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De mala raza: 11

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Escena X

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DICHOS y DON ANSELMO, por la derecha.


ANSELMO.-¿Pasó la tempestad?

VISITACIÓN.-Aquélla pasó; pero no es mala la que te espera.

ANSELMO.-,¿A mí?

VISITACIÓN.-A ti precisamente; a cada cual le espera su turno. Acércate y oye lo que dice tu hijo.

NICOMEDES.-Vamos, sobrino. ¿No estabas tan resuelto?

VISITACIÓN.-Repite a tu padre lo que nos decías hace poco.

NICOMEDES.-Ya ves tú: nosotros, no podemos resolver sin que él reitere en debida forma la petición.

ANSELMO.-A fe que no entiendo una palabra. Hablan ustedes en griego. Usted, don Prudencio, que todo lo sabe, ¿quiere usted traducirme este intrincado pasaje?

PRUDENCIO.-Es traducción peligrosa, amigo mío, y, sobre peligrosa, innecesaria. Como le hable a usted su hijo con tanta claridad como a nosotros, ya le entendera, usted sin necesidad de intérprete.

ANSELMO.-Pues habla tú, Carlos, que soy hombre de poca paciencia, y antes acabaron estos señores con toda la provisión del día.

CARLOS.-¡Padre!

ANSELMO.-¿Qué aire de doctrino es ése? ¿Qué temes de mí? ¿Tan poca fe te inspira mi cariño que necesitas medianeros y recomendaciones? ¿Pues no sabes que soy tuyo con alma y vida? (Con arranque de cariño.)

CARLOS.-¡Sí, padre mío; lo sé! ¡Dame los brazos! (Se abrazan estrechamente.)

ANSELMO.-¡Diablo! ¡Me voy alarmando! ¿Es cosa seria? ¡Pronto, hijo mío, ábreme tu corazón!

CARLOS.-¡Padre mío!

ANSELMO.-¿Has hecho alguna calaverada? Imposible. Pues ¿por qué nos miran todos así, con cierto aire de burla?

CARLOS.-¿Deseas mi felicidad?

ANSELMO.-¡Vaya una pregunta! ¿Qué es mi fortuna, qué mi vida, ante tu felicidad? Menos la honra, pídemelo todo, que todo es tuyo.

CARLOS.-¡Sí, padre! ¡Y yo, todo por ti, hasta mi propia honra! ¡Tú verás, tú verás, si llega la ocasión!

ANSELMO.-¡Eh! No se dice eso. A la honra no se toca; lo demás, bueno.

CARLOS.-¡Todo, todo por ti! No hay que reírse... (A los demás.) No hay que mirarme con aire burlón; no hay que pensar: «Ya está engañando con mimos a su papá.» Déjalos, déjalos a ellos..., y entendámonos los dos. Tú me crees. ¿Verdad que me crees?

ANSELMO.-¡Pues no! Pero ¿adónde vamos a parar con estos preámbulos?

VISITACIÓN.-¿Conque no adivinas adónde conducen esos tortuosos caminos?

ANSELMO.-¡Qué demonio he de adivinar!

VISITACIÓN.-¡Pues a la Vicaría, caro hermano! (Riendo.)

ANSELMO.-¿Qué...? ¿Tú...? ¿Pensabas...? ¿Era eso...?

CARLOS.-Sí, padre; eso era.

ANSELMO.-¡Caramba, qué idea!... ¡Vaya con el chico!... ¿Conque casarte?

VISITACIÓN.-Sí, hermano mío; se casa tu Carlos.

NICOMEDES.-Sí, querido Anselmo; y muy pronto.

VISITACIÓN.-¡Qué sorpresa! ¿Eh?

ANSELMO.-¿Y qué? ¿Qué tiene de extraordinario? ¿No me he casado yo dos veces? Pues justo es que se case él, al menos una..., por el pronto.

CARLOS.-¡Padre del alma!...

ANSELMO.-Ven acá; no hagas caso de esos zumbones, y hablemos los dos como viejos amigos. ¿Es buena?

CARLOS.-¡Un ángel!

ANSELMO.-¿Es hermosa?

CARLOS.-¡Un Cielo!

ANSELMO.-¿Es rica?

CARLOS.-Es pobre.

ANSELMO.-¡Qué lastima!

CARLOS.-¿Qué importa?

ANSELMO.-Importar..., no importa mucho; pero, tratándose de mi CARLOS, no estaría de más una fortunita...

CARLOS.-¡Padre!...

ANSELMO.-Bueno, no insisto. ¿Y su familia?

CARLOS.-No la tiene.

ANSELMO.-¡Menos malo!

VISITACIÓN.-Pero la tuvo.

ANSELMO.-¿Y qué?

VISITACIÓN.-Nada; por nuestra. parte, nada.

ANSELMO.-Vamos, clarito: ¿quién es la novia?

VISITACIÓN.-Carlos..., ¿a qué esperas?... ¿Te da miedo pronunciar su nombre?

CARLOS.-¡Miedo! ¿A mí?... No. Padre, la mujer a quien amo es Adelina.

ANSELMO.-¡Ella!... ¡Adelina!... ¡Ave María Purísima!

VISITACIÓN.-Ni más ni menos.

ANSELMO.-Pero eso que dice no es verdad.

PRUDENCIO.-Verdad incuestionable, amigo mío. Conque decida usted, porque la urgencia de mi partida es cada vez mayor. (Mirando el reloj.)

ANSELMO.-CARLOS..., hijo mío..., yo no puedo consentir... Esa boda es una locura.

PRUDENCIO.-¿No lo dije yo? (Aparte, a VISITACIÓN.)

CARLOS.-¿Por qué? (Con voz sorda.)

ANSELMO.-¿Por qué? Un hijo..., un buen hijo, no pide a su padre la razón de sus mandatos. Los oye, los respeta, los cumple.

CARLOS.-Un hijo, a quien su padre hiere en el corazón, se deja herir y abre los brazos para que la herida sea más honda. No resiste, no. No lucha tampoco. Pero cuando siente la agonía, pregunta: «Padre, ¿por qué me matas?» ¡Pues no he de preguntarlo! ¡Lo preguntó el Impecable, el Augusto, el Hijo de Dios, sobre la Cruz!... ¡Y- no he de preguntarlo yo! ¡No tanto padre no tanto!

ANSELMO.-¡Ah! ¡Te me rebelas!

CARLOS.-¡Eso no!

ANSELMO.-¿Quieres saber por qué no consiento en la boda?

CARLOS.-Sí.

ANSELMO.-Pues bien: porque esa mujer no es digna de ti.

CARLOS.-¡Padre!

PRUDENCIO.-Muy bien dicho. (Estas frases se las dicen unos a otros. pero en voz alta.)

NICOMEDES.-Muy bien pensado. (Ídem.)

VISITACIÓN.-Esa es la verdad. (Ídem.)

CARLOS.-¡Ah! ¡No..., callad! ¡Ni una palabra que la ofenda. ni una sola palabra! Porque Adelina es mi vida, mi alma, mi única dicha... ¡Con ella, todo! ¡Sin ella, nada!

ANSELMO.-¡Ah! ¿Qué es esto? ¿Me prohíbes que diga lo que pienso de Adelina? ¿Tú me lo prohíbes?

CARLOS.-No..., no era a ti... Era a ellos. Tú puedes decirlo todo..., porque tú puedes golpearme en el rostro..., y arrojarme a tus pies..., y pisotearme el corazón...

ANSELMO.-¡No, hijo mío, no!... ¡Eso nunca!... (Queriendo abrazarle y enternecido.)

CARLOS.-¿Nunca? ¡Ahora mismo! Todo eso has hecho con una sola palabra. ¡Adelina, indigna de mí! ¡No, padre; no la conoces!... ¡Te digo que no la conoces! ¡A la pobre Adelina! (Cae en una silla, desesperado y lloroso.)