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De la Imprenta en Francia: 06

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

VI.


En la catástrofe de la rama primogénita, no pudieron menos de quedar envueltos, no solo el decreto de censura del ministerio Polignac, sino el sistema legal de 1828. Renacieron pues y con mayor latitud las doctrinas de 1819, y ascendiendo al rango, de principio constitucional, quedó inscrita en la Carta la jurisdicción exclusiva del jurado en materias de imprenta. Pero al hacer su explosión la mina en 1830, no se consumieron los combustibles hacinados en la época precedente: quince años habia durado la lucha contra un Gobierno que en alternados periodos habia recurrido inútilmente á los lenitivos de la moderación y á los resortes de la resistencia, mas que tuvo la desgracia de lastimar el orgullo de los pueblos por razón de su origen, y de alarmar los intereses é instintos de las clases más influyentes con la insensata y no disimulada exageración de una gran parte de los elementos en que se apoyaba. En el espacio de tan largo tiempo, el espíritu de desconfianza, hostilidad y oposición contra los gobiernos, se habia hecho dueño de los ánimos, y arraigado con la costumbre y uso no bastó el triunfo de Julio á sastisfacerle y calmarle. La prensa que servia de órgano á los descontentos, sin detenerse en los ministros responsables asestó más alto sus tiros, y fué en vano que la templanza personal del nuevo Monarca diese al sistema liberal de su gobierno prendas de seguridad completa. Tampoco le sirvieron de escudo las virtudes ejemplares de su familia, ni las dotes militares y cívicas de los Príncipes. Contra el Rey se dirigieron los esfuerzos de la oposición anti-dinástica, las agresiones de la imprenta y por último el puñal de los asesinos. Llegó un día á su colmo el terror y la indignación de las clases conservadoras que sostenían al Gobierno, cuando una lluvia de metralla disparada por asesinos contra el Monarca á quien dejó ileso, causó á su alrededor multitud de muertes y estragos. Como las pasiones que hervían en el fondo de la sociedad se abrían paso á la superficie por el órgano de la prensa, contra ella estalló la indignación, y contra ella fueron presentadas y votadas las leyes de Setiembre.

Han ocupado gran lugar en la reciente discusión aquellas leyes, acaso por la circunstancia de haber sido su principal autor y campeón M. Thiers, defensor acérrimo ahora de la libertad de imprenta, á la cual rinde, según ha dicho, aun mayor culto que en anteriores épocas de su vida: el tiempo que ha trascurrido, y las lecciones severas de la experiencia, no pueden menos de mitigar la exageración con que aquellas leyes fueron juzgadas, y amigos extremados de la libertad de escribir, proclaman actualmente, al cabo de más de treinta años, que desearían ser regidos por el sistema de aquellas leyes. La parte esencial de ellas, y la que todavía ofrece mayor ocasión á la crítica, era la que trasladaba del jurado á la Cámara de los Pares la jurisdicción en caso de ofensas inferidas al jefe del Estado. No ofrece interés para nosotros el debate que ha mediado entre el guarda-sellos M. Baroche, y el autor de aquel proyecto sobre la cuestión de si era ó no conforme á buenos principios legales aplicar á semejantes delitos la calificación de atentados. A pesar de cierta agravación de rigores, justo es confesar que si bien quedaba al abrigo de aquel tribunal político la persona del Rey, que era irresponsable según la Carta, no por eso se puso límite á la discusión de los actos ministeriales sin que se recurriese en manera alguna al sistema preventivo, y sin que al poder público quedase más defensa que la imparcialidad del jurado. Tampoco tuvieron otro escudo los funcionarios públicos, contra los cuales continuó siendo licito alegar prueba escrita ó no escrita en caso de difamación, hasta el punto de que como en estos casos el jurado acostumbrara mostrarse indulgente, hubieron de acudir los agraviados á los tribunales por medio de la demanda civil de daños y perjuicios, en vez de entablar acción criminal.

Hemos dicho, que durante la restauración estuvieron en práctica tres diversos sistemas; el de 1819, el de 1822 y el de 1828, además de la censura á cuyo recurso extremo se acudió en repetidas ocasiones. La monarquía de Julio empleó sucesivamente dos legislaciones distintas, la de 1830 y la de 1835, ambas en diverso grado represivas, pero dejando suma libertad á la expresión del pensamiento. Que se abusara de ella es hecho que no ofrece duda; cabe también opinar que contribuyese el abuso á la ruina de aquella dinastía. Pero en quienes así piensan, ni es lógico ni justo acumular cargos encontrados, afirmando que duró hasta el último día la licencia en la facultad de escribir, y que se notó exceso y tiranía en la represión de estos delitos. Lo que sin duda existia entonces era una enfermedad social honda y grave de que solo era síntoma la acritud de la imprenta, faltando virtud y eficacia á los diversos remedios que para curarla fueron sucesivamente ensayados. Después de la revolución de Febrero, fué la libertad en esta como en las demás materias ilimitada y completa, así como precaria é ilusoria, sirviendo únicamente aquella triste experiencia para suministrar argumentos á los enemigos de todo género de independencia en la emisión de las ideas. Oigamos al más sistemático y extremado entre ellos, contar á su modo en la reciente sesión de 31 de Enero, la historia de lo que ocurrió en aquel funesto período.

«Llegó al fin el régimen de 1848. Lo que urgió más fué entregar el gobierno á los periodistas, y desde 6 de Marzo quedaron abolidas las leyes de Setiembre. ¿Cuánto tiempo existió aquel Gobierno? cuatro meses. A 24 de Junio para salvar la sociedad, hubo el general Cavaignac de hollar bajo sus pies la libertad de la prensa, de suspender once periódicos y de tener durante nueve dias preso ilegalmente á un periodista.»

Probar á M. Granier de Cassagnac que en aquella terrible crisis, podia sobrevivir á la paz y orden de la sociedad el libre uso de la imprenta, seria empresa difícil para los partidarios de su independencia absoluta. Pero lo que debiera tener presente aquel adversario acérrimo de las templadas reformas ahora propuestas por la prudente iniciativa del Emperador, es que si en 1848 á diferencia de 1793, fué posible que la mayoria cuerda é ilustrada en vez de someterse y consternarse, pusiera á raya y contuviese en Francia á la demagogia desenfrenada, y solo por un momento triunfante, en gran parte se ha de agradecer á la virilidad de carácter, á la difusión de luces, y á los hábitos de vida política, prendas que habian sido el fruto adquirido á costa de treinta años continuos de luchas constitucionales, y de que no han solido dar muestra las generaciones educadas en la enervante escuela de los gobiernos absolutos.

Terminada esta reseña, sucinta en cuanto nos ha sido posible, de las vicisitudes de la imprenta, durante los varios gobiernos que han regido la nación vecina, tiempo es ya de que hablemos de lo presente.