De Castilla van marchando

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CIII


D

e Castilla van marchando

á Navarra con su gente
don Sancho, á quien dieron nombre,
por sus hechos, de valiente.
Delante lleva el despojo,
que ganó su brazo fuerte
en las tierras de Castilla;
sin que nadie le impidiese
triunfante, rico y contento
por sus jornadas se vuelve,
dejando á los castellanos
despojados de sus bienes.
Por San Pedro de Cardeña
mandó que el curso enderecen
la escolta y la cabalgada
para que por allí fuesen.
Como llegase la fama
al abad que en guarda tiene

el santo cuerpo del Cid,
aguardó que el rey se acerque.
Aderezóse entre tanto,
como en procesión solemne,
y con la insignia del Cid
sale para cuando llegue.
Al són de las roncas cajas,
marchando de siete en siete,
al rey que llevan en medio
miran ufanos y alegres,
tremolando las banderas
junto al rey, que alegremente
en ellas ponía los ojos
como en su mayor deleite.
Yendo el valiente don Sancho
marchando con sus jinetes,
llegó donde el santo abad
le aguardaba alegremente.
Puso en tierra las rodillas
diciendo:—Rey, no desprecies
mi razón, ni á la voz mía
tu justo oído le cierres.
Bien sabes, valiente rey,
y cuántos estáis presentes,
que esa presa es de cristianos
y no es justo que la lleves.
Las guerras que traen contigo
son causa para ponerte
siempre la espada en la mano,
por su daño, y con sus muertes.
Muy bien pudiera excusarse
la sangre que d’ellos viertes,
con que volvieras la espalda
á los moros que nos vencen.
Mira, buen rey, esta insignia
que es del Cid de quien desciendes,

y póngotela delante
para que esa presa dejes.—
Conociendo el rey la insignia
del caballo se desciende,
y en el suelo de rodillas
la saluda d’esta suerte:
—¡Oh estandarte poderoso
de aquel varón excelente
que fué muro de Castilla
y cuchillo de la muerte;
de quien tembló la morisma;
quien deshizo sus poderes;
quien venció muerto al rey Búcar
y tuvo vasallos reyes;
á quien hablaban los santos
y le acompañaban siempre,
y le alcanzaron de Dios
que vencido no se viese!
A vos y ante vos consagro,
como á quien tan bien se deben,
estos despojos de guerra
y en vuestro templo se cuelguen.—
Y en diciendo estas razones,
mandó que los presos suelten,
y toda la presa junta
al bendito abad se entregue
por amor y reverencia
del Cid, á quien se la ofrece,
reconociéndole muerto,
que nunca su nombre muere.

Fin.