De mala raza: 15

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De mala raza de José de Echegaray


Escena II[editar]

VISITACIÓN, DON NICOMEDES y DON PRUDENCIO.


PRUDENCIO.-¡No pasan los años por usted! Tan gallarda como siempre.

VISITACIÓN.-Pues no será porque me falten disgustos. ¿Le ha contado a usted Nicomedes...? Bien, que usted ya sabría... No se habla de otra cosa.

PRUDENCIO.-No, señora. No he visto a nadie. Sólo estuve en la Academia, y allí... (Sonriendo), usted comprende... que de otras cuestiones nos ocupamos.

VISITACIÓN.-Ya, ya.

PRUDENCIO.-De forma que todo lo ignoraba, y, en rigor, continúo ignorándolo.

NICOMEDES.-Pues bien: acabaré mi lastimosa relación. Porque a don Prudencio hay que decírselo todo, ¿verdad? (A su mujer.)

VISITACIÓN.-¡Pues no faltaba más (Se sientan todos.)

PRUDENCIO.-Quedamos en que llegaron todos ustedes a Fuente-Cálida. ¿Son aguas sulfarosas? Y perdone usted la interrupción.

NICOMEDES.-Sí, señor; sufurosas.

PRUDENCIO.-La temperatura será muy elevada, ¿eh?

VISITACIÓN.-Mucho; ya lo creo.

PRUDENCIO.-Bien; siga usted.

NICOMEDES.-Adela causó sensación, como ahora se dice. Todo el día rodeada de pollos... y de señores formales. La verdad es que Adelina estaba hermosísima, espléndida, deslumbradora, don Prudencio, deslumbradora. ¡Qué cuerpo, qué ojos, qué cabecita tan mona!... (Entusiasmándose a pesar suyo.)

VISITACIÓN.-No tanto, hombre; no exageres. ¿Ahora vas tú a entusiasmarte con aquélla...? Estaba guapa; pero en mis tiempos las hubo mucho más hermosas.

NICOMEDES.-Pero aquéllas... ya pasaron.

VISITACIÓN.-Y Adela también pasará.

PRUDENCIO.-¿Y qué pasó con ser tan bella Adelina?

NICOMEDES.-Lo que pasa siempre.

VISITACIÓN.-Siempre, no. Hoy estás fatal,. Mire usted, don Prudencio, lo diré yo, porque éste no acabaría nunca. Sucedió que una mañana, a eso de las cinco y media, cuando ya había algunos bañistas en el jardín, se vio bajar... Causa rubor el decirlo; yo no puedo con estas cosas; además, se trata de mi sobrino, que es un loco, pero que no se lo merecía... Vamos, Nicomedes, di tú lo que se vio bajar.

NICOMEDES.-Pues, en plata: se vió bajar a un caballerete por el balcón del cuarto de Adelina.

PRUDENCIO.-¡Hombre, hombre!

VISITACIÓN.-¿Verdad que esto es escandaloso, que parece increíble?

PRUDENCIO.-Escandaloso, sí; increíble, no. Eso sucede, no diré todos los días, pero sí algunas noches. Y en la literatura hasta parece que el arte ha fabricado ex profeso las puertas para que sorprendan los maridos, las ventanas para que escapen los amantes. ¿Eh? ¿Puse el dedo en la llaga?

VISITACIÓN.-Pues ahí tiene usted cómo estamos: con esa llaga en el alma.

NICOMEDES.-Llegamos, y empezó nuestra vida balnearia.

PRUDENCIO.-Sin embargo, no hay que precipitarse. Todavía no hay una prueba de que Adelina...

NICOMEDES.-Dadas las circunstancias, hay evidencia, señor don Prudencio.

PRUDENCIO.-¡Ah! Si hay evidencia, es distinto; entonces, sin duda alguna, es evidente. Pero ¿en qué se fundan ustedes? Porque antes que dictemos un fallo, preciso es evidenciar los hechos.

VISITACIÓN.-Cuenta cómo fue, y ya verá don Prudencio que no hay explicación más plausible.

NICOMEDES.-No, mujer; plausible no será. Querrás decir explicación más probable, más verosímil, más satisfactoria.

VISITACIÓN.-No, pues satisfactoria no es tampoco.

PRUDENCIO.-Entendido; el nombre importa poco. Veamos cómo fue.

NICOMEDES.-A las diez de la noche, fíjese usted bien, subieron Paquita y Adelina a sus habitaciones, dejando a don Anselmo jugando al tresillo con unos amigos.

VISITACIÓN.-Sí; pero di antes a don Prudencio cómo estaban las habitaciones, porque esto es muy importante.

PRUDENCIO.-¡Sí, es importante! ¡Ah! Triste condición la condición humana. Estos detalles, pormenores diríamos mejor, del mundo físico, estas pequeñeces de la materia, influyen por manera decisiva en las más trascendentales crisis del mundo moral. ¿Por qué misteriosa atracción lo más ruin engrana con lo más excelso? ¡Problema insoluble! ¡Por una puerta penetra una venganza!¡Por una ventana se vuelca un alma al abismo de la deshonra! ¡En un jirón de papel está un cielo de venturas o un infierno de dolores! ¡Ah señora doña Visitación! ¡Ah señor don Nicomedes! ¡Cuánto podría decir a este respecto! Pero veamos cómo estaban las habitaciones de Paquita y de Adelina.

NICOMEDES.-Pues estaba en comunicación, por una puerta, el cuarto de Paquita y de don Anselmo con el cuarto de Adelina. Ya usted comprende: dos habitaciones corridas; la disposición ordinaria en todos los establecimientos de esta clase.

PRUDENCIO.-Perfectamente: se abre la puerta, se pasa; se cierra la puerta, se incomunican.

VISITACIÓN.-Sí; porque don Anselmo quiso tener muy cerca a su hija política; por eso tomaron cuartos inmediatos. Como no estaba Carlos.

PRUDENCIO.-Muy bien. Continúe usted con esas explicaciones locales o topográficas, llamémoslas así, si ustedes permiten: explicaciones que, en efecto, me parecen necesarias para apreciar debidamente los hechos.

NICOMEDES.-Hay más: el cuarto de Adelina componíase de una sala, con balcón al jardín, y de una alcoba, con puerta a dicha sala. Y vea qué previsión la del pobre don Anselmo; siempre decía: «Adelina, no basta que cierres la puerta que da al corredor; cierra también por dentro la de tu alcoba.

PRUDENCIO.-No hay puertas que guarden a la mujer, por bien que se cierren, si ella abre de par en par las del corazón a los asaltos de la impureza.

VISITACIÓN.-Es verdad, mucha verdad.

PRUDENCIO.-Prosigamos.

NICOMEDES.-Pues a las once y media de la noche subió don Anselmo a su cuarto. Paquita estaba sola, porque Adelina había ya pasado al suyo. Se encerraron marido y mujer, y no más. Calma aparente; silencio no interrumpido toda la noche, y, al ser de día, un galán que abre el balcón del cuarto de Adelina, que cabalga en la barandilla, que se agarra a las ramas de un árbol, que baja a tierra y desaparece; y en el fondo, un grupo de bañistas que pregona la liviandad de una mujer y la deshonra de un hombre. (Pequeña pausa.)

VISITACIÓN.-Y ahora, ¿qué dice usted?

PRUDENCIO.-Nada; medito, porque conviene no proceder de ligero.

VISITACIÓN.-No; quien procedió de ligero fue el amante, que bajó con la ligereza de una ardilla.

PRUDENCIO.-Sin embargo, yo pregunto: ¿Por qué no salió ese hombre por la puerta del corredor?

VISITACIÓN.-Porque no podía, porque don Anselmo estaba en ella llamando a Adelina, según costumbre de todas las mañanas, para que le acompañase.

PRUDENCIO.-¡Malo, malo! ¿Y Adelina no contestó?

VISITACIÓN.-¡Qué había de contestar! Luego dijo que dormía. Y, sin embargo, don Anselmo oyó ruido en la sala.

PRUDENCIO.-Peor, mucho peor. Y entonces...

VISITACIÓN.-Y entonces fue cuando el galancete dio el salto, ¿comprende usted?

PRUDENCIO.-¿Y tardó mucho rato en abrir Adela?

NICOMEDES.-Un buen rato. Dijo luego que el día antes, al salir, se llevó la llave; que como entró por el cuarto de Paquita, no la hubo menester, y que cuando llamó don Anselmo, con la prisa, no la encontraba.

PRUDENCIO.-No está mal ideado.

VISITACIÓN.-Excusas. ¡Perder la llave! ¿Es esto verosímil? Bien la encontró para dar entrada al galán.

PRUDENCIO.-En efecto, los indicios son gravísimos

VISITACIÓN.-¡Qué indicios! Su bondad de usted le ciega; pruebas, pruebas contundentes. Y si no, dígame usted: ¿de dónde procedía el caballero del descendimiento? ¿De otro cuarto? No; el de Adelina estaba en un ángulo del edificio. ¿De fuera? La puerta estaba cerrada, ella lo afirma, y cerrado estaba el balcón; todos lo vieron. ¿De la habitación de Paquita? ¡Ah! La pobre mujer se hubiera visto muy comprometida a no haber pasado toda la noche con su esposo; pero la pasó, y esto la salva.

PRUDENCIO.-Muy bien analizados los hechos y muy bien enumeradas las hipótesis. Primera hipótesis, no; segunda hipótesis, tampoco; tercera hipótesis, desechada. Sólo queda una: luego ésa es la buena.

NICOMEDES.-¿La buena dice usted, don Prudencio?

PRUDENCIO.-Hablo desde el punto de vista de la lógica inductiva.

VISITACIÓN.-Pues aplique usted esa lógica a los antecedentes de la niña y de la madre, y a ver qué resulta.

PRUDENCIO.-Me estrechan ustedes de un modo que, por triste que sea, hay que rendirse a la evidencia.

NICOMEDES.-Sí, señor, sí; deplorable, pero ineludible.

PRUDENCIO.-¿Y después?

VISITACIÓN.-¡Calle usted, por Dios, que aún se me enciende el rostro!

NICOMEDES.-El escándalo fue monumental: cuchicheos, miradas, preguntas...; en suma, aquel mismo día, Anselmo y Paquita, ella y nosotros, nos volvimos, a Madrid.

PRUDENCIO.-¿Y Adelina?

VISITACIÓN.-Sin darse por entendida; tan fresca, preguntando con el mayor cinismo la causa del regreso.

PRUDENCIO.-Y ahora ¿qué se hace?

NICOMEDES.-Pues eso es lo que queríamos consultar con usted, porque todo pesa sobre nosotros.

PRUDENCIO.-Pues ¿y don Anselmo? Porque a él me parece que le corresponde...

VISITACIÓN.-El pobre señor no está para nada, ni vive en este mundo.

PRUDENCIO.-Y, díganme ustedes, ¿ sabe quién fue... el del descendimiento, como dice doña VISITACIÓN?

NICOMEDES.-Se sospecha.

VISITACIÓN.-Se sabe.

NICOMEDES.-No tanto.

VISITACIÓN.-Diga usted que sí. Todos están conformes en que fue...

PRUDENCIO.-¿Quién? (Bajando la voz.)

VISITACIÓN.-El marqués de Vega-Umbrosa.

PRUDENCIO.-¡El amigo íntimo!

VISITACIÓN.-¡El protector de Carlos! Le hizo hombre, le hizo diputado, le hizo rico... ¡y le ha hecho célebre!

PRUDENCIO.-Comprendo la situación de don Anselmo.

NICOMEDES.-Silencio, que viene hacia aquí.