De mala raza: 14
ACTO SEGUNDO
[editar]La escena representa un salón elegante; puerta en el fondo, puertas laterales. Sofá a la derecha; mesas y butacadas a la izquierda.
Escena primera
[editar]DON NICOMEDES; después, DON PRUDENCIO, por el fondo.
NICOMEDES.-Mucho tarda. Pues yo ni resuelvo ni aconsejo nada sin consultarle. Él es hombre de peso y de mundo. Con tal que Carlos no llegue antes... (Mirando el reloj; se pasea impaciente.) Ya lo dijo don Prudencio y lo dijimos todos; pero la verdad es que no creímos que fuera tan pronto.
CRIADO.-(Por el fondo, anunciando.) El señor don Prudencio.
NICOMEDES.-Que pase, que pase al instante. (El CRIADO sale; entra por el fondo DON PRUDENCIO.-¡Amigo don Prudencio! ¡Cuánto me alegro!
PRUDENCIO.- ¡Amigo don Nicomedes!... ¡Siempre tan famoso! Y la señora, tan buena, ¿eh? ¿Y los demás?...
NICOMEDES.-Todos perfectamente; es decir, bien de salud, pero hay grandes novedades. Si ciertas cosas... pueden llamarse novedades.
PRUDENCIO.-¡Hola, hola! ¿Algo grave?
NICOMEDES.-Muy grave. Así es que, en cuanto supe que había usted vuelto de su viaje...
PRUDENCIO.-¡Gran viaje! Francia, Alemania, Suiza, Italia... Año y medio. ¡Y qué movimiento científico, qué actividad intelectual, qué inmensa elaboración!... Pero, siga usted. Conque por aquí...
NICOMEDES.-Sucesos muy tristes. Por eso queríamos hablar con usted, conocer su opinión... Mi mujer está indignada y afligida...
PRUDENCIO.-¡Pobre señora!
NICOMEDES.-A la niña hemos tenido que mandarla con su tía, porque era imposible que no se enterase..., y, ya ve usted para las almas vírgenes hay cosas...
PRUDENCIO.-¡Bien hecho! Hay que cuidar mucho el ser purísimo que despierta del sueño de la inocencia. Todo despertar es peligroso, señor don Nicomedes.
NICOMEDES.-¡Pues en cuanto al pobre Anselmo..., yo creo que le cuesta la vida! Pero siéntese usted, siéntese usted, que el asunto es largo, difícil y escabroso.
PRUDENCIO.-¿Conque escabroso? Me lo figuraba. ¿Se trata de Carlos?
NICOMEDES.-De Carlos... y de su desdichada mujer.
PRUDENCIO.-Es decir, ¿que la calaverada dio sus frutos?
NICOMEDES.-Y no de bendición, a Dios gracias..., que yo sepa. Una complicación menos.
PRUDENCIO.-¿De suerte que hemos tenido complicaciones?
NICOMEDES.-¿Complicaciones dice usted? ¡Escándalos, escándalos sin nombre!
PRUDENCIO.-Nombre ya tendrán, porque la sociología, en la clasificación de los vicios naturales, los tiene para todos los matices, desde los más descoloridos hasta los de más encendida coloración.
NICOMEDES.-Sí, señor; pero ¡qué nombre!
PRUDENCIO.-¡Ah! Eso es distinto. Natural es que la fonética tenga algo de onomatopeya; para los sentimientos dulces, dulces sonidos; ásperas consonantes para las asperezas de la vida. Prosiga, Mi buen amigo, que el nombre ya lo sospecho.
NICOMEDES.-Bueno, es decir, malo. Ya llegaría a noticia de usted que al fin y a la postre, se casaron Carlos y Adelina.
PRUDENCIO.-Sí, algo supe, de un modo vago y por manera indirecta. ¿Conque se casaron? Perfectamente.
NICOMEDES.-Al principio, sí, señor; perfectamente. Carlos trabajaba con un ardor, con un entusiasmo... ¡Qué artículos, qué folletos, qué discursos! Un campeón esforzadísimo de las ideas modernas. Nada, que en un año se hizo célebre. Además, su amigo, el opulento marqués de Villa-Umbrosa, le saca diputado.
PRUDENCIO.-Me hago cargo: triunfos artificiales y transitorios. Para el que no puede crear algo más sólido, no están mal. Sí; el chico es, vamos al decir, despierto, y si usted se empeña, brillante, deslumbrador... Quizá poco fondo..., pero tampoco miden muchas brazas de profundidad los que le aplauden.
NICOMEDES.-¡Ay don Prudencio, no todos pueden ser como usted!
PRUDENCIO.-Adelante; no hablemos de mí.
NICOMEDES.-Pues llegó el verano, y dijimos: a veranear.
PRUDENCIO.-Naturalmente; si en el verano no se veranea, ¿para cuándo quedan las excursiones veraniegas?
NICOMEDES.-Pues por eso; y don Anselmo y Paquita, mi mujer y yo y Adelina nos fuimos a Fuente-Cálida... Gran establecimiento..., confortable.... a la moderna y muy de moda.
PRUDENCIO.-O he oído mal, o Carlos no acompañó a su señora.
NICOMEDES.-No, señor; tenía que visitar el distrito; y allá está todavía, sin enterarse de nada. Pues, como digo, el Gran Hotel de Fuente-Cálida... Dejamos el tren, tomamos dos coches y fuimos a dar con...
PRUDENCIO.-¿Con una piedra? ¿Un vuelco, un accidente?
NICOMEDES.-No, señor; el vuelco fue más tarde. Decía que fuimos a dar con una escogidísima sociedad. Estaba Víctor, el amigo de don Anselmo; estaba el marqués, el amigo de Carlos, y su señora; estaban..., en fin, lo mejor de Madrid, desgraciadamente.
PRUDENCIO.-¡Hombre! ¿A eso llama usted una desgracia?
NICOMEDES.-Sí, señor; lo fue, porque así el escándalo tuvo más resonancia. ¡Si hoy no se habla de otra cosa en la corte! ¡Como Carlos es tan conocido! Hasta la Prensa, con los velos y las iniciales de rúbrica, X, Y, Z, relata la indigna aventura para regocijo de los aficionados y perversión de la moral y de las buenas costumbres.
PRUDENCIO.-Perversas costumbres, sí, señor. Pero ¿qué quiere usted? La falta de ocupaciones serias. Yo, entre tanto, estudiando el universo-mundo, procurando descubrir sus recónditos secretos, pugnando por penetrar en... (VISITACIÓN Se presenta en la puerta de la derecha.) ¡Mi señora doña Visitación!... (Levantándose y yendo a su encuentro.)
VISITACIÓN.-¡Amigo mío! Al fin le tenemos con nosotros