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De la felicidad/Capítulo 21

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Vosotros, al odiar la virtud y a quien la practica, no hacéis nada nuevo; pues también los ojos enfermos temen el sol, y los animales nocturnos huyen del esplendor del día, y a su primer albor se ofuscan y buscan por todas partes sus escondrijos, se ocultan en alguna hendidura, temerosos de la luz. Gemid y moved vuestra lengua funesta para injuriar a los buenos; abrid la boca, morded; os romperéis los dientes mucho antes de que dejen alguna señal. “¿por qué es ése adepto de la filosofía y vive con tanta opulencia?. ¿Por qué dice que hay que despreciar las riquezas y las tiene?. ¿Considera despreciable la vida, y vive, sin embargo?. ¿Despreciable la salud y, no obstante, la cuida con todo esmero y la prefiere excelente?. Y juzga el destierro un nombre vano, y dice: ¿Pues qué mal hay en cambiar de país?, y, sin embargo, si puede, envejece en su patria. Y piensa que no hay ninguna diferencia entre un tiempo más largo o más breve; pero si nada se lo impide, prolonga su existencia y gusta de estar floreciente en la extremada vejez”. Dice que estas cosas deben despreciarse, no que no se tengan, sino que no se tengan con afán; no las rechaza, pero cuando se van las sigue con mirada tranquila. ¿Dónde pondrá la fortuna con más seguridad las riquezas que allí donde podrá recobrarlas sin protesta del que las devuelve?. Marco Catón, cuando alababa a Curio y a Concurcanio y aquel siglo en que era un delito para los censores tener unas pocas láminas de plata, poseía cuatro millones de sestercios; menos sin duda que Creso, pero más que Catón el Censor. Si se comparan, con mayor distancia superaba a su bisabuelo, que era superado por Craso; y si le hubieran tocado en suerte más riquezas, no las hubiera despreciado. Pues el sabio no se considera indigno de ningún don de la fortuna. No ama las riquezas, pero las prefiere, no las recibe en su alma, pero sí en su casa; y no rechaza a quien las posee, pero las domina, y quiere que proporcionen a la virtud una materia más amplia.



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