David perseguido y montes de Gelboé/Acto II

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Acto I
David perseguido y montes de Gelboé
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

 

Salen NAVAL CARMELO y ZAFAIN, vejete rústico, y otro zagal, ABIGAIL y CÉFORA .
ABIGAIL:

  Tan blanco ha dejado el suelo
el esquilmo del ganado,
que estando sereno el cielo,
parece que ha granizado
en las faldas del Carmelo.
  La desperdiciada lana
que suelta, se desencoge,
vuela por el prado ufana,
y el clavel que la recoge
en su regazo de grana,
  presume que le castiga;
pues como su roja espiga
la ve argentada, le cela,
que es escarcha que le hiela,
siendo armiño que le abriga.
  El vellón que se desata
derramado en los caminos,
cuando el viento le arrebata
con cándidos remolinos,
es polvareda de plata.
  Y la tierra, al verdor hecha,
viéndose blanquear, sospecha
que con ser, Naval amigo,
su sementera de trigo,
es de aljófar su cosecha.

 

NAVAL:

  ¿Ves lo que al clavel le nieva
y lo que es granizo helado,
porque el monte se lo beba,
lo que argenta el verde prado,
y lo que el viento se lleva?
  Pues que me lo usurpen siento,
que aunque no aprovecha, atento
juzgo que es caso cruel
dar yo mi hacienda al clavel,
al monte, al prado y al viento.

ABIGAIL:

  Hoy un convite has de hacer,
de esquilas tres mil cabezas,
y así es día de placer.

NAVAL:

Abigail, tus franquezas
han de hacerme empobrecer;
  y ¿a quién ha de ser?

ABIGAIL:

Naval,
a todos nuestros zagales.

NAVAL:

¿No han ganado su jornal?

ABIGAIL:

Esposo, agasajos tales,
son deudas del mayoral.

 

NAVAL:

  ¿A cuál de los tres más bien
podré esta llave fiar?
(Sácala.)
Y con menos desmán, ¿quién
traerá con que os regalar
de mi abundante almacén,
  que todo el año tributa
el grano en hilos maduro,
la ceniza al viento enjuta,
miel en barro, en sal buturo,
queso en ollo, en paja fruta?

ZAFAIN:

  Verás como yo lo taso.

CÉFORA:

No daré sin tu consejo
una pasa.

ZAFAIN:

Ni yo un paso.

NAVAL:

Yo se la entrego al más viejo,
que sabrá ser más escaso,
  y a su elección se le fía
que escoja.

CÉFORA:

Voy por tu espía.

(Vanse los tres.)
NAVAL:

Abigail, no es exceso
ese para cada día.

 

ABIGAIL:

  Por fama, desde Farán,
tu riqueza es conocida,
adonde infante le están
meciendo en plata mullida
sus dos cunas al Jordán.
  Y tú, avaro, allá en la cumbre
de tu adorado tesoro,
sin que el dictamen te alumbre,
vas envejeciendo el oro
al paso de la costumbre.

(Vuelven a salir con algunas frutas en platos y pan, o lo que pareciere, y, extendiendo los manteles, se sientan.)
NAVAL:

  Las riquezas se conservan
guardando, que es largo el tiempo:
ea, extended los manteles
en este florido suelo.

ABIGAIL:

Sentaos, pues, que mi esposo
os convida.

ZAFAIN:

Ya lo hacemos.

(Salen ABISAÍ y ZAQUEO.)
ABISAÍ:

El Dios de Jacob os guarde.

ZAQUEO:

Sí guardará, pues discretos
nos tienen puesta la mesa
aguardando a que lleguemos.

NAVAL:

En mal hora hayáis venido,
pues turbáis nuestro sosiego.

 

ABISAÍ:

Con un ruego a ti, ¡oh Naval!
de parte de David vengo.

ABIGAIL:

A escucharle te levanta.

NAVAL:

Antes no hacer caso de ellos
es mejor, por no obligarlos
a que mendigos y hambrientos
se nos conviden: comamos,
pues se volverán en viendo
que no los oigo.

ABISAÍ:

¡Que el nombre
de David estás oyendo,
y no hagas caso!

ABIGAIL:

Naval,
que estás descortés confieso;
pero yo en esta ocasión
ser más divertida quiero;
que en el que me envía David,
al mismo David contemplo.

NAVAL:

Como te llaman prudente,
siempre estás dando consejos:
vos, a lo que habéis venido
referid, y sea presto.

ABISAÍ:

Si por su mujer no fuera,
cuya fama reverencio,
yo vengara el desacato.
El que venció al Filisteo
me ha mandado que en su nombre...
te diga.

 

ZAQUEO:

Aguarda; que quiero,
antes que quebrar el hilo,
sentarme a comer, que vengo
por entretenido acerca
(Siéntase.)
de esta embajada, y son estos
los provechos de mi oficio,
que han de entrarme en mal provecho.
Hablar puedes ya, y vosotros
podréis escucharle atentos;
(Come.)
que yo comeré por todos.
Naval, no comáis más queso,
que os haréis rudo en dos días,
ni tú, mayoral, de viejo,
cuya barba es más cerrada
que la bolsa de tu dueño.

(Levántase NAVAL.)
NAVAL:

¡Oh! ¿Habéis venido a enojarme,
o a referirme el intento
de David?

ABISAÍ:

Ese es el mío.

NAVAL:

Pues que le expliquéis espero.

 

ABISAÍ:

Fugitivo de Saúl,
en ese estéril desierto
de Farán, David habita,
siguiéndole cuatrocientos
de la tribu de Judá,
entre aliados y deudos.
Y como no les dispensa
la sequedad del terreno,
fruto que parezca alivio,
ya que no sea alimento;
y en hondas cuevas se esconden,
que son calabozos ciegos
donde están, si no alojados,
de su mismo temor presos,
a ti, ¡oh Naval!, porque sabe
que eres rico y opulento
dueño de cuanto se juzga
verde atalaya el Carmelo,
que le socorras te ruega
con algunos bastimentos:
esto te suplica el hijo
de Isaí.

NAVAL:

¡Encarecimiento
notable! ¿Quién es el hijo
de Isaí? ¿No es un soberbio
capitán de foragidos?
Respondedle que no puedo
socorrer la sed ni el hambre
que padece; pues si tengo
frutos que me da mi hacienda,
para el preciso alimento
de mi mesa y mi familia,
los he menester.

 

ABISAÍ:

¿Resuelto
a no hacerle el beneficio
estás?

NAVAL:

Bien podéis volveros;
que nada he de enviarle.

ZAQUEO:

¿Nada?
Que le envías mucho entiendo,
pues allá irá lo que yo
en el estómago llevo,
si no es que lo deje antes
en el camino.

ABISAÍ:

Zaqueo,
volvámonos a Farán.

ZAQUEO:

Volvámonos; que aunque tengo
satisfechas ya las ganas,
como a Naval estoy viendo
delante de mí, imitadas
en su miseria contemplo
la mendiguez, la abstinencia,
el ayuno, el cautiverio
de Egipto, el comer por onzas,
la dieta, el mucho concierto,
el mediodía, el pan caro,
y otra vez de hambre muero.

ABISAÍ:

Temo que David se irrite
contra ti.

 

NAVAL:

Yo no lo temo:
decid, ¿por qué ha de irritarse,
y más viendo que le niego
lo que es mío?

ABISAÍ:

Él no lo pide
con rigor, sino con ruego
y humildad.

NAVAL:

Yo no lo doy,
porque me lo ha dado el Cielo
para mí; mas de este modo
acabo de responderos.

(Vase.)
ABISAÍ:

¡Qué necio ha estado Naval!
Yo he de buscar algún medio
para aplacar la venganza
de David, pues ya la temo.
¡Ay de ti, mísero avaro,
si David llega al Carmelo!

(Vase.)
ZAQUEO:

¡Ay de ti, vejete rancio,
si a su lado entonces vengo!

 

(Vanse cada uno por su parte, y sale JONATÁS.)
JONATÁS:

  Ya por cumplir de mi amistad el voto,
piso el desierto de Farán remoto;
sin fuente en que, por más que se congoje,
los alacranes el caballo moje;
sin ramo, donde en métrica armonía
se ponga el ave a requebrar al día;
sin hierba, de la tierra honor primero,
cuyo inculto verdor rumia el cordero;
y por eso jamás aquí es oído,
ni relincho, ni canto, ni balido.
David, que la violencia huir procura
de mi indignado padre, se asegura
en estas cuevas; pero yo, que tengo
su riesgo a cargo, a prevenirle vengo.
¿Si estará en esta, que a la luz se niega?
Para llamarle, a la espelunca ciega
quiero acercarme; con furor me asombra:
encontré con la patria de la sombra.
¡Ah del abismo, donde el sol expira!
Centro es oscuro cuanto allá se mira.
¡Ah. de la cárcel, de peñascos huecos!
Que como es cárcel, prende hasta los ecos.
¡Ah del centro, con quien el día lucha!
Solo el silencio es el que se escucha.
O no me oye, o se engaña mi deseo:
valiente vencedor del Filisteo,
qué, ¿a la voz no respondes de tu fama?
David, señor, amigo.

 

(Sale DAVID.)
DAVID:

¿Quién me llama?

JONATÁS:

Quien se aventura por venir a verte.

DAVID:

¡Ejemplo de amistad, Jonatás fuerte!
Aunque rota de tanta pena dura,
al hondo centro de esta cueva oscura
llegó tu voz; y aunque es su abierta boca
ancha portada que rasgó la roca,
tiene otra quiebra en el peñasco mismo,
que es postigo secreto de este abismo,
por donde salí a ver (quísolo el Cielo)
quién me llamaba; que el mortal recelo
que de tu padre tengo, le ha enseñado

todos estos rodeos al cuidado.
JONATÁS:

En mayor daño el tuyo se conmuta.

DAVID:

Mayor que el habitar aquesta gruta
adonde por sacar luz que me anime,
el eslabón al pedernal oprime,
que aunque duro, llorando de congoja,
son sus centellas lágrimas que arroja;
y porque salen en ardiente fuga,
lienzo la yesca es, que las enjuga;
que en esa ciega patria del espanto,
da en claridad lo que recoge en llanto,
pues como en ella nunca asoma el día,
solo es luz material la que me guía.

JONATÁS:

Más crecido es tu mal (¡suerte penosa!)

 

DAVID:

Más crecido que el hambre que me acosa,
víbora lenta, que aunque es corto el trecho
hasta que llegue a la región del pecho,
voraz por sendas de tristeza llenas,
va apurando la sangre de mis venas.

JONATÁS:

Más fuerte el riesgo es, más se acrecienta.

DAVID:

¿Más fuerte que la sed que me atormenta?
Pues envidio en tan bárbara inclemencia
del bruto luchador la providencia,
que este alivio a sí mismo se le debe,
pues de sus manos el humor se bebe:
sediento imito en ese centro angosto,
latiendo al can en la estación de Agosto.

JONATÁS:

Es más grande.

DAVID:

¿Excederle no procura
la sed, el hambre y la caverna obscura?

JONATÁS:

No.

DAVID:

Dilo, pues,
que decirlo el labio ordena.

 

JONATÁS:

¿Decirlo el labio ordena?
¡Sabe el Dios de Abraham y con qué pena!
Mas callarte el peligro es agraviarte,
puesto que es más terrible que el faltarte
en cueva, en sed, en infortunio hambriento,
la luz del sol, el agua y el sustento.
  Tres mil de los escogidos
de Israel, para prenderte
ha conducido mi padre,
y desde Ramata viene,
adonde es su plaza de armas,
con esta tropa de gente,
para atajarte los pasos:
tú, que en lo incauto pareces
al irracional que habita
bruto montaraz albergue,
que acosado del estruendo
de bocinas y lebreles,
busca donde se asegure;
asegúrate, pues sientes
los pasos del cazador,
antes que en la red tropieces;
no le hagas rostro al peligro.

DAVID:

Si es que matarme pretende
Saúl, como a mi noticia
ha llegado, que me ofrece
seguro para que vaya
a repetir, como siempre
se ha hecho, la preeminencia
de que a su mesa me siente,
de las Calendas del día
que en nuestro idioma se entiende
el primero del mes, y hoy,
que ha llegado este solemne
día en el hebreo rito,
me llama, ¿qué enigma es este,
que lisonjea y castiga?
¿O cómo se compadece
prevenirme el agasajo
con desearme la muerte?

 

JONATÁS:

Para interpretar mejor
su intento, ¿qué te parece
que podré hacer yo? Que en todo
que a tu elección me sujete
es justo, como al cincel
el dócil tronco obedece.

DAVID:

Pues, Jonatás, quien sospecha
un peligro y no le teme,
desesperado se mata
a sí mismo; y pues comete
en su vida el homicidio
que prohíbe Dios, ya ofende
el Decálogo sagrado,
que con su dedo presente
nuestro gran legislador
grabó en mármoles rebeldes;
y así, el asistir rehúso
en el festivo banquete.
Y si acaso preguntare
por mí, podrás responderle
que me envió a pedir la ilustre
tribu de Judá, que fuese
a hallarme en los sacrificios
que hace Belén al Dios fuerte
de los ejércitos, donde
en la sangre de inocentes
víctimas se explica el celo,
la fe en aromas trasciende.
Y por eso te rogué
que esta disculpa le dieses
de mi parte; y si la admite
afable, es señal que miente
la negra nube, que densa
rayos contra mí promete.
Mas si de oírla se enoja,
es darme a entender que el vientre
del condensado vapor,
para fulminarme, ardientes
abortos encierra, hijos
de congeladas preñeces.

 

JONATÁS:

Pues yo me prefiero a darte
el aviso.

DAVID:

¿Y de qué suerte,
si para vernos los dos
hay tantos inconvenientes?

JONATÁS:

Pues nos hemos acercado
a aqueste sitio eminente,
donde el pabellón del Rey
se ha de plantar, esconderte
podrás entre aquellas rocas.
Y si desde allí advirtieres,
que yo, como que en el blanco
me ejercito, un arpón leve
pongo en el arco, y le tiro,
volverte a la cueva puedes,
pues te servirá de aviso,
de que hallé indicios crueles
en mi padre; mas si el brazo
sobre la cuerda pusiere
la flecha, y al dispararla
la ejecución se suspende,
asegurado del riesgo,
te podrás llegar alegre
donde yo esté, pues con esto
te daré a entender que quiere
la suerte que tus trabajos
tengan fin.

DAVID:

¡Que resolverte
podrás a tan grande empeño!
Mira bien lo que prometes,
Jonatás.

 

JONATÁS:

En este pacto
que hago con David, ponerte
quiero por testigo a ti,
gran Dios, que contra la plebe
incrédula un tronco basto
hiciste escamada sierpe;
porque permitas si yo,
engañoso no cumpliere
lo que ofrezco, que los mismos
peligros que David teme,
vengan sobre mí; y si acaso
es tu voluntad hacerle
Rey de Judá, en tu sagrada
presencia él también me ofrece
que usarán de piedad todos
sus heroicos descendientes
con los míos, así a ellos,
de tu mano ungido Rey,
para que aquesta amistad
hasta los hijos la hereden.

DAVID:

Así lo ofrece David.

JONATÁS:

Así Jonatás lo ofrece.

DAVID:

Pues ya que el contrato hacemos,
firmarle los brazos pueden,
porque el tiempo no le anule,
ni el olvido le cancele.

(Tocan cajas y trompetas.)
JONATÁS:

Este estruendo nos avisa
que el Rey llega.

 

DAVID:

De su gente
veo ya el tropel, ¿qué haremos?
Pues mientras de afecto ardiente
llevados, nos divertimos,
se han acercado de suerte,
que parece que hacen alto
las escuadras.

JONATÁS:

A ponerme
voy entre la armada tropa,
para que mi padre piense
que vine en la retaguardia:
tú, con paso diligente,
al puesto que he señalado
te retira.

DAVID:

A lo que hicieres,
desde allí he de estar atento.

JONATÁS:

Yo haré que presto interpretes
el aviso de la flecha.

(Vase.)

 

DAVID:

Tu lealtad el cielo premie:
ya han armado el pabellón
del Rey sobre el campo estéril,
y para la ceremonia
del convite, puesta tienen
la mesa al Rey de Israel,
para que a comer se siente:
los Príncipes de las tribus
acompañándole vienen.
El príncipe Abner también,
que lugar, como yo, tiene
en este público acto,
ya se sienta, a quien sucede
Jonatás, mi firme amigo;
mas junto al Rey, me parece
que un lugar está vacío;
sin duda es el que previenen
para mí; con Jonatás
colérico se enfurece
Saúl, ¿qué será la causa?
Pues a levantarse vuelve
de la silla; todos hacen
lo mismo, el enojo crece,
y derribando la mesa,
fuego por los ojos vierte.
(Ruedan desde el vestuario al tablado algunos platos con servilletas.)
A esta parte se encamina:
ásperas rocas, valedme.

 

(Éntrase a esconder entre unas peñas que hay en un monte, no parece hasta su tiempo, y sale deteniendo ABNER a SAÚL, y delante, como que huye, JONATÁS.)
ABNER:

  Aplaca el feroz semblante.

JONATÁS:

Templa el airado poder.

SAÚL:

Castigarle quiero, Abner;
no te me pongas delante.

ABNER:

  Señor, oye.

MEROB:

Padre, espera.

JONATÁS:

Porque su error reprendí
se indigna, y porque le di
la excusa de David.

SAÚL:

¡Muera
  David! Pero satisfecho
de no encontrarle jamás
estoy, porque Jonatás
le esconde dentro del pecho.
  Mas pues castiga igualmente
de nuestra justicia el rito
al que comete el delito
y al que encubre al delincuente,
  apartaos, que aunque me arrojo
contra lo que amor discurre,
también Jonatás incurre
en la pena de mi enojo.

MEROB:

  Guardar a David, entiendo
que ha sido acierto, y no error.

 

ABNER:

En dar a David favor,
más te obligo que te ofendo.

SAÚL:

  ¡Que a los dos a un tiempo os mueva
tan mal fundada opinión!

MEROB:

Esto apoya mi atención.

ABNER:

Esto mi discurso aprueba.

MEROB:

  Afírmelo un argumento.

ABNER:

Otro argumento lo diga.

SAÚL:

Pues decid, ¿en qué me obliga?

MEROB:

Atento escucha.

ABNER:

Oye atento.

MEROB:

  Un despeñado arroyo, que campea
desde el Tabor, en cuya cumbre mana,
lanza de plata es, que corre ufana
a quebrarse en el mar de Galilea.
Mas tuerce el curso en que morir desea,
topando acaso en una roca anciana,
y en vez de hundirse entre la espuma cana,
sierpe argentada por la playa ondea.
Si al risco, que le estorba el parasismo,
grato se muestra hasta un raudal escaso,
tú que te precipitas de ti mismo,
no culpes, cuando corres al fracaso,
que te amenaza el mar de un ciego abismo,
que se te ponga Jonatás al paso.

 

ABNER:

  Tiene el Líbano un árbol, planta rica
del saludable fruto trascendiente,
cuya raíz, que en el sitio está pendiente,
echa fuera los lazos que rubrica.
Y una palma, que al fértil hombro aplica,
por no hacer su caída contingente,
le está besando el pie, que amargamente
de aromáticas lágrimas salpica.
Es el resabio en ti de un odio injusto,
la raíz que revienta mal sufrida;
Jonatás palma, si árbol tú, robusto;
pues a un tiempo aplicó con fe advertida
la boca del respeto a tu pie augusto,
pero el hombro del celo a tu caída.

 

SAÚL:

  Convencerme es vana empresa
cuando vengarme procuro,
pues teniendo mi seguro,
faltar David de mi mesa
  en tal día, que es, confieso,
menosprecio declarado,
y el haberle disculpado
Jonatás, fue loco exceso;
  y así, aunque raudal he sido,
que libre empieza a correr,
y árbol que se va a caer,
del terreno desasido;
  no he de parar, si el tesón
de mis ondas no desmaya,
hasta entrarme por la playa
del mar de mi indignación.
  Arrancaré mis raíces
rodando hasta el verde centro
del valle, que al duro encuentro
verá ajado sus matices.
  Podrá ser, si el risco bronco,
o si la palma eminente
hace estorbo a mi corriente,
sirva de arrimo a mi tronco,
  cuando despeñado baje,
o cuando arrancado llegue,
que uno su cerviz anegue,
y otro sus ramas desgaje.

(Vase.)
MEROB:

  Sigámosle.

ABNER:

Gran desvelo.
Me da el ver su rostro airado.

 

MEROB:

¿A mi padre has enojado?

(Vanse los dos.)
JONATÁS:

Hermana, quiérelo el cielo.
  Pues para guardar la vida
de David, me hace instrumento;
pero ya avisarle intento,
pues la flecha prevenida
  tengo, y el arco, y culpaba
la tardanza a mi cuidado.

(Hace que toma de adentro una flecha y arco, y DAVID se ve entre las peñas.)
DAVID:

Como estoy tan apartado,
no oí lo que el Rey hablaba;
  mas ya mi atención acecha
de Jonatás el aviso.

JONATÁS:

El disparar es preciso,
pues ya...

(Al tirar, sale SAÚL por la misma parte.)
SAÚL:

¿Tú con arco y flecha?

JONATÁS:

  Mi padre ha vuelto, cruel.
(Aparte.)
Cuando pienso que se aleja.
¿No son armas que maneja
la milicia de Israel?

DAVID:

  El Rey volvió.

SAÚL:

¿Y con qué fin
tiras ese arpón veloz?

 

JONATÁS:

Por si entras en la feroz
provincia de Filistín:
  matar yo con valentía
mucho bárbaro tropel,
para ejercitarme en él,
blanco de aquel tronco hacía.

SAÚL:

  Cuando a encontrarte he querido
volver, por darte ocasión
de que me pidas perdón
de tu culpa convencido,
  con juvenil ardimiento,
sin darte ningún cuidado
que yo me fuese enojado,
¿flechas disparas al viento?
  Deja el tiro, y no presumas
con soberbia imitación,
por parecerte a ese arpón,
vestirte de vanas plumas.
  Baja el arco.

JONATÁS:

Ya
te obedezco: el riesgo miro,
pues ve que suspendo el tiro
David, y presumirá
  que es darle a entender que puede
llegar seguro, aunque está
aquí el Rey.

DAVID:

¿Si llegaré?
Pues asegurarme puede
  el ver que no ha disparado
Jonatás.

 

SAÚL:

Más por mí hicieras
si adiestrándote estuvieras,
no contra el robusto airado
  filisteo en fiera lid.

DAVID:

Yo llego.

JONATÁS:

Él viene: ¡hay mayor
mal! Pues ¿contra quién, señor?

SAÚL:

Contra el pecho de David.

JONATÁS:

  Él mismo me ha dado asunto
por donde el remedio espero,
pues por no enojarte quiero,
ahora que al blanco apunto,
  adiestrarme desde aquí,
para que no yerre el pecho
de David.

SAÚL:

Muy satisfecho
me dejas.

JONATÁS:

¿Disparo?

SAÚL:

Sí:
  y aunque fingida la acción,
la flecha vaya derecha.

JONATÁS:

Pues haz cuenta que esta flecha
le acierta en el corazón.

 

SAÚL:

  Eso sí.

DAVID:

Lo que me empeña
a llegar, me vuelve atrás:
¿qué haré? Tiró Jonatás;
que huya me dice esta seña.

(Dispara hacia dentro.)
SAÚL:

  ¿Acertaste?

JONATÁS:

Yo confío
que en David lo mismo haré.

(Vase DAVID por donde estaba.)
SAÚL:

Ahora sí que podré
decir que eres hijo mío:
  busquémosle entre los dos;
que uno ha de ser su homicida.

(Vase.)
JONATÁS:

No es posible; que su vida
corre por cuenta de Dios.

(Vase.)

 

(Salen ABISAÍ, ZAQUEO y soldados.)
ABISAÍ:

  ¿Dónde David estará?
no rehuséis el decillo,
cielos: ¿dónde el gran caudillo
de la tribu de Judá?

(Sale DAVID.)
DAVID:

  A hallar abrigo tan cierto,
amigos, viene David.
...........................................................
...........................................................

(Dentro ABNER.)
ABNER:

  Esa senda, es muy fragosa.

(Dentro SAÚL.)
SAÚL:

Aunque es áspera, la sigo
por buscar a mi enemigo.

DAVID:

Mirad cómo ya me acosa.

SAÚL:

  Sígueme, Abner.

ABNER:

La aspereza
los pasos me va cerrando.

DAVID:

Mi riesgo se va acercando;
desta cueva fortaleza
  haremos: denos sagrado
en su obscura lobreguez
ahora, pues otra vez
hospedaje nos ha dado.
  Ea, todos los demás
entren delante de mí,
porque yo y Abisaí
nos quedaremos atrás.

 

ABISAÍ:

  Entra tú.

ZAQUEO:

Haga esas pruebas
otro, haga otro la guía;
que yo tengo antipatía
grandísima con las cuevas.

ABISAÍ:

  Pues yo entraré; que arrogante
llega el Rey en nuestro encuentro.
Ven, David.

DAVID:

Ya busco el centro.

(Entran en la cueva.)
ZAQUEO:

Entraré, pues van delante;
  ya el encubrirnos os toca,
cueva hermana, en tal aprieto;
mas ¿cómo tendrá secreto
quien jamás cierra la boca?

(Sale SAÚL con un capote rojo o manto.)
SAÚL:

  Gente parece que ha entrado
en ese centro escondido;
y aunque Abner se me ha perdido,
y Jonatás ha marchado
  por otra parte, rigiendo
otra escuadra de soldados,
por ver mis pasos logrados,
aquí solo entrar pretendo,
  por ver si a David yo mesmo
hallo. (¡Qué horrible es y fea
la gruta!) Entraré, aunque sea
un bosquejo del abismo.

 

(Salen DAVID y ABISAÍ por la otra parte.)
DAVID:

  Como tenemos la entrada
de la cueva tan enfrente,
y está oscuro, fácilmente
se ve que por la rasgada
  quiebra entró Saúl.

ABISAÍ:

Y ve mal,
que sin tino acá ha guiado
los pasos.

DAVID:

Ponte a mi lado,
y en el Cielo confiemos.

(Sale SAÚL, como que no ve.)
SAÚL:

  Como de la claridad
vengo aquí, donde anochece,
deslumbrado me parece,
que es mayor la oscuridad;
  ciego, solo horrores sigo.

(Andando.)
ABISAÍ:

David, ya el día llegó
en que Dios te prometió
entregarte a tu enemigo,
  porque a tu elección se entienda
que la venganza ha de ser.

DAVID:

No permita su poder,
que yo al Rey ungido ofenda.
  Antes tú, en peligro igual,
porque mi lealtad se crea,
tráeme encendida una tea.

 

ABISAÍ:

Voy a herir el pedernal.

(Vase.)
DAVID:

  Llegaré, sin ser sentido,
al Rey.

SAÚL:

¡Que ya que desdeña
la vista darme una seña,
no se la deba al oído!

DAVID:

  Por fundar más lo que tanto
le bastaba a persuadir,
le voy procurando asir
la orla del regio manto,
  cortándole parte poca,
aunque al decoro me atreva.

SAÚL:

Como he torcido la cueva,
perdí de vista la boca.

DAVID:

  Logré mi mucha osadía:
(Con un cuchillo le corta un pedazo de la capa.)
toqué a Saúl: ¡qué conflito!
Ya he cometido el delito:
vendré a pagarle algún día.

SAÚL:

  Hacia allí una antorcha luce,
norte inquieto, pues al paso
se mueve su ardor escaso
del mismo que le conduce:
  ¿si en prender este traidor
algún exceso se atreve?
¿Dónde estás, David aleve?

 

(Sale ABISAÍ con la tea encendida, y al volver SAÚL halla a sus pies a DAVID.)
DAVID:

A tus pies, Rey y señor.

SAÚL:

  Tú junto a mí: ¿qué disculpa
tendrás, sino que matarme
quieres?

DAVID:

Antes de escucharme,
no me adjudiquéis la culpa.
(Levántase.)
  Pero en indecencia toca
que a Saúl, Rey de Israel,
le cubra en vez de dosel
el techo de aquesta roca.
(Tómale la tea.)
  Sal de ese albergue, que en vano
el sol verle procuró;
que para alumbrarte, yo
la luz llevaré en la mano:
  sígueme sin ir sujeto
al recelo; que en tal caso,
para asegurarte el paso
va delante tu respeto.

(Andan.)
SAÚL:

  Si viene lleno de enojos,
¿cómo mi furor sosiego?

DAVID:

Es que entraste al venir ciego,
pero al salir ven tus ojos;
  mas ¿no ves la claridad
que otra antorcha te previno,
que hasta oírme aún te imagino
dentro de tu ceguedad?

 

(Entran por donde salieron, y dan vuelta al tablado, saliendo por la boca de la cueva.)
SAÚL:

  Ya veo el zafir azul,
y ya el superior lucero,
y ya tu disculpa espero.

DAVID:

Pues oye, invicto Saúl.
  Supremo Rey de Israel,
ya que cruel tu castigo
tanto ha que pisa la senda,
nunca hollada del delito,
para obligarte a mis iras,
o darte menos motivos
de que en esta humilde garza,
real neblí, tiñas el pico:
desde el prólogo primero
de mi vida, determino
ir hojeando los sucesos,
por si los borró el olvido
de tu memoria, aunque en ella
era justo, era preciso,
rey y señor, que estuviese
encuadernado este libro.
Cuando de escuadras armadas,
de crespos blancos armiños,
en las floridas campañas
era rústico el caudillo,
siendo bengala el cayado,
y arnés cándido el pellico,
enviaste a Isaí a mi padre
con amorosos indicios,
a rogarle que enviase
a tu corte, y aunque he dicho
que le rogaste, esta vez
término impropio no ha sido;
que entonces fue el ruego en ti
lícito, pues aunque afirmo
que tiene en lo temporal
un rey superior dominio,
son tributos reservados
solo para Dios los hijos.

 

DAVID:

Mas mi padre a tu presencia
me envió, y los ásperos riscos
que antes pisaba en el monte,
troqué en los jaspes bruñidos
del Palacio, donde hallé
en la púrpura de Tyro
también escondido el áspid,
cuando engañoso y nocivo
presumí que le dejaba
emboscado en los tomillos.
Aquel espíritu impuro,
que en ti empezó, fue ministro
de la justicia de Dios,
por haber dejado vivo
al Rey de Amalech:
metió en tu pecho perfidio
su rabia infernal, haciendo
que airados y enfurecidos
tus ojos, vertiesen fuego,
y no llanto compasivo,
y en tu boca fuesen bascas
los que iban a ser suspiros.
Mas yo, cuando a tan ardiente
pasión estabas rendido,
manejaba el instrumento,
y tu intolerable abismo,
de aquel sonoro beleño
blandamente adormecido
se iba quedando, pues prontos
los dedos ya, y ya remisos,
al rebatir de las cuerdas,
lo que en ellas fue gemido,
sin dilación en tu pecho
se pasaba a ser alivio.

 

DAVID:

¿Quién creyera que una dulce
cadencia hubiera rendido
de tan pesada cadena
los eslabones prolijos?
¡Inescrutables secretos
de Dios! pues para este auxilio
ordenó su Providencia
que en tanto que a su albedrío
mi ganado hollaba el valle,
yo, entregado al ejercicio
sonoro, estuviera en él
tan diestro, que cuando herido
le sonaba el instrumento
en la quiebra de algún risco,
naturalmente ayudadas
allí de lo insensitivo,
era cada oveja un mármol,
suspensas al dulce hechizo
del arpa; y si alguna dellas
le interrumpía, medido
el acento de su voz,
con el contrapunto mío,
aunque a su madre llamaba
con amoroso cariño,
parecían, siendo quejas,
consonancias los balidos.
De las huestes filisteas
asustado, con las tribus
de Israel fuiste marchando
hacia el valle Terebintho.

 

DAVID:

Y estando tu campo a vista
del ejército enemigo,
vimos salir de sus reales
un corpulento prodigio
de estatura formidable;
vestía un arnés, que quiso,
por ser dragón de metal,
que la fragua y el martillo
se le grabasen de escamas,
con un escudo de limpio
acero cubierto el pecho,
un corvo alfanje ceñido,
y todo un árbol por lanza,
que sin fatiga o perjuicio
del brazo, de hojas desnudo,
como de estragos vestido,
nacido había en aquel
monte de miembros macizo.
Plantado entre los dos campos,
a singular desafío
llamaba a uno de los nuestros;
pero todos, escondidos
entre el temor y el silencio,
no se hallaban a sí mismos.
Y yo, viendo que un profano
idólatra, incircunciso,
cargado de infame duelo
dejaba el pueblo escogido
de Dios; para el duro encuentro,
licencia, Saúl, te pido;
y aunque dudoso a mi instancia,
me concedes que al peligro
me arroje, y para el combate
mandas que tu yelmo mismo
me pongan: dasme tu espada:
con respeto me la ciño.

 

DAVID:

Mas para ver si veloz
o torpe el acero esgrimo,
hago la prueba, y el brazo,
no acostumbrado al estilo
de tales armas, se halló
tan extraño en su ejercicio,
que por no ponerlo en duda,
quitándomelas, elijo
cinco piedras de un arroyo,
el cayado al brazo aplico,
la honda rodeo al cuerpo,
y armado del temple fino
de la fe, que es peto fuerte,
hecho a prueba de peligros,
a vista del filisteo
la verde palestra piso.
Desprecióme su arrogancia,
pero irritado y movido
de mis razones, dispuso
hacer batalla conmigo.
La honda tomo, y una piedra
tan cierta a su frente envío,
que juzgue que la sirvió
de precepto el estallido;
con que sus vitales basas
quebradas, al suelo vino
aquel de naturaleza
desmesurado edificio.
Y quitándole el alfanje,
la cabeza le divido
de los hombros, que en mi mano
pendió de sus bastos rizos.
Su gente huyó, y en su alcance
tus caballos impelidos
para que se detuviesen
los llamaban a relinchos.

 

DAVID:

Este fue mi primer triunfo,
este, Saúl, fue el principio
con que aseguré en tu mano
el cetro, sin otras cinco
victorias que en nombre tuyo
mi valor ha conseguido,
para establecerte el reino,
que goces felices siglos.
¿Pues por qué, señor, el odio
tanto ha de poder contigo,
que huyéndole a tu rigor
el rostro airado y esquivo,
me ha de tener siempre el monte
por su huésped foragido?
Cuando de Jerusalén
salí, y llegué peregrino
a Niobe; Ahimelech,
sacerdote, conmovido
de ver mi hambrienta miseria,
me dio los panes acimos,
aunque estaban reservados
para los sacros ministros
del templo, porque en la ley
dispensó allí lo preciso
de la piedad; y tú, airado,
después que te dio el aviso
Doeg Idumeo, que entonces
presente fue al beneficio
mandaste que Ahimelech
fuese pasado a cuchillo
porque alivió mis trabajos,
con otros ochenta y cinco
sacerdotes del Señor.

 

DAVID:

¿Qué constitución, qué rito
manda que la caridad
sea capaz del castigo?
¿Cuándo la piedad fue rea?
¿Cuándo se vio en el suplicio
el hacer bien? ¿Ni qué imperio,
sino el tuyo, ha establecido
que fuesen las buenas obras
confirmadas por delito?
¿Por qué, señor, me persigues,
cuando en lo leal imito
al can, que pisado acaso
del dueño, aunque sienta esquivo
dolor, mirándole al rostro,
le saluda con cariños,
lamiéndole el pie, que fue
instrumento fortuito
de su daño, en vez de dar,
colérico y vengativo,
al desenojo la presa,
y la querella el ladrido?
¿En qué te ofendí? Si acaso
las finezas, los servicios
son crímenes contra ti,
muchos, Rey, he cometido.
El Señor entre los dos
sea Juez; y si el registro
de mis cargos fuere cierto,
recto pronuncie el castigo.

 

DAVID:

La muerte te pude dar
en la cueva, y para indicio
desta verdad, reconoce
este trozo dividido
de la orla de tu manto;
que la oscuridad y el sitio
permitió que le cortara,
cuando pudiera atrevido
matarte, y que este sea
el postrero beneficio,
(Sale ABNER.)
y el mayor; porque revoques,
Señor, el decreto impío
de tu indignación, en tanto
que el aire en su imperio limpio,
la tierra en su vasto seno,
el agua en su centro frío,
el fuego en su esfera ardiente,
son desta verdad testigos;
pues con leal vasallaje
a tus Reales pies me rindo.

SAÚL:

Alza, David.
Aparte.
Aquí es fuerza
torcer el tesón remiso
de mi enojo, y más hallando
tan contingente el peligro,
por verme entre mis contrarios.
Yo te otorgo cuanto has dicho.
Mas como tal vez el odio
en un pecho envejecido
reverdecer suele, es bien
que te apartes de mí: aplico
al tósigo de mi enojo
el antídoto preciso
de la distancia; David,
vete en paz.

 

DAVID:

Tu gusto sigo.

SAÚL:

¡Que a dividir un pedazo
del regio manto que visto,
osara! ¡Ah, Samuel sagrado,
cómo acordarme has querido
de cuando te rasgué el tuyo!
Tristes presagios prolijos
de la división del reino
de Israel todos han sido.
¿No te vas?

DAVID:

Ya te obedezco:
los que en la cueva conmigo
entraron, ¿a dónde están?

ABNER:

Por la otra quiebra han salido,
que corresponde hacia el llano.

DAVID:

Pues ven, que ya que me libro
por ahora de Saúl,
a los contornos floridos
del Carmelo marchar quiero,
a castigar el delito
del necio Naval.

SAÚL:

David,
yo deseo ser tu amigo,
pero lejos de ti.

DAVID:

Yo,
como a Rey por Dios ungido,
reverenciaré tu nombre
desde el más remoto sitio.

SAÚL:

¡Ah, Samuel santo! Tu mano
les deshereda a mis hijos.