo es gracioso:
déjasme muy obligado
  a darte una relación,
pues mereces preguntar;
aunque esto del informar
nunca es bueno de ramplón;
  es David, por gran ventura,
quien causa estas alegrías.

VEJETE:

¿No es el que mató a Golías?

ZAQUEO:

Oigan, que sabe escritura:
  viene ahora vencedor
de idólatras filisteos,
y así todos los hebreos,
y yo con ser el peor,
  que le hemos hecho, verás,
mil honras por esta hazaña;
el rey Saúl le acompaña,
y el príncipe Jonatás
  con su corte, y las más bellas
damas de Jerusalén,
pues le acompañan también
más de ochenta mil doncellas.

VEJETE:

  ¡Muchas son!

ZAQUEO:

Pues no te asombres,
aunque admirarte podías,
porque como son judías,
tiénenles miedo a los hombres.
  Ya a Palacio hemos llegado,
y verás la fiesta bien.

(Música.)
VEJETE:

Pues vine a Jerusalén
en día tan celebrado,
  que no me vuelva es razón
a nuestro Monte Carmelo,
sin ver al que guarda el cielo
para gloria de Sión.

(Salen MEROB, hija del REY, JONATÁS, el REY SAÚL de barba, DAVID y las MUJERES echando flores y cantando la música.)
(Música.)
[MUJERES]:

  Si Saúl triunfó de mil,
de diez mil triunfó David
del tribu escogido
de Judá salió
David, que libró
al pueblo afligido:
pues ha merecido
sagrado laurel,
cántele Israel
la gala a David
si Saúl triunfó de mil,
David mató a diez mil.

SAÚL:

  La aclamación popular,
en sus alabanzas ciega,
a tan grande extremo llega,
que aun yo la vengo a envidiar.
(Aparte)
¿Victorias pudo alcanzar
de los que yo no vencí?
El pueblo lo canta así;
y aunque en mi servicio ha sido,
la envidia de que ha vencido
es la que me vence a mí.

DAVID:

  No es esta victoria mía,
señor: el alma lo entiende,
no es la espada la que ofende;
sino el brazo que la guía:
el vuestro es el que vencía;
de vos procedió mi aliento;
porque el idólatra atento,
acabe de conocer,
que Dios le pudo vencer
con tan humilde instrumento.

JONATÁS:

  ¿David?

DAVID:

Jonatás, señor,
Príncipe a quien dan los cielos
las dichas que has merecido;
por hechura me confieso
del Rey mi señor, que viva,
aunque eres tú su heredero,
tan larga edad, que Israel
te dé la corona y cetro
de más edad que tu padre:
porque él gobierne su pueblo,
contando en los años siglos
coronado de trofeos.

JONATÁS:

Alcánceme a mí la muerte
primero que deje el reino
mi padre; y tú, más famoso
que cuantos caudillos dieron
triunfos al pueblo de Dios,
dilate a par de los tiempos
tu dichosa edad, y veas,
por bien de los siglos nuestros,
que tu nombre se eterniza,
no en bronces, que se mintieron
firmes en la última línea
de los humanos sucesos;
no en mármoles, que caducan
con los resabios de térreos
en la rebelde tarea
de los días: en los cielos
mire el sol tu nombre escrito,
siendo caracteres bellos
esas imágenes puras
que diamantes compusieron;
porque lo eterno y luciente
sirva a su fama de espejo.
Ya sabes que soy tu amigo,
David, y siempre he de serlo
con fe inviolable, hasta que
se cubra en mortales velos
la vida.

SAÚL:

(Aparte.)
Si no lo estorban
las venganzas que prevengo;
que si David no me ofende;
de sus victorias me ofendo,
que mezcladas con la envidia,
las juzga el alma venenos.

DAVID:

Si faltare a la lealtad,
que al Rey mi señor le debo,
si al amor con que me estimas
negare humildes respetos,
permita el Dios de Abraham,
que de los bárbaros hierros
de los mismos que he vencido
muera atravesado el pecho,
y el campo en mi sangre tinto
me dé infeliz monumento.

SAÚL:

Lo que mereces conozco,
y lo mucho que te debo.

JONATÁS:

Pues, señor, dale a Merob
mi hermana, pues la ofrecieron
tus promesas cuando estaba
tu corona en tanto riesgo,
y por David se confiesa
libre de opresión tu Imperio.

MEROB:

(Aparte.)
No seré yo tan feliz,
que le merezca por dueño.

SAÚL:

Yo la prometí, es verdad;
mas, Jonatás, aún no es tiempo.

JONATÁS:

Si es que por ser la mayor
te excusas, humildes ruegos
puedan contigo: Micol,
mi segunda hermana, es premio
de los triunfos de David.

SAÚL:

Yo cumpliré sus deseos:
y ahora, Príncipe, basta
ver las honras que le he hecho.
Ya es capitán de mi guardia;
ya, como ves, le prefiero
a los Príncipes mayores
de mi corte, pues yo mesmo,
para que el pueblo le aclame
con festivos instrumentos,
le he salido a recibir.

DAVID:

Gran señor, tus plantas beso
por las honras que recibo.

ZAQUEO:

Si faltan las de Zaqueo,
las del pueblo importa un higo.
Ya sabes que me entretengo
sirviendo al Rey en Palacio,
siendo mis chistes honestos,
porque la descompostura,
ni es donaire, ni es ingenio.

(Clarín. Sale ABISAÍ.)
ABISAÍ:

Tu Capitán general
Abner, Príncipe supremo
de la Milicia, ha venido.

SAÚL:

Llegue; que verle deseo.

VEJETE:

Pues hemos visto la fiesta,
no es bien que perdamos tiempo,
ya que mi ama Abigail
se ha detenido, creyendo
llegar temprano.

(Vase, y sale ABNER.)
ABNER:

Señor,
pues las honras que le has hecho
a David, sus glorias cantan,
solo te diré, que habiendo
marchado en socorro suyo
con los caballos ligeros,
llegué a las frescas orillas
del Jordán, cuyos revueltos
cristales habían trocado
en púrpura sus espejos;
y entre la manchada hierba
de su margen, tantos cuerpos,
que a ser todo sangre el río,
aun fuera el número menos.
Mas como en ellos se vían
heridas de tantos hierros,
eran de su misma sangre
vivas esponjas los muertos.
El socorro que llevaba,
vino a ser socorro nuestro,
pues dejó a mi gente rica
con lo que olvidaban ellos.
Solo David, solo él pudo
meter en batalla el riesgo,
y de ella sacó en despojos
la gloria del vencimiento;
que no ha habido capitán
de cuanto caudillo hebreo
triunfó en el pueblo de Dios,
aunque es la envidia su opuesto,
que igualar pueda a David,
asombro del Filisteo,
rayo del Amalecita,
como idólatra soberbio;
firme blasón de tus armas,
claro esplendor de tu Imperio,
fama inmortal de tu nombre,
pues deja tu nombre impreso
en láminas de los siglos
hasta que se pare el tiempo.

SAÚL:

(Aparte.)
De todo es merecedor,
hasta Abner le aclama: ¡ah, cielos!
Ya es más dueño de Israel
que yo, pues que yo le temo.
David, entra a descansar,
pues por honrarte, prevengo
aposento en mi Palacio.

DAVID:

Te iré primero sirviendo
hasta dejarte en tu cuarto.

SAÚL:

Este es mi gusto.

DAVID:

Más precio
la obediencia, que alcanzar
de un Rey los mayores premios.

JONATÁS:

¡Qué valeroso!

ABNER:

¡Qué humilde!
En él juntaron los cielos,
para ser amable al mundo,
lo bizarro y lo modesto.

DAVID:

Entra, Abisaí.

ABISAÍ:

Señor,
como mandas te obedezco.

MEROB:

Guarden los cielos su vida
al paso de mis deseos.

ZAQUEO:

Yo le quiero acompañar,
que me dará por lo menos,
pues ya que no le aprovecha,
la honda del Filisteo.

(Cantan.)
(Vanse MEROB y las MUJERES por una parte, DAVID, ABISAÍ y ZAQUEO por otra, haciendo reverencia al REY, y quedan el REY, JONATÁS y ABNER.)
SAÚL:

(Aparte.)
¡Qué monstruo cría Israel
para infame vituperio
de la corona que ciño!
Ya está reventando el fuego,
pues desde el pecho a los labios
soy todo un mortal incendio.
¿Jonatás?

JONATÁS:

Señor, ¿qué mandas?

ABNER:

Si me das licencia, quiero...

SAÚL:

Espera, porque has de ser,
con valor y con secreto,
obediente ejecutor
de mi justo mandamiento.
Príncipe, la obligación
de ser tu padre, te quiero
presentar para testigo
de tu amor.

JONATÁS:

Y que te debo
lo que soy.

SAÚL:

¿Qué harás por mí?

JONATÁS:

Perder la vida es lo menos.

SAÚL:

¿Y desearás que tu padre
se libre del grave peso
de un cuidado?

JONATÁS:

Todo es poco
cuanto descubren los cielos
para que vivas con gusto,
si está en mi mano el tenerlo.

SAÚL:

Pues yo, Jonatás, de todo
humano gusto carezco.

ABNER:

¡Hay suspensión semejante!
Alguna desdicha temo.

SAÚL:

Aquel profeta de Dios,
Samuel, me dijo severo:
«Si Dios te mandó por mí
que al rey de Amalec, soberbio,
con su reino destruyeras,
sin dejarle en todo el reino
piedra que cubrir pudiese
los más humildes cimientos,
¿cómo al Rey dejaste vivo?
¿Cómo con tan vil provecho
reservaste sus ganados?
Pues porque fuiste a los cielos
inobediente, te digo
que Dios le dará a su pueblo
un Rey, y varón tan justo,
que venga a ser, en sus hechos,
muy conforme al corazón
de Dios.» Turbado y resuelto,
detener quise al profeta,
si bien con poco respeto,
pues al cogerle del manto
le rompí por detenerlo,
quedándoseme un pedazo
en las manos; aun hoy tiemblo
de lo que el profeta dijo,
dejando al aire suspenso:
«Como tú me has dividido
el manto, quiere el eterno
Dios de Abraham dividir,
ingrato Saúl, tu reino.»

ABNER:

 (Aparte.)
Y desde entonces el Rey
siente el espíritu fiero
que le atormenta, y David
le restituye el sosiego,
cuando en sus melancolías
toca el músico instrumento.
Aquí hay misterios profundos,
mas son altos los misterios,
que no puede penetrarlos
el querubín más atento.

SAÚL:

Pues tú no has de ser el Rey,
aunque eres tú mi heredero,
Jonatás, que el varón justo
que dice el profeta, temo
que es David; ¿pues tú tendrás
tan cobarde sufrimiento,
siendo la corona tuya,
que un pastor (estoy ajeno
de todo discurso), un hombre
que si vive es por mi aliento,
si vive honrado es por mí,
y por mí le aclama el pueblo,
¿permitirás que sea Rey,
sin que te cueste primero
la vida, y también la mía?
Porque en tus ojos me alegro,
en tu vista me regalo,
y en tu salud me deleito.

(Abrázanse.)


JONATÁS:

¿Pues qué puedo hacer, señor?
Ya su voz estoy temiendo.

SAÚL:

Darle muerte a David.

ABNER:

¡Hubo más feroz intento!

JONATÁS:

¡Cielos, es esto posible!
¿Cómo yo escucharle puedo
sin morir de pena?

SAÚL:

Hijo,
¿mi voz te deja suspenso?
¿Obedecerme no es
en ti doblado el precepto
por tu padre y por tu Rey?

JONATÁS:

Y si es cruel mandamiento,
¿no será piedad también
templar su injusto deseo?
No ultrajes la Majestad
con tiranías; si el Cielo
quiere que reine David,
el poder humano es sueño,
es polvo, es ceniza fría
para estorbar sus decretos.

ABNER:

Si a un hombre que caminase
por un áspero desierto,
y en la juventud del sol
se le turbasen los cielos,
muertas sus cambiantes luces
entre pabellones negros,
tocando al arma el asombro,
siendo las cajas los truenos,
formando rasgadas nubes
campal batalla en el viento,
y viese entre ardientes globos
los abrasados efectos
de los coronados montes
caducamente soberbios,
en cada peñasco un rayo,
en cada tronco un incendio,
y en el desierto que pisa
tan sin humano remedio
hallase un cedro oloroso,
que invencible a tanto fuego
supliese lo seguro
del laurel, en cuyo ameno
sitio a la sombra dichosa
se librase a tanto riesgo,
¿fuera bien que el hospedaje,
dándole la vida el cedro,
que se lo pagara ingrato,
después de sereno el cielo,
cortándole tronco y ramas
con tan lastimoso ejemplo?

SAÚL:

¡Vive el cielo, que mereces
mortal castigo, por necio,
pues lo inobediente encubres
con máscara de consejo!

ABNER:

¡Gran señor!

JONATÁS:

Con su lealtad
disculpa su atrevimiento.

SAÚL:

Pues ya los dos os mostráis
a mi gusto tan opuestos,
lícito será que un Rey,
sin que padezca defecto
su autoridad, mate él mismo
a un enemigo encubierto.
Quedaos; que mi justo enojo
llega ya hasta aborreceros.

(Vase.)
ABNER:

Príncipe.

JONATÁS:

Acompaña al Rey...

ABNER:

Si mandó...

JONATÁS:

Pierde el recelo,
que la lealtad es más noble
para vencer el precepto
de su enojo en la obediencia.

ABNER:

Guarden la vida los cielos
a David, y yo peligre
en lo terrible y lo fiero
de las iras de tu padre.

JONATÁS:

Y yo, aunque aventure el reino,
le he de avisar que se guarde;
que pues los cielos le han hecho
tan dichoso, quiero ser
el generoso instrumento
de los decretos divinos,
si tan alto bien merezco.

(Vase cada uno por su parte.)
(Salen ABIGAIL, CÉFORA, de villanas, y ZAQUEO.)
ABIGAIL:

  Esta es Jerusalén, este el dichoso
Alcázar de Sión, albergue hermoso
de tantos reyes; ¡oh ciudad bendita,
en los cielos escrita
con plumas de profetas!
El Cielo admire a tu poder sujetas
las provincias idólatras, que en tanto
que con respeto santo
en sagrados altares
al Dios de los Ejércitos llamares,
así lo dicen tantas profecías,
cantarás alegrías,
reinando vencedora.

CÉFORA:

Abigail, señora,
los triunfos de David, las glorias cantan
de Israel, que levantan
a los cielos su nombre soberano.

ZAQUEO:

¿Quién trajo a los palacios lo villano?
Pero bien puede ser tanta hermosura
dueño de otra mejor arquitectura;
el Palacio del Sol es un pobrete;
si no os da de aposento su retrete;
mas bien sabe su cuento,
que si os diera aposento,
la luz perdiera, que los cielos dora,
y la una fuera el Sol, la otra la Aurora.
Mas yo, por no abrasarme,
quisiera acomodarme
con los rayos menores,
porque son los templados los mejores;
y así, por más humildes arcaduces,
me acomodo a la Aurora entre dos luces.

CÉFORA:

¡Qué mal humor que gasta!

ZAQUEO:

¿Es malo?

CÉFORA:

Es frío.

ZAQUEO:

Pues deme uno caliente, y tome el mío.
¿Qué buscáis, serranitas?

ABIGAIL:

Ver queremos
el Palacio Real, ya que tenemos
franca licencia en tan alegre día.

ZAQUEO:

Falta en esa licencia...

CÉFORA:

¿Qué?

ZAQUEO:

La mía;
si bien a luz tan pura
mal se resiste la mayor clausura.
Yo soy el Cancerbero de esas puertas,
y las tendréis abiertas
a fe de buen judío;
y si queréis que os abra el pecho mío,
por dejaros a entrambas obligadas,
me daré dos lanzadas.

CÉFORA:

¡Qué terrible fineza!

ZAQUEO:

Todo es poco;
si me enamoro, préciome de loco.

CÉFORA:

¿Y cuántas se habrá dado en esta vida?

ZAQUEO:

Una lanzada tengo prometida
a cierta judihuela,
que por verme difunto se desvela;
pero yo, por no errarme en el ensayo,
quiero informarme donde cae el soslayo.

CÉFORA:

¡Qué poco miedo tiene!

ZAQUEO:

¡Bueno fuera
que en los soldados como yo lo hubiera!
¿No tienen ya noticia de Golías,
que nos libró de tantas agonías?

ABIGAIL:

Y que fue una victoria celebrada.

ZAQUEO:

¿Supieron que murió de una pedrada
en el feroz combate,
y luego le cortaron el gaznate?

ABIGAIL:

Grande ignorancia el no saberlo fuera.

ZAQUEO:

Pues yo no lo maté, ni Dios lo quiera.

ABIGAIL:

¿Cómo, si fue David?

ZAQUEO:

Por eso digo;
porque soy enemigo
de que me achaquen muertes que no he hecho;
pero el valor del pecho,
con una envidia honrosa
me sacó a la campaña polvorosa;
llamé a batalla a un bárbaro gigante;
y púsoseme delante
esgrimiendo un alfanje de cien varas.

ABIGAIL:

Fuerza es que peligraras
aunque estuvieras lejos.

ZAQUEO:

¡Lindo cuento!
No le alcanzaba yo con otras ciento.

ABIGAIL:

Alientos son bizarros.

ZAQUEO:

Escogí de un arroyo cien guijarros,
que pesaba el menor arroba y media.

CÉFORA:

¡Qué pesada tragedia!
Muy grandes piedras son.

ZAQUEO:

Bien lo imaginas,
¿pues a un gigante han de tiralle chinas?
Esas son las victorias más honradas:
tiréle mil pedradas
con dichosa fortuna,
pero de todas no acerté ninguna;
y aquesto lo dirán dos mil testigos.

CÉFORA:

¿Y en qué paró?

ZAQUEO:

Hiciéronnos amigos.

CÉFORA:

Igual fue la victoria.

ZAQUEO:

Ten memoria:
el escaparme yo, fue la victoria.
¿Y de qué tierra viene tanto cielo?

ABIGAIL:

En el Monte Carmelo
es nuestra habitación, en cuyas faldas,
en cada Abril vestidas de esmeraldas,
tiene Naval, mi esposo,
esquilmo tan copioso
de ganados y mieses,
que parecen los meses
negarle su estación a otro horizonte,
viviendo todo el año en nuestro Monte.

CÉFORA:

Mas viene a ser tu esposo tan escaso,
que en viendo a la piedad la cierra el paso;
tan miserable al desfrutar la tierra,
que aun los rayos del sol también encierra.

ZAQUEO:

¿Naval se llama? Linda desposada;
¿con batalla Naval estáis casada?
Y si sois liberal, y él avariento,
todo el año andará Naval sangriento
retiraos, porque el Príncipe ha salido.

ABIGAIL:

Pues ya que hemos venido,
veremos a David, pues nuestra suerte
nos trajo tarde, cuando el mundo advierte
públicas alegrías,
que en cuanto dure el sol, formando días,
vivirá su memoria
en los anales de la Sacra Historia.

ZAQUEO:

No faltará ocasión.

ABIGAIL:

Fuera esperamos.

(Vase.)
ZAQUEO:

¿Y en qué altura quedamos,
Villanica del Monte?

(Detiene a CÉFORA.)
CÉFORA:

Yo en mi altura.

ZAQUEO:

Y si fuese tan gruesa mi ventura,
que llegase a tu Monte de esmeraldas,
¿no te podré yo hablar desde las faldas?

CÉFORA:

No escucho yo tan lejos.

(Vase.)
ZAQUEO:

Sea por señas,
besando troncos y adorando peñas.
La morenilla es alma de un pimiento,
y puede revocar un testamento
aunque esté el otorgante en aquel punto
dando mil alegrones de difunto.

(Sale JONATÁS.)
JONATÁS:

Llama a David, Zaqueo.

ZAQUEO:

Mas presto le traeré que tu deseo.

(Vase.)
JONATÁS:

¡Suerte infeliz la mía!
Eclipsóse la luz, turbóse el día,
cuando la parda nube
sobre los hombros de los vientos sube,
y al sol empaña crespa, y licenciosa,
los rayos puros de su frente hermosa:
no tiene culpa el sol, porque es ajena
la sombra oscura de amenazas llena;
pero que el mismo sol cause desmayos
a la hermosa pureza de sus rayos,
y las nubes engendre helado y frío,
para negarse al monte, al valle, al río:
obstinada invención de otro Faetonte,
pues pierde el valle lo que llora el monte:
el Rey, el sol del mundo. ¿quién creyera
que la tirana envidia eclipse fuera
del luciente esplendor de su albedrío,
dejando oscuro el monte y seco el río?

(Salen DAVID y ZAQUEO.)
DAVID:

¿Qué me mandas, señor?

JONATÁS:

Salte allá fuera.

ZAQUEO:

Obedezco en la uña.

(Vase.)
JONATÁS:

(Aparte.)
¡Oh, quién pudiera!
Con riesgos de su vida...

DAVID:

(Aparte.)
Con la color perdida,
y turbada la voz, hablarme intenta.
Si merezco, señor, que me des cuenta
de la pasión que turba tus sentidos...

JONATÁS:

Tienen, David, oídos
el viento y las paredes, y mi aliento
tiembla de las paredes y del viento.

DAVID:

Muy bien puedes hablar; que ellas son mudas
y escucharán leales.

JONATÁS:

Con más dudas
estoy para temellas,
porque habla el viento lo que escuchan ellas.

DAVID:

Pues el Palacio deja.

JONATÁS:

¿No adviertes que conmigo ha de ir la queja
para mover los cielos,
y en tan duros desvelos
estará, aunque sin voces la despida,
el eco en asechanzas de homicida?

DAVID:

¿De quién sabré tu pena?

JONATÁS:

De mi pecho,
con un abrazo estrecho;
llégate a mí, David, porque quisiera,
que el alma de mi pecho se infundiera
en el tuyo, de modo,
que lo que temo lo supieras todo;
y al volverse después que te informara,
de cuanto te dijera se olvidara.
Matarte quiere el Rey.

(Abrázanse.)
DAVID:

¡Qué escucho, cielos!

JONATÁS:

Llegarán a desdichas tus recelos
si en consultas los pones, porque llega
a ver la envidia más, cuanto más ciega.

DAVID:

¿Pues yo qué puedo hacer?

JONATÁS:

Librarte.

DAVID:

¿A dónde?

JONATÁS:

Donde el cielo te guíe.

DAVID:

No se esconde
de las iras del Rey átomo breve
del mismo sol, porque en el sol se embebe
huyendo de su furia.

JONATÁS:

Al cielo haces injuria
si no guardas la vida.

DAVID:

Porque es de tus alientos defendida
la procuro guardar.

JONATÁS:

Líbrete el Cielo.

DAVID:

¿En qué he ofendido al Rey?

JONATÁS:

Ese desvelo
no suspenda tu prisa.

DAVID:

En tus voces me avisa
nuestro Dios de Abraham.

JONATÁS:

Él te defienda.

DAVID:

Y muera yo cuando a mi Rey ofenda.

(Sale ABNER por la parte que se quiere ir DAVID.)
ABNER:

  David, en tu busca vengo.

DAVID:

Abner, ¿vienes a matarme
por orden del Rey?

JONATÁS:

No fueras
de la ilustre y noble sangre
del tribu de Benjamín,
si turbaras las piedades
que en defensa de David
conmigo comunicaste.

ABNER:

Antes, señor, he venido
a que la piedad, si cabe
en el pecho de David,
quiera mostrarla: tu padre
ha vuelto a sentir ahora
aquella furia indomable
de aquel espíritu fiero
que le atormenta; pues sabes,
gran capitán de Israel,
el remedio saludable
que Dios puso en tu instrumento,
ven ante el Rey a tocarle,
porque sus penas se templen,
porque su dolor se aplaque.

JONATÁS:

David, mi padre es el Rey;
ven, por Dios, a remediarle.

DAVID:

Si tú me has dicho ¡oh señor!
que determináis guardarme,
¿cómo, cuando os obedezco,
me fatigáis con el lance
más apretado y terrible
que ha visto en nuestras edades
el sol? Si excuso el remedio,
dejo en sus ansias mortales
al Rey mi señor que viva,
al paso que le acompañe
mi lealtad, que será eterna.
Pues si me pongo delante,
corre mi vida los riesgos
que sabéis, y soy culpable
si aguardo: señor, ¿qué haré?
Porque no sé aconsejarme
en dos extremos opuestos
de peligros y piedades.

ABNER:

¿Qué te aconsejas, David?
La vida del Rey no aguarde
tan mortales dilaciones;
que si el peligro llegare
de tu ofensa, por los cielos
te juro que no se escape
la vida que me sustenta,
y muera a manos infames
de un cobarde filisteo,
David, si no te guardare.

JONATÁS:

Promesas son bien seguras,
y está en ellas de mi parte
mi palabra y mi amistad.

DAVID:

Baste ya, Príncipe, baste;
basta ya, Abner, dos empeños
para mi abono tan grandes.
Viva mi Rey en mi riesgo;
en mí su dolor descanse;
porque es de vasallo infiel,
cuando tiene de su parte
remedios que el Rey le pide,
con temores excusarse,
aunque la muerte que teme
en su vista le amenace.

(Vanse.)
(Sale SAÚL.)
SAÚL:

  Dejadme todos, que el fiero
dolor que en mi pecho vive,
ningún consuelo recibe;
que solo la muerte espero.

(Siéntase sin reposar, y sale MEROB.)
MEROB:

  Señor, si pena tan grave
es de tu sentido ajena,
parte conmigo tu pena,
si es que en tu pecho no cabe;
será la muerte suave,
aunque yo llegue a morir;
mi alma viene a pedir,
que si la tienes amor,
la pongas junto al dolor,
te lo ayudará a sentir.
  Dos almas en compañía
el dolor vendrá a temellas,
y pues no ha de conocellas,
podrá pasarse a la mía;
y si en la mortal porfía
de afligir y de matar,
el dolor llega a dudar
cuál alma le está mejor,
entre tanto tu dolor
te dejará descansar.

SAÚL:

  ¿No has visto soberbio un río,
que el vecino campo anega,
(Levántanse.)
y a quien el paso le niega
muestra más furioso el brío?
La presa es un desvarío,
aunque su corriente ignore;
antes, porque sienta y llore
el dueño tan loca empresa,
viene a pagarlo la presa,
sin que el campo se mejore.
  No hay alma que no destruya
mi dolor con tal porfía;
que el que revienta en la mía,
pasará a anegar la tuya.
Mejor es que en mí se incluya
dolor que en mí se engendró:
tu amor el discurso erró
en quererle detener,
si la presa ha de romper
quedando anegado yo.
  Ya siento otra vez ¡oh cielos!
repetida la inclemencia
del dolor: ya no es capaz
a tan poderosa fuerza
toda un alma, que parece
su hermosura descompuesta,
que lo mortal la apadrina
en caduco polvo envuelta.


MEROB:

Señor, advierte...

SAÚL:

Si quieres
que yo también te aborrezca,
asiste a las furias mías,
pues yo me aborrezco en ellas.
Déjame, que el ver que todos
sin padecer me consuelan,
dilata más mi dolor,
por ver que no hay quien lo sienta.

MEROB:

¡Oh, cuánto tarda David,
pues minutos de su ausencia
en lo sensible señalan
horas al dolor eternas!

(Vase.)
SAÚL:

Si el cuerpo ayuda a sentir
tan inmortales violencias,
niéguese, pues es caduco
a jurisdicción ajena;
ocupe en sensible polvo,
pues se compone de tierra,
y no por pintarse eterno
entre a la parte en las penas;
sino es que piadoso quiere,
como tanto me atormentan,
que las penas se repartan,
aunque él participe de ellas.

(Salen JONATÁS, ABNER y DAVID.)
ABNER:

Señor, aquí está David.

SAÚL:

¡Cuanto el nombre me consuela!
Es basilisco su vista,
que sin matar me atormenta.

ABNER:

Pues sin verle te dará
el remedio que te niegas.
Ya ves lo que dice el Rey:
esos canceles le prestan
tregua a su enojo: no dudes,
que cuando libre le veas
has de volver a su gracia.

DAVID:

Vuelva a su quietud primera,
aunque en su desgracia viva.

(Vase.)
SAÚL:

Tu bárbara inobediencia
ha encendido más mi furia.

JONATÁS:

Justo es que yo te obedezca;
pero en matar a David...

(Tocan arpa.)
SAÚL:

Déjame, si no es que intentas
con tu muerte...

JONATÁS:

Vive tú,
aunque yo tu reino pierda.

(Vase.)


(Vuelve el REY a alentarse, y tocan dentro el arpa.)
SAÚL:

¡Que a penas tan inmortales
conceda lo humano treguas
con tan descansado alivio!
¡Que las alternadas cuerdas
de este instrumento suave
arrebaten la violencia
del dolor, y que lo arrojen
donde su memoria pierda!
¿Qué misterio es este, cielos,
si el instrumento que suena
trae la quietud que gozo?
¿Por qué mis rebeldes penas
no se han rendido jamás
a otras voces ni otras cuerdas?
¿Si está el misterio en David,
pues le señala el Profeta
por varón justo? En mis dudas
tan libre el alma sosiega,
que aun para pensar cuál es
de entrambos el que me templa,
le falta discurso al alma,
tan sosegada, suspensa,
que por trabajo despide
el uso de las potencias.

(Vuelven a tocar, y sale ZAQUEO.)
ZAQUEO:

¡Hay sosiego semejante!
¿Si duerme? Mas que se duerma
en las pajas de la arpa,
si son las pajas las cuerdas.
Demonio regocijado
tiene el Rey, no lo creyera
aunque me lo asegurasen
cuantos cursan las tinieblas.
Si ya no es que este demonio,
cuando se perdió en la guerra
que con los ángeles tuvo
(¡qué mal que le fue en la feria!),
era música de arpa,
y como cayó de priesa,
aún le dieron lugar
para traérsela a cuestas.
Dejóse la arpa arriba,
y quiere que le entretenga
David a costa del Rey;
mas por si acaso le deja,
y le ha parecido bien,
¿qué música será buena
que la toquen a un demonio
baladí, que se contenta
con el alma de un bufón,
que entristece cuanto alegra?
Por Dios que es muy buena gaita,
que es música de taberna,
y nos holgaremos ambos
cuando toque y cuando beba.

SAÚL:

¿Qué ilusión es esta, cielos,
que estoy viendo?

ZAQUEO:

¿El Rey despierta?
Pues a mi gaita me acojo,
que los demonios la templan.

(Vase.)
(Levántase el REY.)
SAÚL:

¿David es Rey de Israel?
Primero a mis manos muera.
(Aparece arriba DAVID con manto y corona, y el arpa a los pies, como le pintan.)
¿Si sueña la fantasía?
Su imagen me representan
los ya turbados sentidos:
púrpura y corona muestran
su ambición en mis agravios,
sea soñada quimera
que fabrican mis temores,
o el alma juzgue evidencias:
morirá ahora a mis manos,
pues la obediencia me niegan
Jonatás y Abner: ¡Ah cuantas
veces blandiendo la diestra
(Llega al vestuario, y toma una lanza.)
esta lanza, me temblaron
las escuadras filisteas!
No es mucho que a mi enemigo
le pase el pecho con ella.
(Al levantar la lanza se cubre la apariencia.)
Desvanecióse la sombra
que me turba, y que me ciega
¿David? ¿Dónde está David?
Si es que coronarte piensas
con mi muerte, ¿cómo huyes,
y tan cobarde me tiemblas?
El dolor vuelve a afligirme,
si no es que la envidia fiera
que la atizan beneficios,
y lealtades la despiertan.
David, ¿dónde estás?

(Sale DAVID.)
DAVID:

Señor:
¡Válgame el Cielo! ¿Qué intentas,
Rey de Israel? Señor mío.

SAÚL:

Estorbar que no lo seas,
pues hoy muriendo a mis manos,
daré templanza a mis penas.

DAVID:

El brazo de Dios me ampare.

(Vase.)
(Tira SAÚL la lanza al vestuario.)
SAÚL:

Desmintió el golpe la diestra,
erré el tiro; pero en vano
a la ejecución te niegas
de mi furia. ¡Ah de mi guarda!
Quien mi descanso desea
mate a David no se escape
aunque el Cielo le defienda.

(Vase.)
(Salen DAVID por una parte, y ABNER por otra.)
DAVID:

¿Dónde podré estar seguro,
cielos?

ABNER:

David, esta puerta
sale al campo; el Cielo guíe
tus pasos; que la obediencia
del Rey no es bien que me obligue
cuando sus furias le ciegan
en lo mismo que él conoce
que es injusticia.

DAVID:

Tan cerca
siento, Abner, voces y pasos
de los que matarme intentan,
que es ya librarme imposible.

ABNER:

Gana esa puerta, y no temas
pues dices fías en Dios.

DAVID:

Dios me ayuda, y tú me alientas.

ABNER:

Guarden los Cielos tu vida.

DAVID:

Para defender con ella
al Rey de sus enemigos.

ABNER:

Esa virtud es la prueba
de varón tan justo.

DAVID:

¡Oh, Saúl!
De ti mismo te defienda
el brazo de Dios.

ABNER:

¿Qué aguardas
donde riesgos se atropellan?

DAVID:

Queda en paz, Abner.

ABNER:

El Cielo
te guíe.

DAVID:

Porque esta deuda
reconozca mientras viva.

ABNER:

Con que te libres me premias.

(Vanse cada uno por su parte.)