De la Imprenta en Francia: 05

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


V.


Es ya tiempo de proseguir nuestra rápida narración, que fué preciso se detuviese para dar cuenta de la ley liberal de 1819. En su primer ensayo no aguardaba larga vida á aquel sistema. Combatido el Gobierno por los partidos extremos, sostenido por el Rey, pero aun dentro de palacio hostilizado por el Conde de Artois y sus amigos, ó como entonces se decia, por el pabellón Marsan, no tardó en quedar disuelto el partido que intentaba conciliar con la legitimidad el constitucionalismo. El asesinato del profesor realista Kotsebue en Alemania causó honda impresión en toda Europa: mucho mayor fué la de Francia cuando murió el Duque de Berry á manos del fanático Louvel. Estos atentados, y la conspiración permanente del partido revolucionario dieron frutos que para todos hablan de ser funestos. En el primer momento solo la reacción habia quedado gananciosa; pero impulsado por el enojo y la cólera el gobierno de los Borbones á salir del camino de la prudencia y la moderación, con sus desaciertos sucesivos hizo en provecho de la revolución mucho más de lo que pudieron lograr las conspiraciones. Por grados sucesivos habia de ir la reacción subiendo á las cúspides desde donde las caldas son más peligrosas y mortales. Primero reemplazó al centro izquierdo el derecho, y al general Dessoles, y á M. Decazes el Duque de Richelieu, cuyo ministerio compuesto de personajes graves y templados, pero dominado por las circunstancias, dejó subsistente la ley de 1819; si bien suspendiéndola en virtud de una de excepción estableció la censura por un año, que luego se prolongó por espacio de otro. Como no estuvieran al cabo de este plazo sosegados los ánimos, propuso á las Cámaras se prorogase por otros cinco más la censura: pero una coalición formada de los partidos extremos desechó el proyecto y derribó al ministerio. El que le reemplazó, era ya representante genuino de la derecha legitimista; presidíale M. de Villele, á quien no faltaba ni habilidad ni talento, pero le arrastraba el torrente de la reacción ultra-realista. Como el partido victorioso habia combatido desaforadamente la censura, no osó restablecerla, pero propuso y obtuvo de las Cámaras la aprobación de una ley restrictiva en alto grado que fué la de 1822. Las disposiciones capitales y las más restrictivas de este nuevo sistema eran las siguientes: exigia autorización previa para la publicación de periódicos; concedía á ciertos tribunales la facultad de suspenderlos y suprimirlos; trasladaba á la jurisdicción de los tribunales correccionales las materias de imprenta en que antes entendía el jurado, y en caso de difamación contra empleados públicos solo permitía que se pudiera articular la prueba escrita. Aun con todas esas trabas fuera preferible este sistema á la censura; pero el nuevo Gobierno no renunciaba totalmente á restablecerla, al menos durante el intérvalo de las legislaturas, si bien habia de cesar abiertas las Cámaras, asi como al llegar el período de las elecciones generales.

Tal era la ley de 1822, cuya discusión dio lugar á tormentosos incidentes. Combatiéronla los centros de la Cámara, no solo el izquierdo, sino hasta los mismos ministros del anterior gabinete Richelieu y Pasquier, y otros oradores igualmente templados y juiciosos. Con esta ocasión pronunció Royel Collard uno de sus más famosos discursos: B. Constant, Foy, Manuel y otros oradores de la izquierda emplearon contra ella sin fruto los tesoros de su elocuencia. Mientras estuvo en vigor, y con arreglo á sus prescripciones, sucesivamente recurrió el Gobierno á los medios preventivos y al de la represión. La censura , que es al parecer el sistema más fácil y cómodo, impone sin embargo al Gobierno una responsabilidad pesadísima, por cuanto impide decir y por cuanto permite que se diga. Los tribunales correccionales dominados por la opinión pública, se mostraron mucho menos severos de lo que se había esperado. Sintiéndose débil, y considerando insuficientes los medios de defensa que su propio sistema de imprenta le proporcionaba, propuso el ministerio Villele en 1827 otro proyecto aun más duro y erizado de trabas á que dio la ironía del público nombre de ley de justicia y amor. Obtuvo mayoría favorable de los Diputados; pero ante la oposición de los Pares, á cuya Cámara se habia refugiado el espíritu de templanza é independencia, hubo de retirarla el ministerio en medio de estrepitosas demostraciones de público regocijo. Acudió entonces al recurso de la censura, disolvió después la Asamblea popular é hizo copiosa hornada de Pares. Pero como le fuera el resultado de las elecciones completamente desfavorable hubo de ceder su puesto á ministros menos impopulares, después de haber administrado con habilidad, y de haber mostrado alguna vez en vano deseos de moderación oscurecidos y anulados por las violencias y locuras de la llamada congregación y del partido ultra, débiles para defender el trono, osados y temerarios cuanto se necesitaba para escandalizar y llenar de susto á Francia. Al cambio de ministerio acompañó otro análogo en la ley de imprenta, quedando desde 1828 privado el Gobierno de dos facultades importantes, la de conceder autorización para los periódicos, y la de recurrir á la censura, pero no se hizo alteración en cuanto á otro punto capital que era el de la jurisdicción correccional. Todas estas variaciones dieron por único fruto llamar continuamente la atención del público hacia los periódicos, y que estos llegaran á ser cada dia más interesantes, unas veces por la persecución que padecían, otras por la libertad de que usaban. Es sobrado conocido el desenlace de estos sucesos para que haya necesidad de referirlo.